[PAPELES VIRTUALES]

UNO

El look de un rockero setentero: el pelo largo es una marca registrada de Filipe Luiz. La remera negra con letras inconfundibles: The Beatles. En la entrevista, reconoce la influencia de Simeone, para convertirse en entrenador. Aprendió a ser competitivo y ganador. Dícese que el aspecto psicológico es intrínseco, en el jugador, para lograr cosas significativas. Sin eso, es imposible. El originario de Santa Catarina se ha convertido en un paradigma para los jóvenes entrenadores brasileños. Conocedor táctico, no se ata a ningún sistema, es versátil. Los laterales son esenciales, el juego vertical de los volantes. Todos tienen labores defensivas. Cuando se pierde el balón, la presión es instantánea para la recuperación. Sin pérdida de tiempo, se busca el arco contrario. Todo con toque, sin pelotazos. Con paciencia y pasos verticales. En los entrenamientos realiza los ejercicios, una y otra vez.

Uno de los aspectos a destacar es la parte defensiva. A Flamengo es difícil hacerle goles. Rossi es clave, tanto como Pulgar – un machetero – hasta Varela, quien fue uno de los mejores, mutó en Cafú, cerró su lateral, dio pases magistrales y tuvo una corrida fantástica al final del partido.  En tanto, Danilo se elevó como los dioses y anotó el gol más importante de su vida; al final. desvió un remato venenoso de Vitor. Los delanteros del Palmeiras fueron absorbidos por la defensa. Jorginho es un jugador con clase. Arrascaeta, es posiblemente el Mejor Jugador del Brasileirao. Carrascal mejoró mucho, pero aún puede dar más. Lino es un crack y Bruno Henrique cumplió con creces.

DOS

Lima, la ciudad gris, contempló con sorpresa, la invasión de los torcedores del Mengao y del Verdao. A las autoridades se les escapó de la tortuga. Muchos vecinos y otros se quejaron por la cantidad de basura que dejaron los visitantes. No colocaron cestos de basura y menos baños portátiles. Tampoco había anfitriones que hablaran portugués, guiando a los fanáticos. Las ordenanzas distritales son ridículas. Jamás, los serenos iban a poder impedir que los torcedores usen los espacios públicos o tomar una cerveza en la vía pública. Por otro lado, vergüenza ajena, fue ver periodistas sin siquiera poder “falar portuñol”, para entrevistar a los cariocas y paulistas. En 1971, Lima fue la ciudad elegida para jugar el desempate de la Final, entre Estudiantes y Nacional. En los años posteriores – ochenta y noventa – la capital no fue sede de ningún evento de esta magnitud. Recuerdo que los grandes grupos de rock hacían gira por Chile, Argentina y Brasil. No aparecíamos en el mapa. El terrorismo y la inflación nos marcaba como territorio prohibido. Ahora es la segunda vez, que nos eligen como sede de la final, del torneo de clubes más importante de América. La gente se queja de la crisis económica y la falta de oportunidades.

  • ¿Entonces, en que quedamos?

Cada visitante gastó un promedio de mil dólares por persona. El impacto económico es indiscutible. Varios vinieron incluso el martes. Y estamos hablando de la clase media. Los cariocas adinerados vinieron en sus aviones, entre viernes y sábado. Cerca de un centenar de vuelos chárter llegaron al Aeropuerto Jorge Chávez. Se habla de 75 millones de verdes. He leído en las redes, que periodistas chilenos, colombianos y bolivianos están deseosos de que su país sea elegido como sede.

TRES

En Brasil no se escucha el reguetón y menos la cumbia. Están en otra onda. Su cultura musical es diversa y muy fuerte. La cantidad de torcedores fue inusual. Creo que nunca Lima ha vivido una experiencia similar. Superó la del 2019. Cánticos hasta la madrugada, un banderazo inolvidable, invasión de la calle de Las Pizzas, parques, Fan Zone. Una característica es que son desinhibidos y alegres. Las mujeres lindas, se te acercan sin problemas para hablarte. Se ponen a bailar y cantar sin problemas, en cualquier lugar, ya sea samba o sertanejo. Más aún, si están tonificados por la cerveja. Ojo que Brasil tiene el mayor consumo per cápita de cerveza en Latinoamérica. Lo más parecido que he visto, debe de ser cuando se jugó la Final de la Champions entre Real y Liverpool. Los hinchas ingleses inundaron la ciudad. Fue una cosa surrealista. Igual, lo ha vivido uno de los distritos más paquetes de la ciudad: Miraflores. Lo que originó que los periodistas extranjeros rebautizaran la ciudad de los Reyes.

  • Lima de Janeiro

CUATRO

El Brasileirao es uno de los torneos más importantes del mundo. Donde todos pelean por algo. Cerca de 13 equipos luchan por clasificar a las Copas y 7 clubes por no descender. Palmeiras y Flamengo jugaron el martes pasado por la jornada 36 del torneo. Es extenuante. Hasta la fecha Fifa, el Verdao era el líder. Luego perdió la punta. El cansancio también cuenta. El Flamengo cuenta con una plantilla más larga y con valiosos elementos. A inicios del año, los brasileños no le dan mucha bola a la Libertadores juegan los estaduales y en abril empieza el torneo brasileño. A la par, se juega la Copa Brasil que entrega 24 millones y se disputara la segunda semana de diciembre, la semifinal.

Es cierto, que Palmeiras fue más regular en toda la Copa. A excepción, del partido en Quito, demostró ser el mejor de todos. En cambio, Flamengo daba la impresión que regulaba los partidos. Era superior, pero le faltaba concretar las oportunidades de gol. Mereció golear a Internacional, Estudiantes y Racing en los partidos de ida. A medida que pasaba el tiempo, se acomodaba mejor el equipo. El martes 28 jugó con muchos titulares, ante Mineiro. Fue un partidazo y mereció ganar. Mientras tanto, Palmeiras perdió o empato en los últimos 5 partidos.

  • ¿Cansancio? Es posible.

La dupla Flaco Lopez-VitorRoque se apagó de repente. Ahora, los comentaristas brasileños tildan de cobarde el planteo defensivo de Ferreira en la final. Si, le faltó atrevimiento. Realizó los cambios ofensivos, faltando 20 minutos. Sin embargo, su única fórmula fue el pelotazo. Y eso no había sido el Verdao en toda la temporada. Había aplastado a sus rivales con un futbol ofensivo. El futbol da revancha. Mientras tanto, para los torcedores del Mengo ya han adoptado una segunda ciudad maravillosa. La recordarán por siempre.

  • Lima de Janeiro.

[MIGRANTE AL PASO]  Era primero o segundo grado de primaria. Por alguna razón todos estábamos saltando como locos y gritando. Era alguna actividad entre clases. Un gran amigo de esa época solía ser bastante molestoso y aprovechaba cualquier oportunidad para hacerlo. Mientras saltábamos él me iba golpeando suave, pero lo suficientemente fuerte para que moleste. Se repitió varias veces. En mi cabeza sentía cómo una especie de monstruo interno iba apoderándose de mí. Ya no pensaba en diversión y en saltar con mis pequeños compañeros de clase. Todo había cambiado a “tengo que responder”. Estaba entrenado: desde muy chicos, mi hermano y yo comenzamos a practicar karate. Solo conocía la violencia controlada y deportiva del kumite, que es la práctica de pelea en el karate. Todos seguían saltando. Yo me detuve. Recuerdo perfecto ver, entre las personas que se movían, el punto exacto. Puse mi puño en la cintura y, con el movimiento giratorio clásico de las artes marciales, le di un golpe a mi amigo en la boca del estómago. Recuerdo que se quedó sin aire y comenzó a llorar; yo me asusté y lo acompañé en el llanto.

¿Qué me asustó?, me preguntaba. Me di cuenta de que tenía la capacidad de hacer daño. Nos amistamos y no pasó nada, éramos niños y buenos amigos. Pero el recuerdo quedó marcado. Ese monstruo agresivo que todos tenemos me sigue asustando. A veces puedo sentir cómo se apodera aún de mi forma de ser y siempre busca atacar, incluso morder si es necesario. Es un sentimiento horrible. Sin querer, me convertí en alguien que no puede domarse a sí mismo. Ese monstruo no es otro más que un lado de mi propia identidad. Cada vez que ocurre algo similar, el proceso se repite: la ira me consume, actúo violentamente y me pongo triste, con ganas de llorar. Evidentemente, ya no golpeo a nadie. De adulto, un mal golpe puede terminar en tragedia. Pero es la sensación, los pensamientos, cómo miro a la gente. Cómo hablo, incluso solo el tono, porque tampoco soy de insultar. Pierdo el sentido. Y nuevamente, no puedo controlar a la bestia iracunda.

No tengo un altercado físicamente violento hace 10 años aproximadamente. La última vez mi nudillo explotó, literalmente, y de nuevo me asusté. Me pegaron entre 10, en el piso, pero nuevamente, sin sentido, el monstruo sonreía y buscaba la oportunidad de golpear de vuelta. Tenía máximo 22 años. Esa vez, en mi salón del colegio, tenía 11 años máximo. En unas semanas cumpliré 32 y me da miedo. Ahí se involucran otros factores que asumo son normales en gente de mi edad: una mezcla entre “estoy envejeciendo” y “no poder ver lo que has logrado”. Como si solo importara lo que no pudiste lograr o aún no logras. Lo que sí hiciste y aprendiste se vuelve invisible.

Justamente, esa voz que te aplasta: “no has hecho nada con tu vida”, te dice, y le crees. “Tus padres a tu edad ya tenían tales cosas”, y no pienso en que he viajado por gran parte del mundo. Ese monstruo te susurra que no puedes; que ser un buen amigo, haber ayudado a gente, miles de cosas aprendidas y logradas, te convence de que nada de eso tiene valor. De eso se alimenta la bestia que actúa y me protege, para luego sentirme triste. Puede sonar absurdo para muchos que lo lean o tal vez infantil. Y justamente, voy a cumplir 32, pero sigo siendo inocente y confiado. No estoy seguro si sea bueno eliminar ese aspecto, pero antes ni me lo planteaba.

La Sunat. Esta semana. De nuevo explotó la furia. Es un lugar que debe poner de mal humor a todos, pero sentir rabia ya es demasiado. Un grupo de WhatsApp, solo amigos cercanos. Comencé a renegar y actuar como un niño engreído. Quería pelearme. Pasaron unos minutos y me di cuenta. Pedí perdón y no pasó nada; nuevamente, es gente cercana. Caminé de vuelta a casa. Estaba caminando por la pista, arrimado, y un carro me comienza a gritar que vaya por la vereda. Le respondió el monstruo. Avanzó, frenó un metro adelante y abrió la puerta. Yo no me moví un centímetro. Comencé a discutirle con la voz alta. Me respondía sentado, con la puerta abierta. La oportunidad era perfecta, podía ser usada como excusa y pelearme. Me acerqué. Estaba delante de él. Mucho más grande. Extendí la mano y le dije: “He tenido un mal día, mala mía, perdón”. Después del apretón de manos cerró la puerta y se fue. ¿Gané? ¿Perdí? ¿Importa? No lo sé, pero aún tengo ese lado latente. Uno que no me gusta, pero que, sin embargo, soy yo. Tengo metas económicas, literarias y más. Pero mi mayor ambición es la calma, así que solo me queda una opción que espero lograr en algún momento: caminar de la mano junto con la bestia.

[PIE DERECHO] La izquierda peruana atraviesa hoy una severa crisis que no es electoral —todavía— sino moral e ideológica. Lo que debía ser una ocasión mínima de afirmación democrática —la condena judicial a Pedro Castillo por su intento burdo de golpe de Estado— ha servido, más bien, para desnudar una preocupante laxitud ética en amplios sectores de ese espacio político. En lugar de celebrar que el Estado de derecho haya funcionado, se ha optado por relativizar los hechos, victimizar al golpista y encuadrar la sentencia en un libreto de persecución política y racismo estructural. Excusas todas que no resisten el menor análisis.

Castillo no fue condenado por pensar distinto, por ser andino o por incomodar a las élites. Fue condenado por quebrar el orden constitucional de manera explícita, torpe y pública. Defenderlo —o peor aún, no atreverse a condenarlo sin ambigüedades— no es un gesto de empatía social, sino una renuncia expresa a los valores democráticos básicos. La democracia no es negociable según el pedigree del acusado ni según la causa que diga representar.

Pero el problema no termina allí. Esa misma displicencia ética se reproduce cuando se trata de marcar distancia frente a candidatos abiertamente antisistema o con discursos y prácticas incompatibles con una democracia liberal mínima. Los casos de Ronald Atencio o Roberto Sánchez no generan una línea roja clara, sino tibias justificaciones, silencios cómplices o un pragmatismo electoral que termina validando cualquier extravío en nombre de “las mayorías”.

Lo que estamos presenciando es una involución ideológica. Una izquierda que alguna vez reclamó derechos, instituciones fuertes y límites al poder, hoy parece cómoda con el autoritarismo si este se disfraza de épica popular. Esa deriva no solo empobrece el debate político; erosiona la confianza democrática y normaliza la ilegalidad como herramienta de cambio.

La preocupación no es teórica. La izquierda tendrá, con toda probabilidad, un rol protagónico en la contienda del 2026. Que llegue a esa cita sin haber resuelto su relación con la democracia, con el Estado de derecho y con la condena inequívoca al golpismo, no es un detalle menor. Es una amenaza latente. Porque cuando la democracia se defiende solo a ratos, termina por no defenderse nunca.

La del estribo: !Muy buena puesta en escena de Maybe baby! Dirigida por Norma Martínez, con las solventes actuaciones de Fiorella Pennano, Jordi Sousa, Claudia Pascal, Brian Cano y Montserrat Brugue. Va en el Teatro Ricardo Blume hasta hoy. !No se la pierdan!

 

[INFORME] La justicia peruana vuelve a mancharse ante una insólita demora para sancionar a una magistrada que mantuvo reuniones con un empresario que, mediante sobornos, buscó torcer sus decisiones a su favor en un caso que involucra una venta fraudulenta y varias reuniones con los involucrados.

Meses atrás, Sudaca dio a conocer los detalles del caso que involucraba al empresario Aniceto Argüelles en los cuales se exponía que el fundador de Industrias Argüelles había reconocido ante la justicia que intentó sobornar a una jueza luego que se complicara su situación legal debido a que su empresa adquirió un terreno de diez mil hectáreas con documentos falsos.

Sin embargo, hasta la fecha y pese a que la propia División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (DIVIAC) realizó un cuidadoso seguimiento a las reuniones de Argüelles y sus allegados con esta jueza, la sanción todavía no llega y se despiertan justificadas sospechas y críticas a la justicia.

PRUEBAS CONTUNDENTES

Roxana Becerra Urbina es el nombre de la magistrada que, según la investigación llevada a cabo por la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (DIVIAC), se reunió en más de una oportunidad con el empresario Aniceto Argüelles cuando este buscó torcer su decisión a su favor en el caso que lo involucraba.

Los datos que se pudieron recabar en estas investigaciones expusieron que Becerra Urbina se reunía con Argüelles en un restaurante ubicado en el distrito de San Martín de Porres en el año 2019. Pero también sostenía encuentros con una persona identificada como Silvio Muñoz Villanueva, quien fue considerado en este caso como un operador de Aniceto Argüelles.

El tema a tratar en estos encuentros habría sido la compra de terrenos que le pertenecían a la magistrada y su familia por precios inflados, acorde a lo señalado por la propia Fiscalía. Una de estas compras tuvo lugar en noviembre del año 2019 cuando Becerra le vente a  una persona cercana a Argüelles las acciones y derechos de un terreno ubicado en Canta por el monto de S/ 533,703.09.

A esta compra le siguió otra en noviembre del 2019 cuando Silvio Muñoz Villanueva  adquiere una propiedad que también se ubicaba en Canta y le pertenecía al entorno de la jueza. En el medio, se seguían llevando a cabo nuevos encuentros en el restaurante de San Martín de Porres y en otro local ubicado en el Centro de Lima.

Por este caso de sobornos, que el propio Aniceto Argüelles confesó, el empresario fue condenado. Sin embargo, hasta la fecha, no se podría decir que se encontró justicia en su totalidad debido a que la magistrada Becerra sigue sin recibir sanción por parte de la Junta Nacional de Justicia.

[OPINIÓN] Lima tiene muchas tradiciones: el caos, el humo, los baches… y la confirmación periódica de que el pelotudo organizado existe, respira y firma autorizaciones. Hoy,  jueves 27 de noviembre, algún genio con lapicero decidió, una vez más, que era una brillante idea cerrar la Costa Verde para darle paso al deporte organizado. Una obra maestra del absurdo. Un homenaje a la estupidez con sello institucional.

Evidentemente, este iluminado no vive en Barranco, ni en Miraflores, ni en Chorrillos. Tampoco trabaja en el Centro de Lima. No. Su especialidad es joder desde la comodidad de un escritorio, café en mano y sin el menor contacto con la realidad. Porque hoy, miles de vehículos —privados, públicos, camiones y hasta motos que ya no saben por dónde meterse— tuvieron que invadir las calles residenciales de varios inocentes distritos  para llegar a su destino… tres horas más tarde.

Pero volvamos al punto: hay que ser muy pelotudo para autorizar semejante despropósito. Cronómetro en mano: cruzar  Barranco toma dos horas y diez minutos, con suerte y buen humor. ¿Y todo esto para qué? Para que cuarenta entusiastas corran felices por una vía principal. Algo que podrían hacer dando vueltas al Estadio Nacional o, si tanta adrenalina requieren, en la carretera al sur. Pero no. Tenía que ser en el corazón de la ciudad. En día laboral. Porque joder al prójimo parece ser parte del entrenamiento.

Y ni hablar de quienes trabajan en la Costa Verde: pescadores, empleados de clubes o gente que baja diariamente a hacer deporte desde temprano en la mañana. Solo ahi hay más deportistas que los cuatro gatos que hoy trotan escoltados por una legión de policías motorizados cuyo valioso tiempo se desperdicia cuidando la pelotudez autorizada.

Sería útil —por cultura general— publicar la foto del pelotudo que aprobó esto. No por mala fe, sino para saber a quién agradecerle el deterioro de las calles, de la paciencia y del humor con el que uno pretende empezar el día.  Para poder señalar al pelotudo de turno que arruinó cualquier proyecto matutino convirtiendo el día en una noche oscura sin esperanza.

Sin esperanza porque esta brillante decisión se repite, intermitentemente durante el año, como recordatorio de que siempre se puede ser más inepto… y mientras tanto, cientos de policías vigilan que se cumpla la pelotudez, en lugar de vigilar las calles donde realmente se les necesita. Un detalle no menor, total, ¿quién necesita seguridad cuando se puede custodiar un absurdo?

En fin. Qué culpa tiene el tomate de estar tendido en la mata.

[INFORME] El Ministerio de Justicia tiene como nueva viceministra a una exasesora del congresista José Luna. Valdez Tejada  también fue aportante de Podemos Perú y contrató para su despacho a otro exintegrante del partido de Luna Gálvez.

El gobierno de José Jerí parece estar afrontando un inicio marcado por la estabilidad. No sólo ha logrado que un porcentaje considerable de la población le otorgue, tal como reflejan diversas encuestas, un voto de confianza sino que también goza del respaldo de la mayoría de sus antiguos colegas del hemiciclo para conducir los destinos del país hasta el mes de julio del próximo año.

Sin embargo, pese a que esta aprobación inicial marca una importante diferencia con la situación en que vivía a diario el gobierno de Dina Boluarte, la nueva gestión presidencial también parece haber caído en algunos de los vicios de sus predecesores al momento de designar personal para sus ministerios.

Sudaca pudo revisar algunas de las designaciones que se realizaron en estas últimas semanas y se pudo encontrar que el actual gobierno le abrió las puertas a personajes estrechamente vinculados con algunos de los partidos más importantes del Congreso y hasta con la propia Dina Boluarte.

¡QUÉ TAL ASCENSO!

El pasado miércoles 12 de noviembre, en un documento que lleva las firmas del presidente José Jerí y el ministro Walter Martínez, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos hizo oficial la designación de Shadia Elizabeth Valdez Tejada en el cargo de viceministra de este sector.

Shadia Valdez no era un nombre muy conocido en el ambiente de la política peruana. Sin embargo, sí había estado relacionada con el poder. Nueve días antes de llegar al Ministerio de Justicia, Valdez Tejada presentó su renuncia al Congreso, lugar donde por más de un año fue designada en un cargo de confianza.

Lo extraño de esta designación es que colocó a Shadia Valdez, quien es abogada de profesión, en el cargo de jefa del Área de Servicio de Información, Traducción y Lenguas Originarias. No obstante, su llegada al Legislativo arrastraba una historia todavía más interesante y que involucra a una de las bancadas.

Para las elecciones del año 2021, Shadia Valdez había intentado convertirse en congresista de la mano del partido Podemos Perú. Si bien no lo logró, el partido de José Luna no la dejó de lado y, poco tiempo después, la convirtió en asesora de su despacho donde recibía un sueldo de más de trece mil soles.

Pero esta insistencia por acercar a Valdez Tejada al Congreso, como parlamentaria, jefa o asesora, podría ser una forma de agradecimiento. Una investigación del portal Ojo Público reveló en febrero del 2024 que esta abogada figuraba en la lista de aportantes al partido de José Luna Gálvez.

Cuando se publicó dicha información, Valdez sólo se había desempeñado como asesora del congresista y líder de Podemos, pero meses después se convertiría en jefa de una de las áreas del Congreso y, con el nuevo gobierno de uno de los integrantes del hemiciclo, ha pasado a ocupar el cargo de viceministra.

AL FONDO HAY SITIO

Pero la suerte no sólo parece haberle sonreído a esta exasesora y aportante del partido de José Luna. El lunes 17 de noviembre, a menos de una semana de su designación como viceministra, Valdez Tejada nombró en el cargo de confianza de asesor de su despacho a Celso Alfredo Saavedra Sobrados.

Saavedra Sobrados no sería un desconocido para la nueva viceministra y tampoco para el congresista José Luna. Estos personajes guardan un vínculo desde los tiempos en los que eran parte del partido Solidaridad Nacional, en donde Luna Gálvez se desempeñaba como secretario general y tanto Valdez como Saavedra ocupaban el cargo de regidores durante la gestión de Luis Castañeda Lossio, y la llegada de Valdez al cargo de viceministra también le abrió la puerta a su antiguo colega.

LOS SOBREVIVIENTES DE DINA

Aunque el gobierno de José Jerí intenta proyectar una imagen muy distinta a la de su predecesora, en las designaciones de la gestión actual todavía se pueden encontrar nombre que dieron que hablar en el pasado. Este sería el caso de César Augusto Borda Gonzales, quien la semana pasada fue designado por el ministro de Justicia como director general de la Dirección General de Desarrollo Normativo y Calidad Regulatoria.

Borda Gonzales eran apellidos que habían ocupado las líneas de más de un portal de noticias cuando, durante el año pasado, el portal El Foco lo incluyera en la lista de los costosos asesores en los cuales el gobierno de Boluarte había gastado más de un millón de soles en el primer semestre del 2024.

Pese a que una característica innegable de la presidenta y quienes formaban parte del Ejecutivo fue la falta de aciertos ante las necesidades del Perú, asesores como César Borda habían facturado más de noventa mil soles en pocos meses.

En poco más de un mes de gestión, el presidente Jerí ha logrado una mirada benevolente por parte de la mayoría de peruanos. Sin embargo, si la prioridad en la repartición de cargos la tendrán los conocidos de los congresistas, las falencias del Ejecutivo no tardarán en hacerse más notorias y la historia se podría repetir.

[Música Maestro] Durante un vuelo largo que me traía de regreso desde un fascinante y desconocido país del Asia Central, punto neurálgico de una de las más importantes rutas comerciales del mundo antiguo -ese que las grandes mayorías creen que no existe porque para ellas las cosas comenzaron el año que se fundó Google- tuve ocasión de ver Tár (Todd Field, 2022), largometraje elogiadísimo en prestigiosos festivales como Venecia o Cannes cuyo paso por la cartelera local fue breve e ignorado. La película me dejó varios apuntes relacionados a uno de los diversos temas que aborda, la música.

Tár: Una película para músicos

En principio, es alucinante que en otras latitudes todavía haya casas productoras y públicos interesados en esta clase de guiones, porque más allá de que el film consiga atraer la atención por sus otros focos temáticos, como son la dicotomía entre las creaciones de un artista y su vida personal, el abuso de poder y las intrigas en medio de una situación de competencia feroz, la traición e hipocresía en relaciones humanas contaminadas por ambiciones desmedidas y la problemática de género en una actividad tradicionalmente dominada por hombres, Tár es esencialmente una película para músicos y aficionados a la música.

En un mundo cada vez más controlado por las mentiras de la inteligencia artificial, el odioso latin-pop que pudre lo poco de bueno que tienen los Latin Grammy -Susana Baca, Rubén Blades, Raphael, Bunbury- y el sobrepublicitado nuevo single de Rosalía, escuchar diálogos densos, woodyallenescos, con detalladas referencias al amplio universo de lo sinfónico, desde Beethoven, Bach y Mozart hasta Mahler, Stravinsky y Varèse, constituye un rotundo llamado a la unidad de las minorías en torno a un tema común. Hasta Charles Ives, el importante compositor norteamericano de música instrumental contemporánea que actualmente nadie conoce, aparece en las discursivas conversaciones de las protagonistas.

Aunque quizás haya excepciones, es prácticamente imposible que las muchedumbres que llenan las salas de cine conecten con una historia como esta ni con sus personajes si no son capaces de entender de qué están hablando en sus principales escenas, en restaurantes, en oficinas, en alcobas. Mientras veía Tár y sus requiebros entre lo cotidiano, lo artístico y lo patológico, pensaba en todo ello y en cómo se ha degradado la cultura musical de nuestras poblaciones.

La música activa emociones

El ser humano moderno le ha perdido respeto y cariño al (buen) sonido. No me refiero, desde luego, a las pequeñas comunidades de audiófilos obsesionados con la alta fidelidad, ni a los melómanos que aun nos indignamos cuando un artista o conjunto de artistas de géneros desechables se llevan todos los premios, aparecen en todas las portadas y lideran los rankings de seguidores en todas las redes sociales.

En paralelo, esos mismos seguidores ignoran deliberadamente a los grandes músicos del pasado cuando producen algo nuevo o incluso cuando mueren -ni hablar de los que vivieron en siglos anteriores-, en una combinación macabra de desprecio y desconocimiento, una arista del comportamiento obtuso que exhiben en otras actividades como, por ejemplo, las opiniones políticas o el apoyo a opciones y personajes nocivos, lo mismo en el Perú, en Argentina o en los Estados Unidos.

Me refiero precisamente a esas masas que disfrutan, por ejemplo, del irritable ruido distorsionado que emana de sus celulares cuando los activan en lugares públicos y sin audífonos, un hecho que demuestra, además de ese egocentrismo incapaz de percibir la molestia que causa a los demás, la profunda atrofia auditiva que padecen. Hasta la composición más sublime de música clásica, salsa, jazz o pop-rock, suena horrible a través de la limitada salida de audio de cualquier Smartphone. Peor aun si lo que ponen, a todo volumen, es alguna cumbia gritona o un balbuceo reggaetonero.

La música, sea del género, estilo o época que sea, es capaz de activar todo el rango de emociones humanas. “Desde las más comunes -amor, felicidad, tristeza- hasta aquellas más complejas que no podemos siquiera nombrar” como se dice en una de las secuencias culminantes de Tár, en la que la protagonista ve y escucha, con lágrimas en los ojos, la definición que hace el legendario director Leonard Bernstein acerca del sentido de la música.

Sorprenden y estremecen, por ejemplo, los latigazos de violines y timbales que simulan la tortura de Jesucristo ordenada por Poncio Pilatos escritos por Maurice Jarre -el papá de Jean-Michel- para la banda sonora de aquella coproducción televisiva dirigida por Franco Zeffirelli en 1977. Otro ejemplo. Si se escuchan a oscuras, los coros satánicos que Jerry Goldsmith organizó para la primera parte de La profecía (Richard Donner, 1976), pueden ser fuente crónica de pesadillas.

Enfervorizan los riffs y solos de James Hetfield y Kirk Hammett durante los 55 minutos del Master of puppets (1986) y enternecen los fondos orquestales que arreglistas sensibles como Juan Carlos Calderón o Bebu Silvetti han escrito durante décadas para las grabaciones más conocidas de José José, Raphael, Nino Bravo o Mocedades. Alegran y provocan salir a bailar los merengues de Wilfrido Vargas, las salsas de El Gran Combo, el funk-soul-disco de Earth, Wind & Fire. Y así…

¿Por qué escuchamos la música que escuchamos?

Como muchas otras cosas que forman parte de nuestra constitución como adultos, la sensibilidad musical se construye durante la infancia. Aquellas melodías que se escuchan en los primeros estadios de la vida -las canciones de cuna, los himnos patrióticos, religiosos, escolares- van tejiendo en nuestro subconsciente esa base que, años después, nos permitirá distinguir, apreciar y diferenciar entre sonidos.

Sin embargo, resulta increíble que jóvenes urbanos, criados en familias medianamente estables y de sectores socioeconómicos que van de lo más o menos alejado de la línea de pobreza hacia arriba, que hicieron el nivel Inicial desde los tres años y cuyas madres tuvieron probablemente sesiones de “El Efecto Mozart”, hoy toleren la estática chirriante de posts de YouTube y TikTok reproducidos sin auriculares.

Y también es difícil de entender cómo otro grueso sector de personas, no tan jóvenes, profesionales que han atravesado por diversas formas de educación regular y superior, acompañen a las nuevas generaciones en esa distorsión sonora, además de participar con ciego entusiasmo en la elevación de artistas muy superficiales -y, en algunos casos, decididamente mediocres- a la categoría de ídolos, genios y dioses de la música popular, cuando a lo máximo que deberían aspirar es a servir de diversión ligera para una intrascendente y momentánea fiesta de fin de semana.

Educación, hipersexualización y modas

Hace una o dos semanas, un noticiero local propaló la siguiente tragedia ocurrida en Argentina: una descontrolada turba, integrada por padres de familia, quemó la casa en la que vivía un niño de 10 años acusado de “realizar tocamientos indebidos” a dos niñas de 7 años. La situación, que involucra a alumnos de un colegio bonaerense de Primaria, llama la atención por la espectacularidad y la reacción desproporcionada. La madre del niño acusado, desesperada, solo atinó a decir que “no sabía si su hijo había hecho eso”.

¿Por qué ocurre algo así entre menores de edad? Aunque el caso sigue en investigación, una mirada elemental nos lleva al tema de la hipersexualización de la infancia. Los preadolescentes del siglo XXI están sometidos a una sobrecarga de estímulos que terminan distorsionando su percepción de las cosas y los ponen, con innecesaria anticipación, en contacto directo con mensajes y conductas que incluso durante la vida adulta no son las más recomendables para una convivencia sana y respetuosa entre géneros. Y esa sobrecarga proviene, principalmente, de los artistas que siguen y las canciones que escuchan.

Si a un grupo de estudiantes de Primaria se les enseña a escuchar composiciones de lo que comúnmente llamamos música clásica -Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, Antonio Vivaldi, Johann Strauss, etcétera- desde los primeros grados de este nivel de enseñanza, solo unos cuantos terminarán siendo pianistas, cellistas o violinistas. Pero los que no decidan hacer de la interpretación musical su vida o vocación de futuro, tendrán la oportunidad de desarrollar gustos más sofisticados y amplios, una habilidad que les permitirá no ser presa fácil de la publicidad y las modas impulsadas desde el marketing.

Generalmente, las escuelas latinoamericanas -a diferencia de las europeas- no consideran la formación del gusto musical como parte de sus currículos y solo la tienen como algo transversal, que se aprende por casualidad o por accidente. Lo que ocurre en la realidad es que los escolares consumen todo el día reggaetón, pop gringo, latin-pop, bachatas y afines, interpretados por los artistas top del momento y cientos de clones que, a través de todos los medios de comunicación y redes sociales, con sus letras y actitudes, predisponen a una amplia población con edades entre los 8 y los 13 años a asumir comportamientos y buscar experiencias que no corresponden a sus edades cronológicas, mentales y físicas.

Y lo más grave es que, debido a las distorsiones del mercado y de los conceptos degradados de libertad que priman en los ordenamientos sociales de hoy, no existe posibilidad de imponer filtros o moderar la forma en que los más pequeños acceden a estos contenidos, que llegan recubiertos de un disfraz artístico apoyado por intensas campañas de publicidad contra las cuales cualquier medida -educativa, social, política- resulta inútil.

Una crisis cultural que conviene al poder

Esta crisis cultural tiene un componente de control social que no puede ser pasado por alto. Como sabemos, todo grupo corrupto y con deseos de perpetuarse en el poder aspira a mantener a las poblaciones anestesiadas, embrutecidas. Y si lo hacen desde la más temprana infancia, cuanto mejor para ellos. Esta problemática, presente en la historia de los sistemas políticos desde hace centurias, tiene en nuestros países dos ingredientes nuevos que la hacen aun más difícil de combatir.

Por un lado, la descalificación que hacen las masas fanáticas, dispuestas a no ceder un centímetro de sus propios disfrutes, de todo intento por regular la difusión de contenidos inapropiados para evitar que lleguen a ojos y oídos de menores -en pleno cumplimiento la ley de protección del niño y del adolescente-, llamándolos “conservadores”, “censuradores” o “cucufatos”, sin prestar atención a los impactos negativos que la hipersexualización viene provocando en niños, niñas y adolescentes en su desarrollo mental integral.

Y por el otro, el ilimitado alcance de la publicidad asociada a estos personajes que terminan estableciendo tendencias y relacionándolos con conceptos como estatus, ascenso social, libertad, éxito y desarrollo personal, con todo un aparato omnipresente y desregulado de redes sociales, un paquete completo de condicionamiento que se instala en las psiquis de adolescentes con la misma fuerza de una adicción narcótica, incubando un fanatismo intransigente, agresivo e intolerante a la crítica. ¿Cómo será la adultez de un muchacho de 10 años que hoy repite las barbaridades de Ozuna, Bad Bunny y sus clones? ¿Qué hará que esa supuesta humorada adolescente no se convierta en un perfil misógino cuando sea mayor de edad?

Por cada educador o padre/madre de familia que entiende que sus hijos -hombres o mujeres- de 10 años no tienen por qué ver cómo estos artistas y sus bailarines se retuercen sobre el escenario con actitudes explícitas y letras lesivas para su mentalidad, no solo hay miles de educadores o padres/madres a quienes eso les parece normal, bacán, “cool” sino que además esos contenidos aparecen mañana, tarde y noche en Facebook, Instagram y TikTok. No estoy en condiciones de concluir de manera contundente que la lamentable situación en el colegio bonaerense tiene relación directa con la música y videos que consumen los alumnos involucrados. Pero no hace falta ser un genio para colegir que algo tienen que ver.

Siglo XXI: Las cosas son más difíciles que antes

Hace cuarenta años, en noviembre de 1985, acusaron injustamente al cantante británico Ozzy Osbourne, recientemente fallecido, de ser causante del suicido de John Daniel McCollum, un joven californiano de 19 años, por escuchar Suicide solution (Blizzard of Ozz, 1980), una canción coescrita con sus músicos Bob Daisley y Randy Rhoads. Pocos meses antes, se había fundado el Centro de Recursos Musicales para Padres (PMRC, sus siglas en inglés), un comité federal que impuso un etiquetado de advertencia en álbumes de varios artistas de pop-rock y heavy metal cuyas letras “incluían temas violentos, ocultistas, sexuales o relacionados al consumo de drogas”.

En ese entonces, se consideró que la PMRC incurría en una inaceptable censura y reconocidos músicos como Frank Zappa, Dee Snider (Twisted Sister) y John Denver participaron en audiencias públicas ante el Congreso norteamericano para explicar por qué el gobierno no tenía derecho de intervenir en las decisiones de compra de los padres y que la supervisión debía empezar en las propias casas para evitar usos inapropiados.

A pesar de esta reacción, enfocada en la defensa de los derechos artísticos y en contrarrestar una campaña que, como se supo después, venía impulsada por sectores fanáticos religiosos, tele-evangelistas y financistas del Partido Republicano -que tenía el poder esos años, con Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos- la PMRC logró su objetivo primordial, expresado en el sticker que hasta hoy acompaña a discos compactos y vinilos, una etiqueta blanquinegra que dice “Parental Advisory: Explicit Content”.

En ese tiempo, la televisión y, en menor medida, el cine, eran los únicos enemigos por combatir, pues los estudiantes no iban, como ahora, con computadoras de bolsillo a clases, no se encerraban durante horas frente a una computadora con internet y sin filtros. Las instituciones religiosas y políticas que promovieron la PMRC intentaron trasladar a los creadores la responsabilidad, cuando lo que tendrían que haber buscado era un mecanismo de control dirigido a los medios de comunicación y reforzar sus sistemas de educación pública y privada, aunque eso afectara sus negocios. Censurar músicos y canciones fue la salida más fácil y la menos efectiva.

Pero lo que ocurre hoy es diferente y más grave. Los contenidos explícitos de canciones y videoclips actuales gozan “de buena prensa”. No tienen, como sí ocurría en los ochenta e incluso en los noventa, una carga negativa que los convierta en un peligro para la mentalidad de los más pequeños. Hoy esa clase de contenidos, mucho más grotescos que los de hace cuatro décadas, son presentados con apariencia de normales, poseen amplísima aceptación social y cualquier cuestionamiento que se les haga es considerado un atropello a la “libertad de expresión”.

Por todo eso es más fácil que las niñas vean como fuente de inspiración los videos de Shakira o Karol G y se aburran ante el talento de Jacquline du Pré quien a los 25 años, la misma edad a la que las colombianas ya se exhibían en videos no aptos para menores, era capaz de interpretar con excelencia el fabuloso concierto para cello de su compatriota, el británico Edward Elgar, e scrito a principios del siglo pasado. La crisis cultural y educativa combinada con los excesos de la tecnología y la publicidad hacen de esta situación algo insostenible, sin solución. Como el Perú, como el mundo.

[MIGRANTE AL PASO] Todos nos sumergíamos de niños en el agua, con los ojos rojos por la cantidad exagerada de cloro que ponían en las piscinas. A veces nos hacíamos los muertos para ver si alguien reaccionaba, a veces solo te dejabas llevar por las pequeñas ondas. Botabas todo el aire y te hundías. Fingías estar meditando en la profundidad de un lago o el mar, para al abrir los ojos ser otro. Más poderoso y calmado. Creo que no era solo cosa mía, pues mi hermano también lo hacía y cuando lo he comentado a otros parecía ser algo universal. Una ablución inconsciente que todos hicimos. Sin contar el bautizo, para quienes estamos bautizados, del que no recordamos absolutamente nada.

No se me ocurre un lugar más calmado que estar ahí, solo sumergido. Los sentidos más apagados y, por lo tanto, también los pensamientos. A mí me pasaba algo extraño: el agua me daba miedo y paz a la vez. Tuve clases de natación prácticamente desde bebé y me quedaba dormido mientras flotaba en las pequeñas tablas espumosas, clásicas de las academias. Sin embargo, según lo que me cuentan, me agarraba de las rejas para no entrar a las clases. Me imagino a gente jalándome de las patas y yo aferrado a los tubos de fierro. Hasta grande, estaba en la selección de natación del colegio y tenía medallas en estilo libre y espalda. Me ponías en una piscina que no sea deportiva y, si no tenía piso, iba a estar agarrado de los bordes. Tal vez porque nunca llegas a tener el control total en el agua. No es nuestro terreno. Siempre está presente, significa algo en todas las religiones o mitologías, y lo mismo sucede para cada persona. Es uno de los grandes arquetipos mitológicos, y probablemente el más tangible. Con todos nuestros sentidos y en todos sus estados.

Debe ser rarísimo vivir en una ciudad sin mar, tu relación con el agua cambia totalmente. Miles de experiencias no estarían. Siempre fui miedoso en general, pero con el mar era algo diferente. En las playas más amigables me imaginaba a monstruos enormes o tiburones que iban a aparecer desde las profundidades. Ver hacia el fondo, sobre todo en nuestro mar cargado de especies y microfauna, donde la luz solo avanza pocos metros, se siente como estar al borde de un abismo infinito. Se siente igual de gigante que ver el cielo, pero más oscuro.

En un viaje familiar a las playas caribeñas de México tomamos un tour para nadar con tiburones ballena. Solo en esa época del año aparecen en ese lugar tras todo su recorrido migratorio. El bote se movía demasiado, todos mareados y hasta vomitando. De chico me pasaba hasta en los carros: si el camino tenía muchas curvas, era suficiente para que tenga que parar a vomitar. En mar abierto, no se veía ni un indicio de tierra hacia ninguna dirección. Aparecieron unas manchas negras enormes vistas desde afuera del agua. Tenías que saltar en dirección hacia ellas. Yo estaba igual de aferrado al bote que a las rejas de la academia de natación cuando era niño. Mi padre me tuvo que empujar, amigablemente, para que entre al agua. Con los lentes de snorkel se veía todo nítido. Eran criaturas jurásicas; cada una de sus aletas era más del doble de mi tamaño. Veía a mi padre, que es grande, al costado, y parecía diminuto. Yo nadaba con precaución; en teoría no pasa nada, pero un colazo de esos animales te mata sí o sí.

Un humano en mitad del océano al costado de tiburones ballena se siente del tamaño de un plancton. Todo el mareo ya se había ido, solo estaba perplejo por estas bestias colosales de piel atigrada. Después de un rato vuelven a sumergirse. Veía cómo estas bestias sin dientes iban desapareciendo en el fondo. Lo que antes eran colosos, se iba reduciendo hasta desaparecer en la profundidad oscura. Entraban a un terreno totalmente desconocido; ahí mismo, a cientos de kilómetros hacia abajo, hay todo un mundo al que no podemos acceder. Donde hasta los tiburones ballena son pequeños. Esa imagen me marcó de por vida. Entendí que no somos nada, a pesar de a veces creernos muy grandes. Por un momento sentí la misma calma que sentía cuando me dejaba llevar por las ondas de una piscina.

Podría contar mil anécdotas relacionadas al mar. Desde mañanas divertidas corriendo tabla con amigos, revolcones y miedos más profundos que plasmé en él. En Lima estamos acostumbrados a tener el mar al costado, incluso a verlo todos los días. Al estar tan acostumbrados no nos damos cuenta de qué tan hermoso es poder ver el mar al lado, y aun más raro que nuestra ciudad esté encima del acantilado donde antiguamente chocaban las olas antes de la Costa Verde. Desde las culturas antiguas, el mismo mar ha marcado el desarrollo de civilizaciones enteras y, aun así, pasa desapercibido. Es bonito pensar que, a pesar de todas las diferencias e injusticias que tenemos en nuestro país, por lo menos los que vivimos en la costa compartimos alguna historia vinculada con nuestro vecino más inmenso.

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