Ronda de Pascua

[Música Maestro] El sábado pasado, 21 de diciembre, Frank Vincent Zappa, uno de mis artistas favoritos, habría cumplido 84 años. La misma edad que hoy tiene Ringo Starr, el Beatle a quien convocó para que actuara en su caleidoscópica película 200 Motels, de 1971. O la edad que habría cumplido John Lennon, el otro Beatle, con quien hizo una histórica jam session en el Fillmore East de New York, ese mismo 1971 -contaminada por los insufribles alaridos de Yoko-, que acabó en un lamentable robo de derechos de autor perpetrado por la pareja más famosa del rock clásico (ver historia completa aquí).

En mi vida de melómano he desarrollado fanatismos múltiples y diversos. Quienes me conocen desde mi más temprana infancia saben perfectamente que, desde la cuna, me agitaba con las canciones de los Bee Gees. En paralelo, me enganché con las guitarras acústicas de los boleros -cubanos, mexicanos- y los valses de la Guardia Vieja, el jazz de Frank Sinatra y Glenn Miller que escuchaba mi papá; y con las baladas, salsas y cumbias que emocionaban a mi mamá, cada vez que se encendía la radio de la casa.

Después llegó el rock y sus infinitos derivados, desde los Beatles en dibujos animados de Canal 5 hasta el progresivo, el punk y el heavy metal, géneros en los que sumergí hasta lo más hondo, en simultáneo a todo lo que se escuchaba en las radios convencionales, Doble 9 y en Disco Club, el programa televisivo que nos educó en cuestiones de pop-rock. Luego llegaron la trova, Les Luthiers, Silvio Rodríguez,Joan Manuel Serrat y el rock en español, en especial el argentino. En el camino, como seguramente recordarán mis compañeros deuniversidad, me hice fan acérrimo de Queen y de todos los bajistas extraordinarios, desde John Paul Jones (Led Zeppelin) hasta Steve Harris (Iron Maiden), que me erizaban la piel y hacían volar mi imaginación, lo mismo que sentía al escuchar las orquestas del Álbum Musical del Mundo (aquel microprograma de la NHK japonesa que pasaba Canal 7) con sus melodías de Mozart, Vivaldi, Bach o Beethoven, o a Luciano Pavarotti entonando canciones napolitanas.

Frank Zappa apareció en mi radar musical a través del error de uno de mis dealers de cassettes piratas. Sería 1990 o 1991, durante mi primer año en la San Martín. En el segundo piso de las Galerías Brasil, a seis cuadras de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, había un local donde grababan, por unos cuantos soles, vinilos completos. Uno tenía la opción de llevar su propio cassette en blanco o, si no, la tienda te ponía también el soporte de plástico, incluyéndolo en el precio final.

Había mandado a copiar allí un LP de Genesis del periodo 1970-1973, una extraña recopilación alemana titulada Rock Theater. Como en esa oportunidad no tenía cassette a la mano, encargué el servicio completo. Cuando llegué a mi casa para escuchar lo grabado, después del épico final de Supper’s ready, el cuento musicalizado por Gabriel, Collins, Hackett, Banks y Rutherford, tras un instante de silencio, asaltó mis oídos una ráfaga de cuarenta o cincuenta segundos de un esquizofrénico intermedio instrumental que concluía con unagrandiosa fanfarria de influencia sinfónica que dio paso al inicio de un tema más pausado que, con las mismas, se cortó abruptamente.

“¿Qué era eso?”, me quedé pensando y, a mi siguiente visita, llevé el cassette para que el vendedor me ayudara a identificarlo. Después de escuchar el fragmento, el dealer pirata sacó de su caja de vinilos viejos uno de carátula rosada, con la foto de una persona saliendo de una piscina vacía, que solo dejaba ver sus amenazantes ojos y una alborotada melena. Se trataba, por supuesto, del LP Hot Rats (1969) y lo que había escuchado por accidente era el final de Son of Mr. Green Genes, seguido del inicio de Little umbrellas. El amigo de la tiendame dijo, palabras más palabras menos: “tráeme un cassette de 90 y te grabo dos discos de este pata”, en compensación por haber usado uno viejo para lo de Genesis. Por supuesto, acepté.

En el Lado A del cassette estaba el Hot Rats completo que tiene, además de los dos mencionados, otros cuatro temas, entre ellos elbluesero Willie the pimp, cantado por Captain Beefheart y Peaches en regalia, quizás la más “conocida” para los adictos al rock clásico. Y, en el Lado B, un disco cargado de efectos, voces entrecortadas y canciones breves pero sustanciosas en cambios y mensajes, algunos explícitos y otros cifrados. Me refiero a una de sus primeras obras maestras, el brillante We’re only in it for the money (1968). Todavía estaba lejos de ser un conocedor de la música de Frank Zappa, pero escuché tantas veces ese cassette que acabé aprendiéndome de memoria ambos álbumes.

Mi nuevo fanatismo fue difícil de alimentar en los años noventa, solo logré escuchar algunas cosas más. No fue sino hasta la era de internet y la piratería de discos compactos que logré profundizar acerca de las diversas dimensiones de este músico que sobrevivió a la decadencia del hippismo, las hordas del punk y la diversificación de los gustos musicales de las masas, apoyado en su comunidad de seguidores y su particular creatividad, su adicción al trabajo y meticuloso perfeccionismo, su estatus como “héroe de la guitarra” -al nivel de Jimi Hendrix, Eric Clapton o Allan Holdsworth– y su genuina extravagancia.

Zappa era una atípica estrella del rock. No se drogaba ni tomaba alcohol, lo cual le permitía mantener la lucidez en cada entrevista que le hacían en conocidos espacios de la televisión de su país -David Letterman, Saturday Night Live- o en los países europeos que frecuentemente visitaba con sus bandas. Cuando no estaba de gira, dormía todo el día y grababa/editaba de noche, escribiendo y dirigiendo hasta el último detalle. En vivo, jamás repetía un setlist ni los solos que tocaba, en conciertos que superaban las dos horas y media. En sus canciones se burlaba de todos, desde Peter Framptonhasta Culture Club, desde Richard Nixon hasta Jimmy Swaggart. Les ponía nombres extraños a sus hijos -Moon Unit, Dweezil, Ahmet, Diva- y sus letras eran, en muchos casos, alocadas, repletas de aparentes sinsentidos y hasta procaces, pero nunca aburridas ni mal escritas, y siempre capaces de convertirse en agudas crónicas personales sobre temas más serios como las inquietudes de los jóvenes, la represión sexual, el consumismo, la crisis e hipocresías del music business, la discriminación, la corrupción política, el pésimo sistema educativo y el engaño de la religión institucionalizada.

Su discografía es amplísima -más de 60 lanzamientos oficiales en vida y una cantidad similar de lanzamientos póstumos y tiene de todo: jazz-rock, pop-rock, country, soul, música concreta, blues, progresivo, proto heavy metal, música sinfónica, vaudeville, doo-wop y muchas otras variaciones de estilos, desde la parodia hasta alucinados coversde un enorme rango de fuentes, desde el Hava Nagila judío hasta la banda sonora de Star Wars, desde fragmentos de composiciones de Igor Stravinsky y Béla Bartók hasta versiones propias de clásicos de Johnny Cash, Led Zeppelin y los Beatles.

Frank Zappa murió prematuramente, a los 53 años, de cáncer de próstata. Tenía todavía mucha música que hacer y, sobre todo, muchas cosas qué decir. En sus últimos conciertos de 1988 por los Estados Unidos, multitudinarios a pesar de no haber tenido nunca difusión en radios ni en la naciente MTV, instalaba mesas para que los asistentes se registren para votar y decía, sin pelos en la lengua y en plena campaña electoral, que Ronald Reagan era un tremendo imbécil, en Dickie’s such an assholededicada originalmente al presidente Richard Nixon, el mismo año de su renuncia al cargo tras el escándalo de Watergatey que los fanáticos religiosos gana(ba)n plata haciéndole creer a los ciudadanos que eran todos unos tarados (Jesusthink you’re a jerk).

A pesar de su prolífico trabajo discográfico y presencia constante en medios, además de tener una protagónica participación, junto a la estrella country John Denver y el vocalista de los Twisted Sister, Dee Snider, en la polémica desatada en 1985 por la PMRC (Parents Music Resource Center), una asociación liderada por Tipper Gore, esposa del entonces senador y futuro vicepresidente Al Gore, que promovió un acto de censura a diversos artistas pop-rock -la colocación de la famosa etiqueta de “contenidos explícitos vigente hasta hoyque generó encendidos debates en el mismísimo Parlamento norteamericano y en sintonizados programas de televisión (como este episodio de Crossfire en CNN, de 1986), el legado ideológico y político de Frank Zappa se apagó con su muerte, al punto de que su nombre fue totalmente desaparecido de cualquier retrospectiva que se haya hecho acerca de las mentes más influyentes del país del Tío Sam, durante las décadas siguientes.

Si Zappa no hubiera sucumbido al cáncer -quiero decir, si nunca lo hubiera padecido- estaría actualmente al nivel de comentaristas políticos y sociales como Noam Chomsky, Michael Moore o BernieSanders. De hecho, para la campaña presidencial de 1992-1993, en la que ganó Bill Clinton, se deslizó la posibilidad de que el músico, en trance de retiro por la enfermedad que comenzaba a aquejarlo, se presentara como una tercera vía, ni demócrata ni republicana. Habría sido muy interesante escuchar hoy su opinión acerca del dúo de oligofrénicos Donald Trump/Elon Musk, la masacre en Palestina, las maratones de Netflix, la adicción al exhibicionismo de las redes sociales y la inteligencia artificial, el mamarrachento reggaetón, el asesinato del CEO de United Healthcare, o el lunático presidente de Argentina, Javier Milei.

Otro de sus aportes a la música norteamericana contemporánea es su papel como promotor de talentos nuevos. Frank descubrió a músicos que, posteriormente, construyeron su propio prestigio como, por ejemplo, Steve Vai, uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos; Adrian Belew, cantante y guitarrista quien fuera, entre otras cosas, parte del renacimiento de King Crimson desde 1981 y que ha trabajado, entre otros, con David Bowie y Talking Heads; Warren Cuccurullo, fundador de los ochenteros Missing Persons y luego miembro de otros legendarios de esa década, Duran Duran; Chester Thompson, famoso baterista de Genesis y Phil Collins; VinnieColaiuta, uno de los más grandes del jazz moderno; o Terry Bozzio, otro monstruo de las baquetas, también de Missing Persons e integrante de cientos de proyectos y sesiones de grabación de rock, jazz y heavy metal.

Asimismo, los primeros trabajos importantes de íconos del jazz-rock como George Duke (teclados), el francés Jean-Luc Ponty y el indio L. Shankar (violín eléctrico, ambos) fueron con Frank. Y, desde luego, toda la galería de excelentes músicos que trabajaron con él en sus diversos periodos como, por ejemplo, Ian Underwood (teclados, saxos), Don Preston (teclados), Ruth Underwood (vibráfono), Tommy Mars (teclados), Chad Wackerman (batería), Robert Martin (voz, teclados, saxos), Mike Keneally (guitarra, teclados) y Scott Thunes(bajo), muchos de los cuales han mantenido vivo el legado de Zappaen bandas-tributo como Banned From Utopia, Project/Object, TheGrandemothers o The Zappa Band. Esta última fue telonera oficial en la más reciente gira de King Crimson, realizada en 2022-2023.

La discografía de Frank Zappa se puede dividir en los siguientes periodos:

1966-1970: con The Mothers Of Invention, banda que fue una piedra en el zapato para la subcultura hippie y el pop-rock oficial, con sus espectáculos irreverentes y su aspecto grotesco.
1970-1972: de graciosas rutinas, que concluyó con el incendio en Montreaux narrado en el clásico Smoke on the water de Deep Purple y un atentado en el que casi muere, en Londres.
1972-1976: jazz-rock puro y duro, combinando la vocación por el rock-comedia, la sátira política y la complejidad instrumental, de big bands a ensambles sorprendentemente virtuosos.
1977-1980: etapa de transición que se concentró mayormente en lanzamientos en vivo con una banda joven y alocada. En este periodo tuvo además un enorme lío legal con la Warner Brothers.
1981-1993: periodo de intensa actividad en los estudios -un disco por año de 1981 a 1986- y, en paralelo, varios lanzamientos en vivo, y extensas giras mundiales de 1980, 1982, 1984 y 1988.
1994-2024: en los treinta años posteriores a su muerte, han aparecido más de setenta discos con materiales inéditos, sesiones completas de álbumes emblemáticos, conciertos y mucho más.

Además, se han publicado varios libros y estrenado dos documentales sobre su figura artística y política: Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words (Thorsten Schütte, 2016) y Zappa (Alex Winter, 2020), resaltando todo lo que el establishment pretende ocultar.Paralelamente, este artista multidimensional produjo varias películasUncle Meat (1969, estrenada recién en 1987), la mencionada 200 Motels (1971), Baby snakes (1979) o The Dub Room Special (1982), lanzó varios sellos discográficos y dio empuje a las carreras de artistas como Alice Cooper o Captain Beefheart, su amigo de la infancia.

Asimismo, protegió por todos los medios posibles su libertad para hacer, decir y grabar lo que quisiera, en aquel laboratorio ubicado en Laurel Canyon, California, llamado UMRK (Utility Muffin ResearchKitchen) que construyó en 1979, centro de sus operaciones hasta el año de su muerte y que en el 2016 fue comprado por Lady Gaga. Tras esa publicitada venta, la fundación que manejó su viuda Gail -hasta su fallecimiento en 2015- y sus hijos Diva y Ahmet trasladó todo el material de audio y video de lo que se conoció como “los sótanos” a un lugar no identificado. Desde ahí, el equipo liderado por el baterista Joe Travers sigue restaurando joyas musicales que, cada año, ponen en alerta a la gran comunidad de seguidores que tiene Frank Zappa a nivel mundial. La última de ellas es un boxset de 5 CD por el 50 aniversario de Apostrophe (‘), con las sesiones completas de grabación del icónico álbum de 1974.

Son muchas cosas que se han quedado en el tintero, como su relación con músicos clásicos contemporáneos como el norteamericano Edgard Varèse (1883-1965), su inspiración, y el francés Pierre Boulez (1925-2016), con quien trabajó en 1984; su rescate de tres miembros de la banda sesentera The Turtles; el apoyo que le dio a una leyenda del blues, Johnny Guitar” Watson (1935-1996), a mitad de los setenta; su apoyo al dramaturgo Václav Havel cuando fue elegido primer presidente de la República Checa; la adoración que por él han manifestado personajes como el actor Billy Bob Thornton o Matt Groening, creador de los Simpsons; o la infinidad de bandas de jóvenes y talentosos músicos que se dedican a tocar sus canciones.Los amantes del cine contemporáneo tuvieron un ligero contacto con el extenso catálogo de Frank Zappa en la película Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), en cuyos créditos finales suena el instrumental Watermelon in Easter Hay (Joe’s Garage, 1980).

En su última entrevista televisada, ante la pregunta “cómo quisieras ser recordado” él, ya visiblemente desmejorado, contestó. “No me interesa ser recordado, en absoluto”. Sus seguidores no le hacemos caso, por supuesto.  

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José Luis Madueño, Navidad, Ronda de Pascua, Toribianitos, villancicos

[Música Maestro] En mis tiempos de niñez y adolescencia, las celebraciones de Navidad y Año Nuevo tenían que ver con la ilusión de ver a la familia, de pasarla bien en casa, de jugar en la calle hasta tarde, de reunirse con los amigos. No recuerdo haber sentido, entre los 8 y los 18 años, temor de salir al parque que estaba frente a mi casa en San Miguel, a cualquiera de sus esquinas -sin rejas, no como están actualmente– a cualquier hora. Las calles se alegraban, no como ahora que el desánimo se siente apenas sale a caminar.

Tampoco había enjambres de motos que amenazaran nuestra seguridad. Ni siquiera los fuegos artificiales o actividades potencialmente peligrosas como, por ejemplo, quemar un muñeco de plásticos y trapos en medio de la pista y lanzarles una sarta de cohetecillos en medio de aquellas improvisadas piras, para que revienten todos a la vez, representaban un verdadero riesgo para nadie.

Sin embargo, en la Navidad actual, quienes fueron parte de mi generación y hoy son padres o madres de niñas, niños y adolescentes en este país deben estar, aun cuando no quieran reconocerlo -quejarse de la situación actual quita estatus-, con el alma en un hilo pensando qué harán si una rata blanca de mala calidad les explota antes de tiempo, si se desata una balacera en medio del centro comercial en el que estén paseando con sus amigos, si regresarán a casa llorando porque un Rappi falso les arrebató su iPhone. O si regresarán a casa. Así, a secas.

Porque a diferencia de nuestros tiempos, ya no hace falta vivir en las zonas más picantes de los “distritos populosos” (La Victoria, Barrios Altos), en los Barracones del Callao o en las provincias asoladas por Sendero, para tener la certeza de que tus hijos están en peligro dequedar heridos o muertos. En este maldito diciembre de 2024 que vamos acabando a rastras, ir al antes inofensivo distrito mesocrático de Lince a buscar cómics puede terminar de un momento a otro en un hecho de sangre, relacionado a mafias extorsionadoras y prostitución callejera o congresal, sin que ningún estado de emergencia te garantice seguridad.

Una de las pocas cosas que aún nos dan la opción de intentar vivir estas fechas con el recuerdo de aquella niñez y aislarnos, aunque sea un instante, de los sicarios, las llamadas extorsivas de números falsos y los congresistas aliados de las organizaciones criminales, de los cirujanos plásticos que son también asesores políticos, los ministros impresentables, los proxenetas del Congreso y la fría e invasivaavalancha publicitaria de ofertas, compras y regalos, es la música.

En esta temporada festiva, la música es un componente fundamental, un surtido rubro que no ha pasado desapercibido para varios artistas nacionales que, a lo largo de las décadas, han grabado sus propias versiones de clásicos villancicos y melodías que musicalizan estas fechas con sus mensajes de paz, unión familiar y alegría antes de la Nochebuena, en diversos géneros de nuestro folklore e inclusive fusiones más modernas, que recogen lo mejor del repertorio navideño para darle ese sabor peruano que tanto nos identifica.

Por ejemplo, vienen a mi cabeza versos como este: «Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan ¿qué nueva han de traer?», uno de los estribillos más populares en centros comerciales, hacinados mercados populares, calles y plazas de nuestro país, entonado por las voces de un coro de niños formado hace más de cincuenta años y que ha sido parte de la vida de varias generaciones como sinónimo de estas fechas del calendario religioso católico.

Al Perú, los villancicos -ver historia del término en esta nota llegaron directamente desde España, en la forma de simpáticas tonadas a través de las cuales fijamos, en nuestras memorias, elementos básicos de la historia de la Natividad. No hay niño peruano de zonas urbanas, en la capital y las principales ciudades del interior, que no se sepa las famosas líneas de aquella canción que lo lleva al camino de Belén -o Bethlehem, su nombre en arameo, que significa «la tierra del pan»-, un pueblecito pastoril ubicado a casi 13 mil kilómetros de Lima, en medio de la golpeadísima Palestina, donde Jesús nació, según el relato bíblico, en un humilde pesebre hace 2,024 años.

Las adaptaciones de los villancicos al lenguaje de nuestra música popular -folklore andino, música negra, cumbia, fusión, etc.- constituyen una manifestación cultural moderna que combina el fervor religioso que heredamos del dominio español con la calidez del ambiente familiar que rodea estas celebraciones y su vigencia, aún en estos tiempos de superficial hipercomercialización de la Navidad, conectándonos con el llamado «espíritu navideño», esa abstracción que, de vez en cuando, logra sacar lo mejor de nosotros al escuchar unos cuantos acordes y estrofas que disparan recuerdos de tiempos pasados.

En 1965, hace exactamente 54 años, nació un coro infantil que se convertiría no solo en parte inseparable de la Navidad en nuestro país, sino que en su momento fue un éxito artístico y comercial de enormes proporciones. Fue en la norteña ciudad de Chiclayo, capital de la región Lambayeque, en la humilde sala de profesores del Colegio Manuel Pardo, en que un sacerdote español que allí trabajaba como profesor de música, formó “la coral”, un proyecto en el que reunió a niños de Primaria –entre 8 y 10 años- para prepararlos en la interpretación de melodías navideñas.

Desde las primeras semanas de aquel año escolar, José María Junquerainició el proceso de selección y audiciones, convocando a los niños y probando sus voces con el Himno Nacional. Los ensayos eran muy exigentes, como recuerdan varios de los integrantes del elenco, que tuvo un rotundo éxito con sus primeras actuaciones en auditorios de instituciones educativas de diversas provincias de Lambayeque (Pimentel, Tumán, Chongoyape, Chepén y otras) para luego llegar a Lima con esta propuesta de “voces blancas” como las llamaba Junquera, que entonaban cálidas y armoniosas melodías navideñas que poco a poco se metieron en el imaginario colectivo del Perú.

Ese mismo año el coro llegó a Lima y llamó la atención de los sellos discográficos Decibel e Iempsa. Gracias a los contactos de Junquera, a su tenacidad y fe en el proyecto, el coro de quince niños chiclayanos ensayó sus villancicos acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional y apoyados, en la dirección musical y arreglos, por el famoso pianista argentino Horacio Icasto (1940-2013), conocido por haber acompañado a artistas internacionales de la talla de Martha Argerich, Paquito de Rivera, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos y muchos más.

Su primera grabación, bajo la dirección de Junquera y arreglos del pianista Luis Rolero, se tituló Ronda de Navidad (Decibel, 1965), y contiene temas como Canta, ríe, bebe, Una pandereta suena, Alegría, alegría, alegría y, en especial, el tema que da título al LP, con su famosa línea inicial “Somos los niños cantores que vamos a pregonar la Natividad, señores, del Rey de la Humanidad…” que hasta ahora resuena cada diciembre como símbolo de nuestras fiestas navideñas.

A pesar de la popularidad de los niños cantores de Chiclayo y su permanente presencia en los hogares peruanos en estas fechas, nadie supo nada de sus integrantes hasta el año 2013, en que la revista Somos del diario El Comercio se contactó con varios de ellos, y les hizo un reportaje basado en testimonios que habían publicado en el blog Coro Infantil CMP. En aquella nota se resaltó el trabajo del coro y de su fundador José María Junquera.

A partir de entonces, se han generado reuniones y homenajes a los integrantes originales, cuyas edades oscilan entre los 66 y 70 años-, y las canciones siguen tan vigentes como cuando aparecieron por primera vez. “La coral de Chiclayo fue formada como jugando. Nadie creía que iba a tener el éxito que tuvo”, dijo Junquera, quien actualmente tiene 88 años y vive en su natal España. En total, el Coro Infantil del Colegio Manuel Pardo de Chiclayo grabó cuatro LP –Ronda de Navidad (1965), Ronda Infantil, Ronda Peruana (ambos en 1966) y Super Ronda de Navidad (1967).

Por su parte, en el Colegio Santo Toribio del Rímac nació otroconjunto infantil, de la mano del sacerdote y maestro de música Óscar Aquino Pérez, quien en 1971 decidió formar un coro con sus alumnos para hacerlo participar en un concurso local. La recordada maestra y presentadora de televisión Mirtha Patiño (1951-2019) quedó encantada con su presentación y los llevó a diversas actuaciones.

Ataviados con uniformes rojiblancos –aunque originalmente eran guindas, pero se fueron despintando como recuerda uno de sus integrantes- Los Toribianitos se convirtieron en el principal grupo navideño del Perú por su carisma y contagiosos ritmos, en los que combinaban los villancicos de origen español con géneros peruanos populares, desde huaynos hasta cumbias, acompañando cada tema con enérgicos, aunque algo descoordinados, pasos de baile.

A diferencia del coro del padre Junquera de Chiclayo, Los Toribianitos se volvieron una institución en sí misma, renovando sus elencos cada cierto tiempo, cuando los miembros rebasaban el rango de edad inicial (entre 8 y 15 años). En total, en sus más de 50 años de historia oficial, Los Toribianitos grabaron cinco discos, todos con el sello Iempsa, y por sus filas pasaron más de 1,500 niños cantores.

Su éxito a nivel nacional fue de tal magnitud que, aun cuando el colegio Santo Toribio cerró sus puertas hace ya catorce años, el padre Aquino continúa formando nuevas generaciones de Los Toribianitos, con presentaciones benéficas y apariciones esporádicas en la televisión, siempre con sus clásicos uniformes y actualizando sus canciones a las preferencias del público moderno. Aun cuando ya no poseen el éxito masivo que tuvieron en otras décadas, hay ciertos sectores del público que todavía los recuerda y consume sus grabaciones, casi como una postal de una Navidad que ya no existe más.

En el año 1991, una agrupación llamada Takillakkta publicó el cassette Navidad en mi tierra, una selección de canciones alusivas a las fiestas decembrinas en ritmos nacionales que logró cierta distribución en las cadenas de tiendas musicales de esa época(Discocentro, Music Box). Para fines de la década, Navidad en mi tierra apareció en formato de CD, uniéndose a la amplia variedad de opciones a la venta en temporada navideña, con relativo éxito a pesar de su sonido predecible, simple y calculado. Lamentablemente, ser elgrupo musical “evangelizador” del Sodalicio de Vida Cristiana extiende sobre ellos una densa nube negra que resulta difícil de disipar, porque no resulta difícil suponer que algunos de sus jóvenes integrantes (¿o debería decir todos?) hayan estado entre las tantasvíctimas de los execrables líderes de esta institución, que nada tienenque ver con el espíritu navideño ni mucho menos con la alegría infantil.

Ya en el siglo XXI, José Luis Madueño, pianista y compositor de jazz de amplia trayectoria, proveniente de familia musical su padre, el respetado compositor y profesor de música Jorge Madueño, falleció en agosto del año pasado; y su hermano mayor Jorge es un conocido rockero, integrante de bandas como Narcosis, Miki González y La Liga del Sueño- se juntó con Ricardo Silva, multi-instrumentista de cuerdas y vientos, uno de los fundadores de la influyente banda Del Pueblo del Barrio, buque insignia de la fusión entre música andina y rock en el Perú, para hacer música navideña con sonidos peruanos.

Ambos produjeron, el año 2003, el disco Navidad Afroandina, en el que combinan sus talentos para tener un acercamiento diferente al tradicional estilo de villancico peruano cantado por niños, lo cual le dio un aire innovador y fresco, aunque dirigido a un público menos masivo. En aquel CD participaron destacados músicos nacionales como Juan Luis Pereyra (charango, mandolina, fundador de El Polen), Luciano “Chano Díaz Límaco (charango, mandolina), María Elena Pacheco (violín), Edgar Espinoza, Hugo Ossco (quenas, zampoñas), Marco Oliveros, Óscar “Pitín Sánchez, Mariano Liy (percusiones), Enderson Herencia (bajo), Ruth Huamaní, Quito Linares (guitarras), entre otros, que han paseado sus habilidades por las escenas locales de pop-rock, música criolla, folklore andino y jazz.

Otro hito importante en la producción contemporánea de música navideña con sabor nacional se dio en el 2010 cuando nuestra querida Susana Baca presentó, en una parroquia de Chorrillos, las canciones de su disco Cantos de adoración (Editora Pregón/Play Music), una selección de composiciones y versos populares de motivación religiosa, recopilados por la maestra a lo largo de años de investigación de los acervos musicales de las poblaciones afrodescendientes de nuestro país.

Desde los coros infantiles en regiones como Huaraz, Arequipa o Cusco, que publicaron discos de vinilo en los años ochenta, buscando replicar el éxito del Colegio Manuel Pardo de Chiclayo que fueran recopilados a finales de los noventa en un CD titulado Navidad Andina- y Los Toribianitos de Lima hasta grabaciones menos significativas, orientadas al nuevo mercado de consumo indiscriminado de todo lo que asegure algo de fama y posicionamiento masivo, como las de Eva Ayllón, Los Hermanos Yaipén o Maricarmen Marín, la música navideña resiste el paso del tiempo y se erige como un reducto de emoción, aun en estos tiempos de indolencia criminal y caos generalizado.

PD: Hoy, sábado 21 de diciembre, habría cumplido 84 años uno de mis artistas favoritos, el compositor, cantante y guitarrista Frank Zappa, invisibilizado por el establishment norteamericano por manejar uno de los discursos más lúcidos y directos contra la política, la cultura popular, la educación y la religión en “el país de las libertades”. Para leer más sobre FZ, click aquí.

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