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La Luna va a estrellarse con la Tierra. El único satélite natural del planeta va a causar su inevitable colapso. Y con ello, claro, la extinción de la especie humana. La Luna va a caerse, o más precisamente, va a salirse de órbita. Y ese argumento es solo el pretexto de un carnaval de desastres. Tsunamis, terremotos, cataclismos, edificios derrumbándose, lo que fuera. 

Roland Emmerich mete treinta años de carrera haciendo películas de desastres en Hollywood en una misma película. Eso es Moonfall. Están todos los tipos de catástrofe vistos en The Day After Tomorrow o 2012, y también algunas dosis de mundo extraterrestre similar a Independence Day o Stargate. El resultado no termina de definirse por ninguno. Es en efecto un carnaval de lo todo.

La película empieza con un innecesario discurso científico. Pues, qué más da por qué la Luna se está cayendo. No importa si se trata de una coherente razón astronómica, o si son más bien teorías conspirativas, políticos estafadores o información clasificada. Igual se va a caer. Y poco importan las razones cuando hemos venido a presenciar su destrucción en pantalla grande. 

Entonces Emmerich demora en llegar al punto focal de la historia. Hay demasiada marea informativa nublando el rollo principal. Si salimos con vida de esos somníferos cuarenta minutos, la historia presenta un simple duo protagonista entre los astronautas Brian y Jo, dos antiguos colegas cuya gran duda es si serán el equipo capaz de salvar al mundo. A la pareja se suma el conspiracionista K.C. que está destinado a ser el gordo bufón subvalorado de la trama.

Mientras ellos tres se preparan interminablemente, en la Tierra quedan un sinnumero de personajes secundarios innecesarios. Los ex esposos de Brian y Jo, sus respectivos hijos (llegué a contar al menos cuatro niños), el hijo mayor de Brian recién salido de prisión, el nuevo esposo de la ex esposa de Brian, una joven mujer asiática que acompaña al grupo sin ningún motivo y unos aleatorios adolescentes merodeadores que han conquistado el mundo pre-apocalíptico. 

Y entonces al cumplirse una hora de película, Moonfall es un maremoto de datos y argumentos cruzados sin importancia. De hecho, todo parece muy estúpido. Hay una civilización mundial rendida a la catástrofe sin ningún liderazgo más que de tres renegados desconocidos. En todas las películas previas de Emmerich había cuando menos una figura política mundial para darle legitimidad.

De hecho, la misión central de la película queda reservada para el final. Antes de ello tendremos un enredo de imágenes extrañas donde se ha confundido la geografía norteamericana con Asia o el Polo Norte, una NASA sin ninguna infraestructura ni poder casi en absoluto que debe sacar naves espaciales de museos tomados por la delincuencia juvenil, y una explicación al argumento final futurista bastante original para ser honestos, pero arrojada al espectador sin ningún aviso previo para intentar ser creíble o verosimil.  

Si tan solo Emmerich se hubiera librado un poco de toda esa densidad de personajes, argumentos y variables informativas para entregarnos lo que vinimos a buscar. Eso que ha sido su inspiración personal y musa durante toda su carrera. Ese momento épico donde el planeta se acaba, o pende de un hilo, y entonces estamos satisfechos a pesar de uno que otro bochorno en el camino.

Pero no. Moonfall solo cuenta con algunos atisbos muy lejanos de genuina emoción. Vale la pena si extrañas grandes producciones fastuosas de catástrofes, estás bien descansado y quieres verla en pantalla grande. De lo contrario, The Day After Tomorrow es aún una mejor propuesta, incluso veinte años después. Y si no, pues, cualquier otra.

 

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(1967-1971)

Una de las ventajas de ver las series americanas, en los años setenta y ochenta, es que las transmitían 3 a 5 años, después de estrenada o después de canceladas. Bueno, creo que había otra ventaja: El doblaje. En la serie, en mención, habría que indicar que el doblaje era perfecto (tics y manera de hablar). De forma tal, que sería un sacrilegio para nosotros (los latinos) ver y escucharlos -a estos personajes- con otras voces. Imposible. En la actualidad eso no sucede ni a patadas. Las series (gracias a la globalización) se estrenan al mismo tiempo que en los EE.UU. e incluso puedes verla en las plataformas, en su idioma original; con subtítulos, lógicamente.

El Gran Chaparral marca una tendencia de finales de los sesenta: Grabar en escenarios naturales; así como John Ford usaba el Monument Valley, como escenario, siendo incluso un protagonista más, de sus películas; “El Chaparral”, fue filmada en los desiertos de Arizona.

El argumento es simple: La familia Cannon se establece en el rancho “El Chaparral”, ubicado en el desierto de Sonora (actual Arizona), y, como los colonos de ese tiempo, luchan, a brazo partido, contra la naturaleza y los indios, por su rancho y su supervivencia.

El creador de la serie David Dortort, era el mismo que producía la sobrevalorada “Bonanza”, que tenía un éxito arrollador y que duró más de una década en el aire. Ahora comparándolas a ambas había notables diferencias: los personajes del desierto de Arizona no eran los héroes típicos del Oeste. Como si podríamos decir de los Cartwright. Muy por el contrario, los protagonistas de “El Gran Chaparral” demostraban su densa humanidad. Por ejemplo: el tío Buck y Manolito -geniales tanto Cameron Mitchell como Henry Darrow- eran putañeros y borrachos de primera. Hedonistas y lúdicos cada vez que podían. Al igual, que el resto de los vaqueros que trabajaban para John Cannon: Los leales y laburadores Sam y Joe, la dignidad enhiesta de Vaquero y un inolvidable Pedro (imperdible su actuación en el capítulo “El Muro de fuego”). La primera parada obligada, para ellos, era la cantina del pueblo y si había pelea, decían presente. John por su parte, era un vaquero duro, incluso torpe con su hijo Blue y su nueva esposa Victoria. Poco proclive al romanticismo y a la sensiblería. Lo cual es lógico, ya que era un hombre que sufrió y vivió la Guerra Civil. Toda la educación que recibió se la dio el Ejército. Era producto de su entorno.

Victoria (la argentina Linda Cristal) es uno de los personajes centrales y no decepciona en absoluto. Es la que balancea la cofradía testicular de la serie. Ama a John, pero es plagueona o es capaz de dar su opinión en forma pertinaz, sea intrincado o no el asunto. A su hermano Manolito lo ama, pero eso no evita que lo rezongue, cada tanto. Y hablando de Manolo, él evita todo compromiso, desea ser libre de las ataduras del matrimonio y huye de las responsabilidades del rancho de los Montoya, que por derecho le corresponde, y se conforma con ser un vaquero más en “El Chaparral”. Ah, y es habitué de las prostitutas del pueblo: Perlita y Conchita. A la única mujer que ama es a Victoria (ver capítulos “Sin Ningún Problema” y “El Diario de la Muerte”). Mientras Buck Cannon, es el tío más querible de la historia del Oeste, capaz de noquear a su sobrino para evitar que este arriesgue su vida o tenerle fidelidad perruna a su hermano mayor y ser servicial con Victoria. Con Manolito son compadres (ver el capítulo “Amigos y Socios”). No es difícil verle con un final parecido al de Tom Doniphon, en el clásico “El hombre que mató a Liberty Valance”.

Una mención aparte merece Frank Silvera, el patriarca Montoya, actor de teatro y conocido con el apodo de “El hombre de las mil caras”, lo cual nos da a entender su histrionismo. Sus intervenciones son legendarias, su picardía y dotes para la comedia ensalzan la serie (ver los capítulos “El León Duerme” y “Mi casa su casa”).

Siempre espere que “TCM”, el canal de cable, pasara mi serie favorita de los setenta. Sin embargo, para mi sorpresa fue gracias a You Tube, donde encontré la serie con sus temporadas completas. Dícese, en tiempos pretéritos, que un director firmaba su mayoría de edad, cuando filmaba un western. Nosotros los televidentes podemos decir que ver un western (con una duración de 4 temporadas) nos galvaniza y humaniza. Algo tan necesario, en los tiempos, agitados, que vivimos.

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UNO

Tengo que confesar algo, cuando vi por primera vez “Goodfellas”, en 1991, no la entendí. Luego de visionarle un par de veces más comprendí su grandeza. Cada vez que la vuelvo a ver, me deleito en extremo por esta obra maestra. Scorsese, un AUTOR, nos ha regalado joyas cinematográficas: Taxi Driver (1976), Raging Bull (1980), Goodfellas (1990), La Edad de la inocencia (1993), Casino (1995), Los infiltrados (2006), entre otras. Se despide del genero gansteril que ayudó a forjar y establecer.  Tal como lo hizo John Ford, en 1962 con el western. Ambos géneros, genuinamente norteamericanos.

La peli tiene mucho del tono derrotero e irredento de “Erase una vez en América” (Leone) y “El Padrino” (Coppola).

Es una despedida de cuatro de los más grandes actores que produjo América (De Niro, Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel). De ahí a emoción al visualizar los fotogramas.

DOS

Me conmueve la escena entre Frank (De Niro) y Russell (Pesci), mientras conversan en italiano y comen, con delectación, pan (saborizado) acompañado de vino (maridaje perfecto). Su tertulia discurre en voz baja. Al cabo de más de 3 horas, es casi la misma escena, pero con ambos en la cárcel y ancianos. Mientras degustan el pan o tratan, (Russ ya no tiene dientes y le tiemblan las manos), acompañados de jugo de uva.

Joe Pesci está esplendoroso. En las antípodas del papel que hizo en Goodfellas. Los silencios son más elocuentes. Con la mirada lo dice todo. Como cuando su esposa baja las escaleras y Russell entra a casa con la camisa ensangrentada. Se observan en silencio y le pide que se cambie la ropa, sin olvidarse de dejar los zapatos. Mientras él sube las escaleras lentamente.

O cuando en uno de los últimos fotogramas, se ve a Russ yendo, en silla de ruedas, a la capilla de la penitenciaría. Al final de sus días, encontró solaz en Dios.

Si, Pesci volvió de su largo hiato, a insistencia de Scorsese (dice que lo llamó como 50 veces), para protagonizar esta peli. No se equivocó en absoluto. Es el alma de “El Irlandés”.

TRES

Scorsese juega con los flashbacks, voz en off o lo que sería monólogo interior en literatura. Siempre lo ha hecho. Parece una novela de Faulkner, el gran autor americano. Sus personajes, aunque llegan a ostentar el poder, al final caen. Cuando más grande, más fuerte la caída. Aunque en este caso, es distinto. Frankie, al final de sus días, entiende que con sus acciones ha roto su familia. Su esposa muere y sus hijas lo abandonan. En especial, Peggy quien, siendo niña, ve cuando Frankie le da una paliza al bodeguero. Allí descubre la naturaleza violenta de su progenitor.

Martin es un maestro en el manejo del silencio, algo que deberían aprender los directores noveles. A lo largo del metraje su hija observa a su padre ir a trabajar, en la medianoche, con su arma o tomando desayuno, mirando las noticias de los asesinatos que cometió, sin que se le mueva un pelo. Para ella es un monstruo, con el cual tiene que convivir.

El punto de quiebre es cuando desaparece Hoffa, a quien ella estimaba. Le mira y le pregunta ¿Por qué? A partir de allí, su hija lo destierra de su vida.

Frank, ya anciano en el último fotograma, le pide al cura que no cierre la puerta, que la deje entreabierta. Imaginará que, a lo mejor, una de sus hijas vendrá a verlo por Navidad. La esperanza es lo último que se pierde. Pero no vendrá nadie. Ese es el precio a pagar.

CUATRO

Así también Martin ha sabido mostrar la otra cara del sueño americano. Historia, al fin y al cabo. De cómo se cimentó el capitalismo, como ayudó a construir las Vegas, entre platos de pastas, albóndigas, vino y demás delicias de la cocina italiana. Todo bajo el cobijo de “La Familia”.

Una de las cosas que más me encantan de Marty es su elocuencia. La sabiduría que posee. Nos envuelve en una costra verbal cinematográfica. Es didáctico, en cada explicación que da acerca de sus influencias, los porqués del cine y su historia.

Sus películas reflejan un universo desconocido y cuyos personajes (densamente humanos) nos han enamorado o sufrimos sus desventuras. Son literatura pura. De ahí que el cine sea arte. Al igual que el maestro Ford, Welles, Eastwood, entre otros. Cuando estrenan una película, sé que estaremos inmersos en una nueva experiencia, que nos enriquecerá.

A todo esto, solo cabe decir, que el día que Martin Scorsese nos deje, se irá un IRREMPLAZABLE. Eso sí, nos quedarán sus películas.

Gracias por todo Marty.

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Jimmy Hoffa, Joe Pesci, Martin Scorsese, Películas
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