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¿Matar o dejar vivir a un hijo? La muerte del premio nobel, Kenzaburo Oé | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
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¿Matar o dejar vivir a un hijo? La muerte del premio nobel, Kenzaburo Oé

”La historia del hijo con hidrocefalia, ceguera y autismo del premio Nobel del cual dejara vivir y se volviera en un famoso músico, y de que él hiciera una obra que lo inmortalizara. Un homenaje a días de su partida”.

Este columnista se levantó debido a su inconsistencia para conciliar el sueño pleno, ante los primero bríos de la mañana, recibiendo las noticias de las inundaciones por el ciclón Yaku y con otra, también trágica y tristísima, y que enluta al universo de la literatura: el perecimiento en vida del maestro y gran humanista Kenzaburo Oé, segundo Premio Nobel del país nipón y autor de obras inmensas como “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura” (1969)  o “Cartas a los años de nostalgia” (1987).

Esta noticia me rememora a aquellos días donde comenzaba a ahondar sobre la cultura asiática a profundidad, cuando veía cada mañanita esos “dibujitos”(animes) que transmitían los canales de señal abierta o Cartoon Network o Animax, donde pasaban Dragon Ball o Los Caballeros del Zodiaco, etc. Y que despertaban en mí una curiosidad particular por ese mundo un tanto extraño. Asimismo, esos opening (canciones de aperturas) fulgurantes y melosos con los muchos de esta generación hemos cantado hasta quedarnos sin voz y que han sido parte de nuestra infancia. Y en esos estaban los edulcorados sonidos del “City Pop” o J-rock de fondo y ante una vieja computadora con windows 98, en los casi ya extintos internets donde se usaba como medio de comunicación primordial el MSN (y los recordados y molestosos ¡zumbidos!) y donde nos costaba la cómoda suma, en apariencia pero para un niño un dineral, de la media hora de 50 centavos y la hora de un sol. Allí leía los primeros Pdf o blogs que mostraban nuevos horizontes de otras partes del globo, en ese mar de información interminable que es la internet, donde ya se veía esa maravillosa facilidad y accesibilidad que nos daba con un solo “click”. Y en esas primeras curiosidades de niño que entrega la inocencia, era que cada vez que leía nombres de aquellos escritores que los periódicos señalaban en las secciones culturales, me ponía a investigarlos. Ya que justamente les daba un vistazo por los diarios que vendía mi padre en su kiosco y que quedaba justamente al frente del internet más cercano a mi querido Enrique Palacios. O cuando tuvimos nuestro primer DVD, y gracias a mi amigo David, apasionado de la cultura japonesa, que «quemaba» (transferir videos de youtube o vhs a los DVD) discos y me los prestaba como también libros y mangas. Aquellos eran mis primeros años donde me forjaba, sin saberlo ni quererlo, como escritor.

Es allí donde se da mi primer acercamiento con el presente autor, quien estudió en sus años mozos Literatura en la Universidad de Tokio. Y donde tuvo al igual de nuestro Nobel, MVLL, una fervorosa pasión por la literatura francesa, pero del que a diferencia de “Marito” (como así le llamaba la Tía Julia), nunca dejó de tener como baluarte a otro peso pesado de esa lengua como lo fue el filósofo existencialista y también Premio Nobel, pero del que no aceptó por “principios” a su posición política, Jean Paul Sartre. Fue desde siempre, de esas plumas rebeldes y antisistemas, por lo que fue considerado de izquierda -fue de esa estirpe de nobeles rebeldes, como lo fuera el escritor luso y autor de “Ensayo sobre la ceguera”, José Saramago-, en un país donde el silencio estruendoso a lo culturalmente establecido es anonadador, como Japón tanto de la época imperial como de la postguerra. Y justamente de eso distancia de otro grandioso artista, y del que fue vetado de los premios Nobel por su posicionamiento político, y que a su vez el primer escritor en recibirlo, Kawabata, diría que no lo merecía sino su discípulo, Yukio Mishima, del cual se desvivía dentro del culto del emperador, o esa occidentalización casi exagerada como se puede ver con Haruki Murakami. Alejados de eso, y más bien ensimismado en la naturaleza que existe entre los archipiélagos de su país, y entre ellos de su pueblito de Shikoku, donde otra alegría y esencia siempre brillaba.

Y en su vasta obra, que iniciaría desde los 23 años, con su cuento The Catch, que relata la captura de un piloto norteamericano durante la II Guerra Mundial, del cual recibiría el Premio Akutagawa para jóvenes promesas en 1958, que es el más importante de ese país. Y en otros donde casi todos llevan los matices de lo autobiográfico. Como cuando retrata los trágicos testimonio de aquellos sobrevivientes de la bomba atómica de Hiroshima, en “Cuadernos de Hiroshima” (1965). Y en especial de un libro que a cualquiera de carne y hueso lo lleva a percibir lo más hondo del alma, y el primero que leería de él, “Una cuestión personal” (1964). Quizás el hecho que más marcó su vida, del cual relataría en la piel de Bird, su alter ego, un joven profesor de inglés, y que de alguna forma nos muestra su sensibilidad que lo llevó hasta su último suspiro. En la disyuntiva de la infancia y la promesa de volver al valle que tanto amaba de niño – y del cual diría en múltiples entrevistas esa “alienación” de la que fue envuelto en sí mismo”-, la culpa y remordimiento del incumplimiento y dentro de un notable paralelismo que tuviera con la vida de su hijo, quien al nacer le dijeron sus padecimientos que acarrearía por el resto de su vida con enfermedades como la epilepsia, hidrocefalia, autismo, ceguera, entre otros. Y que lo más “sensato” era dejarlo partir a una mejor vida. Tenía un tumor igual al tamaño de su cabeza, era, según se lee, un “monstruo de dos cabezas”. Pero él no lo permitiría, y como en su obra describiría, esa indescriptible pulsación que atravesaría como cuando están trasladando a su retoño a otro hospital con la cabeza vendada y ensangrentada. Y en eso aparece un poema de Apollinaire y se pregunta: “¿En qué batalla habrá estado mi hijo?”. Y que con estas palabras aceptaría su destino: “Solo tengo dos caminos: o lo estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío”. Al final no le negaría la vida, y el tiempo le daría razón. Ya que Hikari Oé, quien gracias a los sonidos de las aves desarrollaría un extraordinario sentido audible que al día de hoy le ha permitido ser un insigne compositor de música de conservatorio, llegando a vender con su primer disco casi un millón de discos. Y del que haría un tierno y sensible libro sobre él, al que llamaría, “Un amor especial”.

A pesar de que hace casi diez días murió, y del que recién la información ha salido a la luz. Estos días envuelven de un velo tétrico la literatura, como la lluvia que arrecia en Lima. Y pensar que su madre nunca depositó ni la más mínima esperanza en su oficio como escritor, como si lo hiciera su abuelita, con la que seguramente esté ahora con ella, leyéndole libros que alguna vez su nieto mimado escribiera. Hasta alguna próxima ocasión, maestro.

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Kenzaburo Oé, Literatura

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