En época de elecciones, sobre todo en las segundas vueltas, las discusiones políticas se salen de control: basta que una persona haya escogido a un candidato distinto al de la mayoría para que el grupo de WhatsApp se vuelva un solo de ofensas, la reunión familiar se convierta en gritos, y los extraños en Facebook se sientan con derecho a proferir insultos. En este contexto un cliché se repite con mucha frecuencia: “No destruya amistades por simples diferencias políticas”. Yo no estoy seguro de que este consejo, tomado en sentido literal, sea muy saludable. Ciertamente habría que pensarlo dos veces antes de guardar amistad, por ejemplo, con un neonazi. Pero más allá de casos extremos, yo creo que uno debe romper con algunas personas dependiendo de la forma en que estas suelan encarar las discusiones políticas.
Mi idea es que, si su amigo o familiar es una bestia para discutir, lo mejor es alejarse de esa persona.
El presupuesto básico para una discusión es que ambas personas se presenten con un cierto grado de vulnerabilidad. Ambas aceptan que desconocen la verdad sobre un punto, o que no poseen la imaginación suficiente para concebir argumentos que los hagan dudar sobre algo que creen verdadero. Una buena discusión es como un juego de Jenga. Para pasar un buen rato jugando Jenga no importa tanto quién sea el ganador, sino qué tan alta es la torre que alcanzan a construir juntos. Un buen jugador de Jenga no espera que su contrincante se equivoque y bote la torre, sino más bien desea que el otro consiga colocar una pieza más, para así enfrentar un reto mayor y poner a prueba sus propias capacidades. Ahora bien, imagine que una persona insiste en jugar Jenga con usted, usted accede, pero al cabo de un rato, cuando le toca a usted su turno, la persona le mete un patadón a la mesa para que la torre se desmorone a pedazos, y luego se levanta vociferando ¡gané, gané! Si al cabo de unos días la misma persona se le acerca y le pide jugar de nuevo (y es más, ¡le dice que le encanta jugar con usted!), lo aconsejable, evidentemente, es rechazar la invitación.
En el caso de una discusión, si mi interés es encontrar la verdad, entonces lo que más me conviene es que mi interlocutor articule sus ideas con la mayor claridad posible, para así poder evaluarlas con cuidado. Y si mi interés es poner a prueba algo que yo considero como verdadero, debo también esperar con paciencia, y sobre todo, interpretar los argumentos de mi oponente de la mejor manera posible. Pues cuando interpreto un argumento o idea de manera tendenciosa lo único que hecho es crear una versión distorsionada que es mucho más fácil de refutar, lo cual me da la falsa ilusión de que he ganado la discusión – esto es equivalente a patear la mesa cuando mi oponente de Jenga está intentando poner su pieza, quedándome así con la sensación idiota de que soy un gran jugador.
Si en discusiones previas una persona le ha mentido, se ha burlado de sus ideas, lo ha interrumpido constantemente, lo ha interpretado tendenciosamente, levanta la voz, se irrita, etc., entonces no hay vínculo de amistad o filial que lo obligue a aceptar una invitación para discutir, ni disculpa o excusa que valga. ¿Mi consejo? Evite a toda costa a esa persona. Y si esa persona le pregunta por qué no quiere discutir, evite explicárselo, porque ese intento de explicación también conlleva una discusión.
En elecciones hay que distinguir claramente entre aquellos amigos o familiares que buscan una discusión con usted como instrumento para manipularlo y que vote por un determinado candidato (y para ello usarán mentiras, buscarán asustarlo, infundirle vergüenza, etc.), y aquellos que realmente quieren tener un intercambio de ideas; entre aquellos que quieren patear la torre, y los que buscan construirla más alto. Un votante realmente convencido de que su opción es la mejor no tendría por qué mentir para defenderla, o tergiversar las posiciones contrarias. Al contrario. Su posición se solidificaría aún más si consiguiera rebatir los mejores contraargumentos, no los peores. Y si usted genuinamente no sabe por quién votar, qué mejor que buscar conversación con aquellos que realmente la van a ayudar a construir una alta torre de ideas. Lo que se debe evitar a toda costa es jugar Jenga con Chewbacca.
* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.