iglesias

[MIGRANTE DE PASO] Aún era muy temprano para entrar al hospedaje. Dejé mi maleta y enrumbé hacia la plaza San Martín y las dos principales iglesias de Córdoba, a casi 700 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Es una ciudad hermosa, llena de áreas verdes y zonas peatonales; no me la esperaba así. La llaman la ciudad de las campanas por el inmenso número de iglesias. Siendo la segunda ciudad más poblada de Argentina rebalsa historia y modernidad. Hay todo.

Me sentí un poco más cómodo al escuchar a la gente hablar con un dejo más cercano al peruano, y me atrevo a decir que el trato es más amable. La plaza, como es común, estaba llena de pájaros gordos, turistas y vendedores animados. Me quedé un rato, fumando como de costumbre, bajo la sombra de San Martín galopando con la espada desenvainada.

Fue un punto clave para la evangelización letal que arrasó Sudamérica durante la época colonial. Luego de ser fundada por órdenes del virrey Toledo del Perú, en honor a la ciudad homónima española, se instaló como un punto central evangelista de la Compañía de Jesús u orden Jesuita. Previamente los aborígenes Comechingones habían sido aniquilados, los sobrevivientes fueron en su mayoría adjuntados a las órdenes religiosas.

(FOTO IGLESIA DE LOS CAPUCHINOS)

La catedral, “Iglesia nuestra señora de la asunción”, no es nada extraordinaria por fuera. Fue construida en 1582 pero no sentí el poder retador que percibo ante iglesias monumentales que he tenido oportunidad de visitar. Por dentro sí era hermosa, una cúpula pintoresca de gran altitud y cuadros oscuros y siniestros. Siempre me pregunté por qué las pinturas eclesiásticas tienen ese carácter terrorífico. No olvidemos que lo bello también puede ser perverso. Como es costumbre, en los templos virreinales hay indicios o detalles aborígenes.

Salí con una sensación de miedo infantil y continué hacia la Iglesia de los Capuchinos. Lleva ese nombre porque los sacerdotes y miembros de la orden franciscana se vestían con túnicas y capuchas. Esta sí era imponente por la altura y la arquitectura gótica, lamentablemente estaba cerrada y no pude ingresar. No tengo simpatía por ninguna rama de las religiones monoteístas pero esta orden en particular me genera curiosidad. El vínculo entre la sonrisa y la paz es de mi agrado, me gusta la idea de que la risa sea la manifestación de lo benigno.

Después de caminar varias horas fui a la cripta jesuita, que oculta una anécdota ocurrente. Había sido tapiada y se construyó la avenida Colon, la más importante del centro de Córdoba, encima. Se mantuvo oculta por 60 años hasta que quisieron instalar un cableado telefónico y se derrumbó parte de la cuadra dejando al descubierto este pedazo de historia. Descendí por unas escaleras al estilo de cualquier metro y llegué a lo que hoy funciona como museo de la cripta. Tiene la forma de un pequeño laberinto y está toda iluminada menos una esquina.

Me sumergí en esa oscuridad y pensé en cómo había ordenado mis recuerdos religiosos. Las historias de los profesores de mi padre en el colegio La Inmaculada; los relatos de mis amigos que se confirmaron y pasaron por un lavado de cabeza ridículo; mi abuelo que quiso ser sacerdote; las 5 misas que he presenciado; la hostia que nunca probé; San Francisco de Asís y San Agustín. Todas esas ideas que nos reservamos para uno mismo salieron a flote en la esquina de las tinieblas. Es algo parecido a la total oscuridad que precede las obras de teatro.

(FOTO CRIPTA JESUITICA)

Soy ateo sin lugar a dudas, no fui criado bajo la culpa cristiana y aborrezco al sistema llamado iglesia. La pedofilia y las guerras dadas en su nombre me dan náuseas. En el cuento que es mi vida, la cruz o imagen de cristo siempre ha despertado una pulsión de lucha e ira: como pelear contra un dragón de escamas impenetrables. Le doy autoridad a mi locura para no perder ante la ilusión llamada paraíso. Estoy más satisfecho con la noción de la muerte y con no tener enemigos. Sin embargo, si se manifestara el dios de las tres grandes religiones monoteístas lo proclamaría el primero y lo enfrentaría aun estando al filo del vació. Al día siguiente descansé de mis reniegos y fui a la Cumbrecita, a dos horas de la ciudad, donde, a mi parecer, te acercas más a lo divino mezclándote con la naturaleza.

Faltando media hora de camino te vez rodeado de bosques de pinos y lagos lejanos. Entre curvas y caminos en construcción llegas a lo que llaman la primera ciudad peatonal. Los carros se estacionan afuera del pueblo y sigues tu camino a pie. En 1932 una familia alemana migró a la sierra cordobesa e iniciaron una pequeña urbanización. Parece que uno estuviese caminando en un pueblo germánico del siglo XV. La casas, hoteles y restaurantes son de madera y baja estatura. Todas preparadas para inviernos nevados. Este pequeño lugar se armoniza perfectamente con los riachuelos, árboles y cumbres que la rodean.

Aparte de una pequeña capilla en la cima de un cerrito, mi principal objetivo era la cascada grande, sí, así se llama. Una hora caminando por un sendero bastante arriesgado entre piedras, acantilados y raíces con las que puedes fácilmente tropezar. Eres tu propio guía en esta senda confusa, pero instintivamente llegas al destino. Me sorprendí de mi físico, aun lo mantengo. Me emocioné y me caí por saltar de piedra en piedra. Ya no tengo 20. Descansé un rato tendido y me reía. Finalmente llegué a la cascada y me senté en una piedra insular. No había mucha gente e intenté meditar, una actividad que he iniciado hace pocos meses. Me imaginaba como un transformador que absorbe y manipula energía externa a la mía. Evidentemente no ocurrió ni me funcionó, pero sólo ponerlo en práctica es satisfactorio. Metí la cabeza al agua helada para refrescarme de la ardua caminata y volví. Una hora más de vuelta. Estaba molido. Me comí un plato exquisito de cabrito e inicié el regreso a la capital provincial.(FOTO CATARATA)

Al día siguiente visité la manzana jesuítica y la universidad de Córdoba. La primera, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Fue un recorrido silencioso porque ante todo está el respeto. El interior es bastante atractivo para la vista. Es de los interiores mas bonitos que he visto. Tiene una iluminación lúgubre, pero tiene la particularidad de hacerte sentir que estás en territorio sagrado.

Vi a mucha gente rezando y eso me conmovió en cierto sentido. Mi conflicto es con la institución no con la gente creyente. Creo en la libertad de credo y puede ser un buen canal de refugio y bienestar. Me quedé viendo a un señor confesándose y recordé la primera y única vez que yo lo hice.

—A veces me peleo con mi hermano y digo lisuras como mierda —se me escapó por la costumbre de mi habla.

—Un padre nuestro y dos aves marías, por la honestidad —me dijo el cura riéndose. Yo fui y fingí hacerlo porque no me conocía ninguno de los dos rezos y todavía no los sé.

(FOTO MANZANA JESUITICA)

No podía dejar de conocer la Universidad de Córdoba, fundada en 1608, que es la cuarta mas antigua de toda América. Dentro de estas instalaciones se generó uno de los cambios mas importantes de América Latina. En 1918, lo que inició como una junta estudiantil se transformo en la reforma universitaria o grito de Córdoba. Fue un movimiento democratizador de las instalaciones universitarias para darle un carácter más académico y científico. Por meses se dieron enfrentamientos violentos entre reformistas y católicos. Revolucionó el continente, el movimiento se extendió al país y luego a toda América Latina. Inicio una amplia tendencia de activismo estudiantil y uno de los ejemplos mas cercanos que tenemos fue el inicio del APRA.

(FOTO REVOLUCION UNIVERSITARIA)

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