Mientras subsista una Palestina oprimida, no habrá un Israel en paz. No hay justificación alguna a la salvajada perpetrada por el grupo terrorista Hamás, pero debe hablarse de lo sucedido poniéndolo en contexto explicativo.
Palestina viene soportando desde hace décadas la violación sistemática de los derechos humanos de su población por parte de las fuerzas de ocupación israelíes, que, más aún cuando asume el poder la extrema derecha -como es el caso ahora con Netanyahu- exacerban la represión.
La extrema derecha israelí -porque no es toda la población judía la que piensa así- quiere desaparecer a Palestina del mapa, sin importar las consecuencias ni los límites que el derecho internacional impone.
Los radicales palestinos -que tampoco es toda la población palestina- se retroalimenta de ello y así logran la hegemonía violentista que una vez más se ha desatado.
No habrá paz en el Medio Oriente mientras los países árabes no reconozcan al Estado de Israel, así como no la habrá mientras Israel no reconozca el derecho palestino a ser un Estado soberano, con sus fronteras originales ya fijadas por la ONU, al que no puede humillar y agredir cotidianamente, en base exclusivamente a su mayor poder militar, porque no lo ampara ningún derecho histórico para la disolución de su vecino palestino.
Es un conflicto al que el mundo no puede mirar de soslayo. Tal como están dadas las cosas en el nuevo orden mundial multipolar, una escalada militar que exceda los límites de lo admisible puede comprometer a otras naciones y ascender a un conflicto multilateral, si no se actúa con inteligencia y mesura.
Hoy Occidente debería ser el primero en presionar a Netanyahu para que no aproveche la infeliz circunstancia ocurrida hace algunos días para fortalecerse internamente y desplegar una estrategia militar sobredimensionada contra población civil inocente del lado palestino, porque quizás podrá lograr sus objetivos militares en el corto plazo, pero, muy lejos de haber sembrado la paz en la región, habrá abierto un periodo de violencia sin límites a la vista.
Así como la violencia histórica original empezó por la reticencia del mundo árabe a la sola existencia de Israel, lo que era un descomunal despropósito, hoy la misma transita por la torva vocación expansionista y xenófoba de la ultraderecha israelí que no quiere reconocer el legítimo derecho palestino a su existencia política como nación soberana.
Ojalá los raptos de lucidez de uno y otro bando se impongan sobre los halcones de la guerra, que, tranquilos ellos, mandan a morir a miles de ciudadanos sin importar el dolor presente y las consecuencias futuras de los desmanes mutuos.