Sudaca Perú

No puede soslayarse la catástrofe de la pandemia -que ocasionó 220 mil muertos en el país- en los resultados electorales del 2021. Tampoco en los superlativamente bajos niveles de aprobación del régimen de Dina Boluarte. Y, probablemente, tampoco, en los que registrará al cabo de poco tiempo el gobierno entrante el 2026.

Sufrir un problema grave de salud y descubrir que el Estado no existe para ayudar casi en absoluto es devastador para la sensación de pertenencia comunitaria que toda nación requiere como amalgama de convivencia aceptable.

A los muertos habría que agregarles los millones de afectados, que no murieron, pero que, víctimas del virus, sintieron también la ausencia total del Estado como mecanismo de auxilio, y se entenderá el voto furioso antisistema del 2021, como se deberá entender también el que surgirá sin duda el 2026, porque en materia de salud pública nada ha cambiado para bien en los últimos años.

Y nadie de la clase política se preocupa por el tema. Es absolutamente secundario, soslayando que al día por lo menos 350 mil peruanos acuden a un centro de salud pública a atenderse de alguna dolencia y reciben el trato indigno que tanto EsSalud como el Minsa le brindan a sus pacientes. El sistema de salud pública peruano es una fábrica diaria de ciudadanos antiestablishment y los efectos traumáticos del Covid se prolongan en el tiempo por esa razón.

No ha habido inversión pública en unidades de cuidados intensivos, en provisión de oxígeno, en dotación de medicamentos, mucho menos se ha cortado el nudo gordiano de la corrupción que campea en el sector. Si volviera a acontecer una pandemia, los resultados catastróficos seguramente se repetirían, como si nada hubiéramos aprendido de lo sucedido.

Responsabilidad histórica del desenlace lecorresponde a los gobiernos de la transición post Fujimori que no aprovecharon la bonanza fiscal para invertir en una reforma de la salud pública. Corresponsable el gobierno actual que no tiene entre sus prioridades el tema. Cómplices los políticos con pretensiones presidenciales que no colocan a la salud pública en el sitial de privilegio que le debería corresponder.

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Son dos los riesgos políticos que la democracia debe sortear este 2026 si quiere ser parte de un proceso de reconstrucción de la democracia y romper la espiral de deterioro a la que el Ejecutivo aliado al Congreso han conducido al país.

Uno primero, es el triunfo de un radical populista, sea de derecha o de izquierda, que decida hacer tabla rasa, en base a su probable popularidad, de lo poco que queda de institucionalidad democrática en el país. Otro segundo, es la aparición de un outsider aventurero, sin programa ni cuadros, que irrumpa a la hora nona en medio de la multitud de agrupaciones que tentarán suerte el 2026 (Castillo es la más cercana medida del desastre que podría avecinarse).

A los radicales populistas se les combate con política, con planes de gobierno eficaces y vendibles, con cuadros técnicos, con frentes sociales (ya que las coaliciones electorales no prosperarán, por lo visto). A los outsiders, haciendo política anticipada, desde ya, sin esperar a diciembre de este año para aparecer, imitando justamente a los referidos outsiders, como parecen pretender sinfín de candidatos que guardan perfil bajo en estos momentos.

Corresponde dar un golpe certero a la narrativa populista que ofrece soluciones fáciles a problemas complejos. Los ciudadanos, cansados de promesas vacías, claman por alternativas realistas, pero con una visión a largo plazo.

Un aspecto clave es el fortalecimiento de la institucionalidad. Los outsiders, con su discurso anti-establishment, ganan terreno precisamente porque la percepción de que las instituciones no funcionan es cada vez más fuerte. Si el Ejecutivo y el Congreso no maduran políticamente y no ponen de su parte, se abrirá espacio para que los populistas se presenten como salvadores.

Es urgente, además, trabajar sobre los problemas reales de la gente: la inseguridad, la pobreza, el desempleo. Combatir a los radicales populistas no es solo una cuestión de teoría política, sino de ofrecer soluciones concretas y cercanas a la gente. De nada sirve atacar a los outsiders si no se presenta una alternativa viable que, además, resuelva de manera efectiva las demandas populares.

Con un lenguaje claro y sencillo, libre de tecnicismos, conectando con un electorado que se siente desconectado, la política puede y debe recuperar su capacidad de entusiasmar, de motivar a la acción, pero sobre todo, de generar esperanza.Si no se hace así, estaremos condenados y el 2026 será el parteaguas democrático del país.

La del estribo: amante de las novelas históricas, leo con pasión y con culpa -por no haberlo hecho antes-, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, bajo la inspiración estimulante del club del libro de Alonso Cueto. Muy recomendable para buenos momentos de solaz y de aprendizaje histórico.

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