[MIGRANTE AL PASO] Un pequeño corría de forma extraña detrás de la pelota. Parecía rebotar de un lado a otro y no era gordo. Estaba feliz, si es que la felicidad es diversión. Solo caminaba un poco chueco. De adulto, siguió así. Se abría paso entre la muchedumbre con sus pasos tambaleantes. Huesos anchos y pies que parecen aletas. Lo comparte con su padre, a quien llamaban “el pato” en sus épocas universitarias. La displasia de cadera y la escoliosis lo obligaban a mantenerse con las puntas de los pies con dirección hacia afuera. De lo contrario, sentía que las rodillas palanqueaban su propia estructura. “Tienes potencial para el ballet”, me comentó una tía bailarina. Puedo hacer una quinta sin esfuerzo alguno. No se ve muy bien, sin embargo. Los arcos vencidos de mis pies lo hacen estéticamente raro. Igual no es como que porque algo deje de ser bello deje de ser útil. Para las patadas en las artes marciales me servía bastante. Una colección de medallas de oro lo demuestra.
—De ninguna manera usará corsé o arnés; mientras pueda jugar y hacer deporte, no hay nada que corregir —le dijeron mis padres al doctor. No tengo cómo saberlo, pero así me lo imagino. Como cuando no quise dar el examen de ingreso escolar por timidez, y al prenderme fuertemente de la pierna de mi padre, decidieron que no tenía por qué hacerlo si no quería.
Fue así, sin metales rodeando mi cuerpo, era de los mejores en fútbol, de los más rápidos y el que mejor peleaba. Igual, mi caso no era grave. Solo era gracioso al andar. Aparte, todos estamos ligeramente desbalanceados. La única advertencia: no estar con sobrepeso. Lo que pasé desapercibido por muchas etapas. No hay mayor misterio que el caminar recto, y el caminar chueco vendría a ser su hermano desadaptado.
Terminé el colegio jalando un curso. Luego, un año entero fue sabático. Entré a la Universidad de Lima a estudiar Negocios Internacionales, para pasarme a Psicología a los dos ciclos. No me gustaba. Solo disfrutaba los cigarros en cada hueco. Me transferí a la PUCP, un examen bastante fácil; de hecho, lo recomiendo si es que el examen de ingreso les parece muy difícil. Primero la de Lima, y luego transferencia donde quieran. Ahí, en Estudios Generales, pasé de Historia a Psicología nuevamente; terminé en Arqueología. Me aburrí y me aventuré en la Filosofía. Tuve que regresar a Generales porque me faltaba un curso. Le dio cáncer a mi madre, me botaron de la universidad por desempeño. En tres años ahí pasé de estar en décimo superior a ser expulsado. Fui aceptado nuevamente, para luego abandonarla yo por mis propios términos.

Mis desvíos no solo se daban al caminar. “No terminas nada de lo que empiezas”, me decían; solo recibían risas de respuesta. Yo siempre supe perfectamente que mi camino no iba a ser recto, y jamás lo será. Ahora, en cuanto a mis pies planos, no tienen una asociación de vida, no cargo ninguna responsabilidad tan grande. Tal vez, en este caso, sí ha sido el estar gordo. Aparte de la vía recta, existen tantas como practicantes hay en el mundo. La mía consiste en mirar hacia el exterior de las tinieblas. Una oscuridad llena de reglas y normas que, en mi humilde opinión, no valen nada, puro blah, blah, blah. “¿Por qué arrastras los pies?”, me dicen. “Estás cojeando”, me comentó una chica el otro día, “¿te pasó algo?”. Yo ni cuenta me doy. Pero mis huellas son distintas. Mis pies descalzos y mojados dejan una gran mancha, a diferencia de la esbelta figura que dejan normalmente las personas en el piso. Ahí, en el ángulo obtuso que se forma en mi base corporal, está mi compás, como si avanzara a dos lugares al mismo tiempo.
A veces siento que hasta mi cabeza funciona así. Unas cuantas tuercas me faltan sin dudas, mis ideas se disparan en direcciones contrarias. Estoy comenzando a ser un empresario y a la vez escritor. Parecen repelentes entre sí, a mí me está funcionando. Estoy en contra de la violencia, pero no conozco a alguien que se haya peleado más que yo. Ya maldije comportamientos que ahora son parte de mi forma de actuar. Hice sentir mal a gente que quiero. Viajé más que cualquier persona de mi edad y lo hice solo. Sin compartir ni un restaurante. Le di de comer a muchos niños en las calles porteñas, para más tarde insultar a un taxista. De esta manera no solo mis huesos están chuecos. Contradicciones tienen todos, tal vez las mías son más abruptas. Escribo para mí, pero quiero que me lean. No me importa que mis ideas parezcan descabelladas y no quiero encontrar a alguien que piense igual, pero quiero ganar prestigio. Así, deseo nada y todo a la vez; al igual que uno de mis pies apunta a la izquierda y el otro a la derecha.
Como dije, si divertirse es estar feliz, creo que lo estoy logrando. Adónde me llevarán mis pasos retorcidos. Quién sabe. Solo sé que a algún lugar tranquilo donde a nadie le importe cómo camine. Simbólicamente, claro. Tal vez, un lugar donde lo único que se cruce en mi camino sean mis propios pies. Solo sé que ningún mercado, ningún escritor ni ninguna ideología serán compatibles con mis propias intersecciones y secantes. Las cosas paralelas no tienen cabida en mi tambaleante cabeza.




