Rosselli Amuruz

[INFORMES] Unos años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, la más sanguinaria de la historia humana, varios científicos de diferentes especialidades y de distintas nacionalidades se preguntaron cómo uno de los pueblos mejor educados de Europa pudo aportar miles de trabajadores de oficios comunes y corrientes a la maquinaria criminal que ensangrentó Europa, bajo las órdenes demenciales de Adolf Hitler.

Entre las muchas hipótesis de investigación, los científicos reactualizaron el viejo debate sobre qué es más importante en el desarrollo de los individuos: ¿las causas externas o las condiciones internas? El debate iniciado décadas atrás enfrenta a la naturaleza contra la crianza, es decir si pesa más el bagaje genético con el que se nace contra todo lo que se adquiere durante la crianza. La dialéctica natura-nurtura dirían los profesores de nuestros primeros cursos universitarios. Finalmente, la mayoría concluyó que las causas externas actúan a través de las condiciones internas, siendo este último el factor definitivo de la ecuación.

Décadas después, un estudio financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo llamado Familia, niños y delincuencia: la violencia como herencia, nos dice que el 40 por ciento de las personas encarceladas en América Latina son hijos de padres que abusaban del alcohol, el 55 por ciento de esos presos tuvieron, por lo menos, un arma de fuego en su vida. Además, en las dos ultimas décadas la tasa de encarcelamiento en América Latina creció en un 150 por ciento, llevando el número de presos en la región a la escalofriante cifra de un millón y medio de personas.

Dicho todo eso, y sin querer de ninguna manera describir la historia de los hermanos Valdivia Montoya a partir de esos datos fríos, creemos que es necesaria una inmersión en la historia familiar de esos sujetos para saber cuáles fueron los factores que llevaron a varios miembros de ese clan familiar a ponerse en el lado contrario a la ley, es decir, en el lado equivocado de la vida.

La familia Valdivia de Bellavista

Nadie sabe cuándo los hermanos Valdivia de Bellavista, Callao, aprendieron a usar los pocos recursos que tenía su familia para intentar desde la política barrial, desde las amistades peligrosas y, sobre todo, desde el abuso y la prepotencia para hacerse de un pequeño poder, parecido al que conseguía un tendero alemán en los años treinta cuando se vestía con el uniforme gris y se calzaba las botas de caña alta.

Con recursos probablemente limitados, los hermanos mayores de ese clan ingresaron a una universidad privada de media tabla donde pasaron hasta quince largos años hasta conseguir un grado académico al que le sacaron tanto millaje como un viajero frecuente.

Según las informaciones periodísticas, Carlos, el cuarto de los hermanos Valdivia de Bellavista, Callao, es el más conocido porque intentó tres veces conseguir que sus vecinos le confiaran el manejo del municipio del distrito en mención. A sus 47 años, Carlos Valdivia Montoya tiene siete denuncias en contra suya en los archivos policiales, entre las cuales se cuentan acusaciones de robo agravado y violencia familiar. Además, trece años atrás, Valdivia fue acusado de disparar un arma de fuego contra un sereno de Carmen de la Legua, Callao. Esa denuncia todavía está en instancias policiales. En la misma instancia policial también existe una denuncia por robo agravado contra él y dos de sus hermanos, Marco y Abel, este último acusado por el asesinato del camarógrafo de la fiesta de Paul García y Roselli Amuruz. La denuncia del año 2014 dice que los hermanos Valdivia estaban a bordo de un auto Honda rojo en la puerta de la casa familiar cuando apareció el policía José Luis Cárdenas Prado; los Valdivia bajaron del Honda rojo, golpearon brutalmente al policía y le robaron todo lo que tenía. La denuncia no prosperó y nunca se esclareció. Según el denunciante y sus familiares, los Valdivia tienen muchísimo poder en la Policía, siempre estuvieron juntos y fueron solidarios, por lo menos hasta un hecho que rompió la unidad familiar.

La-familia-Valdivia-de-Bellavista
En febrero de 2023 el gobierno de Dina Boluarte aprobó el pago de 41 millones de soles a favor de la empresa de Carlos Valdivia.

El origen de la desunión en el clan Valdivia Montoya tuvo un precio, vale decir un precio altísimo: 41 millones de soles. ¿Cómo los Valdivia Montoya de Bellavista, Callao, pudieron siquiera soñar con una cifra que es más que tres Tinkas juntas? Pues sucede que, durante la etapa inicial de la epidemia de la Covid, cuando todos sabíamos que la única forma de detectar la presencia del coronavirus en nuestro organismo era la prueba molecular, una empresa creada por Carlos Valdivia Montoya, inscrita en los registros públicos como Aionia Technology Corporation, le vendió a EsSalud un lote de pruebas rápidas -que no detectaban el coronavirus- por un monto de 41 millones de dólares. Según las autoridades el financista de la operación fue Marco Valdivia, el hermano médico de Carlos.

Durante los siguientes tres años, hasta que los astros se alinearon para los Valdivia, EsSalud congeló el pago, debido a que la Contraloría emitió un informe indicando que el proceso de adquisición fue dirigido (direccionado, según el lenguaje de la burocracia nacional) para favorecer a la empresa de Carlos Valdivia. En febrero de 2023, menos de dos meses después de haber jurado combatir a la corrupción, el gobierno de Dina Boluarte aprobó el desembolso del dinero, tras gestiones non sanctas de la asesora presidencial Grika Asayag, del ministro de Trabajo Luis Adrianzén y de parte del directorio de EsSalud. Cuando el laudo arbitral liberó el cheque de 41 millones, la pelea por la plata se trasladó al seno familiar de los Valdivia, toda vez que Carlos afirmó que Marco le dijo que lo iba a meter preso si no le daba el porcentaje del cheque que le pedía. Y, además, según un audio conocido por todos, que su detención la haría con la ayuda del ex cuñado de ambos: Raúl Alfaro, a la sazón comandante general de la Policía, uno de los peones colocado por Pedro Castillo en la periferia del poder para poder gobernar el país como una chacra. Para comprobar la actuación dolosa de Raúl Alfaro, la ex conviviente de Carlos Valdivia llamada Thays Carrizales reveló que Alfaro la amenazó varias veces por teléfono.

Algunos audios dejaron al descubierto el vínculo entre Carlos Valdivia y Julio Gutiérrez Pebe, del Consejo Nacional de la Magistratura, donde lo trataba como el “sobrinito”.

Un informe de televisión reveló que el general PNP Raúl Alfaro está involucrado en esta trama por su relación con la capitana PNP Graciela Valdivia, con quien tiene un hijo. Y, como si estuviéramos viendo una novela, nos enteramos que el general Alfaro siempre ocultó su relación con los Valdivia, incluso a su ex pareja la doctora Thays Carrizales, que, como nos hemos enterado, es madre de uno de los hijos de Carlos Valdivia.

Hurgando en los archivos, nos enteramos que Marco Valdivia estuvo preso en 2020 por tráfico ilícito de drogas, que la capitana Graciela Valdivia también enfrentó a la justicia castrense cuando acusó a un alto jefe policial de acoso, y, posteriormente, de trata de personas.

Y, finalmente, cuando revisamos los antecedentes del hecho criminal ocurrido en las inmediaciones de la casa de Lince donde Roselli Amuruz agasajó al excongresista Paul García, nos encontramos con una larga serie de denuncias contra Abel Valdivia Montoya, el pistolero asesino. Una de esas denuncias fue realizada por su propia madre, quien le dijo a la Policía que Abel la había agredido.

Hay un quinto miembro de ese clan familiar que también ha colisionado repetidamente con la justicia, se llama Pedro Valdivia y también es una joya, pues en 2016 ocasionó la muerte de Ronald Poma Maximiliano al atropellarlo en estado de ebriedad. Tiene una condena de cuatro años de prisión suspendida. ¿Por qué suspendida? Nadie da razón de ese porqué, nadie.

Una característica notable de los Valdivia Montoya, más allá de su atracción permanente por la violencia, es que por lo menos cuatro de ellos estuvieron en sus respectivas universidades el doble o el triple que cualquier estudiante promedio.

¿Cómo financiaron esos estudios larguísimos, cómo solventaron los gastos de transporte, de alimentación y de vestimenta durante esos años interminables, de estudio, cómo, explíquennos cómo?

Es improbable que exista una familia con tantos problemas con la justicia como la de los hermanos Valdivia Montoya, improbable pero no imposible. Pero lo más impresionante es la cercanía al poder político y al poder policial de estos hermanos que no tienen ningún atributo, sino más bien todo lo contrario.

Como en muchas historias periodísticas, esta merece una continuación cuando sepamos cómo fue la interrelación familiar, cuál fue la conducta de los padres antes y después de ver nacer a sus críos y qué hicieron el señor Valdivia y la señora Montoya cuando vieron cómo comenzaron a andar torcido la mayoría de sus vástagos.

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Alrededor de las once de la noche del sábado 3 de enero de 1998, dos familias terminaron de cenar en el mejor chifa de la ciudad, y, antes de subir a sus automóviles, tomaron una decisión que cambiaría en forma brutal la vida de una niña de diez años. Sucede que esa pequeña, estudiante del colegio más exclusivo de la capital, les pidió a sus padres ir a la casa de su compañera de estudios que ya estaba a bordo del Volvo de su madre para ver a los perritos nacidos esa mañana. Entonces, la niña subió al vehículo y junto a su amiguita, la madre de esta y el chofer guardaespaldas partieron rumbo a una cita con un destino impensado.

El automóvil recorrió rápidamente la avenida Javier Prado, llegó a la zona de Camacho, rodó un par de cuadras y tuvo que frenar de improviso porque un par de vehículos le cerraron el paso. Instantes después de la frenada, cuatro pistoleros dispararon sobre el chofer, matándolo en el acto, y descargaron sus ametralladoras contra la madre, la hija de esta y la amiguita. Una de las niñas murió sin saber qué había pasado, su mamá vivió unos minutos más y falleció en la fría camilla de una clínica cercana, y la niña que estuvo en el lugar equivocado en el momento también equivocado sobrevivió con una leve herida en uno de sus hombros. Nadie supo explicar nunca cómo la niña pudo percatarse del ataque criminal y, en el mismo instante, tirarse al piso y vivir para contarlo.

Veinticinco años después, le preguntamos a uno de los más reputados científicos del comportamiento de la capital qué huellas pudo dejar esa experiencia terrible en una niña de diez años, qué tipo de terapias creía que los especialistas recomendaron a sus padres en los días posteriores al ataque y si era posible arriesgar un análisis sobre su conducta actual. Dos de los especialistas consultados ante de hablar con nuestra fuente se negaron de plano a contestar estas preguntas cuando se enteraron del nombre de la protagonista de ese hecho traumático. El tercero, pidiéndonos mantener su anonimato bajo ‘secreto de confesión’, nos dijo que la conducta evitativa, repleta de contradicciones y aderezada de mentiras de fácil detección de la mencionada señorita respondía al modus vivendi que Rosselli Amuruz – tal es el nombre de la niña que vio morir a su mejor amiga en una noche calurosa de 1998- adoptó para sobrevivir a sus recuerdos imborrables y, probablemente, a decenas de noches de pesadillas recurrentes.

Nuestro entrevistado nos dijo que era imposible saber a qué terapias se sometió la congresista Amuruz sin tener acceso a su historia clínica. Es más, conociendo la posición económica de la familia Amuruz, era imposible descartar internamientos en instituciones extranjeras ni tratamientos con medicamentos recetados por especialistas.

Esta introducción no pretende, ni por asomo, exculpar a Amuruz, pero apunta a explicar los claroscuros de su conducta.

Cuando todo el país observaba los actos oficiales del velatorio y de la posterior despedida al primer vicepresidente del Congreso Hernán Guerra García, su colega Roselli Amuruz, la misma que veinticinco años atrás había sido protagonista de un hecho de sangre horrendo, tomaba una de las peores decisiones de su vida (como ha reconocido personalmente ante la prensa), al asistir a una fiesta donde acudieron personas que ansiaban gozar de un sábado de buena salsa cubana y el mejor ron, otras tantas con biografías non sanctas y unos cuantos zampones. La fiesta, como todos conocemos término con un muerto, un hombre que acudió a una comisaría para darle tiempo al presunto homicida que es su hermano y compañero de juerga para que viaje a Colombia, de donde será muy difícil traerlo dadas las pésimas relaciones del gobierno de Bogotá y el nuestro, y, como cereza del pastel, y la congresista Roselli Amuruz, quien dio tantas versiones sobre su asistencia a la fiesta y a la cercanía o a la lejanía a los protagonistas del hecho de sangre, que mejor no hubiera dicho nada. “Calladita te ves más bonita”, diría un periodista de espectáculos.

Y ya que hablamos de espectáculos, es sumamente curioso saber que recién a la semana de la muerte de Christian Enrique Tirado, el canal de televisión donde trabajó de ayudante de producción y de extra en la más exitosa telenovela de la era moderna lo reconociera como uno de los suyos en el programa periodístico de los domingos en la mañana.

No decir la verdad es igual a mentir

Casi como si se ciñera al milímetro al análisis dado por el terapeuta consultado para este informe, la congresista Amuruz, quien ha dado repetidas muestras de su espíritu jaranero y lúdico, negó, se corrigió, se disculpó y volvió a negar la realidad cuantas veces fue requerida por la prensa, terminando esa cadena de evasiones con un tuit donde dice, entre otras cosas, que asistió a una reunión social de la cual se retiró antes de la medianoche, que tomó conocimiento de lo sucedido a través de los medios y que solicita una investigación rápida para determinar a los culpables.

Roselli Amuruz, quien apenas ingresó al Congreso burló las restricciones gubernamentales para impedir el contagio del coronavirus, organizando un fiestón donde derrochó plata, imprudencia y total desprecio a las leyes, es una persona que parece no saber qué hace en el Congreso, cuáles son las urgencias del momento y cómo piensa enfrentar el resto de su vida política cuando todo su prestigio está más enterrado que los hechos de sangre acaecidos en una esquina de Camacho una noche de verano de 1998.

 Solo una pregunta (quizá impertinente)

Para ser congresista durante un quinquenio sólo se requiere tener 25 años cumplidos, además de haber nacido en el territorio peruano o en el extranjero, siendo hijo de peruanos. Nada más.

Rosselli Amuruz condecoro a la Combinación de la Habana y Kate Candela por el Día del Músico.

Pero es inquietante que entre las 130 personas que ocuparán curules hasta el 26 de julio de 2026 haya un alto porcentaje de ladrones, de estafadores y de personas a las cuales nadie les pediría que cuide a sus hijos por unos minutos. Es imposible sacarlos una vez que están atornillados a sus curules, pero sería necesario que existiera una comisión de ética extraparlamentaria que los evalúe con rigor ante cualquier síntoma de desviación. No siempre es fácil caminar derecho, pero siempre se puede saber de qué pie cojeas.

Las relaciones (peligrosas) de Roselli Amuruz

La congresista Rosselli Amuruz junto a Paul García y Carlos Valdivia.

Según sabemos todos o casi todos, porque no podemos dejar de considerar que hay mucha gente a la que le interesa más qué va a comer mañana que las cuitas de los congresistas, Roselli Amuruz es pareja del ex congresista Paul García, quien tuvo cierta figuración el año pasado cuando un modelo chileno lo acusó de mover influencias en Migraciones para impedir su entrada al Perú por estar celoso de su relación con una salsera de más fama que condiciones artísticas. Sabemos, también, que García es, a la vez, amigo del asesinado y de la familia del presunto asesino huido a Colombia. Y conocemos, más de oídas que de un trabajo exhaustivo de investigadores policiales y periodísticos, que los hermanos del presunto homicida están relacionados con políticos de dudosa reputación, con un fraude multimillonario a EsSalud y con algunos miembros del destituido Consejo Nacional de la Magistratura, sanctasanctórum de los Cuellos Blancos del Puerto. Sabemos todo eso, que debe ser una ínfima proporción de lo que conoce la tercera vicepresidenta del Congreso Roselli Amuruz, pero este no es el momento ni el lugar para hurgar en esos temas, pero sí el momento y el lugar para preguntarle a una señorita que probablemente vive una vida prestada si va continuar jugando a la política y bailar y pachangearse diariamente, o va a hacer un alto a sus hobbies y concentrarse en la tarea para la cual pidió el voto popular.

Ella y sus fantasmas tienen la última palabra.

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