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[OPINIÓN] Según la última encuesta de Ipsos, el 37% de los votantes peruanos hoy elegiría a Pedro Castillo como senador y el 15% a Antauro Humala, dos figuras extremadamente desafortunadas que, ahora más que nunca, exponen esa parte de la sociedad que no ha aprendido nada a lo largo del camino.

Este impulso no surge solo de la ignorancia ni emerge de una memoria histórica corta, aunque esto es un deporte nacional. Es el cóctel tóxico de desesperación y agravio social, y un sentido vacío de justicia, un cóctel envenenado que destruye por completo el sentido común de la democracia.

Pedro Castillo fue un presidente signado por una total ineptitud y desdén por los valores más inalienables de la vida republicana. Gobernó como un bandido, como si el Estado fuera un botín. El hecho de que una gran parte del electorado actual lo perciba al menos con indulgencia advierte de una peligrosa disposición a ignorar la evidencia en la búsqueda de un espejismo populista.

Antauro Humala, en contraste, no es solo un soldado envejecido con creencias repugnantes y un pasado violento. Es la historia de un ideólogo del resentimiento, un príncipe despiadado que ha sabido bailar con la ira de las facciones pobres y marginadas que saben —y en algunos casos creen con razón— que la república nunca fue realmente suya. Su radicalismo es una especie de reaccionarismo desesperado, la última defensa de personas que no creen en nada ni en nadie excepto a través de la destrucción de un sistema.

El apoyo a estas figuras no es una aberración; es un síntoma. Hay que entenderlo así. La democracia peruana ha decaído hasta convertirse en algo tan poco atractivo, que el autoritarismo y la demagogia parecen magnéticos para muchos. Es un espejo en el que una nación consideraría sus extremos como sus salvavidas, en la cual los fantasmas del pasado se convierten en opciones de futuro.

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¿Creen ustedes que el 90% de peruanos que estima que en el Perú gobiernan unos pocos en beneficio de ellos mismos, va a tender, naturalmente, a votar por un candidato del statu quo? Somos, en ese sentido el país de Latinoamérica con la peor percepción de equidad social y económica.

Tendría que surgir un candidato de derecha lo suficientemente disruptivo para lograr que esa percepción sea soslayada por otras razones. De lo contrario, la izquierda radical, que denuncia sistemáticamente el “régimen neoliberal”, se la llevará al galope.

El establishment peruano, sin embargo, en lugar de andar pensando en cómo presentar una opción electoral disidente del modelo, que lo modernice o reverdezca -mejor dicho-, se regodea en la urgencia de que el Congreso legisle para impedir que Antauro Humala pueda postular. Allí coloca todas sus expectativas creyendo que así resuelve el problema y que, ¡zas!, la gente va a votar por la centroderecha en automático, porque no le queda otra.

A quien escribe le parecen diez veces más potentes que Antauro como candidatos Guido Bellido o Guillermo Bermejo. Son más articulados y no tienen tantos anticuerpos como el etnocacerista. En una segunda vuelta, Keiko Fujimori le puede ganar a Antauro. Con Bellido o Bermejo pierde sin lugar a dudas.

La centroderecha no está midiendo a cabalidad el embalse de furia popular que despierta el statu quo, que ya no se centra solo en el sur andino sino en todo el país. Ni siquiera la inseguridad ciudadana, que debiera despertar simpatías por opciones derechistas de mano dura lo está haciendo, sumando más bien fuego al descontento general con el establishment en el que insertan a todo candidato de centro y de derecha.

No pinta bien el panorama electoral para el 2026. La coalición Ejecutivo-Legislativo ha corroído desde sus bases las opciones de centroderecha y va a ser muy difícil que un candidato surgido de ese lado del espectro ideológico rompa las resistencias que se le antepondrán. Tendrá que contratar a un genio del marketing para lograrlo.

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Triste desenlace de una izquierda que, de haberse manejado con propiedad, hoy sería oposición robusta y marcaría su propia agenda, con presencia mediática significativa y trazando una estrategia promisoria para las venideras elecciones. Pero no, ha apostado por el corto plazo convenido y el país le va a cobrar la factura, sin duda.

La del estribo: gracias al Club del Libro de Alonso Cueto, he descubierto una joya, el cuento Los muertos de James Joyce. Una prosa inmejorable, un manejo de los tiempos formidable y un estilo que sorprende, sobre todo a quienes tienen la idea fija de que Joyce es solo el Ulises. Siempre hay que volver a los clásicos.

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