[MIGRANTE AL PASO] La calle en otro tiempo, tenía sus baches, poca iluminación y veredas irregulares por las fuertes raíces que rompían todo a su paso al crecer, especialmente, cuando se trataba de árboles antiguos. Existía un cable que se cubrió de enredaderas y caía como una cortina verde y misteriosa; de día las ardillas atravesaban de un lado al otro. Si tenías suerte, camino hacia el acantilado, en esta pequeña cuadra, una luna descomunal te recibía casi a la misma altura. Nada como ingresar a tu hogar tras contemplar un paisaje.

Regresaba de noche, después de una parrillada con amigos. Reuniones que cada vez son menos frecuentes. Algo que no me gusta de la adultez: puede ser más solitaria. Antes de estacionarme me quedé observando hacia el final del jirón a través del parabrisas. La pelota se escuchaba cuando golpeaba contra el garaje de madera. Uno tras otro. El niño con guantes, uniformado, saltaba de un lado para otro. Sonreían. El hombre pateaba y el pequeño atajaba. No presenciaba algo así hace mucho. Sentí que, después de todo, no todo está corrompido. Una vivencia sencilla, pero nostálgica y hermosa. Me transmitieron el buen ánimo. En esta misma calle, 28 de Julio, hacíamos lo mismo. Ventanas rotas y vecinos que nos gritaban por golpear sus autos de un pelotazo. Palos de arco. Ronaldo, Tévez y Shevchenko a nuestras espaldas. Gritábamos como si disputáramos una final. Todo eso genera una breve experiencia.

En el entorno en que creces, inevitablemente tu psique va llenando las estructuras arquetípicas; personajes y espacios cumplen un rol. Algunos varían, otros permanecen. Ya sea un barrio, un colegio o solo tu casa. Nuestros padres eran la autoridad y la ley. Mi abuela era la guía, el sabio, el mago que nos acompañaba en aventuras. En mi hermano veía al héroe y al rival, pero sobre todo al compañero. Solo con eso ya puedo imaginar incontables relatos bajo ese sistema. No podían faltar nuestros guardianes, nuestros centinelas salvajes y feroces, la fuerza caótica para desatar temor que todo niño necesita como protector. Primero fue un pastor alemán gigante, luego muchos más.

—¡Fran, anda a comprarme cigarros, porfa! —me decía mi padre. En ese tiempo fumaba y me convenía, porque me quedaba con el vuelto y de paso una gaseosa y un chocolate. Iba con mi perro, más grande que yo. Entraba a Piselli, bar legendario de la esquina de mi casa, caminaba entre las mesas redondas con sillas antiguas. Olía a madera y a viejo. Todo lleno de botellas en las paredes y, en un par de mesas, el grupo de siempre. Unos ancianos que siempre me trataron bien, definitivamente mejor de lo que se trataban a ellos mismos. No importaba la hora, siempre estaban allí. En ese oscuro sitio encontraba la decadencia del caído en el grupo de marginados. Encarnaban un destino trágico, pero no llegaban a ser de una energía negativa, por lo menos así es en mis recuerdos.

—¡Mi gordo! —me gritaba el Zorro, quien atendía en la cantina. Lo percibía mayor, pero habrá tenido 20. Me daba lo de siempre. Ya era conocido. El joven carismático me salvó de robos y peleas cuando, ya más grande, exploraba las noches barranquinas.

El PlayStation era el entretenimiento dentro de casa, pero en la calle las pichangas 3-3, el skate y carreras en bicicleta cumplían ese papel. Como siempre, alguien debía ser el villano. Un viejo cascarrabias, gordo, calvo y bajo. Como verán, muy feliz no estaba. Era el opositor. Nos gritaba cada vez que le caía una pelota en su coche, un Yaris turquesa. Buen gusto tampoco tenía. Nos hacía la vida insoportable. Ponía nuestra libertad en tensión. Felizmente éramos reactivos y un poco locos. En represalia, colocábamos palos cerca de su carro para que tuviera que moverlos cuando quisiera salir. Un poco de ejercicio tampoco le venía mal. Había otro personaje sombrío pero ambivalente: no era negativo, pero sí un tanto siniestro. También, un lugar.

A pocas casas de la emblemática cantina, había una vivienda antigua. Parecía que cualquier temblor la derribaba. Vivía una señora canosa; nunca le vimos el rostro porque el cabello siempre lo cubría. Caminaba encorvada. Daba miedo, pero no dejaba de ser una anciana. Le decíamos “la bruja”. Simbolizaba el misterio y enlazaba, dentro de nuestra cosmovisión infantil, con el otro extremo de la calle, donde ya no había salida: llegabas a una pared de enredaderas y árboles, en los cuales varias veces me estrellé en bicicleta por no saber frenar. Dentro de esa selva —el Amazonas para una mente que recién está descubriendo el mundo— se ocultaba un pasaje secreto, uno que descubrimos en alguna exploración ya olvidada.

Este era un portal hacia otro mundo, como la puerta torii en un templo sintoísta. Era un umbral en el que ingresabas a lo prohibido, un espacio de riesgo y calma. Un submundo a pocos metros de mi cuarto. Cuando terminaba el año escolar nos metíamos, pasábamos por restos de lo que fue una casa. Quedaban ruinas, un arco de pared intacto. Se podía ver dónde estaban los cuartos y la cocina. Un enorme hueco con un mueble dentro era un hoyo negro de sentimientos reprimidos, miedo y lo no dicho. En este lugar, como rito de paso, quemábamos los cuadernos del año de estudio y nos quedábamos viendo el fuego largo rato. Pasamos mucho tiempo en ese sitio, nos gustaba jugar con la sombra.

Ahí estaba yo. El viajero entre mundos. El niño-héroe que aún se mantiene en formación. Y ahora, como guardián de la memoria y cronista, desempeño el rol de testigo: el que observa y lo cuenta.

[PIE DERECHO] La derecha se comporta como una aristocracia decadente: distraída, ensimismada en sus peleas internas, convencida de que su turno es un derecho natural. No ve que el país hierve de rabia contra los mismos de siempre, contra los que controlan el poder, contra quienes prometen orden y solo entregan privilegios. Allí, en esa indignación, es donde la izquierda radical pesca con facilidad.

El riesgo no es hipotético. Es inminente. Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz, emocional, de revancha. Y ese mensaje, aunque irracional, conectará con la furia de las mayorías.

Si la derecha política sigue anestesiada por encuestas engañosas, y los poderes fácticos de la sociedad civil (empresarios, medios, líderes de opinión) no se activan en la línea correcta, el despertar será demasiado tarde, cuando ya nos encontremos en segunda vuelta a un adversario extremista o, lo que sería peor, dejando la suerte del país en manos de dos radicales, a falta de uno, que no dudarán en dinamitar lo que queda en pie del sistema destruyendo lo mucho o poco de democracia y de economía de mercado que se ha logrado construir en las últimas décadas. No es una advertencia ligera: es la crónica de un desastre anunciado.

La del estribo: ¡Qué hermosa novela corta La perla, de John Steinbeck! Con ésta, la segunda entrega del escritor norteamericano luego de la magistral Las uvas de la ira, en el club del libro de Alonso Cueto. Y dos recomendaciones cinemeras: Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet. Como siempre, con su proveedor favorito. Y Higuest 2 Lowest, de Spike Lee, con la actuación de Denzel Washington, en Apple y también con su proveedor de confianza.

SUMILLA: “Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz”

 

[INFORME] Luego de recibir más de treinta mil soles mediante el financiamiento público a los partidos políticos, el abogado de Vladimir Cerrón ha vuelto a acceder al dinero de los peruanos. En esta oportunidad, es el Congreso quien aprobó un pago por casi quince mil soles el pasado mes de agosto.

“Nunca digas de esta agua no beberé”, fueron las palabras con las que Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, le recriminó por estos días a la expremier Betssy Chávez por haber votado en contra de la renovación del Tribunal Constitucional que esta semana fue el encargado de devolverle su libertad.

Tiempo atrás, este tipo de posturas por parte del fundador del partido del lápiz podrían haber resultado difíciles de imaginar por mostrar una inesperada coincidencia con aquellos sectores de la política peruana, y especialmente del Congreso, con los que parecía tener diferencias irreconciliables.

Pero el paso de los meses y años desde aquella elección presidencial del 2021 parece haber desaparecido aquellas discrepancias y ha hermanado a quienes alguna vez supieron estar en polos opuestos. Sin embargo, el detrás de escena de esta unión no sería la búsqueda del entendimiento por el bien del país sino el aprovechamiento de los recursos disponibles.

EL ABOGADO FAVORITO DEL LÁPIZ

Hasta antes del año 2021, el nombre de José Enrique Llumpo Agapito estaba lejos del foco de la atención de la coyuntura política del Perú. Sin embargo, el destino de este abogado cambiaría radicalmente cuando se acercó a Vladimir Cerrón Rojas y la agrupación política Perú Libre.

Para el 2023, el abogado José Llumpo se convirtió en noticia en octubre de dicho año por su llamativa estrategia de interponer dos demandas de habeas corpus, en Lima y Huancayo, con el propósito de anular la sentencia de más de tres años de prisión que el prófugo líder del partido de lápiz se negaba a cumplir. Llumpo Agapito sostenía que había ocurrido una “vulneración de los derechos al debido proceso, de defensa y a la motivación de las resoluciones judiciales”.

Aunque este intento no dio resultado, esta no sería la última vez que el nombre de este abogado tendría notoriedad en los medios. Durante el año pasado, un informe periodístico del portal Epicentro alertó que en la rendición de cuentas de Perú Libre a la ONPE por el uso del financiamiento público a los partidos políticos se encontraron graves irregularidades que constituirían el mal uso de este dinero.

Entre la información que brindaba la propia ONPE sobre el detalle del uso del dinero público figuraba José Enrique Llumpo Agapito. Casulamente, el mismo que presentó el habeas corpus en favor del líder de este partido recibió diversos pagos que acumularon un total de treinta y tres mil soles por lo que fue explicado como un “servicio de asesoría legal”.


Tras el rebote mediático que tuvo esta información, el abogado de Vladimir Cerrón despareció de la escena pública. Pero esto cambiaría durante el pasado mes de agosto cuando Sudaca pudo encontrar que el nombre del letrado volvió a aparecer en una lista de órdenes de servicio que se paga con fondos del erario público.

En esta oportunidad fue el Congreso quien aprobó un importante pago a nombre de José Enrique Llumpo Agapito por lo que fue descrito como una asesoría y/o defensa legal. En esta oportunidad, el monto que recibió este abogado cercano a Perú Libre fue de casi quince mil soles.


Cabe señalar que este tipo de servicios, aunque son propuestos por el servidor público que solicita la asesoría o defensa legal, tiene que contar con la aprobación de la Mesa Directiva del Congreso, la cual está integrada por segundo periodo consecutivo por alguien que no sólo es un miembro de Perú Libre sino que es el propio hermano de Vladimir Cerrón.

ES UNA COSTUMBRE

Lo que ha ocurrido con este abogado cercano a Perú Libre no es una situación sin precedentes en el actual periodo parlamentario. En lo que parece ser una costumbre entre los actuales padres de la patria, otra agrupación política ha aprovechado la oportunidad para usar el dinero de los peruanos para contratar un servicio legal brindado por una persona a fin a su partido.

En abril del año pasado, el medio Infobae expuso que el congresista César Revilla Villanueva pidió que el Legislativo le otorgue más de cuarenta mil soles que terminarían siendo pagados al estudio Loza Avalos Abogados, el cual tiene a Giulliana Loza, la abogada de Keiko Fujimori, como socia y gerente general.


Aunque en el Congreso coexisten agrupaciones políticas que dicen defender ideales políticos radicalmente opuestos, casos como el del abogado de Vladimir Cerrón exponen que en el Legislativo no existen diferencias cuando se trata de dar la aprobación para que se utilice dinero del sector público.

 

 

Un fundador que piensa en red

En el mapa latinoamericano del network marketing, el nombre de David Novoa aparece ligado a una fórmula simple y obsesiva: producto competitivo, relato potente y una escuela comercial que evangeliza a diario. Fuera del ruido de las oficinas, su vocación ha sido poner la marca Teoma en el centro de una comunidad de bienestar, primero en Perú y luego en mercados vecinos. La historia oficial lo ubica como fundador y rostro que presenta anuncios, metas y nuevas plazas.

El creador detrás de cada fórmula

Más allá de la dirección empresarial, Novoa se ha consolidado como el creador de todos los productos de Teoma, fórmulas propias y patentadas a nivel global que hoy superan las 150 referencias entre nutracéuticos, cosmecéuticos y bebidas funcionales. Su papel como formulador no solo respalda la innovación constante de la marca, sino que también legitima a Teoma como un referente científico y comercial de la industria en América Latina.

De la Amazonía a las vitrinas del continente

El discurso de Novoa se apoya en un portafolio amplio de productos que reivindican ingredientes andinos y amazónicos. La compañía ha comunicado en repetidas ocasiones su presencia regional —Perú, México, Costa Rica, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina y Colombia— y su estrategia de crecimiento con tienda y logística propia.

El salto cualitativo de la narrativa de marca

Organizar convenciones masivas, giras de entrenamiento y crear “momentos” que cohesionen a la red ha sido parte del ADN de la firma. Eventos como Teomorfosis y campañas de reconocimiento a su base comercial han servido para alinear mensaje y cultura, mientras la dirección habla de nuevos mercados —incluida la entrada a Europa— y de reforzar locales en los países donde ya operan.

Productos en el centro del negocio

Aunque la retórica de Novoa suele enfocarse en propósito y comunidad, el corazón es el producto. Ese músculo comercial, afirman medios del rubro, es lo que ha permitido a Teoma sostener su expansión y profesionalizar la cadena de suministro, respaldado siempre por la visión y capacidad formuladora de su fundador.

David Novoa: Empresario y el mejor formulador de productos de América Latina que puso a Teoma en el liderazgo regional

Reconocimientos y legitimidad social

El relato de expansión vino acompañado de premios y condecoraciones al liderazgo emprendedor de Novoa en distintos escenarios internacionales. Para la comunidad, estos hitos funcionan como sellos de confianza que refuerzan la promesa de progreso económico y movilidad social asociada al negocio.

Nuevas líneas para un nuevo rumbo

Actualmente, David Novoa y su equipo preparan el lanzamiento de nuevas líneas que, según adelantan, marcarán un nuevo rumbo para Teoma y para toda la industria de redes de mercadeo en América Latina. Con ello, la compañía busca reafirmar su papel como referente regional y dar el siguiente paso en su expansión internacional.

Un pionero hecho a pulso

En un sector donde las compañías nacen y desaparecen con rapidez, David Novoa Guibovich ha construido una marca de largo aliento. Ha sabido contar una historia —bienestar, superación, orgullo peruano— y convertirla en arquitectura empresarial: productos de alta rotación, eventos que fidelizan, compras que aceleran y una expansión que ya mira a Norteamérica y Europa. Esa es, hoy, la promesa de su liderazgo: ser el empresario y mejor formulador de productos de América Latina, poner a Teoma en la conversación global del bienestar hecho en la región y demostrar que desde Lima también se pueden escribir manuales de crecimiento en la industria de la venta directa.

[MIGRANTE AL PASO] De noche las calles más simples, aquellas que en el día parecen insignificantes y que nadie recuerda dos cuadras después de haberlas recorrido, toman un aura peculiar. Es como si se quitaran el disfraz rutinario que llevan bajo el sol y se atrevieran a mostrarse en su verdadera forma. Tal vez es mi astigmatismo el que distorsiona las luces y me hace verlas más alargadas, más espectrales de lo que en realidad son. O quizá es el silencio, un silencio que nunca se encuentra a plena luz del día, lo que cambia por completo la percepción. Ese silencio pesa, acompaña, se adhiere a las paredes desconchadas y a los postes, y termina por volver extrañas las mismas cuadras que a la tarde pasan inadvertidas. No todos conocen la noche y sus misterios. La ciudad se transforma, los personajes que caminan en ella se tornan más herméticos, como si cada rostro escondiera un secreto y cada rincón guardara un relato pendiente.

Siempre me ha costado dormir. En todas las ciudades donde he estado, nunca ha faltado la caminata de madrugada, acompañada por varios cigarros que se consumen con la misma rapidez con la que pasan las horas. Muchos creen que no estamos hechos para vivir de noche, que la oscuridad es contranatural, pero la realidad es que muchísima gente lo hace, y no necesariamente por gusto, sino porque hay un magnetismo difícil de explicar que empuja a algunos a preferir la penumbra. Allí, en la oscuridad, se esconde otro plano de la ciudad, un plano que convive con el visible pero que rara vez se cruza con él. A veces te encuentras con las mismas personas, aquellos que también se sienten más cómodos respirando el aire fresco y escaso de la madrugada. Los reconoces, aunque no hablen, aunque pasen de largo: comparten contigo la complicidad de la noche.

Se suele pensar que el crimen y el mal vivir reinan cuando cae el sol. Y puede ser cierto en metrópolis gigantes, donde el anonimato es absoluto y la violencia encuentra escondrijos en cada esquina. Pero en otros lugares la noche suele ser un tiempo de calma y de paz, un refugio donde las calles adquieren un carácter más íntimo, más cercano. Recuerdo en Buenos Aires, cuando mi vida estaba desordenada, sin estructura ni rumbo, me encontraba más despierto de noche que de día. Era una paradoja: mientras la ciudad intentaba dormir, yo me encendía, como si mis pensamientos solo pudieran articularse al margen de la rutina establecida. A lo largo de la historia, la noche ha sido siempre terreno de mitos y leyendas. Vampiros que seducen antes de hundir sus colmillos, asesinos que esperan agazapados en la sombra, fantasmas que aparecen en el umbral entre el sueño y la vigilia. Por eso tanta gente la teme: porque proyecta en ella todo lo que no entiende de sí misma.

Lamentablemente, hoy la inseguridad ya no necesita ocultarse en la penumbra. El día ha dejado de ser garantía de resguardo. Lo vemos a diario en nuestro país: los asaltos ocurren en avenidas repletas de gente, los crímenes suceden frente a cámaras y testigos. Los monstruos legendarios nunca fueron más que un reflejo nuestro; los verdaderos monstruos han sido siempre humanos, y pruebas de ello sobran.

Los primeros años después de salir del colegio la noche tomó un carácter distinto, más ruidoso y superficial. Se convirtió en sinónimo de fiestas, de locura, de peleas absurdas en discotecas, de amanecidas interminables que dejaban el cuerpo agotado y la mente vacía. La magia se esfumó y la oscuridad se volvió autodestructiva. La noche había perdido el misterio. Poco a poco comprendí que la vida nocturna no tiene por qué reducirse a un escaparate de excesos; puede ser, más bien, un espacio de contemplación y de recogimiento, un territorio donde uno se reconcilia consigo mismo.

Mis mejores recuerdos de la noche no provienen de esa etapa desenfrenada. Están en otra parte, en un tiempo más antiguo. De niño, en campamentos escolares o en las noches en la Cantuta, la oscuridad se vestía de aventura. Jugábamos a buscar fantasmas, a encender linternas que dibujaban figuras extrañas en los árboles, o nos reuníamos alrededor de una fogata donde algún padre de familia narraba historias de terror. Ese sentimiento de misticismo, de expectativa genuina ante lo desconocido, es casi imposible de reproducir en la adultez. Se extraña bastante. Era un miedo sincero, cien por ciento puro: la convicción de que algo sobrenatural podía aparecer en cualquier momento y obligarnos a salir corriendo.

Recuerdo la sensación de hacerme el valiente y regresar solo al bungaló o a la carpa. Doscientos, trescientos, quinientos metros a oscuras podían convertirse en una eternidad. Caminaba intentando controlar el impulso de correr, mientras mi respiración se aceleraba con cada paso. En uno de esos paseos escolares me ofrecí para acompañar a una amiga; el trayecto de ida fue fácil, lleno de bromas y risas nerviosas, pero el regreso en solitario fue espantoso. Hasta hoy me acuerdo con nitidez del miedo que sentí. Imaginaba que uno de los fantasmas de los que tanto habíamos hablado iba a aparecer de repente y que mi corazón se detendría al instante. Visualizaba mi cuerpo petrificado en medio del bosque, encontrado por los demás al día siguiente. Fue tanto el miedo que todavía recuerdo los pensamientos exactos que me atravesaron: trataba de aparentar coraje, pero en el fondo probablemente era el más miedoso de todos.

La noche tiene ese poder: despoja a las personas de sus máscaras. Lo que somos, lo que sentimos en lo profundo, se revela bajo la oscuridad. Quizá por eso me atrae tanto, quizá por eso nunca he dejado de buscarla, de recorrer sus calles y de medir mi propio miedo, mi propia curiosidad, frente a lo desconocido. La noche, con todos sus riesgos y con todas sus promesas, sigue siendo el escenario donde mejor se refleja nuestra humanidad. 

 

 

 

[Música Maestro]  El abuelo, Larco y otros postres

“… y mientras el viento se levanta vuelo y revuelo… así como el esperma espero, así como el esperma, espero…”. Esa extraña frase es la última de El abuelo, misteriosa viñeta vocal escrita y grabada por Andrés Dulude en el Estudio Amigos de Edmundo Delgado, en La Victoria, para abrir el segundo LP de Frágil, Serranio, lanzado al mercado local en 1990 en medio de gran expectativa pues se trataba del retorno del cantante después de casi una década de su primer alejamiento.

La voz distorsionada -con amenazante risa que se aleja- y la retorcida atmósfera de los teclados de Tavo Castillo no es lo que en términos convencionales podríamos denominar “una canción”. Es más bien una breve introducción de minuto y medio para establecer el tono oscuro de Animales, segunda parte de la archiconocida y revisitada Av. Larco, en la que los cazadores, diez años después de su aparición oficial, siguen con sus malas artes pero ya no solo en la emblemática avenida miraflorina sino desplegando sus “intransigentes modales” en casas y oficinas.

Siempre encontramos esa clase de giros en las letras que Dulude escribió para Frágil, su grupo por antonomasia, a pesar de que según él mismo cuenta, fue el último en llegar. Su poesía es oscura, irreverente, de denuncia, pero también algo arcana, oculta. “Todas son como hijas para mí, las escribí con sentimiento y emoción” me responde, cuando le pregunto cuál es su favorita. En Pastas, pepas y otros postres, otra clásica del legendario álbum debut de Frágil, don Andrés le pone el ojo, entre otras cosas, a los borrachos y marihuaneros que fingen sentir apego a la naturaleza pero “se fuman las plantas a un grito diciendo ¡no me interesa!”.

Si seguimos escarbando en sus versos, hallaremos referencias al gobierno militar y las levas, la inmigración vista desde la óptica de un limeño ochentero, los primeros puntos de micro comercialización de drogas en barrios marginales, las coimas de los políticos, etcétera. Normalmente, la prensa musical y de espectáculos locales hablan de Andrés Dulude como un cantante, pionero del rock nacional, líder de una de sus bandas más populares y queridas.

Sin embargo, no le prestan mayor atención esos mensajes, acaso tan relevantes y progresivos como esos primeros intentos de consolidar su perfil dentro del género que más les gustaba a él y sus compañeros de ruta pero que, lamentablemente, no lograron redondear por falta de continuidad “porque teníamos que trabajar en otras cosas para sustentar a nuestras familias” y por las condiciones paupérrimas de informalidad en las que siempre se ha movido la escena local. “Muchos empresarios inescrupulosos, cabeceros, terminaban por no pagarnos, eso nos limitó como banda”.

El pasado miércoles 27 de agosto, en el Sargento Pimienta de Barranco, varias bandas se juntaron para ofrecer un concierto a beneficio de Andrés (73), quien actualmente libra una batalla contra el cáncer. “Todos ellos son amigos personales con los cuales he compartido partes de mi vida”, comenta. Además de Frágil, estuvieron esa noche Río, Mar de Copas, Amén y D’Mente Común. Fue una velada significativa en favor de una de las personalidades que definieron lo poco de rescatable que tuvo nuestra escena rockera en los años ochenta.

Un señor de barrio

Andrés Eduardo Dulude León nació el 19 de junio de 1952. Creció en la urbanización Balconcillo, entre las avenidas México y Canadá, una de las zonas más conocidas de La Victoria, distrito picante y pelotero. “Pasé por muchos colegios, demasiados” dice el señor de aquel frondoso bigote, hoy desaparecido a causa de la enfermedad. “El diagnóstico -contesta sin tapujos en la breve entrevista que me concedió a través del WhatsApp, por intermedio de la esposa de su gran amigo Octavio “Tavo” Castillo- es carcinoma urotelial de alto grado invasivo” (N. de R.: es un tipo de cáncer alojado en la vejiga y el tracto urinario). Y a renglón seguido ratifica su voluntad de hierro. “Me siento vivo y con ganas de seguir viviendo”.

Sus padres, Andrés y Juana, tenían mucha música en casa, de todos los géneros de moda en esa época. Para cuando Andresito tenía 5 años, ya imitaba al famoso pianista y cantante afroamericano Nat King Cole (1919-1965), probablemente tratando de entonar aquellos boleros clásicos -Ansiedad, Piel canela, Quizás, quizás, quizás- que la estrella del jazz grabó en su español masticado. En sus años adolescentes descubrió el rock, a través de los Beatles –“eran unos genios, traduje todas sus canciones, son como pequeños libros”- y, en la escena local, a toda la mancha nuevaolera, desde Los Doltons y Los Shains hasta bandas más arriesgadas que se acercaban a la psicodelia y el prog-rock como Traffic Sound o Telegraph Avenue.

Poco antes de llegar a los 20 años, Andrés Dulude tuvo su primera experiencia como cantante. Junto a sus amigos Yoshi Hirose (guitarra), Víctor García (guitarra), Mike García (bajo) y Álex Ramos (batería) de la Urb. San Eugenio en Lince formó el grupo Los Barones que, poco tiempo después, se transformó en Sebastianth. Con ese nombre lograron grabar un disco de 45 RPM, dos canciones interpretadas en inglés, Dreamer, con unas congas que le dan aires de latin-rock; y Mary Ann, una balada influenciada por los sonidos psicodélicos de Jefferson Airplane y el soft-pop de Badfinger. El single fue lanzado en 1972 por la conocida casa discográfica Sono Radio.

Un año después, en 1973, Dulude se mudó con su familia a Barranco, otro barrio bohemio y musical para luego pasar una temporada lejos, en los Estados Unidos. Paralelamente, cuatro muchachos de Breña habían comenzado a hacer versiones de artistas conocidos como Santana, The Ventures y Grand Funk Railroad. Con el auge del rock progresivo británico se pusieron la valla más alta e incluyeron en su repertorio covers de Jethro Tull, Yes y Genesis.

En una reunión de amigos en Pueblo Libre, el cuarteto comentó que necesitaban un cantante. Andrés, entonces con lentes redondos y un impresionante peinado afro preguntó qué tocaban y la respuesta le causó gracia. “¡Qué van a tocar el Fragile, ustedes!” -en alusión al cuarto LP de Yes, de 1971- y quedaron para ensayar juntos. Era 1975 y estaba naciendo Frágil con su formación original: Andrés Dulude (voz, guitarra, armónica), Octavio “Tavo” Castillo (teclados, guitarras), Luis Valderrama (guitarra), César Bustamante (bajo, teclados) y Harry Antón (batería).

1979-1992: Frágil y su corta vida discográfica

Alguna vez comenté que Frágil, uno de mis grupos favoritos durante mi adolescencia, era “la promesa incumplida del prog-rock nacional”. Y, a estas alturas, resulta imposible retractarme ya que se trata de una conclusión a la que arribé hace mucho, sobre la base de una realidad incuestionable. Sin embargo, más que una queja, veo eso como un reconocimiento de lo bien que sonaron en la corta discografía que produjeron.

Que un grupo peruano formado por cuatro instrumentistas de primera y un frontman de alta calidad vocal que además era capaz de escribir letras de profundo sentido sin caer en lo discursivo o lo obvio solo haya producido tres discos en un periodo de doce años -es decir, uno cada cuatro en promedio- es, principalmente, una pena. Porque, a diferencia de otras bandas de su tiempo, Frágil sí tenía un potencial diferente que mereció más combustible para seguir creciendo.

El legado de Frágil debería ir más allá de la presencia inamovible de Av. Larco, la canción, en las programaciones de emisoras convencionales. Yo he sido testigo de cómo El Caimán (Hombre solo) o Inquietudes, que nunca sonaron en las radios ni antes ni ahora, eran coreadas por el público -en la Feria del Hogar, en el Parque Salazar, en el Campo de Marte-, y he visto a Andrés Dulude poseído en el escenario, haciendo movimientos de mimo -como un cruce entre Peter Gabriel en Selling England by the pound y Los músicos ambulantes de Yuyachkani-, con el rostro pintado de blanco, volteando los ojos para acá y para allá, claramente inspirado en estrellas del progresivo clásico como Fish (Marillion) o Peter Gabriel (Genesis), corriendo entre el público, chocando manos y animando a la gente con su potente voz. Fueron, desde el principio, una banda de culto.

Cuando después de mucho tiempo volví a escuchar Av. Larco (1980), el disco, tras el fallecimiento en mayo del año pasado del baterista Arturo Creamer, que había reemplazado a Harry Antón poco antes de entrar a los históricos estudios de Elías Ponce Jr. -en el cruce de las avenidas Salaverry y San Felipe, en Jesús María-, volví a distinguir en sus texturas volátiles –Mundo raro, Floral, Lizzy-, sus destrezas instrumentales –Oda al tulipán, Obertura– y el peso natural de Av. Larco -la creativa historia, el videoclip pionero, el pop-rock inteligente-, ese diamante en bruto que no llegó a pulirse más, como lo hubiera hecho en cualquier otro país.

Después pasó toda una década para la llegada de Serranio (1990), el segundo. Andrés se había ido a trabajar a México y el grupo intentó seguir adelante con el apoyo de una carismática vocalista argentina, Haydée “Piñín” Folgado que, sin desmerecer aquellas canciones –La nave blanca, Antihéroes, Alrededor (1984)- que gozaron de regular rotación en la radio y TV de la época, no lograron mantener viva esa estela prometedora dejada por el debut.

En Serranio, con Jorge Durand (ex S.O.S.) en batería, Frágil volvió a los rankings con temas como La del brazo y el tema-título, además de otros que recordaban el fulgor inicial, como la balada Aquella niña, la extraña Pilón, el arrebatado grito de queja contra la corrupción de Cuánto hay o el instrumental Huarmi -donde insertan Mambo de Machaguay, clásico huayno arequipeño que también habían grabado, entre otros, nuestro Luis Abanto Morales y el grupo chileno Los Jaivas-, que junto a las mencionadas Inquietudes y Animales -estratégica conexión argumental con el disco anterior-, trajeron de regreso la ilusión.

Posteriormente, llegó Cuento real (1992), el más progresivo de los tres, con canciones como Mirando a través de un cristal, Tiempo de resurrección o la primera parte del tema-título, que nos hace recordar a Jethro Tull. Estas y otras canciones como La guerra del quién soy yo e Historia de Adelaida -inspirada en el primer Genesis- recuperaron el prestigio de Frágil pero, al poco tiempo, el vocalista volvió a separarse del grupo, iniciando una larga etapa de idas y vueltas de la que jamás lograron remontar.

Como es su costumbre, la prensa consiguió encasillar al quinteto en una sola canción, ignorando a las demás como consecuencia de ello. A partir de esa única canción giraron todas sus actividades futuras. Conciertos sinfónicos, aniversarios cada cinco años y hasta un musical basado en la icónica letra de Av. Larco, pero orientado a un público muy diferente al que disfrutó de los primeros años de Frágil. Andrés Dulude, un artista que no suele hacer concesiones, se muestra políticamente correcto cuando comenta esa pésima película, dirigida por Jorge Carmona en el 2017: “Fue interesante porque el autor del guion juntó música de muchos autores y las combinó para crear la historia”. Por cierto, no debe confundirse con el documental Av. Larco: La historia de Frágil contada por ellos mismos (Ayni Priducciones, 2021).

Las otras facetas de Andrés Dulude

Aparte de su trabajo con Frágil, Andrés Dulude desarrolló una amplia carrera como sonidista, colaborando con muchos de sus colegas para hacer que los conciertos salgan perfectos. Como él mismo cuenta en una entrevista con Franklin Jáuregui, director de la legendaria revista musical Esquina, trabajó muchos años en la consola principal del Gran Estelar de la Feria del Hogar. En internet circulan sus fotos junto a Héctor Lavoe, uno de los artistas internacionales con los cuales cruzó caminos en esa faceta tras bambalinas.

Cuando decidió irse de Frágil por primera vez, el cantante pasó algunos años en México, trabajando con la orquesta del cantante, compositor y productor Rulli Rendo, uno de los artistas peruanos más populares en Latinoamérica, tanto en grabaciones como en conciertos y presentaciones en la televisión. En ese ensamble, la voz de Andrés, más asociada al rock, se dedicó a entonar los famosos popurrís de guarachas, cumbias, nueva ola y demás ritmos tropicales que eran la especialidad del “Rey del Toque”, apareciendo en programas muy sintonizados como Siempre en Domingo, el recordado espacio de Televisa bajo la conducción de Raúl Velasco. Aquí podemos ver un video de Rulli Rendo y su orquesta con Dulude en los coros.

Esa versatilidad le permitió mantenerse vigente durante sus temporadas alejado de Frágil. “Soy cantante, puedo cantar salsa, rock jazz, bolero, de todo”, nos dice, con orgullo. Y es verdad, pues lo hemos visto al lado de Eva Ayllón, con La Gran Banda de su amigo Jean Pierre Magnet, junto a Juan Diego Flórez. “He colaborado con muchos artistas locales y también extranjeros. Por ejemplo, grabé una canción con Joaquín Sabina que nunca vio la luz”. Pero nunca se le ve más cómodo como cuando interpreta sus propias canciones, por ejemplo en esta versión en vivo de El Caimán (Hombre solo) o este extracto de su concierto Acoustic Deja Vu (2006), en el que canta junto a su compadre Tavo Castillo su composición Gente real, usando para la introducción la estrofa inicial de un clásico de Jethro Tull, Thick as a brick.

Pero si hay algo más importante que la música para Andrés Dulude es la familia. Cada vez que salió de Frágil fue por razones personales ligadas a su familia: “La primera vez fue para sostener a mis hijas. En la época de Santino y Pardo -sus reemplazantes la segunda vez que se fue- estuve trabajando con mi amigo Jorge Madueño, el padre de “Pelo”. Y la tercera, me fui a Miami a cuidar a mi madre anciana, hasta que falleció en el 2020”.

Andrés Dulude recibió, desde que se anunció su estado de salud, el apoyo inmediato y directo no solo de sus compañeros de Frágil y de su familia -su actual esposa, Anita Purizaga, se encarga de todo lo relacionado a sus tratamientos y trámites, además de colaborar musicalmente con él, desde hace años-, sino también de la escena rockera local, que lo ven como un referente de consecuencia y talento.

“Estoy por sacar un libro con el verdadero significado de mis letras, que contiene además de las primeras 24 canciones que escribí para Frágil, otras letras que no pasaron el filtro de la banda y que espero grabar algún día, si la vida me alcanza”. Así será, confiamos en que el viaje musical y poético de Andrés Dulude aun tiene varias millas por recorrer, gracias a la fortaleza de su espíritu y al cariño de quienes lo escuchamos desde hace tantos años.

 

[EL DEDO EN LA LLAGA]  Nos hallamos en los años cincuenta, en el contexto de la Guerra Fría. Albert D. Biderman (1923-2003), un científico social de la Fuerza Aérea de EE.UU., es asignado a investigar por qué muchos prisioneros de guerra estadounidenses capturados por las fuerzas comunistas durante la Guerra de Corea cooperaban con el enemigo, firmando declaraciones falsas, denunciando a su propio país y colaborando con la propaganda comunista.

Tras extensas entrevistas con prisioneros repatriados, Biderman concluye que hay tres elementos principales detrás del control coercitivo de los interrogadores comunistas: “dependencia, debilidad y miedo”. Biderman resumió sus hallazgos en una tabla que enumeraba ocho principios, publicada por primera vez en el artículo “Communist Attempts to Elicit False Confessions from Air Force Prisoners of War” [“Intentos comunistas de obtener confesiones falsas de prisioneros de guerra de la Fuerza Aérea”] en una edición de 1957 de The Bulletin of the New York Academy of Medicine. El artículo describe brevemente los métodos psicológicos aplicados por los interrogadores coreanos y chinos para forzar al sujeto a emitir cierta información y hacer confesiones falsas. En la misma edición de The Bulletin, el psiquiatra Robert Jay Lifton (1926- ) publica los resultados de una investigación similar sobre los mismos métodos, acuñando el término “thought reform” [“reforma del pensamiento»], también conocido como “lavado de cerebro”.

En un informe de 1973 sobre la tortura, Amnesty International determinó que la Tabla de Coerción de Biderman contenía las “herramientas universales de tortura y coerción”. En ese sentido, puede aplicarse para la comprensión de realidades distintas más allá de contextos de guerra. De hecho, se ha aplicado para analizar dinámicas de abuso en relaciones interpersonales, sobre todo en casos de violencia doméstica. También resulta una herramienta clave para estudiar el control psicológico en sectas o grupos religiosos abusivos.

Los principios de la Tabla de Biderman apuntan a quebrar la personalidad del sujeto y doblegar su voluntad, de modo que se convierta en un ser sumiso a las indicaciones de los interrogadores. Pongo a continuación cada uno de los principios de la Tabla de Biderman y cómo se aplicaban en el Sodalicio de Vida Cristiana.

1. Aislamiento

Descripción: Separar completamente a la persona de todo contacto social, privándola de interacción humana.
Efecto: Provoca ansiedad, desesperación y dependencia del interrogador.

Aplicación al Sodalicio: Son numerosos los testimonios que han descrito cómo el Sodalicio restringía al mínimo el contacto con familiares y amigos externos a la comunidad. Por ejemplo, José Enrique Escardó relató que lo escondían en un baño cuando su madre quería visitarlo en una casa de formación en San Bartolo (al sur de Lima). Los miembros vivían en comunidades cerradas, donde el contacto con personas fuera del grupo era controlado, fomentando la dependencia hacia los líderes, especialmente hacia Luis Fernando Figari, sus sucesores y sus representantes. El mundo exterior era considerado un peligro para la vida comunitaria y se limitaba la interacción con él.
Efecto: Esto generaba aislamiento emocional y social, haciendo que los sodálites dependieran exclusivamente de la comunidad en lo referente a su identidad, sustento y apoyo.

2. Monopolización de la percepción

Descripción: Controlar lo que la persona ve, oye o percibe, fijando su atención en una situación inmediata y controlada.
Efecto: Elimina estímulos externos que puedan contrarrestar la coerción.

Aplicación al Sodalicio: El Sodalicio imponía un régimen estricto sobre las lecturas, actividades, horarios y hasta los estudios profesionales de sus miembros. Se recomendaban lecturas específicas, de carácter obligatorio, mientras se desalentaba el análisis racional o lecturas alternativas. Las actividades estaban diseñadas para reforzar la ideología del grupo, como retiros y catequesis centradas en la obediencia absoluta.
Efecto: Esto limitaba la capacidad de los miembros para cuestionar la autoridad del Sodalicio, ejercer el pensamiento crítico o considerar perspectivas alternativas.

3. Humillación y degradación inducidas

Descripción: Usar insultos, burlas o tratos degradantes para minar la autoestima.
Efecto: Reduce la resistencia al hacer que la persona se sienta menos valiosa.

Aplicación al Sodalicio: Diversos testimonios describen prácticas humillantes, como obligar a miembros a dormir en escaleras, comer alimentos en combinaciones repugnantes, o serles vertidos sobre la cabeza alimentos o bebidas de la mesa. Además, un informe de 2017 encargado por el propio Sodalicio describió a Figari como “degradante, vulgar y vengativo”, usando humillaciones para controlar a los miembros. Las humillaciones más recurrentes, aplicadas también por los líderes sodálites, eran las burlas por características personales —en ocasiones de carácter racista— y los insultos groseros por cualquier motivo, proferidos a gritos.
Efecto: Estas prácticas minaban la autoestima, haciendo a los miembros más sumisos y obedientes.

4. Agotamiento

Descripción: Debilitar física y mentalmente mediante privación de sueño, hambre o estrés constante.
Efecto: Disminuye la capacidad de resistir o pensar con claridad.

Aplicación al Sodalicio: Los exmiembros reportaron regímenes agotadores, con horarios estrictos, jornadas intensas de actividades espirituales, de estudio y apostólicas, y poca consideración por el descanso, sobre todo por el descanso nocturno, que podía ser interrumpido arbitrariamente para vigilias inesperadas o acciones humillantes. La falta de sueño y el estrés constante se usaban para debilitar la resistencia de los miembros. A esto se sumaban las dietas interminables como castigo, que llegaban ser de pan y agua, o incluso de lechuga y agua.
Efecto: El agotamiento dificultaba el pensamiento crítico y reforzaba la obediencia.

5. Amenazas

Descripción: Crear miedo mediante amenazas de daño físico, muerte o castigos severos.
Efecto: Genera ansiedad constante y obediencia por temor.

Aplicación al Sodalicio: José Enrique Escardó relató haber sido amenazado con una cuchilla en el cuello, un claro acto intimidatorio. Además, la ideología del Sodalicio promovía la obediencia absoluta bajo el lema “el que obedece nunca se equivoca”, lo que implicaba consecuencias psicológicas o espirituales por desobedecer. Las amenazas también incluían castigos dentro de la comunidad, como aislamientos adicionales o tareas degradantes. A eso se sumaba la inculcación a rajatabla del miedo a la “condena eterna” y a la “infelicidad terrenal”, si uno no se hallaba a la altura del ideal sodálite.
Efecto: El miedo constante mantenía a los miembros en un estado de sumisión.

6. Demostraciones ocasionales de “indulgencia”

Descripción: Ofrecer pequeños privilegios o recompensas de forma impredecible.
Efecto: Crea esperanza y dependencia emocional hacia el interrogador.

Aplicación al Sodalicio: El Sodalicio usaba gestos de “indulgencia” como permisos para ciertas actividades o reconocimientos dentro de la comunidad para reforzar la lealtad. Por ejemplo, el ascenso dentro de la jerarquía (emitir una promesa del siguiente nivel en la escala de compromisos, convertirse en formador de candidatos a la vida consagrada, ser nombrado superior de una comunidad) se presentaba como una recompensa por la obediencia. Estas indulgencias eran esporádicas y dependían de la aprobación de los superiores.
Efecto: Creaba esperanza y dependencia emocional hacia los líderes, especialmente hacia Figari.

7. Demostración de omnipotencia

Descripción: Convencer a la persona de que el interrogador tiene control total sobre su destino.
Efecto: Fomenta impotencia y sumisión.

Aplicación al Sodalicio: Figari era presentado como una figura cuasi divina, con autoridad absoluta sobre la vida de los sodálites. Los testimonios describen un sistema donde Figari exigía “sumisión total” y controlaba decisiones personales, desde la vestimenta hasta las carreras profesionales. La estructura jerárquica y la ideología del Sodalicio reforzaban la percepción de su omnipotencia. Esto se cumplía también, guardando las diferencias, en el caso de los superiores de comunidad.
Efecto: Los miembros sentían que no había escapatoria ni posibilidad de resistencia.

8. Imposición de demandas triviales

Descripción: Forzar el cumplimiento de reglas o tareas insignificantes y arbitrarias.
Efecto: Desarrolla hábitos de obediencia automática.

Aplicación al Sodalicio: El Sodalicio imponía reglas estrictas sobre aspectos triviales, como la forma de vestir, horarios rígidos o comportamientos específicos en la comunidad (las posturas corporales para cada ocasión, la forma de hablar, el uso de determinadas palabras a ser usadas en las comunicaciones verbales y escritas). Se exigía obediencia absoluta en detalles cotidianos, como la elección de lecturas o actividades de estudio o recreativas. Estas demandas reforzaban el control total sobre la vida de los miembros. A esto se añadían las órdenes absurdas, sin finalidad específica, que el miembro debía obedecer sin chistar.
Efecto: Generaba un hábito de obediencia ciega, eliminando la autonomía personal.

En resumen, los testimonios de exmiembros documentan un sistema de control psicológico en el Sodalicio, que generaba un clima propicio para abusos físicos, e incluso sexuales. Estas prácticas coinciden con las técnicas descritas en la Tabla de Biderman, especialmente en el uso sistemático de aislamiento, humillación, agotamiento, amenazas y control psicológico para someter a los miembros, especialmente a los jóvenes. Estas tácticas crearon un entorno de coerción que facilitó los abusos físicos, psicológicos y sexuales reportados. No resulta, pues, exagerado afirmar que en el Sodalicio se practicó sistemáticamente la tortura psicológica y la coerción, a fin de “quebrar” a sus miembros —como se admitía explícitamente sin ambages en el lenguaje coloquial de los sodálites—. Y de esta manera se justificó la violación de derechos humanos fundamentales, lo cual refrenda a todas luces la merecida supresión que ha sufrido la institución.

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