Rey del Rock

Ante mi sorpresa, todo ello no se extraña demasiado. Aunque falten mayores agallas y controversias, el director pinta un retrato simple entre un bueno y un villano. Ese malo es, quién otro, Parker. Y lo caracteriza bien un Tom Hanks impecable cubierto de elementos prostéticos para ser el panzón, caricaturesco, mofletudo productor de una estirpe disque Hollywoodense cada vez más extinta.

Elvis retrata en esencia esa relación parasitaria entre artista y su administrador. Un cuento de hadas donde hay dinero y prosperidad para todos mientras el titiritero así lo decide; y donde una víctima inocente, sin educación y poder personal, se deja conducir en una espiral fabricando a cada paso su propia muerte. Es la crónica anunciada de uno avispado versus otro demasiado torpe. 

Y aunque Presley le hizo mucho bien al mundo y a la música, razón por la cual su talento persiste en la retina y estremece frente a la pantalla grande aún a cuatro década de su desaparición, parece ser que el bueno nunca es lo suficiente para salirse con la suya. Hasta sus últimos días vivió atrapado en un espiral de excesos, aunque haya sido una tumba de pie sobre el escenario de Las Vegas.

Hay muchas maneras de elaborar un retrato sobre una leyenda de la música como Elvis, pero pocas o casi ninguna que logre el consenso entre las habilidades más fines de la cinematografía y la aprobación de su legado. Porque Luhrmman ha logrado un exhuberante y enérgico biopic, aprobado por la crítica universal, bien apoyado por las audiencias y firmado por la aún existente familia Presley. Check.

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