¿Qué relación existe entre el primer lugar obtenido por el ultraderechista José Antonio Kast en la primera vuelta presidencial chilena, el ataque de la radical Resistencia al domicilio del excongresista Jhony Lescano, la nueva moción de vacancia presentada por Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza Perú contra el Presidente Pedro Castillo, los gobierno ultra derechistas de Polonia y Hungría, que aterrorizan a sus ciudadanos en contra de una inmigración que, en sus países, es casi inexistente, el supremacista blanco con cuernos de búfalo en el Capitolio cuando Donald Trump no aceptaba su victoria, los representantes de la ultraconservadora Vox en felices coloquios con Keiko Fujimori y un larguísimo y global etc.?
La respuesta, que parece compleja, es sencilla y absolutamente preocupante. En el mundo se impone el pánico dirigido hacia enemigos, las más de las veces imaginarios, pero, al mismo tiempo, perfectamente identificables por enormes masas que ya no se sienten seguras con el pacto demoliberal que se afirmase en el planeta tras la caída del muro de Berlín en 1989. En tal sentido, las razones de la migración de montones de gente hacia posturas integristas, esencialistas, conservadoras, religiosas, nacionalistas, identitarias deben abrir urgentemente el espacio para la autocrítica.
La línea que separa la defensa de los derechos civiles de la cancelación violenta y autoritaria -mediática y en redes sociales- de cualquier opinión que pudiese interpretarse políticamente incorrecta, y que incluye la prohibición de películas, monumentos y autores que desarrollaron sus obras en tiempos en los que otras epistemes predominaban y que de pronto debían sencillamente ser borrados, quemados, olvidados o demolidos se cruzó con total y absoluta naturalidad. Esta puede ser la causa principal de la proliferación de binarismos, reduccionistas pero efectivos, que, básicamente, tildan de comunista o descalifican, sin más, todo lo que perciben que amenaza su forma de vida tradicional, a la que se aferran con mucha más conciencia que hace diez o veinte años. Son tiempos de guerra ideológica, no tiempos de paz, disenso/consenso, deliberación y democracia. Son tiempos como los previos a los fascismos europeos de las décadas de 1920 y 1930, y ya sabemos cómo acabaron esos experimentos.
Ante contextos de polarización se desarrollan condiciones propicias para el advenimiento de gobiernos populistas, sólo hacen falta líderes que encajen en el momento (ojo Perú). De aparecer estos líderes, el paso principal hacia el autoritarismo se habrá dado con masas eufóricas apoyándolo en las calles, no sólo Lenin se preguntó “¿libertad para qué?”.
Vayamos a Chile, los candidatos de la derecha e izquierda sistémicas han obtenidos, juntos, 22%, en un mar de postulantes y partidos que nos hace plantearnos si realmente las reformas al antiguo bipartidismo fueron una buena idea. Luego, 30% de los chilenos están dispuestos a votar por cualquier tipo de derecha -con más ganas si resulta que José Antonio Kast tiene un aire a Pinochet- si esta representa una vuelta al orden, en lo que entienden como dos años de caos propiciado por la izquierda.
No toman en cuenta que el pacto neoliberal de 1989, cuyas desigualdades económicas fueron llevadas al extremo durante las últimas tres décadas, está en la base de las protestas de las clases medias y populares que forzaron un nuevo pacto social a través de la Convención Constitucional. En todo caso, las posibilidades de triunfo de un candidato tildado por algunos como “el Bolsonaro de Chile” sólo se explica en un mundo sin certezas, sin parangones, en el cual la democracia es vista como debilidad y la moderación política como defecto.
Por otro lado, Franco Parisi, enigmático candidato que postula desde el exterior, y realizó su campaña a través de las redes, ha obtenido el 12% de las preferencias y resultará decisivo en el balotaje del 19 de diciembre. La política de las TIC y la virtualidad también está presente en el Chile contemporáneo, quizá tengamos que acostumbrarnos más y más a ella en las próximas décadas.
Salir del autoritarismo
El mundo avanza hacia el autoritarismo. La incertidumbre posmoderna es una profecía autocumplida, pensamos que el credo liberal y la impronta de los derechos civiles podía imponerse a través de la dictadura de las redes sociales y hemos obtenido por repuesta el atrincheramiento de la derecha en la tradición y la intolerancia: el mundo, una vez más, se ha polarizado. De aquí en adelante, vuelvo a la idea, hay que rescatar el centro político, los valores de la república y la democracia, valores que nos amparan a todos, hay que rescatar cuestiones tan elementales como la inviolabilidad del domicilio, el derecho al honor y la libertad de opinión, venga esta de donde venga y por incorrecta que pudiese parecernos.
Necesitamos reencontrar aquel pacto global democrático que hemos perdido. Siglos de derechos fundamentales no pueden tirarse al pozo debido a pasajeros exabruptos generacionales, al margen de su impronta y de su color político.