[MÚSICA MAESTRO] Ruth Underwood: Madre de la percusión

El arma secreta de Zappa

«¡Damas y caballeros, observen a Ruth! A lo largo de esta película Ruth ha estado pensando «¿qué puedo ser capaz de hacer para sorprender a todos?» Creo que ella ha encontrado la respuesta, solo quédense mirándola…» dice Frank Zappa en el minuto 02:40 de Don’t you ever wash that thing? (Roxy & elsewhere, 1974). De todos los percusionistas que usó el compositor, Ruth es la más querida y recordada. No solo por su sonrisa amplia y abierta, frondosa cabellera negra y ese aspecto de alumna hippie pero, a la vez, seria y aplicada en medio de un salón de freaks desadaptados sino -y principalmente- porque su sobrenatural talento fue la marca registrada y personalidad de algunas de las piezas musicales más admiradas del extenso catálogo zappesco.

Quienes algo saben de rock clásico ubican claramente a Zappa como un guitarrista virtuoso, creativo, afilado e impredecible. Sin embargo, pocos están enterados de que su primer instrumento fue la batería y que era un apasionado de la percusión, en especial la sinfónica. Por eso, era muy común encontrar en sus sofisticadas y complejas instrumentaciones, toda clase de elementos, desde timbales y bloques de madera hasta la amplia familia de vibráfonos, marimbas y xilófonos.

Lo que sigue en el mencionado instrumental es una enrevesada sucesión de líneas para marimba, percusiones menores y vibráfonos que Ruth ejecuta con absoluta precisión y sobrecogedora gracia. Como muchos dicen, Ruth fue el arma secreta del sonido de Zappa durante el periodo 1973-1975, para muchos el mejor de su larga vida artística.

De la Escuela Julliard al Teatro Garrick

Ruth Komanoff nació y creció en New York, en 1946. Sus estudios los realizó primero en el Ithaca College y, posteriormente, en la prestigiosa Julliard, en el corazón del Lincoln Center, una de las instituciones de educación artística más importantes del siglo XX. Cuando apenas tenía 21 años, su mundo entero fue puesto de cabeza cuando vio a The Mothers Of Invention en el legendario Teatro Garrick, ubicado en la zona bohemia del Greenwich Village, a pocas cuadras de la Union Square en el Bajo Manhattan.

Así rememora Ruth aquella experiencia: “Recuerdo que me sentí muy molesta cuando finalmente regresaron a Los Angeles. Sentí como si el verdadero corazón de New York se hubiera ido”. En aquella temporada en el Teatro Garrick -hoy convertido en un condominio de departamentos-, que duró de marzo a septiembre de 1967, Ruth tuvo lo que se conoce normalmente como una epifanía. Nunca más quiso volver a The Hamilton Face Band, grupo en el que tocaba batería -que grabó dos álbumes entre 1968 y 1970- ni a sus aburridas clases de percusión y orquestación en el conservatorio neoyorquino.

En el documental Zappa (Alex Winter, 2020), la vibrafonista comenta que le parecía increíble que “una música tan sofisticada pudiera salir de tipos tan desagradables”. En una ocasión, la joven estudiante de música se coló en la sala de práctica reservada para los pianistas y, sin permiso, comenzó a tocar de memoria la melodía principal de Oh no (Lumpy gravy, 1968). Un supervisor, al escucharla, la expulsó pues “no era una melodía apropiada para la escuela”.

El contraste fue decisivo para su futuro. Comprendió que no quería ser la encargada de los timbales en una sinfónica, sentada al fondo, esperando su momento para tocar tres notas en un triángulo. Entre 1967 y 1968, aun usando su apellido de soltera, trabajó por primera vez junto a su nuevo ídolo -después de haber sido invitada por él mismo para ser telonera de The Mothers, tocando al vibráfono pasajes de su álbum debut, Freak Out!, como cuenta en esta larga y entretenida conversa con los bateristas Terry Bozzio, Chad Wackerman, Ralph Humphrey y Chester Thompson-, en las sesiones de grabación del álbum doble Uncle Meat, lanzado en abril de 1969. Un mes después, se casó con uno de los miembros principales de The Mothers Of Invention y cercano colaborador de Frank, el saxofonista y tecladista Ian Underwood. Desde entonces, se hizo conocida como Ruth Underwood, madre de todas las percusiones.

Un instrumento peculiar

La familia de instrumentos integrada por marimbas, xilófonos y vibráfonos es ampliamente usada en el mundo sinfónico desde inicios del siglo XX, como parte de las secciones de percusión de ensambles de formato grande, ubicándose casi siempre detrás o en los extremos. Aunque comparten características -función rítmica, sonido, aspecto, técnicas de interpretación- tienen orígenes distintos.

La marimba y el xilófono surgieron en poblaciones ancestrales de África y Asia, respectivamente. Su construcción y apariencia han ido evolucionando con el paso de los años, pasando de lo más rústico a lo más sofisticado en cuanto a materiales y sistemas de resonancia. En el caso de la primera, tuvo también un interesante desarrollo en Centroamérica, específicamente Guatemala y México, países con una enorme tradición en el uso de marimbas de distintos registros y rangos tonales.

Por su parte, el vibráfono fue de invención norteamericana, con barras hechas de metal y no de madera como xilófonos y marimbas, pensado para el teatro de vaudeville. De ahí pasó al jazz, consolidándose en los años treinta gracias al trabajo de Lionel Hampton, a quien se le atribuye haber grabado el primer solo de vibráfono de la historia en el tema Memories of you (1930), un disco de 45 rpm que grabó con la orquesta de Louis Armstrong, en la que era baterista. Hampton posee una extensa discografía con el vibráfono como instrumento principal, que se extendió durante más de cincuenta años.

Vibrafonistas famosos

En los sesenta, aparecieron vibrafonistas destacados como Red Norvo, Emil Richards, Bobby Hutcherson o Gary Burton, a la postre el más importante exponente de este instrumento y sus variaciones. En esta versión del estándar brasileño Chega de saudade, de Antonio Carlos Jobim, podemos ver el complejo estilo de toque a cuatro baquetas o mallets -dos por mano- que Burton creó y fue perfeccionando hasta convertirlo en una técnica estudiada por futuras generaciones de vibrafonistas, entre ellos, por supuesto, Ruth.

Roy Ayers, fallecido en marzo a los 84 años, es otro referente, con una interesante discografía de funk instrumental, disco y R&B. En el latin-jazz, los trabajos de Cal Tjader y “El Rey del Timbal” Tito Puente dieron al vibráfono un protagonismo único. Mientras tanto, en el jazz contemporáneo de mediados de los años setenta destacan, entre otros, el inglés Victor Feldman, quien ha trabajado con Steely Dan, The Doobie Brothers, Christopher Cross y muchos otros; y los norteamericanos Mike Mainieri o Dave Samuels, fundador y líder de Spyro Gyra, una de las bandas más importantes de este subgénero.

En el rock hay algunos casos de músicos reconocidos como, por ejemplo, Stewart Copeland (The Police), Neil Peart (Rush), o Jeff Porcaro (Toto), conocidos por incluir marimbas, steel drums, bloques de madera, vibráfonos y campanas tubulares en sus baterías, para ampliar sus capacidades expresivas con esta familia de instrumentos de inconfundible sonido brillante, exótico y cálido.

Un talento invisibilizado

El nombre de Ruth Underwood no aparece en ninguna de las nóminas de “mejores vibrafonistas de la historia” disponibles en internet. Tampoco en esas listas que genera Google de forma automática. Y el Chat GPT, punta de lanza de la inteligencia artificial, cuando le pido una relación de vibrafonistas mujeres de rock y jazz, me lanza como respuesta diez nombres, pero el de Ruth no sale. Más allá de los innegables pergaminos de la joven mexicana Patricia Brennan o la leyenda del jazz moderno Cecilia Smith, la ausencia de Ruth Underwood, invisible en estos rankings, es solo una muestra más de lo inexacta que puede ser la IA en ocasiones.

Como decíamos al principio, las primeras grabaciones en las que podemos oír las marimbas y vibráfonos de Ruth están en el álbum doble Uncle Meat (1969), pero es recién en 1973 que ella se une de forma estable a The Mothers Of Invention, participando en prácticamente todas las giras y grabaciones del grupo entre enero de 1973 y enero de 1975, un periodo de dos años en que Zappa moldeó a la talentosa percusionista, haciéndola tocar cosas muy exigentes. Como diría Ed Mann, su reemplazo desde 1977, “sus líneas hacían que tuvieras que mover los brazos a velocidades y direcciones irracionales.

Durante las tres giras que realizó Frank Zappa entre febrero y septiembre de 1973, Ruth tocó al lado de su esposo Ian Underwood, el único sobreviviente de aquella formación original de The Mothers Of Invention que ella había visto en el Garrick. En aquel año, estrenaron canciones como Dupree’s Paradise o T’Mershi Duween, así como el medley The dog breath variations/Uncle Meat -en que hace dúo de percusiones con Frank-, o la balada doo-wop Babbette, pensadas especialmente para su lucimiento y brillo.

Todas esas composiciones, muy frecuentes en los setlists de esa época, jamás salieron en un disco hasta la publicación del primer volumen de la antología You can’t do that on stage anymore, donde figura también Ruthie Ruthie, una variación de Louie Louie extraída de un concierto de 1974. Zappa y The Mothers usaron, desde sus inicios, este estándar del rock and roll de 1955 para divertir y hacer bailar a sus públicos, haciéndole cambios de letra y estructura melódica.

En la historia de la música popular contemporánea, varias mujeres han destacado como percusionistas y bateristas. Desde Gina Schock (The Go-Go’s) hasta Cindy Blackman (Santana, Lenny Kravitz), desde Sheila E. hasta Crystal Taliefero, la versátil multi-instrumentista que brilla en la banda de Billy Joel desde 1989, todas tuvieron en Ruth Underwood a un precedente de éxito e importancia en contextos musicales dominados por hombres. Además, fue la única mujer estable en cualquiera de los ensambles que formó Frank Zappa entre 1968 y 1988, trabajando de manera continua durante dos años y medio.

El sonido definitivo de un repertorio desafiante

Canciones como Echidna’s arf (Of you), Montana, RDNZL, Penguin in bondage o Inca roads -con la llamada “On Ruth!… On Ruth!… That’s Ruth!”-, figuran entre las más exigentes para vibráfono, marimba y derivados. Underwood solía tener, en vivo, un extenso rango de estos instrumentos, además de timbales, gongs de diferentes tamaños y bloques de madera distribuidos a su alrededor, como podemos ver en Roxy The Movie (2015), corriendo de aquí para allá mientras mira a Frank, atenta a sus señales.

Rollo, una vertiginosa pieza de treinta segundos insertada en la parte final de St. Alphonzo’s Pancake Breakfast, sirve para entender el calibre de sus destrezas –aquí podemos verla mientras enseña cómo tocarla-, las mismas que se convirtieron en el alma del sonido de aquella formación que completaron músicos virtuosos como George Duke (teclados, voz), Chester Thompson (batería), Napoleon Murphy Brock (saxo, flauta, voz), Ralph Humphrey (batería) y los hermanos Tom y Bruce Fowler (bajo y trombón, respectivamente), capaz de tocar virtualmente cualquier cosa.

Eso podemos comprobarlo fácilmente escuchando, de un tirón, el Roxy & elsewhere, disco que resume los conciertos en el legendario The Roxy Theater en el Sunset Strip de Hollywood, entre el 8 y el 10 de diciembre de 1973. O revisando las imágenes de Cheaper than cheep, recital inédito de junio de 1974, recientemente estrenado en YouTube, en el que Ruth regresó a la banda tras un mes de haberse separado del grupo, por motivos personales, justo en tiempos en que hacían una minigira por el décimo aniversario de The Mothers Of Invention.

Una vida dedicada a la música de Frank Zappa

Ruth Underwood cumplió, recientemente, 79 años (el 23 de mayo último) y, aunque está oficialmente retirada de la música desde hace décadas, recibió saludos de todas partes del mundo en infinidad de grupos de Facebook y otras redes sociales dedicados a compartir su fanatismo y admiración por la música de Frank, publicando fotos y videos de sus espectaculares interpretaciones.

Ella tocó por última vez con la banda durante la semana de conciertos de fin de año en 1976, que fueron insumos para el doble en vivo Zappa in New York (1976), donde Ruth, con solo 30 años, era la más veterana, interactuando con extraordinarios músicos recién llegados al grupo como Terry Bozzio (batería), Patrick O’Hearn (bajo), Eddie Jobson (teclados, violín) o Ray White (guitarra, voz), convirtiéndose en el nexo entre el pasado glorioso de The Mothers Of Invention y su nueva etapa. En los créditos del álbum -en el que también participa la sección de metales del programa cómico Saturday Night Live-, es mencionada como responsable de “percusiones, sintetizadores y varias grabaciones humanamente imposibles” y presentada por Frank como “la indiscutible reina del rock and roll”.

En los años siguientes, su marimba pudo escucharse en temas como Giant child within us (Ego), del álbum I love the blues, she heard me cry (1975), el séptimo como solista de su ex compañero en The Mothers, el extraordinario tecladista George Duke; en el segundo disco del cuarteto de soft-rock Ambrosia, Somewhere I’ve never travelled (1976); o en grabaciones de sus colegas en el jazz-fusion Billy Cobham y Alphonso Johnson. Pero, con el tiempo, acabó retirándose para formar una nueva familia, tras su divorcio de Ian Underwood en 1986.

Con la enorme cantidad de documentales y álbumes póstumos que han aparecido en los últimos diez años, el legado de Ruth Underwood ha resurgido entre los melómanos del mundo. The Furious Bongos, una de las tantas bandas de músicos de conservatorio dedicadas a mantener vigente el repertorio de Frank Zappa, tiene entre sus integrantes a Pauline Roberts, una joven percusionista argentina que se ha especializado en las complicadas líneas que Frank escribió para Ruth.

“Hubo una persona capaz de escribir esta fantástica música, que se preocupaba porque sea tocada correctamente y al escucharla siento que esta música, que perdurará mientras tengamos alguna clase de aprecio por las artes, fue puesta en este mundo para mí”, dice Ruth en el documental de Alex Winter, mientras interpreta al piano The black page (1976). En una entrevista de 1993, cuenta que logró reunirse con Frank pocos meses antes de su muerte. “Fue como un milagro, reunirme con él después de 14 años sin haber tocado una nota y haber tenido algo que ofrecer”.

Ruth Underwood aparece en los siguientes discos oficiales de Frank Zappa & The Mothers Of Invention: Over-nite sensation (1973), Apostrophe (‘), Roxy & elsewhere (1974), One size fits all (1975), Zoot allures (1976), Zappa in New York (1977), Studio tan (1978), Sleep dirt (1979) y en cuatro volúmenes de la serie en vivo You can’t do that on stage anymore, lanzados entre 1988 y 1991.

[EL DEDO EN LA LLAGA] El 31 de diciembre de 2013 el diario berlinés independiente taz (Die Tageszeitung), de orientación progresista y alternativa, publicó una extensa semblanza de Jenny de la Torre, médica peruana dedicada a la atención de personas sin hogar en la capital alemana, fallecida recientemente el 10 de junio de 2025 tras una grave enfermedad. Debido a que ningún medio peruano se ha dignado informar sobre esta ejemplar mujer, quien, por su labor social, deja mejor parado el nombre del Perú que cualquier autoridad política actual de nuestro náufrago país, solicité a la redacción de taz permiso para traducir al español este artículo, el cual me fue concedido por escrito este martes 1° de julio.

El artículo incluye lo que podría considerarse como una hoja de vida de la médica peruana, que reproduzco a continuación:

La Dra. Jenny de la Torre Castro fue médica de personas sin hogar e iniciadora del Centro de Salud para Personas sin Hogar en Berlín. Nacida en 1954 en Nazca (Perú), su trayectoria es la siguiente:

1960: Ingreso al Colegio Antonia Moreno de Cáceres en Puquio (Perú).

1972: Finalización de la educación secundaria.

1973: Inicio de estudios de Medicina en la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica (Perú).

1976: Elegida para estudios en el extranjero en la RDA (República Democrática Alemana).

1977-1982: Estudios de Medicina en la Universidad Karl Marx de Leipzig, con examen final en 1982.

1983-1990: Trabajo en la Charité, hospital universitario de Berlín, en el departamento de cirugía pediátrica.

1986: Nacimiento de su hijo.

1989: Formación como especialista en cirugía pediátrica en la Charité, Berlín.

1990: Doctorado en Medicina (Dr. med.) con la calificación summa cum laude. Ese mismo año, trabaja como médica invitada en el Hospital Estatal de Salzburgo (Austria).

Sus intentos para regresar al Perú para trabajar como médica de personas necesitadas fracasaron ante los obstáculos burocráticos, lo que la llevó a establecerse definitivamente en Alemania.

1991: Asesoramiento en el marco del programa “Mujeres embarazadas y madres en situación de necesidad” en Berlín.

1994-2003: Médica de personas sin hogar en Berlín, en la estación de tren Ostbahnhof.

1998: Encargo docente como profesora invitada en el Instituto de Medicina Social, Epidemiología y Economía de la Salud (especialidad Medicina Social) en la Charité, Berlín.

 

Recibió varios premios y reconocimientos por su labor con personas sin hogar, entre ellos:

1997: Cruz Federal del Mérito de Alemania.

1997: Ciudadanía honoraria de su ciudad natal, Nazca, Perú.

2002: Premio Goldene Henne (Gallina Dorada), el mayor premio del público y de medios de comunicación de Alemania, que reconoce tanto a figuras públicas populares (elegidas por el voto del público) como a personas con méritos excepcionales en áreas sociales o políticas (seleccionadas por un jurado). Con el dinero del premio la médica peruana inició en 2002 la Fundación Jenny de la Torre para la atención médica de personas sin hogar.

2011: Premio Charity Award.

2013: Medalla Louise Schroeder, distinción otorgada anualmente por el Parlamento de Berlín desde 1998 a personas o instituciones que han destacado por su compromiso con la democracia, la paz, la justicia social y la igualdad de género.

En 2003, renunció en acto de protesta por la reducción de sus horas de trabajo en el consultorio para personas sin hogar en Ostbahnhof y comenzó a planificar la creación de un centro de salud independiente. En 2004 encontró un edificio apropiado y empezó la implementación y desarrollo del Centro de Salud para Personas sin Hogar. En 2008, su fundación adquirió el edificio, asegurando la sostenibilidad del centro a largo plazo.

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La doctora de los pobres

De visita donde Jenny de la Torre Castro en Berlín Centro. La médica ha creado allí un centro de salud para personas sin hogar.

31/12/2013
por Gabriele Goettle (traducción al español por Martin Scheuch)

OFW es la abreviatura administrativa en alemán para “ohne festen Wohnsitz” (“sin domicilio fijo”). No se puede determinar con exactitud el número de personas afectadas, pero se halla en constante aumento, y no existe una estadística oficial sobre personas sin hogar. Para 2013, se estimaba que en toda Alemania había aproximadamente 300,000 personas sin hogar o sin vivienda fija. En Berlín, se calcula que hay unas 10,000 personas en esta situación, muchas de las cuales viven en la calle en condiciones de extrema pobreza, incluyendo un número creciente de migrantes de Europa del Este en situación de precariedad.

En Berlín, durante la temporada fría, solo hay disponibles unas 500 plazas de alojamiento de emergencia financiadas por la ciudad. Estos refugios nocturnos para hombres y mujeres ofrecen, por lo general, un lugar para dormir en el suelo, sobre colchonetas dispuestas una junto a la otra. Estos lugares suelen estar abarrotados.

Quienes no aguantan dormir en estos albergues masificados o no logran encontrar un lugar para pasar la noche, sólo tienen como opción los minibuses de ayuda contra el frío de organizaciones benéficas, desde los cuales los trabajadores sociales distribuyen sacos de dormir, mantas, té caliente y sopa a las personas sin hogar en la calle durante la noche. El riesgo de desarrollar enfermedades crónicas debido al estrés constante en la lucha diaria por la supervivencia, sufrir congelaciones o algo peor es alto. Cada invierno, personas sin hogar mueren de frío en las ciudades alemanas, algo que ya se ha normalizado.

En la Pflugstrasse, en Berlin Centro, una pequeña calle paralela a la Chausseestrasse, se encuentra un hermoso edificio de ladrillo de tres pisos, con un patio, árboles antiguos y un jardín en la parte trasera del terreno. En este edificio, que data de 1890 y originalmente fue una escuela, se encuentra ahora el centro de salud para personas sin hogar gestionado de forma privada por Jenny de la Torre. Este centro ofrece atención médica gratuita de lunes a viernes de 8 a 15 horas a las personas sin hogar o sin vivienda fija, además de una amplia ayuda interdisciplinaria.

“No debe parecer frío”

Jenny de la Torre no es una rica heredera ni una médica a sueldo de personas necesitadas. Se lanzó a la incierta aventura de llevar a cabo su proyecto de forma independiente, con la ayuda de donaciones y colaboradores comprometidos. Lo ha hecho con éxito durante siete años. Ahora cuenta con más de 20 años de experiencia como médica de personas necesitadas, y su trabajo con personas sin hogar ha establecido estándares en Alemania.

Hace nueve años, Elisabeth Kmölniger y yo ya estuvimos aquí, también a las 8 de la mañana. En aquel entonces, todo estaba aún en fase de renovación.

La Dra. de la Torre nos recibe con un firme apretón de manos, fresca y animada, vestida con una bata blanca, con los ojos brillando de entusiasmo. Nos muestra rápidamente el edificio, abre las puertas de las salas de tratamiento y de estar, aún vacías, y se alegra por nuestros elogios a los muebles y los suaves colores de las paredes. «Los muebles nos los donó el Hotel Marriott, y los colores de las paredes los elegí yo misma; no quería que nada pareciera frío aquí», dice nuestra anfitriona mientras nos conduce a su consulta. Queremos saber cómo ha evolucionado el Centro de Salud desde su apertura en 2006.

Mantener la independencia

«Al principio, obtuvimos el edificio con un contrato de uso por 10 años. Lo renovamos completamente con fondos de donaciones y de la fundación, y después de cuatro años, la Fundación de la Torre pudo adquirir el edificio de forma inesperada, lo que fue un golpe de suerte. Comprar el edificio fue una decisión acertada, porque ahora muchas personas se benefician de ello: no sólo las personas sin hogar, sino también los empleados contratados de forma permanente y nuestros colegas voluntarios que quieren hacer algo significativo aquí.

Somos independientes, ya no tenemos que temer que nos desalojen, que nos recorten los fondos, que reduzcan las horas de trabajo o que eliminen puestos. ¡Todo eso lo he dejado atrás! Lo hemos pagado todo con nuestros propios recursos y donaciones, porque no queríamos endeudarnos. ¡Jamás! Ni siquiera en mi vida personal; para mí, las deudas son algo inaceptable.

Hoy tenemos ocho empleados fijos, incluyéndome a mí». Sonríe. «Estoy contratada como todos los demás. Sin embargo, los otros médicos trabajan de forma voluntaria. Además de la consulta médica, tenemos una clínica dental, porque hay enormes problemas dentales; también contamos con una oftalmóloga, ya que la vista es muy importante, porque sin gafas algunas personas ya no pueden leer. Además, tenemos dermatólogos, ortopedas, una psicóloga, una trabajadora social, cuatro abogados —dos vienen regularmente— y también está la señora Winter, la peluquera, que viene una vez por semana, y dos jardineros que también trabajan de forma voluntaria.

Intentamos ofrecer a nuestros visitantes tanto como sea posible. Por supuesto, también tenemos un comedor social. No cocinamos nosotros mismos; la comida nos la entrega Kiez-Küche, una cocina cercana, y nosotros solo la distribuimos. Una vez por semana, la Tafel (Banco de Alimentos) trae yogures, queso fresco y frutas frescas, que se preparan cuidadosamente en nuestra cocina. Tenemos un cocinero excelente. Podemos ofrecer mucho: hay diarios, libros y la posibilidad de escuchar música».

Las mujeres necesitan tampones

«Lo que no tenemos es una lavadora de uso compartido, porque la ropa que se sacan aquí realmente no se puede lavar, sólo se puede desechar. Lavarla y desinfectarla costaría tanto tiempo y personal que simplemente no es viable. Tenemos un ropero muy bien surtido, donde cualquier persona puede obtener sin problemas ropa limpia, zapatos, todo. Para las mujeres también hay tampones y compresas; las mujeres necesitan esas cosas.

Con las instalaciones de higiene, la situación es la siguiente: tenemos duchas para hombres y mujeres, pero están destinadas principalmente a los pacientes, es decir, a los que están enfermos. El problema es que, si vienen 30 o incluso 50 personas y todas quieren ducharse, técnicamente no es posible. Cada uno necesita aproximadamente una hora para desvestirse, ducharse y vestirse. Con algunos, incluso hay que tocar la puerta varias veces; lo entiendo, quieren disfrutar del agua caliente el mayor tiempo posible, pero a menudo hay mucha gente esperando y se arma un poco de alboroto afuera. Además, después de cada uso, las duchas deben desinfectarse cuidadosamente para que la siguiente persona no contraiga hongos en los pies o algo peor. El agente desinfectante debe dejarse actuar durante 10 minutos. Por eso, lo organizamos así: si no hay pacientes y no hay demasiadas personas, los demás también pueden ducharse. Si hay pacientes, no.

Esto es un centro de salud. El enfoque principal está puesto en la ayuda a los enfermos. Pero, por supuesto, también abordamos otros problemas, porque estos también deben tenerse en cuenta. Y no se trata solo de enfermedades físicas con las que llegan los pacientes, sino también de problemas psicológicos. Tienen adicciones. Algunos están bastante enfermos mentalmente. También tienen problemas legales, muchos tienen deudas, problemas sociales, conflictos con la policía, con las autoridades de orden público, conflictos con la familia o incluso han perdido todo contacto con ella. A eso me refiero con “enfermedades sociales”; sufren de una enfermedad social.

Si no se tiene esto en cuenta, si no se percibe a la persona en su totalidad, difícilmente se le puede ayudar. Puedo curar sus heridas una y otra vez, tratar las enfermedades que trae de la calle, pero el objetivo principal de nuestro trabajo aquí es la reintegración. ¡Quiero que estas personas dejen la calle! Y para eso se necesita todo: atención médica, higiene, ropa, comida, asesoramiento social y jurídico».

Nadie tiene seguro

«Muchos no tienen ningún tipo de documento. Un documento de identidad es lo primero. Pero sin fotos no hay documento, sin documento no hay ayuda social (Hartz IV) ni nada. Aquí en el centro tenemos la posibilidad de tomar fotos para documentos; un antiguo fotógrafo lo hace de forma voluntaria. También hay lugares donde las personas sin hogar pueden registrarse de forma provisional con la policía. Una vez superada esa barrera, se ha dado un paso importante. ¡De eso se trata!

Decidí hacer este trabajo porque no se puede esperar a que algo se resuelva por sí solo. Las personas están aquí y necesitan esta ayuda, ¡la necesitan ahora! En invierno, la situación se vuelve especialmente dura para las personas sin hogar. Muchos se enferman, andan con fiebre, duermen en la calle con frío, cuando en realidad deberían estar en una cama para recuperarse. Nadie tiene seguro médico. A veces, las autoridades nos envían directamente a las personas, por ejemplo, cuando alguien ha solicitado una ayuda por desempleo, pero el proceso de aprobación tarda de 5 a 6 semanas, y durante ese tiempo no tienen seguro médico.

Por supuesto, también nos ocupamos de ellos, pero en realidad no veo eso como mi tarea principal. Si me pusiera a quejarme, gastaría demasiada energía sólo en eso. Prefiero concentrarme en mis pacientes, en la persona que tengo delante de mí. Intento transmitirle un poco de optimismo, porque si me limitara a quejarme por todo lo que funciona mal afuera, eso no los animaría. Al contrario, podrían encerrarse aún más en sí mismos.

Aquí vienen personas con problemas de salud y muchos otros problemas que alguien que no los ha vivido no puede imaginar del todo. Cuando un paciente llega por primera vez, se le atiende de manera normal. Por ejemplo, llega un señor Müller y dice: “Solo quiero ir al ropero y conseguir algo de comida; me quedé sin hogar hace unas semanas, no sé qué hacer, me robaron el documento de identidad, no tengo seguro médico y me siento mal, me duele aquí y allá”».

Recolectar botellas

«Con el señor Müller tenemos que empezar desde el principio: preguntarle cuándo fue la última vez que visitó a un médico, cuándo y por qué se quedó sin hogar, dónde duerme (en casa de conocidos, en la calle o en albergues para personas sin hogar), de qué vive (recolectando botellas, mendigando, comedores sociales), qué trabajo tenía antes (algunos tienen derecho a la ayuda social Hartz IV, pero nunca la han solicitado), qué formación tiene, si está o estuvo casado, si tiene hijos. Cuando tengo una idea general de esta persona, podemos hacer un plan para ayudarla también socialmente.

Pero si el señor Müller no quiere contar su historia y prefiere permanecer en el anonimato, puede hacerlo, por supuesto. Sin embargo, debe inventarse un nombre para mis registros, porque tengo que documentar mi trabajo médico, cosas como: “Recibió penicilina”, etc. Hubo una mujer que se llamó a sí misma “Arco Iris”, otra quiso llamarse “Gorra”. Yo digo, está bien, lo importante es que lo recuerden la próxima vez que vengan».

Tiempo y paciencia

«La mayoría de las personas proporcionan información sobre sí mismas. Si me entero de que alguien lleva poco tiempo sin hogar, puedo ayudarlo de manera muy diferente a alguien que ha estado viviendo en la calle durante 15 años. Una persona que lleva tanto tiempo sin hogar necesita mucho tiempo y paciencia; apenas es capaz de lidiar con las autoridades. Se han resignado a vivir en la calle y están ocupados con eso las 24 horas del día. La anamnesis social es importante para mí, porque solo así sé qué necesita alguien además de la atención médica.

En la anamnesis médica, las preguntas más importantes son sobre hepatitis, VIH, tuberculosis, sífilis, ya que todas estas son enfermedades de declaración obligatoria.

Algunos pacientes son adictos a las drogas. Realizo un examen básico: diabetes, hipertensión, niveles de oxígeno, y les pido que me describan sus síntomas. Todo lo que puedo hacer por ellos de forma ambulatoria, lo hago. Para radiografías y similares, los envío al servicio de salud pública. A menudo también hay problemas dentales, entonces los derivo a nuestra clínica dental. Muchos tienen dificultades de visión, y pueden acudir a nuestra oftalmóloga, quien también tiene una colección de gafas donadas. También ofrecemos otros servicios: si hay problemas con la justicia, contamos con abogados; algunos han robado una botella o alimentos, muchos tienen deudas por viajar sin boleto, y temen terminar en prisión.

Tenemos una trabajadora social que les ayuda; ella puede imprimir de inmediato los formularios —hoy en día casi todos están disponibles en internet—, rellenarlos y llevarlos directamente a las oficinas. Técnicamente, no es un problema. Si alguien tiene mucho miedo de ir solo, ella lo acompaña. Pero no abrumamos a las personas con ayuda de inmediato, ¡por Dios!, también necesitan un momento de calma. Les digo: primero vayan arriba a comer y al ropero si necesitan algo. Mi consulta está abierta todos los días de 8 a 15 horas, y el desayuno se sirve desde las 8:30 hasta las 14:00 horas».

Un año de tiempo

«Me aseguro de que las personas no vengan indefinidamente como personas sin hogar y se vayan igual. Podrían ir a comer a otro lado si ese fuera el caso. No somos un comedor social en ese sentido. Somos, por un lado, un centro de salud, pero también queremos que las personas no se queden estancadas, sino que avancen un poco. Hemos implementado una tarjeta con la que pueden comer durante un mes entero. Después de un mes, hablo con ellos: ¿cómo están?, ¿han ido a las oficinas?, ¿qué ha pasado?, ¿qué problemas hay? Y entonces la trabajadora social les da una nueva tarjeta.

Les damos tiempo. Un año entero. Luego digo: bueno, un momento, ¿realmente necesitan nuestra ayuda todavía? Los he visto durante un año, y cada vez se ven peor. Tengo la impresión de que no podemos ayudarles de verdad. La mayoría reflexiona entonces y hace algo para salir de la calle. Si vemos que alguien puede lograrlo, ejercemos presión y lo ayudamos con todas nuestras fuerzas. Pero si veo que no hay progreso, los dejamos; algunos llevan años viniendo. Algunos tienen enfermedades mentales, y en esos casos ejercer presión sería algo completamente equivocado. Hay que evaluar cada caso individualmente.

En su mayoría, son hombres los que vienen aquí. El año pasado, el 83% eran hombres y el 17% mujeres; en promedio, siempre es alrededor de 80%-20%. ¿Y en cuanto a la edad? Va desde los 15 hasta los 80 años, pero el 90% tiene entre 30 y finales de los 50. Cuando trabajaba en Ostbahnhof, según mis registros, alrededor del 4% eran adictos a las drogas, pero ahora es mucho más. La proporción de personas con problemas de alcohol es, por supuesto, mayor, entre el 60% y el 70%.

La mayoría de los pacientes aquí son ciudadanos alemanes, pero cada vez vienen más personas de Europa del Este, especialmente rumanos y polacos. Algunos llegan completamente borrachos. Muchos no tienen documentos. Si se enferman, deben pagar la atención médica de forma privada, ya que los ciudadanos de la Unión Europea de Europa del Este aún no tienen derecho a atención médica gratuita. Tienen grandes problemas; tampoco pueden acceder a albergues para personas sin hogar, porque eso requiere un comprobante de cobertura de costos, que no obtienen. También han venido gitanos y gitanas que tenían alguna vivienda en Moabit, pero no estaban aseguradas. En esos casos, se trataba de dolores dentales. Pero también vienen personas de otras nacionalidades, desde Grecia hasta África y Nueva Zelanda».

Enfermedades de la pobreza

«La mayoría de los pacientes son de origen alemán y suelen estar en un mal estado general. Nuestros dermatólogos a menudo dicen: “Aquí vemos cosas que no he visto en toda mi carrera profesional: heridas, enfermedades de la piel, sarna, verdadera sarna, parásitos, piojos, ¡todo!” Las personas tienen enfermedades típicas de la pobreza, como la llamada “Schleppe”, una infección bacteriana de la piel con formación de pus y costras, a menudo en todo el cuerpo hasta la cabeza. Primero hay que limpiar completamente, desinfectar y tratar. También hay problemas estomacales, úlceras por el estrés, la mala alimentación, el insomnio, porque no tienen un lugar donde dormir tranquilos. Muchos ya han sido operados.

Hay enfermedades pulmonares: una vez vino alguien con tuberculosis abierta, y lo envié con transporte médico de inmediato al hospital; bronquitis crónica, asma. Y, por supuesto, enfermedades relacionadas con el alcohol: páncreas, cirrosis hepática, ¡claro! Algunos se autolesionan, se cortan con cuchillas, se queman con cigarrillos, chicas jóvenes, pero también chicos. Hay muchas anemias, lesiones por caídas, diabéticos sin tratamiento, úlceras en las piernas y, por supuesto, congelaciones cada invierno, generalmente en los dedos de los pies. Uno perdió la parte delantera del pie por eso. Todas son enfermedades directamente relacionadas con las malas condiciones de vida.

En el área de otorrinolaringología también hay mucho: infecciones de oído, anginas graves, y vienen sólo cuando ya no pueden hablar. Las infecciones oculares son frecuentes. Muchos tienen problemas de vejiga por el frío, incontinencia, diarrea, lo cual es especialmente grave cuando no tienen acceso a un baño ni a agua y ropa limpia. Cuando comencé en el consultorio de Ostbahnhof, vi a tantas personas en estado de abandono como nunca antes en mi vida.

Abandono significa: llega una persona que huele mal desde lejos, no se ha quitado los pantalones en mucho tiempo, los calcetines están pegados a la piel, hay gusanos, llueven piojos de la cabeza y el cuerpo; el personal de enfermería primero debe hacer un afeitado completo, desparasitar y ablandar todo… ¡eso es extremo! Ahora todavía veo algunos casos, pero no tantos. Actualmente hay cuatro consultorios de este tipo en Berlín, y eso tiene un impacto. Todos hemos logrado algo en Berlín, al menos un poco».

Se necesitan donaciones

«¿Qué ha cambiado en los últimos años? Hay muchos que no son personas sin hogar, pero no tienen seguro médico; tal vez fueron independientes, como taxistas, y dejaron de poder pagar los 600 euros de su seguro privado, o incluso la mitad para personas necesitadas. (Según la Oficina Federal de Estadística, hay unas 137,000 personas sin seguro médico, y 150,000 asegurados privados que no pueden pagar sus pólizas y adeudan cuotas. Nota de la autora.) Esto ocurre desde 2009, con la ley de obligatoriedad del seguro. Así que, entre nuestros pacientes, ahora hay un 20% que vive en una vivienda normal, pero no está asegurado. Una mujer me llamó una vez y dijo que ahora duerme en su quiosco porque sólo puede pagar o el alquiler o el seguro. También hay jubilados que no pueden pagar medicamentos adicionales o gafas.

Cada vez vienen más pacientes, y yo digo: ¡Por Dios, qué quieren estas personas aquí! Llevo casi 20 años haciendo esto. Al principio, venían las típicas personas sin hogar a mi consulta, gente pobre de clase baja. Ahora, también vienen personas pobres que antes tenían una mejor situación, personas educadas. Hemos tenido a un doctor en pedagogía, un arquitecto, un anestesista, una enfermera…

¿Qué deseo? Bueno, deseo que sigamos recibiendo donaciones para que esto pueda continuar. Desde 2006 hasta hoy lo hemos logrado. Y, en primer lugar, deseo que podamos sacar a la mayor cantidad de gente posible de la calle. Nuestros pacientes aquí no sueñan con palacios ni nada por el estilo. Anhelan una vida sencilla y normal. No quieren dormir bajo un puente, en un parque o en una casa abandonada, ni compartir una habitación con varias personas donde uno ronca, otro habla dormido o no puede dormir. Quieren una habitación para ellos solos, un pequeño apartamento. Me digo a mí misma: ¡en un país tan rico, tiene que ser posible sacar a la gente de la calle! Creo que este problema es susceptible de ser solucionado.

¿Mi motivación? Verá, crecí en los Andes, en Perú, y cuando tenía 13 años nos mudamos a Ica, en la costa. Allí, por primera vez en mi vida, vi a personas realmente pobres. Quedé impactada. Siempre me interesó mucho este problema, ¡me indignaba! Por eso me hice médica. No estoy aquí para hacer caridad, evangelizar o educar. Quiero ayudar a las personas en su situación de necesidad, tanto médica como mentalmente, y se trata de empoderarlas para que puedan reclamar su derecho, como ciudadanos que siguen siendo.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] La crisis moral de nuestra clase dirigente en tres episodios

Estos comentarios son fragmentos editados de los posts que dediqué en redes sociales a la trágica muerte de José Miguel Castro, a la triste partida de Joselo García Belaúnde y al lamentable comportamiento de Intercorp con los deudos y damnificados por la caída del techo del Real Plaza de Trujillo. Los encontré lo suficientemente sugerentes como para editarlos debidamente y convertirlos en un artículo, que, desde el análisis de tres casos bien diferentes, llega a la misma conclusión: la profunda crisis moral de nuestra clase dirigente.

No maten al mensajero, sobre Romy Chang, Intercorp y las víctimas del Real Plaza de Trujillo

Romy Chang, a quien en estas líneas no pretendo defender, no es más que la punta del iceberg o el “organismo ejecutor” en el chantaje y maltrato de Intercorp a los deudos y damnificados de la caída del techo de Real Plaza Trujillo hace unos meses. El Iceberg completo de esta indignante situación es el propio Intercorp que no hace más que confirmar el rol tradicional e histórico de nuestra gran burguesía que ha consistido en enriquecerse de los peruanos y de las riquezas del país, sin ninguna vocación a favor del desarrollo conjunto de la sociedad.

Para demostrarlo basta retrotraerse a los tiempos del guano, o recordar el triste papel que desempeñaron los llamados “12 apóstoles” -principales empresarios del país- en la quiebra absoluta de la economía peruana durante el primer gobierno de Alan García, cuya primera responsabilidad en el tema no se niega aquí. Pero nuestro gran empresariado a través del dólar MUC generó una fuga de divisas provenientes de nuestras reservas nacionales cuando lo que se esperaba de él era que reinvirtiese sus ganancias en el Perú para así procurar la reactivación de nuestra economía: sucedió todo lo contrario.

Más cerca en el tiempo, basta una pasada somera por el programa Reactiva aplicado en 2020 para favorecer a la pequeña y mediana empresas peruanas -mypes- en tiempos del confinamiento adoptado como prevención ante la pandemia del Covid-19. Al final, hicieron cola por gusto, las grandes corporaciones se quedaron con la parte del león de esos fondos.

Cierro, los muchos millones que estas corporaciones le deben a la SUNAT, es decir, al país, mientras que los contribuyentes de a pie hacemos esfuerzos por cumplir con nuestras obligaciones.

El maltrato y desdén a los ciudadanos de Trujillo víctimas del derrumbe del techo de Real Plaza de la localidad, no debe quedar impune. Ojalá un estudio de abogados importante, con conciencia social, tome su caso pro bono. A ver si, esta vez, hacemos aunque sea un poquito de justicia en este país donde no se conoce, siquiera, la definición del concepto.

La yapa, mientras el Club Liverpool le pagará a la viuda de Diogo Jota -joven futbolista trágicamente fallecido en un accidente automovilístico junto a su hermano- también futbolista,  el total de los 2 años que le quedaban de contrato y la educación de sus hijos hasta que culminen la universidad, Intercorp quiere callar con “un sencillo” a las víctimas y deudos del derrumbe del Real Plaza de Trujillo. Por eso Inglaterra es Inglaterra y el Perú es el Perú.

Joselo García Belaúnde, QEPD y que lo dejen descansar en paz

Han saltado los “políticamente correctos” a cuestionar a nuestro recientemente desaparecido embajador, el entrañable José Antonio García Belaúnde por haber sido canciller de Alan García. ¿Habría que cuestionar al embajador Manuel Rodríguez Cuadros por haber sido canciller de Alejandro Toledo? Yo creo que no, ambos embajadores obtuvieron logros muy importantes que condujeron a la victoria de la Haya, el reconocimiento de la controversia por parte de Chile el primero, la política de las “cuerdas separadas” el segundo.

A su turno, el expresidente Alan García  Pérez hizo bien en demandar a Chile en 2008, en firmar los límites marítimos con Ecuador en 2011 -por eso Ecuador no intervino en el litigio- y en tener a Joselo, con su política de las «cuerdas separadas», al frente de Torre Tagle mientras duró su gobierno. La crítica general de una  gestión no puede anular el reconocimiento de políticas exitosas específicas. Para algo somos historiadores y no activistas políticos.

Sobre García Belaúnde, este no solo dirigió los hilos del litigio de La Haya con solvencia, buen talante y mucha clase sino que, por ello mismo, obligó a la contraparte a imitarlo. Entonces el presidente chileno Sebastián Piñera nombró Canciller a Alfredo Moreno con la expresa finalidad de que baje el tono confrontacional de su cancillería para hacerlo compatible con el de Torre Tagle, siempre afinado y atildado. Fue así como pudimos implementar la referida política de las «cuerdas separadas» para llevar la controversia marítima al margen del resto de la relación bilateral. Con ella obtuvimos la victoria en la CIJ, pero también obtuvimos la paz y fortalecimos la relación bilateral con Chile.

QEPD José Miguel Castro y esperemos la verdad

Es infame que haya personas que por motivos políticos hayan intentado imponer la narrativa de que José Miguel Castro se suicidó, solo conjeturando y sin siquiera saber nada del estado de su salud mental. El suicidio es el drama humano más doloroso, debería tratarse con más respeto y humanidad. Se trata de dejar que la Fiscalía de la Nación haga su trabajo pericial para establecer las causas de su deceso.

Nos falta un mínimo, no sé, de sentido común y amor al prójimo, por decir lo menos. En este muro hicimos un llamado a ser más cautos y respetuosos con la posibilidad del suicidio de José Miguel Castro, drama humano que debe tratarse con moderación. Sin embargo, reiteramos, hubo quienes defendieron a capa y espada la hipótesis del suicidio  como si se tratase de un lobby o agenda política antes que como una postura personal ante estos dolorosos acontecimientos.

Hoy que la hipótesis del homicidio cobra fuerza, ha quedado expuesto el sector que se mostró demasiado interesado en imponer la otra posibilidad. Pensamos que no es tan difícil, por un mínimo de ética, esperar a conocer más el tema, esperar el resultado de las investigaciones,  nosotros lo seguimos esperando.

En resumidas cuentas, respecto de la trágica muerte de José Miguel Castro, me ha dado vergüenza ajena ver cómo los dos bandos que podrían resultar directa o indirectamente involucrados por esta triste situación se jalonean defendiendo la hipótesis del suicidio o la del homicidio, pues también hubo políticos que manifestaron notable interés en esta última opción para salir a responsabilizar, sin más, a otros políticos por el supuesto crimen. Con este morboso contrapunto, lo único que logramos fue restarle moral a lo poco que le queda de moral a la política peruana.

Pareciese que a nadie le interesase descubrir la verdad, cada uno defiende sus intereses y no nos centramos en este drama humano que ha estremecido al país.  Y estos son los bandos de nuestra política que aspiran a gobernarnos. El Perú merece más, Dios nos coja confesados.

 

Nunca está más oscura la noche que cuando está por amanecer. Ese viejo proverbio chino, repetido con resignación por quienes han atravesado tiempos difíciles, se adapta con precisión a la situación actual del Perú. Nos hallamos sumidos en una oscuridad que parece interminable: corrupción rampante, inseguridad desbordada, una clase política desacreditada hasta la náusea y una ciudadanía harta, descreída, escéptica. Y, sin embargo, hay motivos para creer que no todo está perdido. Hemos salido de crisis peores. Y lo hicimos —no está de más recordarlo— cuando tuvimos gobiernos capaces de mirar más allá del cortoplacismo vulgar y de los intereses mezquinos.

Lo que el Perú necesita no es una revolución, sino una refundación moral del Estado, un liderazgo lúcido y comprometido que crea, sin dogmatismos ni complejos, en las virtudes del mercado, en la inversión privada como motor del desarrollo y en la necesidad ineludible de contar con instituciones fuertes. Es decir, una democracia funcional, no este remedo que hoy tenemos, donde los poderes se confabulan o se anulan y donde la política se ha convertido en un espectáculo grotesco de cinismo e improvisación.

El próximo gobierno —si es que aún nos queda esperanza en el proceso electoral— debería poner el énfasis en aquello que más duele y más aterra a los peruanos: la inseguridad y la corrupción. Sin seguridad ciudadana, cualquier otro esfuerzo se diluye. Y sin una decidida voluntad por erradicar la corrupción —desde el Estado hasta las más altas esferas empresariales— no hay país posible. A la vez, no puede olvidarse el núcleo de todo proyecto moderno: una educación pública de calidad y una salud digna, sin clientelismo, sin mediocridad.

El Perú puede amanecer, si se lo propone. No es una ilusión ingenua, sino un anhelo basado en la convicción —sustentada en la experiencia— de que hemos sido capaces antes y podemos serlo otra vez. Si acaso hay una luz al final de este túnel, será porque tuvimos el coraje de exigirla y la sabiduría de construirla.

La del estribo: qué maravilloso leer por primera vez a Guillermo Cabrera Infante y su proverbial Tres tristes tigres. Un agradecimiento adicional al club del libro del entrañable Alonso Cueto. Revisitar autores clásicos es una bocanada de oxígeno en medio del tráfago miserable de la coyuntura.

[PIE DERECHO] La libertad de prensa es, en cualquier sociedad que aspire a merecer el nombre de democrática, un pilar tan esencial como las elecciones libres o la división de poderes. Y, sin embargo, en el Perú de hoy, ese principio elemental parece erosionarse a pasos agigantados. Lo revelan, sin ambages, los recientes episodios de hostigamiento judicial contra periodistas que tienen el valor —esa rara virtud en tiempos de cobardía generalizada— de fiscalizar al poder.

La denuncia penal del exministro del Interior Juan José Santiváñez contra Mónica Delta y otros periodistas de Latina es un acto propio de un régimen que confunde la crítica con el delito. ¿De qué se acusa a los reporteros? ¿De haber hecho preguntas incómodas? ¿De haber expuesto verdades desagradables? La democracia no necesita coristas del poder, sino fiscalizadores implacables.

A ello se suma la actitud intimidante del Ministerio Público, cuando la suspendida fiscal Marita Barreto, que aún mantiene el control del Eficoop, en lugar de proteger la libertad de expresión, la amenaza: Carlos Paredes, Augusto Thorndike, Milagros Leiva y hasta un canal entero como Willax, son sospechosos de conformar una organización criminal, bajo la lupa de una institución que debería ser garantía de justicia, no instrumento de vendetta política.

Y, como si todo eso no bastara, la congresista Patricia Chirinos —una caricatura de la intransigencia— pretende acallar a La Encerrona y a Marco Sifuentes, empapelándolos con querellas judiciales como si fueran delincuentes y no periodistas ejerciendo su oficio.

Estos hechos, que podrían parecer anecdóticos o aislados, configuran en realidad un patrón: el poder, cada vez más autoritario y menos tolerante, intenta disciplinar al periodismo. Criminalizar la crítica, domesticar al disidente, imponer un silencio cómodo.

La democracia peruana, ya maltrecha por otras dolencias, no resistirá mucho más si se liquida lo que queda de prensa libre. Que no digan, cuando el autoritarismo haya echado raíces, que no se les advirtió. Porque hoy no se persigue a los corruptos, sino a quienes los denuncian. Y eso, más que escándalo, es tragedia.

 

 

[INFORMES] Entre funcionarios que desempeñan hasta tres cargos y unidades en completo abandono, la Biblioteca Nacional del Perú escribe un nuevo capítulo en su historia marcado por la improvisación y la incertidumbre que pone en riesgo el patrimonio de esta institución.

Una vez más el desinterés y hasta desprecio por la cultura pone en grave peligro a una de las instituciones más antiguas del país. Durante la última semana, Sudaca publicó un informe en el cual se exponía la incomprensible decisión de quienes hoy conducen los destinos de la Biblioteca Nacional del Perú y colocan en puestos claves a personas cuya especialidad dista mucho de este ámbito.

Pero, lamentablemente, la situación expuesta por este medio está lejos de ser un caso aislado y, por el contrario, parece reflejar lo que sería el pan de cada día en la prestigiosa biblioteca que alberga el material bibliográfico que es parte de la historia peruana y que cuenta con más de doscientos años de antigüedad.

En esta oportunidad, Sudaca pudo conocer mediante fuentes muy confiables la situación que se viene repitiendo con las designaciones en cargos que son fundamentales para el correcto funcionamientos de la Biblioteca Nacional y que la actual administración parece repartirlos a su conveniencia.

COPIAR Y PEGAR

Entre las decisiones que vienen llamando la atención, incluso de los trabajadores más experimentados de la Biblioteca Nacional, están los extraños casos de funcionarios con más de un cargo. Esta situación, por ejemplo, viene ocurriendo en la oficina de planeamiento y presupuesto.

En esta área, la persona designada para llevar a cabo las funciones de jefe es Luis Gabriel Paredes Morales. Lo que las fuentes confiables consultadas por Sudaca han señalado como una situación fuera de lo común es que, además de tener este cargo, Paredes Morales también ha sido elegido dentro de la misma oficina como coordinador de la Unidad Funcional de Cooperación Técnica y Relaciones Interinstitucionales y la Unidad Funcional de Mejora Regulatoria y Estudios Económicos.


Pero este no es el único en el que parecen haber copiado y pegado nombre de funcionarios para llenar cargos disponibles. En la misma Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Elvis Henry Espinoza Castillo ejerce como coordinador de la Unidad Funcional de Planeamiento Estratégico y Estadística y también en la Unidad Funcional de Presupuesto.

PUESTOS DESCUIDADOS

En otra área de la Biblioteca Nacional, más específicamente en la Dirección de Bibliotecas Desconcentradas, se vive un panorama distinto. Mientras que en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto parecen haber llenado los puestos de coordinadores beneficiando a algunos funcionarios con doble cargo, en la Dirección de Bibliotecas Desconcentradas parecen haber olvidado que hay trabajo por hacer.

Primero es necesario señalar que esta unidad tiene a su cargo una tarea muy importante en un país como el Perú todo lo relacionado al sector cultural suele estar en una situación de precariedad y, en algunos casos, abandono absoluto. Por ello, la Dirección de Bibliotecas Desconcentradas tiene el encargo de gestionar las bibliotecas públicas que se encuentran fuera de Lima.

Pero, pese a que esto debería ser una tarea a la cual la actual administración de la Biblioteca Nacional le dedique especial atención, lo que se puede ver es que apenas se han tomado la molestia de designar a una persona responsable para dicha dirección y han dejado desierto el puesto de coordinador de la Unidad Funcional de Servicios Bibliotecarios y Gestión Cultural y lo mismo ocurre con la Unidad Funcional de Servicios Bibliotecarios Desconcentrados.


UN AMIGO ES UNA OPORTUNIDAD LABORAL

Lo relatado hasta ahora, obviamente, ha encendido las alarmas entre los trabajadores que llevan más años en esta institución y que, además, están siendo testigos de una imparable fuga de funcionarios capacitados. Pero a esta situación de incertidumbre y rumbo dudoso que empezó con la llegada de Ana Peña Cardoza al cargo de jefa institucional de la Biblioteca Nacional se le ha sumado un ingrediente extra.

Casualmente, tras el arribo de Peña Cardoza a este puesto, muchas de sus designaciones han caído en manos de personas que, al igual que ella, provienen o tienen algún vínculo con la Universidad de Piura. Por ejemplo, Cristina Milagros Vargas Pacheco, quien se encarga de la Dirección de Protección de las Colecciones, proviene de la misma universidad que la jefa institucional encargada de contratarla.

Esta misma coincidencia se repite con el responsable de la Oficina de Asesoría Jurídica, Cristian Manuel Silva Romero, quien comparte con Ana Peña Cardoza un pasado académico en la Universidad de Piura y ha llegado a dicho cargo durante la gestión de su excompañera universitaria.


La Biblioteca Nacional del Perú, lamentablemente, no ha ocupado un lugar preponderante en los planes de gobierno de la mayoría de mandatarios que han pasado por Palacio de Gobierno en los últimos años, pero pese a ello se había mantenido como una institución con un rumbo estable. Sin embargo, hechos como los que hoy alarman a sus propios trabajadores invitan a creer que esta institución podría estar en un riesgo como pocas veces visto.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que el liberalismo en el Perú parecía anunciar una era de lucidez. Era la década de los ochenta, cuando la ruina del estatismo y el terror de Sendero Luminoso empujaron a ciertos sectores ilustrados a redescubrir las virtudes de la libertad individual, el mercado abierto y el Estado de derecho. Hernando de Soto, con El otro sendero, ofrecía entonces una lectura esperanzadora: el Perú profundo, informal, emprendedor a su manera, albergaba en sus entrañas una protoeconomía liberal que solo necesitaba reglas claras y propiedad formal para florecer.

Pero esa visión, aunque audaz, pecó de ingenua. Confundir el ansia de sobrevivir del informal con una vocación liberal fue un error fatal. El comerciante ambulante, el mototaxista, el bodeguero de barrio no eran liberales en potencia, sino sobrevivientes del abandono, reaccionarios frente al Estado, antiestablishment por necesidad, no por convicción ideológica. Y cuando el liberalismo criollo, antes que rebelarse frente a ese Estado obeso, clientelista y corrupto, decidió convivir con él, aliarse a sus beneficios, se condenó a la irrelevancia.

En vez de encarnar la disrupción que requería ese magma social hastiado, el liberalismo peruano se volvió un remedo del statu quo. Se tornó tecnocrático, elitista, confundió el crecimiento económico con justicia, y la estabilidad con progreso. No supo articular una narrativa popular ni proponer una ética del esfuerzo con alma. Creyó que bastaba con cifras y marcos legales.

Hoy, devorado por los populismos de izquierda y de derecha, reducido a columnas de opinión y foros de nicho, el liberalismo peruano vive su hora más baja. No lo ha vencido el marxismo, ni siquiera el autoritarismo, sino su propia cobardía. En el Perú, ser liberal debió ser un acto de coraje, no de acomodamiento. Pero nuestros liberales, salvo contadas excepciones, prefirieron la comodidad de los salones a la incomodidad del pueblo. Y ahora pagan, como suele ocurrir en nuestra historia, el precio del desencanto.

 

[PIE DERECHO] La presidenta Dina Boluarte ha vuelto a escupir en la cara del país. Como si no bastaran los muertos de diciembre, el silencio insultante ante la prensa, las joyas inexplicables y las operaciones de belleza en plena tragedia nacional, ahora decide premiarse con un aumento de sueldo descarado. En un país donde más del 30% de la población vive en la pobreza, esta frivolidad no es solo una afrenta: es un crimen moral.

No se trata del monto en sí, aunque es escandaloso. Se trata del gesto. De la señal que envía una mandataria que debería estar recogiendo escombros, pidiendo perdón cada día por la forma en que llegó al poder y por los errores —por no decir horrores— de su gestión. En lugar de ello, se rodea de adulones, se ausenta del debate público, y ahora, cual reina de opereta, decide subirse el sueldo mientras millones de peruanos no tienen qué comer.

El Perú no solo padece una crisis política. Vive una tragedia de representación. Nunca en nuestra historia reciente se había sentido tan hondo el divorcio entre el gobierno y el pueblo. El Ejecutivo es una corte de fantasmas: ministros sin rostro, tecnócratas sin legitimidad, una presidenta que cree que gobernar es maquillar su imagen con bisturí, joyas y ahora, más dinero.

Y lo peor es que nadie parece capaz de frenarla. El Congreso, igual de desprestigiado, mira a otro lado. La clase política, fragmentada y ruinosa, piensa en las elecciones del 2026 como si fueran un trámite más, sin entender que lo que se gesta hoy es una ola de hartazgo que puede arrasarlo todo.

Aumentarse el sueldo en estas circunstancias no es solo torpeza: es una provocación. Una muestra de que este gobierno, más que autoritario, es simplemente indiferente. Y esa indiferencia, tarde o temprano, será castigada. No en los pasillos del poder, sino en las urnas, cuando los peruanos decidan que ya no quieren más reinas ni virreyes, sino un país que los respete.

 

[CASITA DE CARTÓN] Esta Casita de Cartón abre sus puertas una mañana de domingo en este invierno tétrico y grisáceo con una notificación de TikTok. Una vez dentro del universo de videos que van y vienen como hojas danzando con el viento, aparece por casualidad aquel entrañable y melifluo tráiler de Puedo Escuchar el Mar, una tierna y a la vez nostálgica película que evoca los vientos puros e inocentes de la juventud, exactamente remontándose a la época escolar. Al instante, me fue inevitable no adentrarme al túnel del tiempo y regresar a aquellas épocas en el Mariscal Cáceres o en el Romeo Luna Victoria, colegios donde forje mis años de estudiante, cuando era tan feliz detrás de una pelota de fútbol o escribiendo cartitas de amor a aquellas enamoradas de mis amigos o alguna compañerita que inspirara en mis suspiros de ensueño. Aunque debo confesar que, por un periodo de esos años, era un ferviente seguidor de lo encantado, lo inalcanzable, lo platónico, de aquellos amores que brillaban a lo lejos como estrellas que resplandecen a lo profundo en este anochecer de junio. Como esta máxima del gran casanova y conquistador, el don juan por excelencia de la poesía peruana, César Calvo: “He aprendido en esta vida, si he aprendido algo, que nada hay más hermoso, nada más perdurable ni perfecto, que el recuerdo encantado de lo que nunca ocurrió”. Y se quedaban así, entre páginas de ilusiones que atesoraba en una casita de cartón.

Es que ya por esos días era devorador de poesías. Pero no solamente de versos de eximios poetas como Vallejo, José Asunción Silva, Mallarmé sino también ya me nutría de excelsos narradores como el gran Gabo, quien señalaba en esta arista jodidamente romántica: «En verdad hay sentimientos que es mejor que se queden en lo platónico; y es mejor recordarlos así, irreales, inacabados, porque eso es lo que los hace perfectos». Yo tenía esa concepción en los primeros años de la secundaria. Pero entre confesiones, debo decir que nunca fui un ratón de biblioteca. Por el contrario, era un devorador de libros, pero a su vez un belicoso bullero y peleandero cuando había que dar el cuero, porque como era en esos tiempos y más en los colegios turnos tarde y en un “cono”, el respeto se ganaba a base de puños. Sobre todo, en mi siempre recordada escuelita en Los Olivos, “Andrés Avelino Cáceres”, donde me hice hombre, ya que pasaba comúnmente, como la canción de los punkekes argentinos, 2 minutos, “piñas van, piñas vienen”.

Y entre estos recuerdos que suele acompañar mis días, me reencontré con un gran amigo de esos años, Gerardo Guerrero, quien ha regresado recientemente desde el país del Tío Sam a estas latitudes, aunque no por voluntad propia, sino por la polémica y férrea política migratoria de Trump. Contándome la vida del inmigrante que va en busca del sueño americano, desmitificándolo con la pobreza abrumadora que yace como el culto al materialismo, consumismo y al engaño que parecen respirar entretenidamente. Porque realmente el país de la libertad hace mucho dejó de ser lo que Hollywood ha sabido pregonar eficazmente. Haciéndonos creer que es el paraíso terrenal y que su política exterior es la de los ‘avengers’, de los siempre guardianes del mundo, con las ínfulas cansinas de ser los buenos de la historia, cuando bien sabemos que tienden a serde los grandes gestores de miserables y tétricas guerras. Pero entre todas las vivencias que pasaría, como el dormir por necesidad en la calle o en McDonald´s, lo que me dejaría más sorprendido sería los dos meses que pasaría encerrado en una cárcel debido a la política rigurosa ya mencionada y el trato que recibiría. Pero a su vez, que tendría como único compañero en aquellas noches desoladoras un librito sobre la vida del gran trovador de Minnesota, Bob Dylan, mientras su mente viajaba en el vaivén del deseo que era volver a ver su pequeño hijo, Gabriel Salvador. Después hablaríamos sobre tiempo y de lo fugaz que tiende a ser, de lo que creíamos que seríamos y de dónde estamos hoy. Del que parecemos estar tan lejos de aquel mar que creíamos eterno que era la juventud, siendo ahora que nos sentimos cada vez más perecederos. Ahora vamos a bares y hablamos de viejos amigos como amores y poco a poco vamos peinando canas sin quererlo.

Al terminar este escrito, suenan las campanillas melodiosas de Anri con esos saxos tan puramente refrescantes, tan verdes como un campo que nunca pisamos, pero del que creemos haber vivido en alguna otra vida, cerca del paraíso, bajo un sol fulgurante, un crepúsculo en la retina de nuestros mejores recuerdos. Y en eso llega la escena final, el reencuentro de los personajes: el tosco pero noble Taku Morisaki y la engreída Rikako Muto. El pasado toca de nuevo el presente, con el acordeón de una existencia profunda y lenta. Una mirada que el tiempo no ha cambiado, solo nuestros rostros, que caen bajo la sombra de los años.

Y seguimos viviendo, nadando entre los suspiros de los días, con los recuerdos como estelas que dejamos en la arena profunda del tiempo, perdiendo la mirada en lo eterno. Y lo eterno es el mar y el cielo que hoy miramos.

Esta casita de cartón cierra sus puertas poniendo en su tocadiscos a Anri-Remember Summer Days, caminando por el túnel del tiempo, en los años de escuela, buscando reencontrarse con ese joven que buscaba comerse el mundo, cuando lo único que tenía eran sus sueños. Nuestros sueños. Y aún los tenemos. Aún oímos el mar, aunque ahora un poco más lejos por el tiempo.

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