Si miramos el panorama de la música latina desde la superficie, en lo relacionado a artistas femeninas, la única conclusión a la que llegamos es que se trata de una escena contaminada por el sexismo, tanto el ejercido por productores hombres como por la rentable y voluntaria autocosificación -a la que me referí hace algunas semanas en esta columna-, los clichés y la degradación de un patrón estereotipado desde EE.UU. y Europa que nace, por supuesto, de una realidad innegable: el atractivo de nuestras razas hispanoamericanas y las distintas fascinaciones que ha generado a través de las décadas, tanto en públicos americanos como anglosajones y actualmente, con la globalización e internet, en cada rincón de los cinco continentes a los que haya llegado la cultura pop importada de Occidente.
Esto hace que, al escuchar las palabras “mujer latina”, el sector masculino de las actuales masas globales consumidoras de música y cine popular activen sus sensores para detectar únicamente todo aquello que los remita a lo “sensual”. Desde la nuyoricana J. Lo, las colombianas Shakira/Karol G y sus cientos de clones, que abusan de ello hasta el cansancio y lo grotesco; hasta propuestas ajenas a los géneros que ellas cultivan (latin-pop, reggaetón) como, por ejemplo, la chilena Mon Laferte o la mexicana Natalia Lafourcade quienes, a pesar de haber dejado claro que sus intenciones están enfocadas en recuperar la dignidad de la mujer latina y reivindicar sonidos regionales y fusionarlos con un pop que aleje de sí el barato exhibicionismo, terminan de una forma u otra entremezcladas con las primeras, valoradas y tabuladas por cómo se ven, cómo se visten, cuánto muestran o dejan de mostrar.
Esto indica que existe un nivel más subterráneo, en el que, oculta de la atención pública masiva, opera la verdadera vanguardia de la música hecha por mujeres latinas (y que no necesariamente utilizan ritmos latinos, ojo). Como se imaginarán, hay varias artistas que hacen cosas diferentes a lo que esperan/compran las masas, que no buscan generar millones de likes por minuto ni se preocupan por llamar la atención de productores aceitosos a la caza de la multitud de aspirantes a divas pachangueras, dispuestas a todo por ser, aunque sea solo por algunas semanas, la mujer latina más deseada del mundo.
Desde plataformas sonoras tan disímiles como música electrónica, death metal, jazz, indie pop/rock o música instrumental contemporánea, talentosas músicas se independizan a diario y en el más absoluto anonimato de esta dictadura de la imagen, sorprendiendo a públicos minoritarios y selectos, desconectadas de la fama, los conciertos multitudinarios y las super ventas, mostrando que poseen una belleza artística adicional, más duradera, la que emana de sus instrumentos y sus voces.
A ese grupo pertenece Mabe Fratti (32), una joven nacida en Guatemala en 1991. “Mi música es como cuando te ves a ti misma en un buen espejo y te das cuenta de todos los poros de tu piel, me encanta eso…” dice, cuando le toca describir sus grabaciones. Fratti es cantautora y cellista, aunque no se considera una virtuosa –“mis limitaciones técnicas me permiten soltar un sonido crudo, me gusta esa suciedad, esa falta de elegancia”-, y viene lanzando interesante música desde el año 2019, en que debutó con un disco titulado Pies sobre la tierra (Earth Smoke Records/Aurora Central Records), producción que le permitió insertarse en la escena avant-garde de México, país en el que reside desde el año 2015, tocando en librerías, recitales de poesía, universidades y ferias editoriales.
En el país de las rancheras, Fratti se incorporó a la comunidad de intérpretes de música experimental, ajena al circuito comercial del pop-rock, donde era común cruzarse con instrumentistas de todo tipo. En su caso particular, se obsesionó desde niña con el cello después de escuchar algunos discos del compositor y docente húngaro György Ligeti (1923-2006) -seguramente entre ellos anduvo alguna interpretación del Concierto para Cello (1966) y la suite Atmosphères (1961), célebre por el uso que le diera Stanley Kubrick en el clásico film de ciencia ficción 2001: A space odyssey (1968), que formaban parte de la colección de su padre. Entre esas primeras escuchas también estuvo, por supuesto, la recordada Jacqueline du Pré (1945-1987), una de sus principales inspiraciones.
Además, en su decisión de tocar el cello -instrumento clásico asimilado desde hace muchos años por el lenguaje del pop-rock, desde Electric Light Orchestra hasta Belle and Sebastian- influyó haber visto a su hermana mayor tocando el violín. “También quería tocar el saxofón, pero siempre tuve problemas respiratorios y andaba con mucha flema”, recuerda Fratti en una entrevista publicada en Uncut (edición #319, diciembre del 2023). Como corresponde, Fratti combinó sus gustos por lo antiguo con las escuchas recurrentes de una joven de su tiempo: Nirvana, Radiohead, Lenny Kravitz. De hecho, una de sus composiciones más recientes lleva como título el apellido del afamado rockero. “Tuve un par de semanas en las que me obsesioné con Lenny Kravitz, lo escuchaba una y otra vez, así que algo de Kravitz ha quedado en ese tema, aunque bastante alejado de lo que él haría, desde luego”.
En cuatro años, entre el 2019 y el 2022, Mabe Fratti ha lanzado tres álbumes. Al mencionado Pies sobre la tierra le siguieron Será que ahora podremos entendernos (2021) y Se ve desde aquí (2022), ambos con el sello independiente Unheard Of Hope (UOH Records), que tiene sus cuarteles generales entre Inglaterra y Holanda. Esto le ha asegurado a Fratti una regular exposición como invitada en eventos europeos de música de alto perfil, como el Festival de Jazz Alto Adige en el sur del Tirol (Italia), Festival de la Noche Estrellada de Žilina (Eslovaquia), entre otros. También es muy común verla en los carteles de recitales organizados por prestigiosas instituciones mexicanas como el Centro Nacional de las Artes o la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Las fuentes que originan el sonido de Mabe Fratti son diversas. Sus referencias pueden ir de lo más arcano y especializado, como el mencionado Ligeti, en canciones como El sol sigue ahí (El sol brilló, no tenía alternativa), que arranca con ciertos aires andinos; o Nadie sabe, con estructuras sugeridas en medio de la turbulencia que proyecta desde su cello. En paralelo, puede hacer una canción como Un día cualquiera (Será que ahora podremos entendernos, 2021), ocho minutos de improvisaciones que incluyen digitación natural sin arco y melodías dispersas, entre las que parece haberse colado el violín rasgado a la mala por Robert Smith en aquel clásico single de The Cure, The caterpillar (The Top, 1984).
Aun cuando las canciones de Pies sobre la tierra y Será que ahora podremos entendernos están construidas sobre una misma base de elementos comunes como las atmósferas drónicas, combinación de técnicas, retazos de electrónica por aquí y por allá, letras poéticas o las imágenes oníricas/surrealistas reflejadas en sus videoclips, se nota cierta evolución entre un disco y el otro.
Mientras que en el primero las melodías son mucho más oscuras y nostálgicas, con el cello como único protagonista y Mabe Fratti haciendo gala de sus atemporales influencias -Tangerine Dream en Ignora, Radiohead en Creo que puedo hacer algo-, en el segundo larga duración se percibe una intención ligeramente orientada a melodías más accesibles, aunque siempre con la mirada fija en la experimentación y en géneros de glorioso pasado como la psicodelia (Cuerpo de agua), el prog-rock (Hacia el vacío) y el shoegazing (Inicio vínculo final), referencias expresadas en la inclusión de teclados y sintetizadores. Esta aparente amabilidad se quiebra, sin embargo, cuando el oyente queda expuesto a la cacofónica y desgarradora descarga de Aire o al caótico collage de la mencionada Un día cualquiera.
Se ve desde aquí (2022), su tercer disco, es un paso más allá en la evolución sonora de Mabe Fratti. El cello sigue siendo el principal vehículo de expresión, por supuesto, pero la artista guatemalteca incorpora esta vez baterías, guitarras acústicas y progresiones armónicas más estructuradas y, si se quiere, ordenadas. La confianza ganada por la buena recepción obtenida por sus dos álbumes anteriores pareciera ser el combustible para este avance, ofreciendo un producto que hasta podría llegar a asomarse en el radar de ciertos públicos de corte hipster, acostumbrados a romper de vez en cuando la monotonía de sus preferencias con cuestiones que luzcan un poco más “arty”.
No es una tendencia que pueble todo el disco, solo en algunos temas como Algo grandioso o Cada músculo, con guiños al indie pop noventero lánguido y catatónico, aunque lo suficientemente inaccesibles como para no ser programados por radios convencionales. Una pasada a las dos canciones que acaba de publicar en su canal de YouTube –Pantalla azul y Kravitz– basta para advertir que Fratti sigue su camino hacia adelante sin encasillarse a sí misma y, a un tiempo, conservando su autenticidad como representante de esa vanguardia joven que pelea en espacios digitales por no desaparecer.
Como artista que inició su camino discográfico durante la pandemia, Mabe Fratti está muy acostumbrada a grabar/tocar en entornos caseros, espacios pequeños y al aire libre, solo necesita una buena conexión eléctrica, micrófonos de amplio alcance y el mobiliario básico -sillas cómodas, alfombras- para ofrecer su arte. Descalza, con ropa sencilla, sin una gota de maquillaje y el pelo al natural, unas veces suelto y otras distraídamente recogido con una liga o collet, Fratti entra en trance cada vez que sujeta su cello y al tocarlo, inicia un viaje metafísico que suspende su mundo hasta convertirlo en un universo paralelo de notas profundas, emotivas, insondables.
Aunque declara no ser técnicamente muy prolija, posee un amplio rango de recursos que le permiten hacer fraseos consistentes con una formación musical académica, la cual interrumpe repentinamente con agresivas digitaciones -usando el cello como un bajo fretless-, palmazos a la caja del instrumento o notas largas a doble cuerda, siguiendo los pasos de otro de sus grandes referentes, el cellista norteamericano Arthur Russell (1951-1992), que estuviera a un paso de convertirse en miembro de Talking Heads en la época en que el combo de David Byrne estaba cocinando su álbum debut (1976-1977) y que lanzó, en 1983, un álbum revolucionario en lo referido al uso del cello en contextos modernos, Tower of meaning. “La primera vez que escuché a Arthur Russell”, dice Fratti, “enloquecí, lo amé inmediatamente”.
Durante el 2023, tres discos en los que ella ha participado de manera muy cercana han aparecido, a través de la plataforma digital BandCamp. El primero, titulado Vidrio, se lanzó en octubre de ese año, en conjunto con su socio, el mexicano Héctor “I. La Católica” Tosta. Es un álbum de pop barroco en que la voz de Fratti entona las letras poéticas escritas por el joven guitarrista. En ese disco destaca la composición Círculo perfecto, un homenaje al sonido de la islandesa Björk. Aquí, el disco completo, que la pareja grabó bajo el nombre Titanic.
El siguiente, publicado el 3 de noviembre, es el desenfadado art-rock de A time to love, a time to die de Amor Muere, colectivo que Fratti formó durante sus primeros años en México, junto a sus compañeras la violinista Gibrana Cervantes y las artistas sonoras Concepción Huerta y Camille Mandoki, expertas en manipular secuenciadores, teclados y demás artefactos. Finalmente, una semana después, fue el turno del disco Shimmer de Phét Phét Phét, otra banda derivada de las fusiones del jazz y la música experimental de esta nueva generación de instrumentistas, liderado por el saxofonista norteamericano Jarrett Gilgore. El extraño nombre de la banda repite tres veces el monosílabo tibetano “phét” que significa “cortar con todo lo convencional”.
Aunque se presentan por separado, ambos discos funcionan como un díptico. Cada uno tiene cinco canciones que van de la breve ensoñación –Can we provoke reciprocal reaction (de Amor Muere), Shimmer (de Phét Phét Phét)- a extensos jams electroacústicos que le deben tanto a Cluster y The Velvet Underground como a Sigur Rós o Tortoise, como en You are the eyes of the world (de Phét Phét Phét) o Violeta y Malva (de Amor Muere), cada una cercana a los veinte minutos de duración. Se trata de una fábrica de melodías e instrumentos entre acústicos, eléctricos y digitales que hacen confluir la música de cámara con visiones más contemporáneas de tonos inesperados y sensaciones que conectan al oyente con una introspección auténtica, sin cálculos premeditados.
Un vistazo de esta interesante propuesta musical nacida en el corazón de Centroamérica (Guatemala/México) es la fresca y tormentosa sesión que realizó Mabe Fratti, acompañada por la base instrumental de Phét Phét Phét -Héctor Tostas (guitarra), Jarrett Gilgore (saxo) y Gibrán Andrade (batería)- para el programa del canal de YouTube Live on KEXP, grabada en marzo del año pasado en un bucólico estudio campestre ubicado en el Parque Nacional El Desierto de Los Leones, en México, en que el cuarteto hace gala de esa irreverente y disonante combinación de estilos que une, de forma extraña y natural, a Julieta Venegas con los Kronos Quartet y King Crimson.