Anécdotas

[MIGRANTE DE PASO] El casino suele tener una connotación negativa. Historias de personas que pierden sus casas, deudas impagables, casas perdidas y tragedias producto de ludopatías severas son el tipo de cosas que se asocian con estas casas de apuestas. En mi caso es diferente. Yo lo asocio con mi abuela, Mamamora le decimos por el nombre Morayma, por la reina de Granada. Desde mi tatarabuela hasta mi madre se comparte ese nombre. El punto es que su relación con el casino no viene con problemas, es más bien su forma de entretenimiento y noche de amigas.

Lleva cierta cantidad de plata y juega con eso, solo maquinitas. Pierda o gane es sólo diversión. Cuando ganaba era lo mejor porque nos regalaba propinas, aunque igual siempre nos engrió con casi todos nuestros caprichos.  Después del colegio nos llevaba al Rancho a comer pollo a la brasa y nos compraba de todo, un caimán disecado y hasta una iguana. Es imposible pensar en una abuela mejor, por sus nietos era capaz de agarrar a carterazos a quien sea, de hecho, una vez lo hizo con un ladrón que le robo a una chica en un cajero.

A veces cuando salíamos al colegio ella llegaba de su noche en el casino y nos cruzábamos, nos decía que regresaba de misa. Es brillante y no se le escapa una, se debe haber comido mil libros, sumado a casi 90 años de experiencia. Entonces esto es lo que se me viene a la cabeza cuando pienso en casino. Ese lado de mi familia está lleno de misterios dignos de cualquier novela. Makumba, en sus palabras, tías abuelas rayadas, Teresita, su ahijada, que ahumaba mi cuarto para los malos espíritus, apodos como la luz que agoniza, mis tíos que son mis segundos padres y podría hacer una lista eterna. Ahora ella se turna entre Lima y Miami que es donde vive mi tío, pero toda la vida vivía al costado, hasta la reja era compartida. Entonces era algo cotidiano convivir con ella y por eso nuestra relación es mega cercana. Ahora que ya crecí me toca acompañarla de vez en cuando al casino como lo hice esta semana.

CASINOEn Miami los casinos tienen una historia y legislatura especial, que vale la pena contar y me hace recordar un poco a la nueva película de Scorcese, The Killers of the flower moon. Los Seminole y Miccosuke son tribus indias que habitaban en Florida, de hecho, el nombre Miami viene de Mayami, palabra india, firmaron acuerdos con el estado y de ahí nace su soberanía sobre los más grande casinos de la región. Actualmente, ambas comunidades cuentan con aproximadamente 3 mil miembros. En estos territorios no puede intervenir la autoridad estatal, sólo se rigen bajo su propio liderazgo o el poder federal. Es decir, si hay un crimen dentro del territorio la policía de Florida no puede hacer nada. Para calcular la riqueza de los Seminole, para el 2016 contaban con 23 hoteles, 11 casinos y 168 Hard Rock alrededor del mundo. Cada miembro recibe 128 mil dólares al año, incluidos los niños. Cuando pueden retirar su dinero después de los 18 ya son millonarios.

Desde cientos de metros ya se puede ver el Casino Hard Rock, el más conocido de Miami, es un edificio enorme con forma de guitarra que cambia de color y cada cierto tiempo emite luces potentes para asemejar las cuerdas de la guitarra. Llegamos al Hotel Casino y el lujo pomposo clásico de estos lugares abunda. Luces por todos lados, la ropa de Elvis Presley y otros famosos en las paredes, originales, y música a todo volumen te acompañan en la travesía. Estos lugares están hechos para que entres en trance y pierdas noción del tiempo e incluso de la realidad.

Casino Hard RockMi tío, mi abuela y yo fuimos directo a unas maquinitas que ellos ya conocían y comenzamos a jugar. Las figuras giran y giran hasta que uno termina un poco mareado. Uno piensa que escogen la maquina al azar, pero hay supersticiones detrás. Si una maquina ya le pagó a alguien es mejor escoger otra. Mi abuela comienza a tocar la pantalla y apretar botones, le pregunto porqué y me responde que es para engañar al juego. Comenzamos bien, los tres habíamos ganado, pero yo decidí explorar un poco más y me fui a jugar ruleta. El ambiente se vuelve más turbio. Gente enferma por el dinero, gritos y gordos a los que les hacen masajes mientras juegan, da un poco de asco. Comencé a jugar con lo que había ganado, lo llegué a duplicar, pero finalmente perdí. No estoy hecho para el casino. Después de perder todo regresé en búsqueda de mi abuela. Según ella, en su máximo esplendor media un metro y medio, ahora debe medir un metro y cuarenta. Ya entenderán que entre tantas máquinas es difícil encontrarla ya que no se ve. Sin darme cuenta ya eran las tres de la mañana. La encontré junto a su banquito, se mueve a todos lados con él porque si no, no puede subir a los carros. Había ganado un montón así que me regaló un poco para que juegue. Esta vez me duró un poco más, pero igual perdí. Mi tío es el que tiene más suerte, siempre gana.

RULETAYa eran como las 5 de la mañana y seguíamos, es realmente divertido cuando juegas a la ligera y sin desesperación de persona adicta. Al final fuimos a unas máquinas donde unos chanchos se iban hinchando y cuando reventaban te ganabas un buen monto. Unos estafadores esos chanchos, nunca revientan. Nos hemos reído toda la noche y de verdad que experiencias así en familia son encantadoras y tiernas. Nos fuimos a las 7 de la mañana contentos todos, ellos ganaron y yo perdí, pero la experiencia valió cada centavo. Entre conversaciones y recuentos de la noche llegamos al departamento para dormir bastante, lo justo, después de toda una noche de diversión. En conclusión, el casino siempre gana y es peligroso si vas con actitud desmedida. Sin embargo, si vas a divertirte sin despilfarrar dinero de seguro que pasas un buen rato. Esto va para toda familia que no permite que sus miembros mayores vayan a divertirse, déjenlos porque se lo merecen por todo lo que han hecho por nosotros.

 

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«Mother, did it need to be so high?» («Madre, ¿era necesario estar tan alto?») suspira Roger Waters al final de esta extraordinaria canción del álbum conceptual The wall (1979) de Pink Floyd, en la que el cantante y bajista describe, con desgarradora oscuridad, el profundo daño psíquico que puede ocasionar una madre controladora, sobreprotectora, castrante, en la mente frágil de su hija/hijo adolescente, hasta el punto de convertirlo en una persona insegura, medrosa, antisocial y/o egoísta.

Esta versión críptica de la relación madre-hijo -que existe, por cierto, y es muchísimo más común de lo que hubiésemos querido en nuestras sociedades y familias-, colisiona frontalmente con el tratamiento más bien romántico y convencional que se suele darse a las madres en la música popular contemporánea. La chocante confesión del personaje central de aquel díptico floydiano respecto del carácter manipulador de su mamá puede ser dura, difícil de procesar para quienes hemos tenido madres que más parecían ángeles, pero es una realidad cuyas secuelas tienen una onda expansiva que afecta a muchos adultos de por vida.

Como es fácil de suponer, abundan más los ejemplos de composiciones que ensalzan el cariño, la inspiración, el bonito recuerdo de una madre perfecta, ideal(izada), mezcla de religiosidad y amor filial. Tenemos, por supuesto, a Paul McCartney cantándole, a un tiempo, a su madre Mary –fallecida cuando él tenía solo 14 años y a la que había visto en sueños durante la etapa más difícil de los Beatles diciéndole que “debía dejar ser las cosas para que salgan bien”- y a la Virgen María en Let it be («When I find myself in times of trouble Mother Mary comes to me…» / “Cuando me encuentro en problemas, Madre María se me acerca…”). O a John Lennon, declarando su devoción a la mujer que lo trajo al mundo, también fallecida prematuramente, en Julia («Half of what I say is meaningless but I say it just to reach you…» / “La mitad de lo que digo no tiene sentido pero solo lo hago para alcanzarte…”).

Ambos temas, clásicos de la última etapa del inmortal cuarteto de Liverpool (1968-1969), ofrecen ese homenaje tradicional a la madre, aquella persona incapaz de hacerte daño o hablar mal de ti, aunque cuando te haya dejado en ciertos momentos de tu vida. Lennon mismo compuso, ya como solista, Mother, en la que le reclama a Julia por haberse ido durante su infancia. El tema aparece en el primer LP de la Plastic Ono Band, publicado apenas unos meses después de la separación formal de los Fab Four.

A diferencia del Día del Padre, en el que solo escuchamos una canción (Mi viejo, del ítalo-argentino Piero, grabada originalmente en 1969), en el Día de la Madre las opciones son muchas y muy diversas. Podemos mencionar, al vuelo, el vals Cabellitos de mi madre, composición del arequipeño Elisbán Lazo, que grabara en 1974 Carmencita Lara pero que se hiciera más conocida en nuestro país en la versión de bolero cantinero de Ramón Avilés (uno de los cinco hijos del recordado guitarrista criollo Óscar Avilés). O las populares A la sombra de mi mamá (1964) y Se parece a mi mamá (1972), de los ídolos de la nueva ola argentina Leo Dan y Palito Ortega, respectivamente, ideales para actuaciones escolares. O el melodramático ruego de Camilo Sesto en Perdóname (1980), en que el atribulado cantautor español se postra ante una madre a la que hizo padecer por su personalidad desordenada y llena de conflictos. O Amor eterno, ranchera que la española Rocío Dúrcal grabó en 1984 en el sexto volumen de su serie de LPs, Canta a Juan Gabriel. La versión del mexicano, incluida en el álbum en vivo desde el Palacio de Bellas Artes (1986), se convirtió en un clásico del Día de la Madre, infaltable en serenatas y homenajes en toda Latinoamérica. En estos últimos dos casos, más de un psicólogo clínico nos sorprendería con sus hallazgos detrás de los mensajes emotivos, de amor exacerbado, escondidos en sus versos.

Pero si el autobiográfico Roger Waters construyó en los seis minutos de Mother un panorama psicopático de terror filial, a Jim Morrison -otro poeta maldito del rock- le bastó una línea inserta en un tema épico que dura el doble para tocar un tema tabú: el incesto, llevando al extremo el Complejo de Edipo. Me refiero, por supuesto, a The end, tema estrenado en el LP debut del cuarteto californiano The Doors, allá por 1967. Unos años después, en 1976, Brian May se conectó mentalmente con todos los palomillas del Perú y del mundo que, hasta ahora, hacen bromas y memes sobre la relación con sus suegras, y compuso la brillante y poderosa Tie your mother down, un guitarrero grito de liberación de la opresión materna, para el álbum A day at the races de Queen.

Pero volvamos a las madres buenas. Silvio Rodríguez, el genial trovador cubano, escribió en 1973 uno de sus mejores poemas musicalizados, titulado simplemente Madre, dedicado a los soldados vietnamitas que desactivaban minas antipersonales en 1969, por orden de Ho Chi Mihn, en pleno Día de la Madre. La letra es conmovedora y valiente, ubicando nuestra imaginación en la mente de hijos que, en guerra, piensan en sus madres («Madre, que tu nostalgia sea el odio más feroz. Madre, necesitamos de tu arroz…»). El tema no figura en ninguno de sus álbumes oficiales, pero vio la luz en una recopilación de 1977, Antología. También vale la pena recordar aquí la intensa relación que tuvo Facundo Cabral con su madre, Sara, la misma que era permanente protagonista de sus reflexivos y divertidos monólogos, en los que nos hablaba de una mujer poco instruida pero capaz de las respuestas más agudas. Cabral contaba que, antes de un concierto, el ex Presidente Carlos Menem se acercó al camerino y, tras rendirle sus respetos, le confesó que era gran admirador de su hijo, para luego preguntarle qué podía hacer por ella. «Con que no me joda, es suficiente», dijo la señora, dejando en claro su personalidad indomable.

Una carta al cielo es, probablemente, el vals que todo hijo peruano dedica a su madre fallecida. La imagen del niño que roba un ovillo de hilo hacer llegar su cometa «allá donde se ha ido mi adorada mamá» posee una potente e innegable efectividad emotiva. Compuesta por el trujillano Salvador Oda y popularizada por Lucha Reyes, «La Morena de Oro del Perú», en 1971, condensa el sentimiento de amor irreductible por la madre como esa entidad inmaculada, que no admite reproches. Amor de madre, éxito de Los Embajadores Criollos de fines de los años cincuenta, es otro de esos valses lacrimógenos que, en este caso, tiene como protagonista a un hombre huérfano que no puede creer cómo “hay hijos inconscientes que, lejos de adorarla, ultrajan a la madre con sus viles acciones”.

En la otra orilla -y de una forma mucho más brutal y agresiva- nos encontramos con el rapero blanco Eminem quien, el año 2009, grabó My mom, la peor de las varias diatribas que ha perpetrado contra su madre, Debbie Rae Nelson, a través de los años. En el tema, contenido en su sexta producción discográfica Relapse, el deslenguado artista urbano acusa a su mamá de haberle pasado, prácticamente desde la infancia, su adicción a los antidepresivos; y, en el colmo de lo terrible, haber envenenado a su perro con el coctel de fármacos que ella tomaba mañana, tarde y noche. Ya los Rolling Stones, en 1966, habían explorado el tema de las madres dependientes de pastillas en su clásico Mother’s little helper, del LP Aftermath (1966).

Como vemos, no solo las buenas madres han inspirado a los músicos del mundo, hasta las más desnaturalizadas y nocivas tienen su canción. En ese contexto no puedo dejar de mencionar dos temas, poco conocidos, con madres como protagonistas y temáticas diametralmente opuestas: Canto a la madre/Canto a la muerte, del panameño Rubén Blades (álbum Amor y control, 1992) y Yo’ mama, de Frank Zappa, que cierra el collage sonoro Sheik Yerbouti de 1979. En la primera, «El Poeta de la Salsa» llora la muerte de su progenitora. En la segunda, el líder de The Mothers Of Invention habla de una madre apañadora de sus hijos engreídos (“Maybe you should stay with yo’ mama, she can do your laundry and cook for you…” / “Quizás debas quedarte con tu mamá, ella puede lavar tu ropa y cocinar para ti…”). Hoy que las madres, más superficiales y vacías que nunca, quieren, de regalo, celulares 5G y son capaces de crearle un perfil en Tinder a sus hijos, en lugar de enseñarles a lidiar con sus fracasos amorosos de manera normal, resulta difícil pensar en madres que calcen con historias como las de Amor eterno, Una carta al cielo o Let it be.      

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