[Música Maestro] Cuando apareció la noticia del suicidio de Kurt Cobain, en 1994, yo tenía 20 años y su segundo álbum Nevermind era una de mis escuchas favoritas. En ese tiempo mis preferencias musicales ya estaban orientadas al rock duro pero técnico, desde bandas setenteras como Led Zeppelin, Queen, Thin Lizzy, Black Sabbath hasta el espectro de lo que se conoce de modo genérico como “métal” –con el acento en la “é” por su pronunciación en inglés-, un amplio cajón de sastre en el que entraban desde los melódicos riffs de Poison y Ratt hasta los alaridos infernales de Slayer, Venom o las velocidades de Metallica, Helloween o Iron Maiden.
A pesar de eso, Nirvana captó mi atención, como también lo habían hecho bandas antecesoras que deslindaban, con su tosco desempeño musical, de todo lo que fuera virtuosismo. Kurt Cobain (voz, guitarra), Krist Novoselic (bajo) y Dave Grohl (batería, coros) recogieron la agresividad de pioneros del hard rock como The Who o The Jimi Hendrix Experience y la fundieron con el nihilismo punk llevando todo varios niveles más abajo a la hora de trasmitir su inconformismo, su angustia ante el futuro, sus ganas de no tener ganas de nada.
Sin embargo, no me convertí en un “viudo de Cobain” cuando decidió quitarse la vida. Mi reacción fue, por supuesto, de sorpresa y pena, que aumentaba en la medida que salían más detalles -su reciente paternidad, sus múltiples afecciones- de los cuales uno se enteraba en la otrora buena Sección C de El Comercio o en las revistas independientes de la época pues, como se imaginarán, en el Perú oficial de ese año -sin YouTube, con poco cable- era más fácil encontrar noticias, en medios convencionales, sobre la tecnocumbia local que sobre la movida grunge de Seattle, que se desarrollaba a toda velocidad a casi ocho kilómetros de distancia.
Pero, a diferencia del común de melómanos de mi época, me distancié de Nirvana en lugar de unirme a la ola que lo convirtió, finalmente, en el icono cultural que es actualmente -una ola que ya se había iniciado, es bueno decirlo, antes del fatal desenlace pues Kurt Cobain se desmarcaba claramente, por su honestidad y desgarro emocional, de otros “frontmen” del grunge como Eddie Vedder (Pearl Jam, actualmente de 59 años), Layne Staley (Alice In Chains, fallecido el 2002 de sobredosis en condiciones paupérrimas) o Chris Cornell (Soundgarden, quien tomaría la misma decisión de Kurt pero 23 años después).
Aun me conmueve pensar en el infierno personal que debió atravesar el talentoso muchacho en sus últimos tres años de vida, debido a sus padecimientos corporales y psíquicos, sus profundas adicciones y el acoso de los medios que querían hacer de él una luminosa y extravagante estrella de rock como lo era, por ejemplo, W. Axl Rose, el vocalista de Guns ‘N Roses, cinco años mayor que él, con quien tuvo públicos y notorios desencuentros. A diferencia de Rose, díscolo pero amante de las cámaras, Cobain sufría y lo gritaba en sus canciones.
Este 2024 se cumplieron treinta años de aquella fatal y oscura decisión, la misma que inició una mitología que me pareció y me sigue pareciendo exagerada, motivada por una combinación de factores. Por un lado, la admiración hacia la banda -sus canciones son directas, catárticas y de una autenticidad que se rebalsa en cada riff distorsionado, en cada desgarro vocal- y, por el otro, la oportunidad de crear un fetiche comercial para vender de todo, desde las obvias recopilaciones de material sonoro -tomas alternas, grabaciones inéditas, conciertos- hasta polos, libros y los manuscritos -¡las notas suicidas!- que dejaron de ser el testimonio de una íntima tragedia para transformarse en objeto de jugosas y millonarias subastas.
Pensaba en todo esto cuando terminé de ver, después de mucho tiempo, el concierto acústico que Nirvana hizo para la MTV en New York, cinco meses antes del final. Por ejemplo, ¿cuánto costarán hoy los papeles y cuadernos que Kurt se puso a firmar tras interpretar, de manera estremecedora, ese estándar del blues Where did you sleep last night? -que había grabado con Mark Lanegan en 1990, para su disco The winding sheet-, lamento negro popularizado en 1946 por el cantante y acordeonista William “Lead Belly” Ledbetter (1889-1949), que Nirvana convirtió en una de sus canciones emblemáticas? No puedo ni imaginármelo.
En abril de este año, las redes se inundaron de semblanzas y posts, recuerdos y videos, lanzamientos discográficos, imágenes con la clásica foto de Cobain aspirando un cigarrillo, la misma que en los años posteriores a su muerte se reprodujo en miles de polos, cuadros y posters. Yo prefiero recordar que el año pasado se cumplieron tres décadas del lanzamiento de In utero, tercer y último disco oficial de Nirvana, en el que no solo se encuentran varias referencias biográficas y señales de lo que el compositor y guitarrista de 27 años planeaba hacer -como su indicación de que el escenario en el “desenchufado” luciera como un funeral-, sino que también contiene canciones que anticipaban una evolución en el sonido de su grupo. Pero no hacia sonoridades más amigables sino todo lo contrario. Una lástima que todo quedara frustrado por la escena macabra con la que puso punto final a su corta y atribulada vida.
En octubre del año pasado se publicó In Utero: 30th Anniversary Edition, en una diversidad de formatos: cajas de 8 LP, 5 CD, CD doble y archivos digitales, todo disponible a través de su web oficial https://www.nirvana.com. Diez años antes, en el 2013, había aparecido una edición celebrando su vigésimo aniversario, que incluyó un DVD con este concierto de dos horas que Nirvana ofreció en Seattle, el 13 de diciembre de 1993, convertido en cuarteto por la inclusión, en guitarra y coros, de Pat Smear, futuro colaborador de Dave Grohl en Foo Fighters. Los dos boxsets más grandes de esta edición de 30 años -el de ocho vinilos y cinco discos compactos- traen un cuadernillo de 48 páginas con comentarios y fotos nunca vistas, además de varios añadidos: un cuadro acrílico del icónico maniquí con alas de ángel de la carátula, uñas de guitarra, fanzines y demás artefactos para saquear los bolsillos de los más fanáticos.
El lanzamiento incluyó, además de las 12 canciones del álbum original, 7 tomas alternas y 53 canciones en vivo inéditas, de conciertos realizados en Los Angeles y Seattle durante la gira promocional del disco. En total, 72 pistas para homenajear aquel logro artístico que intentó disipar, a punta de rugosas distorsiones y letras crípticas, la fama que Nevermind había traído a Nirvana y, en especial, a Cobain, situación que lo dejó en medio de un enorme conflicto interior que habría justificado plenamente sus ideas suicidas, aun cuando solo se hubieran canalizado de manera declarativa.
Si uno escucha las canciones de In utero sin relacionarlas con lo que ocurrió después -es decir, como se escucharon entre el 21 de septiembre de 1993, fecha de su lanzamiento, y el fatídico 5 de abril de 1994- percibe, desde el arranque rockero de Serve the servants, un cambio sustancial si la comparamos a la estructura susurro-explosión-susurro del disco anterior. Pasa lo mismo con la corrosiva Scentless apprentice, la única composición grupal, basada en la novela Perfume (1985), del alemán Patrick Süskind que también originó una taquillera película de suspenso y terror a mediados de la primera década del siglo XXI.
La otra referencia no musical viene en Frances Farmer will have her revenge on Seattle, inspirada en una actriz, Frances Farmer (1913-1970), protagonista de varias películas de serie B durante la era dorada de Hollywood. Farmer, quien padecía de esquizofrenia, sufrió diversas acusaciones ante la incomprensión pública de su enfermedad y se convirtió en personaje de culto para la generación de Cobain. Por otro lado, una rareza en las letras de Nirvana aparece en Pennyroyal Tea, la mención a otro músico, y uno totalmente ajeno a su estilo. En ese tema, Kurt pide que le den “un pase al más allá de Leonard Cohen para suspirar eternamente”.
Esta “nueva” forma de agresividad -que recoge las cosas de donde las habían dejado tras su primer LP, el menos escuchado Bleach (1989)- es, en parte, responsabilidad del productor Steve Albini -fallecido lamentablemente en mayo de este año, a los 61- a quien el mismo Cobain había sugerido, debido a que había trabajado con algunos de sus artistas favoritos como Pixies o PJ Harvey. Albini, con su reconocida independencia creativa, al margen de las exigencias del mercado y las casas discográficas, ayudó a construir las canciones de In utero desde una perspectiva ajena a lo que el mainstream esperaba de Nirvana tras el impacto comercial que había alcanzado el disco de la famosa carátula del bebé desnudo que trata de alcanzar un billete bajo el agua.
Canciones de In utero como Very ape, tourette’s o Milk it son muestra de las intenciones de Nirvana por recuperar su espíritu marginal, más asociado a sus inicios -los ensayos compartidos con los Melvins, los covers de The Vaselines- que al inusitado brinco que dio a las grandes ligas del music business. Y no es que las canciones del Nevermind fuesen un remanso de paz –Territorial pissings o Drain you bastan para demostrar eso- pero en ese tercer disco el grupo, de la mano de Cobain y su sentido oscuro de la estética, marcada por esa vocación antisistema y símbolo absoluto de los efectos de la alienación social, busca de forma deliberada alejarse de los reflectores.
Aun así, las presiones del negocio fueron lo suficientemente fuertes como para intervenir. Al principio los ejecutivos del sello exigieron que se revise toda la mezcla, algo a lo que el trío y Albini se negaron. Al final, solo dos canciones tuvieron un acabado ligeramente distinto, los singles Heart-shaped box -el único que tuvo videoclip, dirigido por el holandés Anton Corbijn, de surrealista guion sugerido por Cobain- y All apologies -en que se escucha un cello, tocado por Kera Schaley-, que fueron producidas por Scott Litt, conocido por su trabajo con R.E.M. entre 1987 y 1997. Aunque según Albini, las diferencias son mínimas y correspondieron más a la intención de la casa discográfica de tener cierta participación, por mínima que haya sido, en un disco en el que, según sus palabras, “todo sonó genial desde el primer momento”.
Otras dos canciones tuvieron alta rotación en las radios de rock alternativo de la época. Por un lado, Pennyroyal Tea, que hace referencia indirecta a su búsqueda de alguna hierba medicinal que aliviara sus dolores y, por el otro, la controvertida Rape me, cuyo título fue motivo de censura en radios y cadenas televisivas de Estados Unidos. De hecho, durante el concierto desenchufado, alguien del público pide que la toquen y Kurt, mirando a sus compañeros, responde “no creo que MTV nos deje tocar esa…” a pesar de tratarse, según el mismo Cobain contó, de una letra que repudia las violaciones, aunque desde un punto de vista poco convencional y difícil de entender a la primera.
Uno de los medios especializados que celebró los 30 años de In utero fue la prestigiosa y siempre bien informada revista británica Uncut. En su edición #319, de diciembre del 2023, dedicó seis páginas al disco, bajo el título No apologies (Sin disculpas), en alusión al tema que cierra el álbum, All apologies (aquí la versión del MTV Unplugged). En el reportaje, el periodista Sam Richards recoge las impresiones de personas que vivieron muy de cerca ese periodo de éxito y su irrompible conexión con los tristes hechos posteriores. Aquí les dejo algunas declaraciones sobre cómo ven aquellos días, a tres décadas de distancia:
«¿Tuve la sensación de que Kurt se estaba comunicando conmigo a través de sus canciones? En retrospectiva, lo hice. Son recuerdos dolorosos. Se nos llama a Dave (Grohl) y a mí “sobrevivientes del suicidio” y lidiamos con ese shock toda nuestra vida…» (Krist Novoselic, bajista de Nirvana y amigo de Kurt Cobain desde la secundaria).
«Lo que nos gusta en el underground es esa persona a quien no puedes quitarle los ojos de encima, que te sorprende por su capacidad de compartir esa intensidad contigo. Y Kurt obtuvo las calificaciones más altas en todo eso…» (Steve Albini, productor).
«Me gusta mucho In utero y hubiera sido interesante ver hacia dónde podrían haber ido desde allí. Obviamente Dave (Grohl) tuvo sus propios éxitos con Foo Fighters… Creo que juntos, él y Kurt podrían haber sido un equipo fenomenal…» (Lee Ranaldo, guitarrista de Sonic Youth, quienes llevaron a Nirvana a firmar contrato con DGC Records).
«En muchas de las canciones de In utero, Kurt suena muy angustiado y fue realmente extraño escuchar eso en una sala llena de adolescentes de apariencia muy saludable… Él estaba tocando, mirando al público y pensando: «Estas son las personas que solían golpearme en el colegio…» (Chris Brokaw, de la banda Come, sus teloneros entre 1993-1994).
Por su parte, el baterista Dave Grohl -cuya composición Marigold apareció como lado B de Heart-shaped box y fue una de las pocas canciones que escribió junto a Cobain- ha defendido muchas veces la integridad de lo que consiguió In utero, más allá de no poder desligarlo del suicidio de Kurt, a quien conoció recién en 1991, cuando llegó a la banda para reemplazar a Chad Channing.
Grohl, quien tiene ya once discos con su propia banda, Foo Fighters, considera que In utero “es un álbum muy oscuro. Me da gusto escuchar canciones como All apologies y Heart-shaped box de vez en cuando en las radios, realmente se destacan en medio de todo el sobre producido rock actual. Pero lírica y conceptualmente, no lo escucho muy seguido. Definitivamente es una representación exacta de aquellos tiempos oscuros y muestra lo bien que sonábamos los tres en el estudio”.