Poesía comprometida

[EL DEDO EN LA LLAGA] Sin embargo, el recuerdo imborrable de varias de sus canciones que escuché en los 70 me ha traído la mente a quien tenía pinta de un joven desgarbado, con gafas de montura gruesa al estilo del argentino Piero, otro cantautor memorable, cuyo estilo musical se asemeja mucho al que tenía Cantalapiedra: canciones de melodías sencillas, letras de poesía directa y sin complicaciones, mordiente social y existencial que no deja indiferente y un cierto pesimismo esgrimido con aires combativos. No obstante su apariencia enjuta de joven estudiante revolucionario, Cantalapiedra tenía una voz profunda, potente y expresiva, que lo habrían convertido en un exponente mayor de la canción española, a no ser porque en 1982 decidió abandonar su oficio de cantor —al cual regresaría esporádicamente cantando boleros en bares madrileños bajo el alias de Rocky Bolero— para dedicarse al oficio de escritor como ensayista, autor de relatos y guionista, al periodismo y a la crítica musical, dejándonos en su haber dos libros: “Bestiario urbano” y “El libro de los camareros”. La excelencia de su pluma fue galardonada en dos ocasiones con los premios Ignacio Aldecoa y Ciudad de San Sebastián, otorgados a relatos. Asimismo, uno de sus artículos le valió en el año 2011 el premio Don Quijote de Periodismo.

¿Cuál fue la trayectoria vital de este personaje actualmente caído en el olvido, aunque su recuerdo permanezca imborrable en el alma de quienes lo conocieron? ¿O de quienes —como yo— escucharon extasiados algunas de sus canciones?

Ricardo Cantalapiedra pasó su infancia y primera juventud en el seminario (6 años), experiencia que marcaría sus primeras canciones, la mayoría de corte religioso. Habiendo dejado el seminario, se uniría a la Organización Juvenil Española (OJE) para luego afiliarse al Partido Comunista de España (PCE), prohibido durante la dictadura franquista y recién legalizado en 1977. En 1967 el joven Cantalapiedra llegaría a Madrid para estudiar filosofía y periodismo, alojándose en el Colegio Mayor Pío XII. Su debut como cantante en 1967 no tuvo éxito.

En su segunda oportunidad compartió escenario en el Palacio de la Música con un exalumno del Colegio de los Sagrados Corazones, institución que organizaba el festival. Se trataba nada menos que de Julio Iglesias, quien también hacía sus primeros pininos como cantante y mostraba una nerviosidad que le era difícil controlar. Con este amigo suyo, Cantalapiedra iba todos los domingos a ayudar a los curas en la catequesis en una parroquia de Aluche.

Ese año de 1968 Julio Iglesias ganó el Festival de Benidorm con “La vida sigue igual” y Ricardo Cantalapiedra grabó y publico su primer disco sencillo, “Baladas frente a la guerra”, que incluía las canciones “Madre” y “Gritaré”. En esta última canción ya se vislumbraba su inmensa sensibilidad social: «Si no encuentro la alegría, / buscaré, buscaré. / Pero si llora mi pueblo, / si quitan libertad a mis hermanos, / gritaré / por los caminos, / con mis gentes lucharé, / gritaré / por los caminos, / con mi pueblo moriré».

Seguirían varios discos sencillos con el sello musical Pax, hasta que en 1970 publica su primer álbum de larga duración: “Once canciones”. Pero son sus dos siguientes álbumes de larga duración del añ 1972 los que le traerían fama y renombre como cantautor cristiano: “El profeta” y “Salmos de muerte y de gloria”.

Sus canciones fueron adoptadas en España por un sinnúmero de parroquias e interpretadas durante la misa y otras celebraciones litúrgicas. Ricardo Cantalapiedra, cuyas atípicas canciones religiosas respiraban un cierto espíritu de rebeldía, se convirtió en voz de la juventud cristiana que estaba harta de la dictadura franquista. Él mismo comentaría posteriormente: «En los últimos días de la transición, la iglesia del Espíritu Santo (la del instituto Ramiro de Maeztu) se llenaba de artistas y políticos: los cantantes, de Agua Viva, Patxi Andión y muchos socialistas que luego llegaron a ser ministros. Se organizaban aquí auténticos mítines, porque los que nos unía más que Dios es que todos estábamos hasta los cojones del franquismo».

En el Perú, la fuerza que despedían sus canciones no le pasaría inadvertida a Luis Fernando Figari, quien adoptaría varias de ellas para ser cantadas durante las celebraciones litúrgicas del incipiente Sodalicio de Vida Cristiana. “Volveré a cantar” y “Hombre de barro” pasarían a formar parte del repertorio musical del Sodalicio, así como otras canciones que se entonaban exclusivamente en Semana Santa: “Hosanna al Hijo de David”, “¿Por qué nos has abandonado?”, “Te ensalzaré, Señor (Salmo 29)”, “Pueblo mío”, “Adoración de la cruz” y “Canto del Siervo de Yavé”, tomadas del disco “Salmos de muerte y de gloria”.

Pero es en el disco “El profeta” donde Cantalapiedra plasmaría sus mejores canciones de este período. A diferencia de otras canciones religiosas de la época, Cantalapiedra no defiende doctrinas sino que transmite su experiencia personal ante el misterio cristiano, sin mencionar nunca el nombre de Jesús, aunque casi todas las canciones hagan referencia a él: “En lo alto”, “El peregrino”, “El profeta”, “La casa de mi amigo”, “El trovador” y otras. Recuerdo que había un ejemplar de este álbum de Cantalapiedra en San Agustín, la primera pequeña comunidad sodálite ubicada en el Óvalo de la Av. Brasil, y que José “Pepe” Ambrozic me hizo escucharlo.

En una década donde la imagen de Jesús comenzó a ser asociada con rebeldía y crítica del orden establecido, como en la película “Jesus Christ Superstar” (Norman Jewison, 1973), en las canciones religiosas de Cantalapiedra no falta el anhelo de líderes carismáticos al estilo de Jesús en la Iglesia:

«¿En dónde están los profetas / que en otros tiempos nos dieron / las esperanzas y fuerzas
para andar? / para andar»
(“¿Donde están los profetas?”)

Por supuesto no falta una crítica a aquello en lo que se había convertido la Iglesia católica en ese entonces —situación que se prolonga en los tiempos actuales—:

«La casa de mi amigo se hizo grande / y entraba gente en ella. / En casa de mi amigo entraron leyes / y normas y condenas

La casa se llenó de comediantes, / de gentes de la feria. / La casa se llenó de negociantes, / corrieron las monedas

La casa de mi amigo está muy limpia / pero hace frío en ella. / Ya no canta el canario en la mañana ni hay flores en la puerta

Y han hecho de la casa de mi amigo / una oscura caverna, / donde nadie se quiere ni se ayuda,
donde no hay ya primavera»
(“La casa de mi amigo”)

Pero una de las canciones más poderosas de “El profeta” ni siquiera hace mención directa a lo religioso y reviste una pasmosa actualidad, aquella que lleva el título de “Malaventuranzas”:

«¡Malditos los santones de pureza! / ¡Malditos!
¡Malditos los que obligan a los hombres a vivir como perros! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hacen sufrir a los pequeños! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que matan a inocentes! / Malditos!
¡Malditos los que callan las infamias! / ¡Malditos!
¡Malditos los que causan las desgracias! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que han hecho del amor flor de las madrugadas! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hicieron de la vida paisaje de la muerte! / ¡Malditos!
¡Maldito el asesino de las flores! / ¡Maldito!
¡Maldito el asesino de ilusiones! / ¡Maldito! ¡Maldito!

¡Malaventurados los que piden justicia con las manos manchadas en sangre! / ¡Malaventurados los que claman justicia y oprimen al hermano! / ¡Malditos! ¡Malditos!»

Y si bien estas canciones alimentaron ese espíritu de rebeldía en mi adolescencia que me llevaría a adherirme al Sodalicio de Vida Cristina, en esta institución nunca se asumieron estas canciones, como sí se había hecho con algunos himnos del fascismo español. Es cierto que algunas canciones del repertorio musical del Sodalicio de entonces exaltaban una cierta rebeldía cristiana frente a una acomodada ideología burguesa, pero con el tiempo dejaron de cantarse y fueron reemplazadas por tonadas mediocres con letras conformistas y estereotipadas, compuestas por miembros del Sodalicio y del Movimiento de Vida Cristiana.

Cuando salió publicado “El profeta”, el mismo Ricardo Cantalapiedra estaba experimentando un cambio existencial y virando hacia el agnosticismo, actitud vital que le acompañaría hasta su muerte, no obstante que respetó siempre a los creyentes y le fascinaba la idea de Dios.

Sus dos siguientes discos de larga duración —”De oca en oca y canto porque me toca” (1973) y “En la casa de la Maruja” (1975)— los grabó para la Philips. Allí Cantalapiedra se adscribe de una manera magistral a la canción de protesta y al testimonio existencial, teñido de cierto pesimismo pero de una inmensa ternura.

«Puedes decir que yo / no respeté jamás / las cosas que quizá / sean respetables. / Puedes decir también / que vivo del revés / pero no temo a nadie» (“Con mi destino”)

«No te faltará el alpiste más / pero ya no tienes libertad. / No te faltará seguridad / pero ya no tienes libertad» (“Balada para un canario prisionero”)

«Medrarás / te enfangarás / como un loco / en la lucha por la vida / y lograrás poco a poco / pisar a quien te compita» (“Canción para un niño que va a nacer”).

«Dime cómo te llamas / para escribirte. / Me llamo Cara Alegre, / Corazón Triste. / Este mundo es un teatro / con espaciosos salones, / siempre la misma comedia, / sólo cambian los actores» (“Dime cómo te llamas”)

Que Cantalapiedra resultaba incómodo para la dictadura franquista, incluso cuando ésta se encontraba en sus estertores finales, se evidencia en que los censores prohibieron nueve de las once canciones que incluía su disco “De oca en oca…”. Él mismo cuenta que «en un pueblo de Astorga donde ofrecí un recital tuve que cantar durante media hora la misma canción porque el comandante de la Guardia Civil me había prohibido casi todo el repertorio. Y con él en primera fila no podía hacer otra cosa. En cambio, logré colarles temas tan fuertes como éste: “Qué bello es mi país. / Si todos fueran así, / no habría comunismo / y sí mucho turismo. / Me encantan los partidos, / de fútbol, claro está. / También admiro a Castro, / Urdiales, claro está. / Y a los líderes chinos, / de Formosa, claro está”».

La última canción de su ultimo disco termina con unas líneas proféticas:

«Me puedes encontrar / cantando en cualquier bar, / soñando en cualquier parte. / Si no te gusto así, / me debes olvidar, / pues no pienso cambiar / en adelante» (“Declaración”)

Ricardo Cantalapiedra siguió siendo el mismo rebelde solitario de siempre. No cambió, y ha caído en un injusto e inmerecido olvido. El mismo cantaba lo siguiente al inicio de su trayectoria como cantautor:

«Trabajaré con mis manos, / ganándome el sustento, / y romperé con la azada / la tierra de cualquier huerto, / o cantaré mis canciones / en las plazas de los pueblos, / y moriré caminando / a la orilla de un sendero» (“Canción del que se va”)

Un día se nos fue Ricardo Cantalapiedra. Sólo espero que sus hermosas canciones nunca se nos vayan y no se pierdan jamás en la bruma del olvido.

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