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Quizás crees conocer esta historia. El cuento navega en los recuerdos de tu infancia. La nariz larga cuando hay mentiras, el carpintero capaz de crear vida de una marioneta de madera y las moralejas éticas. Ha sido adaptada al cine y a la televisión mundial múltiples veces, Disney la convirtió en un clásico desde 1940 e incluso Robert Zemeckis y Tom Hanks estrenarán este año una versión en CGI.

Pero este Pinocchio en nada se parece a todos los previos. Es la primera versión hecha en Italia con alto presupuesto desde que Carlo Collodi publicó el primer cuento en 1883. Y es, sin dudas, un acercamiento más fiel a esa versión original. La historia real no contaba con el tono positivo y dulce de Disney, ni tampoco bañada en risas y emociones fáciles de Hollywood. Pinocchio no es gracioso.

El muñeco de madera cuya nariz crece al mentir es en realidad un cuento sombrío y crudo, sobre cómo asustar a los niños sobre las consecuencias del engaño.

En el 2002, Miramax pagó a Roberto Benigni buena plata por ponerse un traje ridículo y hacer de Pinocchio un verdadero circo. Fue un fracaso de taquilla y despreciada por la crítica. Quizás para reinvidicarse, Benigni aceptó ser ahora Geppetto. Lo vemos en la primera escena, viejo y canoso, tallando lo que creemos ser Pinocchio. Pero no. Son migajas del resto de queso que le quedaba.

Este Geppetto es muy pobre. Debe rogar por trabajo, le regalan la comida y para hacer algún trabajo artesanal pide prestado la madera. En cinco minutos, la película te presenta a un personaje sumergido en la soledad y vulnerable al entorno, que encuentra en inventar una marioneta de madera el último recurso para salir de su condición humana. Y así, de pronto, le crees.

La magia de un muñeco de madera cobrando vida se presenta también sutil. Otro viejo artesano ve como un tronco se mueve de pronto por sí solo. No sabe qué es y no lo quiere cerca. Se sorprende y lo regala. Parece estar borracho y no hay mayor explicación al respecto. Quizás todos estamos medio intoxicados en la vida. Y elegimos dejar pasar por delante eso que parece extraño y mentiroso.

A diferencia de Disney, el director y guionista Matteo Garrone no tiene miedo de incluir en Pinocchio todo el drama adulto y social. Este muñeco no es un niño inocente y despreocupado. Es un niño real. Sale corriendo cuando su padre quiere darle cariño y afecto. Le lanza un martillo al grillo que quiere servirle como conciencia. Busca sin paciencia lo que quiere para vivir la vida a sus anchas.

Por esa naturalidad y dejando de lado todas las trampas y el manual, es más sincero el personaje y, en consecuencia, la historia.

Es dificil distinguir las características de muñeco de madera en la reacreación humanoide del personaje interpretado por Federico Ielapi. Pero esta decisión hace posible empatizar más con un Pinocchio que ofrece gestos y movimientos naturales en comparación a otras adaptaciones. Y mantener la atención en esta película lenta y larga es posible debido al carisma natural de la actuación.

Pinocchio resulta una celebración de un mundo fantástico visto desde los ojos de un niño. A pesar de que conocemos la historia, encontramos nuevas lecciones morales. Conecta a la audiencia con toneladas de humor infantil, que visto desde los ojos de un adulto pueden ser interpretados como negro, y un detallado diseño de producción que permite cumplir los caprichos de un narrador talentoso.

El resultado es una experiencia visual lujosa con escenas emocionantes que pueden capturar a cualquier escéptico. Aunque carece de sorpresas en su narrativa, ver un clásico infantil convertirse en una historia convulsa, turbia y profunda es una golosina para los recuerdos. Y Garrone la vuelve una adaptación convincente, divertida y emocionante. La valla de Disney está muy alta.

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