Conga

Hemos señalado recientemente que una señal clara del gobierno en favor de la inversión privada sería que saque adelante los proyectos mineros de Conga y Tía María y que ello podría despertar de su letargo la confianza empresarial y la consecuente inversión.

No será necesario ir a mayores -como implicaría destrabar dos proyectos con enorme carga de conflictividad social-; bastaría con que el Ejecutivo coordine con el Congreso y logre la privatización de ese monstruo burocrático, que se roba los dineros de todos los peruanos, que es Petroperú.

Fitch le acaba de rebajar la calificación crediticia en consonancia con su quiebra fáctica. Apoyo Consultoría ha emitido un informe en el que sugiere cinco medidas concretas: 1.- Regresar temporalmente la empresa al Fonafe para designar al nuevo directorio, eliminar la interferencia política y mejorar el gobierno corporativo. 2.- Condicionar nuevas facilidades financieras, tanto garantías como reprogramación de deudas; 3.- Transparentar el Plan de Restructuración realizado por la consultora Arthur D. Little; 4.- No otorgar la operación de nuevos lotes petroleros a Petroperú, en particular el lote X; y 5.- Acelerar la incorporación de capital privado a Petroperú y evaluar su transferencia completa al sector privado.

A contramarcha de ello, el presidente del directorio de Petroperú dice que la empresa no tiene que divulgar su plan estratégico (plan de reestructuración), cuando es una obligación de cualquier gobierno corporativo de una empresa que cotiza en bolsa. Petrobrás y Ecopetrol lo tienen a libre disponibilidad en su página web, no hay ni que pedir el favor que lo compartan. ¿Qué se esconde?

Peor: Petroperú promete bajar el precio del combustible si el Estado se allana a sus irracionales pedidos de salvataje. Es pura demagogia. ¿Cómo lo va a hacer, si solo tiene ventas mayoristas -un 30% del mercado- y no maneja sus grifos, quienes solo alquilan el logo?

Es una desgracia que Fujimori, embelesado con su intento de re-reelección, haya abandonado el proceso de privatización de las empresas públicas que empezó la primera mitad de los 90 y que luego detuvo para evitar asperezas y lograr su cometido político. Por culpa de ello, tenemos que soportar la carga infame de Petroperú, Sedapal y Córpac, entre otras. Se anotaría un golazo el gobierno de Dina Boluarte si zanjara esa deuda histórica.

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Otro país sería el Perú si Ollanta Humala no arruinaba las negociaciones de Conga, que ya estaban a punto de cerrarse y proceder a su operación. Otro sería el destino de los 23 proyectos mineros hoy paralizados. Otra sería nuestra realidad socioconflictiva si Toledo no claudicaba en el arequipazo en la entrega en concesión de Egasa y Egesur.

El último informe del IPE sobre la realidad minera es desolador. Si sumamos la conflictividad social y la tramitología, como factores de estorbo de la actividad minera, entre el 2008 y el 2022 se dejaron de recaudar más de 120 mil millones de soles. Y la cartera de inversiones mineras estancadas al 2023 asciende a casi 30 mil millones de dólares, lo que en términos del PBI ha supuesto una pérdida de casi 700 mil millones de soles.

Se han dejado de generar 541 mil empleos adicionales al año y con estos resultados se estima que el crecimiento del PBI entre el 2008 y el 2022 pudo haber sido de 4.7% en lugar del 3.9% observado. Habría 1.7 millones de menos pobres en el Perú si esto se hubiera plasmado en la realidad.

Solo en tramitología ambiental, los plazos de demora pueden ser de hasta seis o siete años. Así, no hay posibilidad de que el Perú sea un país atractivo para las inversiones. Hay que tener cero tolerancia al daño ambiental y si se produjese ser muy severo en las indemnizaciones, pero lo que sucede en el Perú ya es boicot a la inversión privada más importante del país, la misma que ayudaría a adquirir una dinámica de crecimiento económico que nos podría enrumbar hacia la senda del desarrollo.

Hay muchas reformas institucionales pendientes por desplegar en el Perú: seguridad ciudadana, salud y educación públicas, regionalización, reforma del Estado, etc., pero la matriz rocosa sobre la que tales reformas deben discurrir es sobre la puesta en marcha de una revolución capitalista de segunda generación, que se monte encima de la que se inició en los 90 y que quedó inconclusa por obra y gracia del propio Fujimori y su afán politiquero e inconstitucional de querer reelegirse por segunda vez.

La inversión minera, en particular, es piedra de toque de esa revolución capitalista. Un buen gobierno de derecha debe tener claro que no puede dejar dormida bajo tierra la inmensa riqueza que tenemos y que motivaciones ideológicas o abiertamente extorsivas impiden que prospere.

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