El 20 de septiembre de 1930 se fundó, en Lima, la sección peruana del APRA internacional, o el Partido Aprista Peruano, que, desde entonces, bajo el liderazgo de Víctor Raúl Haya de la Torre, sería protagonista de la política peruana durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI.
¿Qué decir que no se haya dicho para no caer en los lugares comunes de siempre? En esta reflexión planteamos que el APRA fue actor principal en la construcción de ciudadanía moderna y de la democracia peruanas durante el siglo XX. Imelda Vega Centeno (1985 y 1991) ha señalado que el APRA fue una religión popular y esta idea, paradójicamente, empata con el concepto de revolución de José Carlos Mariátegui, quien influenciado por el filósofo francés Georges Sorel, creía en el mito revolucionario. En tal sentido, la revolución debía tener una connotación mística, moral y religiosa al mismo tiempo, la que debía convertirse, a la hora de las grandes movilizaciones, en la inspiración que agitase a las masas hacia la conquista del poder. La antigua militancia aprista fue precisamente así.
En tal sentido, el APRA fue más allá de su ideología, la que hoy constituye un valioso aporte a la historia de las ideas políticas en América Latina, pues no existe otro corpus doctrinal tan completo y elaborado, que comenzó con la propuesta de un marxismo adaptado a la realidad latinoamericana (El Antimperialismo y el APRA (1928)). Luego, tras abjurar del marxismo en 1931, Haya adoptó posturas de democracia de izquierda, dentro del entorno socialdemócrata, adaptadas a las diferentes coyunturas mundiales, como la Segunda Guerra Mundial, cuando publica La Defensa Continental (1942) desde la clandestinidad, o durante su segundo exilio a Europa, en la década de los cincuenta, cuando publicó Mensaje de la Europa Nórdica, donde expresa su simpatía por el Estado de Bienestar (1956).
El Partido Aprista Peruano nació masivo. Las luchas políticas durante la década de 1920, en contra de la tiranía de Augusto B. Leguía, prepararon el terreno para la irrupción de las masas en la política y lo hicieron, mayoritariamente, a través del PAP. Aquí comienza a gestarse la modernidad política en el país, y los peruanos y peruanas de los estratos medios y bajos de la sociedad comienzan a hacer suyo el concepto de ciudadanía, de militancia política y a interiorizar los derechos fundamentales desde su lucha directa por alcanzar el poder, o en contra de él, cuando es cooptado por la dictadura, ya sea a través de la vía insurreccional, la huelga, el paro, la protesta, las grandes movilizaciones, etc.
Un tema descuidado dentro de la trayectoria del APRA es su vocación democrática y constitucionalista, nunca desmentida bajo el liderazgo de Víctor Raúl. El PAP fue objeto de 25 años de persecuciones políticas que, implicaron, al mismo tiempo, su lucha en contra del militarismo y su represiva alianza con la oligarquía cuya finalidad era convertirse en muro de contención contra la irrupción de las masas en la política. En este difícil escenario, el APRA busca la conquista de los derechos políticos, laborales, sociales y económicos.
Esta lucha por los derechos ciudadanos y por la consolidación democrática en tiempos de dictaduras fue fundamental para mellar la cooptación institucional por parte de las instituciones castrenses y, en efecto, aunque con graves interrupciones, que se prolongaron hasta el periodo 1992 – 2000, permitió la paulatina apertura y consolidación de las formas democráticas en un país prácticamente secuestrado por el militarismo. En este proceso, se destacan dos momentos claves: el primero es el entendimiento con el oligarca Manuel Prado en 1956, entendimiento tan criticado por quienes, aún en esos tiempos, seguían esperando del PAP un partido marxista y revolucionario, y no un partido democrático y constitucionalista. El pacto con Prado, lejos de constituir ninguna traición, abrió las puestas a la democratización del Perú. No solo fue el PAP el que cedió, más cedió la oligarquía.
De este modo, desde el 28 de julio de 1956, tras las negociaciones de Ramiro Prialé y Rómulo Meneses (los únicos dirigentes apristas en libertad tras sufrir prisión durante el Ochenio de Manuel Odría) con Prado, este aprobó la amnistía política a cambió del voto aprista en los comicios de ese año. La amnistía política amplió notablemente la participación política e impulsó la eclosión de partidos políticos en el Perú, entre los que se cuentan Acción Popular, la Democracia Cristiana, El izquierdista Movimiento Social Progresista, el Partido Comunista del Perú, El Movimiento Democrático Pradista, el Partido Socialista del Perú y hasta la Unión Nacional Odriísta. No olvidemos que siete candidatos se presentaron a las elecciones de 1962, y a ninguno se le restringió su participación en dichas justas electorales, desgraciadamente amañadas, una vez más, por la intervención militar y su arraigada vocación por impedir el acceso del APRA al poder.
El otro proceso democratizador en el que se destaca la participación aprista se produjo durante la transición democrática 1978 y 1979 y que dio a luz a la Constitución política de 1979. Los altos jerarcas de la segunda fase del gobierno militar querían una transición que rescatase la esencia de las reformas sociales aplicadas por el régimen a través de un proceso constituyente pero Acción Popular, con Fernando Belaúnde en el exilio, se negó a participar. Por ello, la única posibilidad de legitimar la asamblea en ciernes era la participación del APRA y su ya veterano líder aceptó sin dilación. Las elecciones a la constituyente de 1978 marcaron el inicio de una nueva era en la política peruana caracterizada por la multiplicidad de partidos políticos (de derecha, centroizquierda e izquierda marxista). Nunca en el Perú se había conformado un espectro político tan partidarizado y que representase todas las tendencias existentes. Desde entonces, hasta el 5 de abril de 1992, la participación política de la ciudadanía se canalizó a través de tres instituciones fundamentales, el partido, la central sindical y el sindicato (estos últimos ya venían haciéndolo al punto que tuvieron sus jornadas de gloria con los paros nacionales de 1977 que llevaron a Francisco Morales Bermúdez a comprender que la hora final del GRFA había llegado). Respecto del condicionamiento militar al proceso constituyente, en el discurso de instalación de la asamblea, Haya de la Torre exclamó con firmeza:
Esta Asamblea encarna el Poder Constituyente y el Poder Constituyente es la expresión suprema del poder del pueblo. Como tal, no admite condicionamiento, limitaciones, ni parámetros. Ningún dictado extraño a su seno puede recortar sus potestades. Cuando el pueblo se reúne en Asamblea Constituyente, que es el primer Poder del Estado. Vuelve al origen de su ser político y es dueño de organizarse con la más irrestricta libertad, nadie puede fijarle temas, ni actitudes, como no sean sus propios integrantes por la expresión democrática del voto. No reconoce poderes por encima de ella misma, porque es fruto indiscutido y legítimo de la soberanía popular. (Haya de la Torre, 28 de julio de 1978)
Pero más allá de señalar aquellos momentos en los que el PAP obtuvo avances claros en la construcción de la democracia en el Perú, a través del trabajo y gestión de sus principales dirigentes, no podemos perder de vista el trabajo de las bases, de la militancia, de esos hombres y mujeres convertidos súbitamente en ciudadanos conscientes de sus derechos, tanto por la formación política doctrinal que recibían en el partido, tanto porque, dichos derechos, habían sido coaptados por el militarismo oligárquico, recibiendo a cambio de ello, la clandestinidad, el exilio, la persecución y la muerte.
En tal sentido, la actuación de la militancia aprista, absolutamente consciente del constitucionalismo, la democracia y justicia social que buscaba, en aquellos tiempos aciagos, a través de múltiples acciones, entre ellas el sabotaje al poder dictatorial, socavó el autoritarismo imperante, abrió el espacio, y generó las condiciones para la ampliación de la participación política, la consolidación del poder civil y la instauración de las libertades políticas y civiles, esto es la democracia.
Independientemente de los aspectos discutibles de su trayectoria, que de seguro son muchos considerando que la vigencia política de Haya de la Torre se prolongó por más de 60 años – y que incluye un innegable culto a la personalidad- en este aniversario del PAP queremos rescatar lo que, por mezquindad o negacionismo histórico, nadie rescata: La incontrastable lucha de una multitudinaria militancia consciente de sus derechos y dispuesta a sacrificarlo todo en busca de la libertad. Con la falta que hoy nos hacen auténticos partidos políticos conformados por militantes convencidos de que la lucha por la democracia es irrenunciable y que su consolidación institucional constituye la base para el desarrollo del país.