Bombonera

[MIGRANTE DE PASO] Tras pasar tres controles policiales uno llega a pies del estadio. Al entrar se tiene que subir varias escaleras para llegar a la tribuna de popular donde La 12, la barra brava de Boca, se sitúa. Me acomodé a un costado de las escalinatas sin numerar. Pensé que iba a mirar el partido sentado, pero estaba equivocado. Lo que comienza como grupos apartados termina siendo un grupo de miles de personas amontonadas. No puedes moverte más allá de lo que las barras y saltos te permiten. Estás completamente rodeado de personas. Felizmente soy alto. Alguien chato no podría ver nada del partido.

La mayoría de gente tatuada tenía uno o más diseños en honor al club. El ambiente se va convirtiendo. Estás rodeado de una locura desmedida que contagia. Recordé las palabras de mi amigo bodeguero que me decía “yo no necesito psicólogo sólo ir a la cancha”. No estoy de acuerdo, pero entendí a lo que se refería. Es catártico. Antes de entrar estaba nervioso, pero tras unos minutos de empezar el partido se me había ido cualquier rastro de intimidación. No me sabia ningún cántico, pero tarareaba. Luego me aprendí alguno y los seguí.

Era impresionante, no hubo ningún momento en silencio. Media hora antes del partido ya estaba parado, no había espacio para sentarse y las barras ya habían comenzado. Ya había visto un clásico argentino en la barra de River en el Monumental, pero no hay punto de comparación. Creo que por fin entendí a Argentina después de este partido. Ni en el Vaticano había visto semejante devoción.

Boca acababa de perder la final de la Copa libertadores y eso incentivó a que lo reciban con más aliento. Antes de empezar el partido prendieron humaredas azules y amarillas en la cancha para recibir al equipo. Yo estaba emocionado por ver a Advíncula, quien salió entre millones de aplausos por ser la figura del equipo. Lo aman. Más de una vez le dije a la gente a mi alrededor que era peruano como él. Si de algo no me arrepiento al migrar a otro país es de nunca ocultar mi nacionalidad ni adaptar mi forma de hablar o evitar que reconozcan mi extranjería. A pesar de la situación tormentosa en la que está mi país, estoy orgulloso de ser peruano.

Unos minutos después del pitido de inicio, extendieron una bandera a lo largo de toda la tribuna donde me encontraba. Ayudé a jalarla hasta estar cubierto por completo. La gente bailaba de un lado para el otro, empujando, siguiendo lo que la canción decía. Es un espectáculo más allá del partido. Entras en un trance compartido donde te olvidas de todo. Esta semana son las elecciones del país entre un psicópata y el fracasado actual ministro de Economía, que ya es mucho decir, pero a las personas dentro del estadio parece no importarles mientras siga existiendo Boca Juniors.

Estaba fumando y me pidieron encendedor, pensé que era alguien que quería prenderse un cigarro también. Sacó una bengala y la encendió. Casi me deja ciego el humo. Sólo había visto una en televisión y ahora estaba a mi costado. Me devolvió el encendedor y siguió moviendo la bengala de un lado para otro. Todo olía a pólvora mezclada con marihuana. Acabó el primer tiempo. El tiempo voló. Yo sentía que habían pasado cinco minutos. Salir de donde estaba para ir al baño fue todo un esfuerzo. No había espacio ni para salir. Me demoré entre pedir permiso y que me dejen algún espacio para poner el pie. Nunca más pude regresar a mi sitio. Me compré una Pepsi de litro y medio y la compartí con la gente que estaba alrededor mío, en mi nuevo sitio, un poco más atrás.

Ahora solo veía la mitad de la cancha, el techo me tapaba la otra mitad y tenía que agacharme para poder verla toda. Los niños más abajo se trepaban en las rejas y gritaban desaforados. Yo me esperé un ambiente violento, pero no lo era. Había niños y familias felices. No vi ni una sola pelea y la gente se abrazaba como si se conociera de toda la vida. Sí había personas que tenían apariencia intimidante, pero sonreían. Eran como una familia gigante. Seguían los cantos, la locura y el marcador seguía 0-0. Tenían que ganar para poder llegar a la Copa Libertadores del próximo año.

la BomboneraYa era el minuto 90 y cobran penal para Boca. Marcaron gol y sentí el famoso retumbar del estadio, parecía que se iba a caer. Era como si todo el mundo hubiera gritado gol. Las banderas de las tribunas seguían y la alegría que veías se apoderaba de ti. Era imposible no gritar con ellos. Entre los gritos me fui alejando y apenas sonó el pitido final bajé por las escaleras. Al salir del estadio es como si regresaras a la realidad. Tuve que caminar como 15 cuadras hasta encontrar un taxi disponible. Desde lejos se seguía escuchando el estadio. Cuando llegué a mi departamento seguía con la adrenalina disparada por la Bombonera.

 

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Luego de contemplar el estadio donde todos quieren entrar nos retiramos. Volteé más de tres veces pensando en que tal vez no lo vuelva a ver. La fundación PROA fue nuestra siguiente parada. Desde 1996 esta organización se dedica a difundir el arte local y a desarrollar programas de educación e intercambio con distintas instituciones de la misma índole. De nuevo, la cultura se eleva en este santuario de pocas cuadras. Entramos a la galería y paseamos por la librería que principalmente tiene libros de arte. En el último piso nos sentamos a tomar unos jarritos de café.

La vida teatral no se esconde en casi ningún barrio argentino. No importa clase social. Barrio cheto (*) o no cheto. Donde sea, se puede disfrutar de buenas obras y actuaciones. La Boca no es la excepción. Hay dos teatros: “El galpón de Catalinas” y “El teatro de Ribera”, al último tuve la suerte de asistir un año atrás. Las actuaciones excelentes, la obra de problemática contemporánea y la puesta en escena no tiene nada que envidiarle a los grandes teatros.

Sería un sueño que en Perú cada distrito tenga esa vida que anhela cultura y autosuperación. El poder terapéutico que tienen las artes performativas van más allá de nuestra imaginación. Las heridas de la sociedad se abren y cierran en estos momentos. La calidad de vida aumenta. La salud mental mejora. Deseo más teatro para el Perú que tiene muchas heridas que tratar y defensas que derrumbar.

(*) jerga argentina cuya equivalencia peruana sería la palabra “pituco”.

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