Kenzaburo Oé

Y en su vasta obra, que iniciaría desde los 23 años, con su cuento The Catch, que relata la captura de un piloto norteamericano durante la II Guerra Mundial, del cual recibiría el Premio Akutagawa para jóvenes promesas en 1958, que es el más importante de ese país. Y en otros donde casi todos llevan los matices de lo autobiográfico. Como cuando retrata los trágicos testimonio de aquellos sobrevivientes de la bomba atómica de Hiroshima, en “Cuadernos de Hiroshima” (1965). Y en especial de un libro que a cualquiera de carne y hueso lo lleva a percibir lo más hondo del alma, y el primero que leería de él, “Una cuestión personal” (1964). Quizás el hecho que más marcó su vida, del cual relataría en la piel de Bird, su alter ego, un joven profesor de inglés, y que de alguna forma nos muestra su sensibilidad que lo llevó hasta su último suspiro. En la disyuntiva de la infancia y la promesa de volver al valle que tanto amaba de niño – y del cual diría en múltiples entrevistas esa “alienación” de la que fue envuelto en sí mismo”-, la culpa y remordimiento del incumplimiento y dentro de un notable paralelismo que tuviera con la vida de su hijo, quien al nacer le dijeron sus padecimientos que acarrearía por el resto de su vida con enfermedades como la epilepsia, hidrocefalia, autismo, ceguera, entre otros. Y que lo más “sensato” era dejarlo partir a una mejor vida. Tenía un tumor igual al tamaño de su cabeza, era, según se lee, un “monstruo de dos cabezas”. Pero él no lo permitiría, y como en su obra describiría, esa indescriptible pulsación que atravesaría como cuando están trasladando a su retoño a otro hospital con la cabeza vendada y ensangrentada. Y en eso aparece un poema de Apollinaire y se pregunta: “¿En qué batalla habrá estado mi hijo?”. Y que con estas palabras aceptaría su destino: “Solo tengo dos caminos: o lo estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío”. Al final no le negaría la vida, y el tiempo le daría razón. Ya que Hikari Oé, quien gracias a los sonidos de las aves desarrollaría un extraordinario sentido audible que al día de hoy le ha permitido ser un insigne compositor de música de conservatorio, llegando a vender con su primer disco casi un millón de discos. Y del que haría un tierno y sensible libro sobre él, al que llamaría, “Un amor especial”.

A pesar de que hace casi diez días murió, y del que recién la información ha salido a la luz. Estos días envuelven de un velo tétrico la literatura, como la lluvia que arrecia en Lima. Y pensar que su madre nunca depositó ni la más mínima esperanza en su oficio como escritor, como si lo hiciera su abuelita, con la que seguramente esté ahora con ella, leyéndole libros que alguna vez su nieto mimado escribiera. Hasta alguna próxima ocasión, maestro.

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