Paisajes idílicos

[MIGRANTE DE PASO]  Siempre viví a tres casas de un malecón escondido. Con el tiempo se fue volviendo un spot para fumar marihuana o conversar entre los transeúntes. De más chico casi no era transcurrido. La vista de la bahía completa y el mar es inigualable. Ese paisaje me acompañó mientras jugaba fútbol (no sabría decir cuántas pelotas fueron víctimas del acantilado). Fue mi cobertura en las escondidas. Lugar de paseo para todos los perros que he tenido. Compañero de innumerables sunsets entre amigos y una vez que unos policías nos hicieron escándalo por tener una cerveza la mano.

Toda mi vida la Costa Verde me parecía alucinante, podía estar horas viendo el mar y la Isla San Lorenzo detrás. ¿Qué habrá ahí? Siempre me pregunté. En invierno, imaginaba que una ola monumental se acercaba a la ciudad por las nubes grisáceas que nublan el horizonte. Nunca entendí por qué Chorrillos siempre tiene sol y ver los carros diminutos por toda la vía me sorprendía, eran demasiados carros. Tener ese lugar como cotidiano le daba un escenario especial a mi forma de pensar ya que no es común que un barranco sostenga a una ciudad completa. Se llama Mirador Bresciani pero en mí es un malecón sin nombre.

Desde que regresé a Lima han ampliado la pista para que la Costa Verde continúe hasta La Punta. Pero abrieron también una puerta para darse cuenta de la diferencia que existe en la sociedad de la ciudad. Solo haciendo el recorrido te das cuenta que la igualdad es aún una meta lejana. Antes de que me mudara por dos años la vía de la Costa Verde solo llegaba hasta la subida de Pueblo Libre, ahora puedes llegar directamente a La Punta. Cuando pasas el nuevo recorrido se ven los barracones del Callao y de un momento a otro la playa desaparece y se vuelve un descampado. Ahora las abismales diferencias entre residencias y nivel urbano son abismales. Ahora que está a un paso de ser palpable este muro invisible debería impulsar reformas de concientización y espero que esta nueva vía genere crecimiento económico y de seguridad en la zona.

De chico solía visitar las playas de la Costa Verde cuando corría tabla, un deporte que lamentablemente abandoné, salvo una o dos excepciones en verano. Luego, fue mi refresco por chapuzones aislados. Cuando estudiaba en la PUCP todos los días esa era mi ruta para llegar a la universidad. Unas cuantas veces jugué en las canchitas de futbol que están bajo el sol en uno de los terrenos frente a la autopista, pateabas y la pelota se iba cientos de metros. Y durante la pandemia fue un lugar que me ayudaba a despejar el encierro de cuarentena.

Como no había mucho que hacer durante la pandemia, junto con mi amigo y compañero de turismo urbano, arrancábamos un recorrido dando vueltas por la Costa Verde, comenzando y apreciando el paisaje. Iniciábamos por Chorrillos donde siempre imaginaba cómo se habrán visto las pequeñas cascadas que caían del acantilado, de ahí nace el nombre del distrito. Si el recorrido era de noche, todo estaba cubierto de carros deportivos y motos que se aglomeraban para hacer carreras callejeras. Era divertido verlo por más del peligro que arraigaba. Seguíamos por Barranco, de donde se veía el malecón escondido desde abajo. Esa parte es uno de los puntos más altos del acantilado. Cruzábamos Makaha y Punta Roquitas y nos deteníamos para ver a los tablistas disfrutar del oleaje, es un paraíso para los aprendices del deporte y a un paso de los trabajos y estudios.

Continuábamos y veíamos cómo las obras públicas iban disminuyendo y las playas desapareciendo. Dábamos la vuelta en San Miguel y regresábamos hasta La Herradura donde veíamos a tablistas más experimentados. Dentro del mundo de los deportistas se considera una de las olas más temibles por su enorme tamaño y cercanía a las peñas. Cuentan que anteriormente este era un balneario de lujo, pero ahora se ha vuelto un antro de malvivir. La entrada serpenteante es de ensueño y la salida por un largo túnel oscuro es genial, hasta el día de hoy sigo aguantando la respiración mientras lo cruzo, y no soy supersticioso.

Mientras manejas por esta vía de casi 15 kilómetros es inevitable pensar en las historias que mi abuela y padres me han contado. Imaginas cómo seria antes que por una obra de ingeniería se le ganase terreno al mar, las olas chocando directamente con el acantilado. La leyenda de un funicular que llevaba a la gente a los escasos balnearios y la famosa bajada de baños que sigue en pie y solía recorrer de niño.  Debo admitir que me gustaba más, en lo estético, cuando no había geomallas. La armonía entre el mar y la pared de canto rodado me parecía bellísima. Ahora también me gusta el color verde que está tomando, sin embargo, parece que no está funcionando en todas las zonas que dejan ver una malla oscura que irrumpe con el paisaje. Pero es más importante la seguridad y esa medida evita el desprendimiento de rocas que ya ha ocasionado múltiples accidentes para los carros y personas que manejan. En gran parte esto es culpa de la irresponsabilidad de algunos arquitectos para construir interviniendo en el acantilado y generando anomalías.

Hice dos últimos recorridos durante la semana pasada, una de noche y otra de día. En la noche sólo noté que de un momento a otro el camino se oscurecía y no se podía ver más allá de la autopista. Llegué hasta el final y me di la vuelta, me habían advertido sobre robos pasados. Al día siguiente me llevé una gran sorpresa. Al llegar a la parte ampliada el acantilado había desaparecido y todo pasó a estar nivelado. Por un lado, no se veía el mar por la lejanía, es terreno de nadie y podría ser utilizado de diversas maneras. Por el otro, se ven zonas pobres del Callao, miles de casas aglomeradas y en mal estado. Nadie debería vivir en esas condiciones, pensaba utópicamente. Y todo esto a un paso de zonas recurridas. Ahora que es visible espero que impacte en el pensamiento colectivo de los ciudadanos. Ahora se ve la Isla San Lorenzo de frente y se ve cercana. Al final de la vía llegas a La Punta y se puede ver la bahía desde el otro extremo, fenomenal. A raíz de todo lo dicho espero que la ciudad al borde del acantilado se limite a ser una descripción geográfica.

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