Al final de cuentas, el gobierno de Pedro Castillo no va a ser revolucionario, no va a convocar ninguna Asamblea Constituyente, no va remover los cimientos del modelo, no va a cambiar la primacía de la propiedad privada, no la va a afectar, no va tampoco a transformar radicalmente la salud y la educación públicas ni acometer un programa de redistribución socioeconómica trascendental. No va a ser ni Velasco ni Alan I. No le da el fuste ni para eso. El suyo va a ser el reino de un centrismo mediocre.
Ni puede -no tiene la mayoría en el Congreso, ni el respaldo masivo de las calles- ni quiere hacer algo superlativo. Rápidamente, se ha refugiado en el usufructo del statu quo, del piloto automático, pero con su añadido particular de una profunda medianía.
En estos cinco años de gobierno, el Perú va a retroceder, pero no porque haya llegado al poder un destructor del modelo liberal, sino porque se ha instalado en Palacio un personaje tan mediocre que lo único que parece buscar es darle puestos públicos a sus allegados y desmontar las pocas buenas reformas que se habían hecho en los últimos años (magisterial, del transporte, etc.).
En el fondo, quizás sea hasta positivo para el país que la coalición de izquierdas que nos gobierna corrobore su enorme incapacidad ejecutiva, su falta de cuadros técnicos y su vocación politiquera para administrar los recursos públicos. Y que, al cabo de los cinco años perdidos de este régimen, ojalá el país entienda el desastre que supone votar por la izquierda. La peor derecha es mejor que una izquierda como la peruana, incapaz de alcanzar cuotas de modernidad que en otras latitudes exhibe.
Por su parte, la derecha haría bien en descartar el escenario improbable de la vacancia y abocarse a tareas políticamente más productivas. Solo un escándalo de corrupción que toque directamente al Primer Mandatario la justificaría. La mediocridad del gobierno no es razón suficiente para ello.
La tarea derechista, en consecuencia, debería ser mantener a raya al régimen, evitar cualquier tentación colectivista o autoritaria (ya que goza del poder suficiente para lograr ello), impulsar los cambios que pueda acometer desde el Legislativo, y prepararse para el recambio del 2026 con candidaturas potables, apostando a que sobrevenga un periodo derechista de larga duración que, esta vez sí, haciendo las reformas institucionales pertinentes, conquiste un nivel de desarrollo irreversible del país, blindándolo contra eventualidades disruptivas como las que hemos sufrido este aciago año electoral.
Nota al margen: es política editorial de la dirección de Sudaca que ejerzo, respetar en grado extremo los informes que los reporteros publican con su respectiva firma y responsabilidad. Ello se ha hecho y se hará, escrupulosamente -jamás una nota ha sido censurada desde que Sudaca empezó a existir-, asumiendo que se está ante una exposición veraz de hechos a los que el reportero, con derecho propio, agrega subjetividades editoriales. Respecto de estas cabe, sin embargo, la discrepancia, y me permito ejercerla respecto de algunos acentos de la nota publicada ayer “Hablan los amigos de César Acuña (y otros se corren)” (http://ow.ly/NBzX30s6Zbt), particularmente en el tratamiento del rol jugado estos días por Augusto Álvarez Rodrich. A pesar de su amistad con César Acuña, AAR se ha pronunciado claramente en contra de la sentencia y ha promovido, desde la presidencia de IPYS, duros comunicados al respecto y ha gestado, inclusive, activamente la vigilancia de periodistas el día de la audiencia. No se ha escabullido respecto de este espinoso tema.