Roald Dahl

El arte, e incluyo a la literatura en él, es autónomo. Está abierto a permanente interpretación e incluso podría decir que es posible intervenir en ellos, por ejemplo, a través de operaciones de reescritura o por mecanismos de adaptación. Pero nada, ni en teoría el mejor propósito del mundo, puede justificar la mutilación o mudanzas de por sí cuestionables en textos que además de pertenecer a un autor, nos pertenecen a todos los lectores. Estoy seguro de que, por ejemplo, retirar las escenas de la Opa Marcelina en Los ríos profundos, de José María Arguedas, nos privaría de conocer una de las representaciones más intensas y conmovedoras de la precariedad humana. Descreo que su lectura nos convierta en misóginos o violadores. 

En fin. Hacer que la niña que lee a Joseph Conrad aparezca ahora leyendo a Jane Austen o eliminar alusiones a la gordura de un niño en los textos de Dahl es un insulto a la memoria. Y una puerta siniestra se abre. Mantengamos la cordura: No escuchemos el llamado de la hoguera.

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