[Música Maestro] Al momento de escuchar música, la diversidad no tiene límites. Dependiendo del estado de ánimo y de las cosas que uno puede estar pensando o atravesando -a veces muchas a la vez y diferentes entre sí-, la necesidad de descargar energía a través de géneros extremos es tan urgente que no queda más que entregarse, lanzarse de cabeza a un imaginario stage diving y perderse en las sensibilidades agresivas de artistas capaces de expresar esas emociones con autenticidad, sin temores. Después de ver cómo sicarios asesinan en mi país a profesores y a transportistas, y las Dinas y los Santivañez siguen impunes, ahí bien tranquilos, fantasear con lanzarlos en medio de un pogo salvaje, sin zapatos y con los ojos cubiertos, aparece en mis sueños como un acto de justicia divina.
Como dijo Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers, la noche que presentó la inducción de Metallica al Salón de la Fama del Rock and Roll, en el año 2009: “La música agresiva e intensa hace volar nuestras mentes y usar toda esa energía para algo positivo”. Digamos que no todos lo ven de esa manera pero es una buena forma de encaminar nuestros pasos para evitar prejuicios y, sobre todo, para reconocer la destreza de este tipo de músicos.
Las opciones para acceder a géneros extremos se cuentan, en la actualidad, por miles, literalmente hablando. Desde los clásicos, los pioneros, hasta las tendencias más recientes, todas tienen un subgénero, un rótulo. Y como ocurre con las baladas o con la salsa, más allá de preferencias u obsesiones 100% personales, hay tantas alternativas que cualquier recuento va a quedarse corto. Los tres discos aquí escogidos son solo un pequeñísimo botón de muestra de aquellas cosas que jamás tendrán el favor de los grandes públicos, pero que congregan en sus propios espacios a cientos de miles de personas que piensan y sienten lo mismo, en los cinco continentes. Y que emocionan más que las calculadas propuestas del degradado pop moderno.
CARCASS – HEARTWORK (Earache Records/Columbia Records, 1993)
Los tres primeros álbumes de Carcass son sumamente repulsivos, en cuanto a sonido y letras, y dejaron en claro que no se iban con rodeos al momento de incomodar. Reek of putrefaction (1988), Symphonies of sickness (1989) y Necroticism–Descanting the insalubrious (1991) son los discos creadores del «goregrind», sub-sub-género que une elementos del death metal con el grindcore, ambos especializados en voces monstruosas, ritmos agresivos y letras escatológicas y viscerales. Ideales cánticos para darles los buenos días a los congresistas y ministros que legislan a favor de delincuentes y sicarios.
Pero, para su cuarta producción discográfica, este cuarteto británico dio un pequeño paso hacia un death metal más melódico, pero conservando la brutalidad musical y el ataque directo a las yugulares de sus seguidores, quienes no renegaron mucho por el cambio, casi imperceptible, como casi todas las diferencias entre los múltiples derivados de esta vertiente del rock duro, solo reconocibles para los más conocedores y amantes de las subdivisiones y taxonomías en un estilo que, para los no iniciados, no es más que nada una sola cosa, ruido.
Jeff Walker (voz, bajo), Billy Steer (guitarra), Michael Amott (guitarra) y Ken Owen (batería) exhiben una poderosa destreza en sus instrumentos, la cual es resaltada en este trabajo titulado Heartwork, gracias a una producción mucho más pulida que en sus anteriores lanzamientos. Al incluir solos elaborados y menos cacofónicos, con intermedios de medio tiempo cercanos al thrash y otras variantes anteriormente ajenas a su propuesta, Carcass logró meterse en el gusto de los públicos noventeros seguidores del ahora llamado «groove metal», que iniciaron clásicos como Sepultura y Pantera y siguieron, en una segunda etapa, Meshuggah y Machine Head, sobre todo en temas como This mortal coil (aquí en vivo en combo con Reek of putrefaction, clásico del debut epónimo) o la inicial Buried dreams; pero sigue siendo un reto incluso para quienes disfrutan del escándalo a niveles exasperantes.
La batería de Ken Owen (55) es aplastante y, por momentos parece una ametralladora, sólida y profunda, dejando a los Cannibal Corpse barriendo el piso con su capacidad de devastación. Por su parte, las guitarras de Steer y Amott intercambian riffs y solos que van de lo pesado a lo decididamente death, combinando sus estilos y referencias de manera asombrosa. Billy Steer (54) es uno de los guitarristas más talentosos dentro del universo del metal extremo, no por nada ha sido miembro de Napalm Death y fundador de Carcass, dos de las bandas más importantes de este tipo de música, no apta para almas delicadas y oídos sensibles.
Heartwork, el tema título, inicia con una tormenta provocada por bajo y batería para luego tornarse melódica y espacial, casi como un intermedio de Iron Maiden, y posteriormente disparar nuevamente ráfagas de un furibundo y demoledor death metal. La voz de Jeff Walker (55) se escucha aquí mejor que nunca, sin tonos graves guturales que permiten decodificar mejor las diatribas que lanza, ahora contra la sociedad y la política, la religión y las relaciones personales, aunque sin dejar de lado el uso de esa terminología típica en la banda, que incluye mención permanente de fluidos humanos, tecnicismos médicos relacionados a autopsias, disecciones y demás imaginería lírica que es gritada con furia y sin concesiones, aunque definitivamente están más moderados que en sus primeros álbumes.
La combinación de death metal melódico con letras chocantes hacen de este disco un punto de inflexión en la corta pero notable discografía de Carcass. Los solos y riffs de Steer y Michael Amott (54, de nacionalidad sueca) en temas como Embodiment, Blind bleeding the blind, Carnal forge o No love lost, son excelentes invitaciones a la catarsis, terroríficas descargas eléctricas de una banda que no debes escuchar antes de irte a dormir. La carátula incluye una escultura del reconocido artista suizo H. R. Giger (1940-2014), el mismo que diseñó la portada del clásico álbum de rock progresivo Brain salad surgery (1972) de los también ingleses Emerson, Lake & Palmer.
SODOM – PERSECUTION MANIA (Steamhammer Records, 1987)
Cuando se trata de excelencia en thrash metal, nada mejor que remontarse al período 1983-1989 para disfrutar del vértigo puro de riffs veloces, bombos dobles galopantes y versos de contenidos extremos, de enfrentamiento directo con lo establecido, las institucionales tutelares y descripciones de esa maldad inherente al ser humano que genera guerras, corrupción política y genocidios, al margen del escapismo positivo que estimulan quienes desean que todos sigamos pensando que todo va bien o las periodistas “lideresas de opinión” que cuestionan a dirigentes que requieren apoyo para sus acciones motivadas por la defensa de sus vidas, mientras las peores cosas e injusticias les siguen pasando en todos los distritos y regiones del país.
Y detrás de la línea de ataque norteamericana formada por los Big Four -Metallica, Megadeth, Slayer y Anthrax- seguía una segunda vanguardia que llegaba desde Alemania, conformada por un tridente de terror: Kreator, Destruction y Sodom. A estos últimos pertenece esta obra maestra del metal extremo, su segunda producción discográfica de larga duración, Persecution mania.
Con letras que hablan de los horrores de la guerra, la violencia extrema, la injusticia social, la corrupción humana y la desolación frente a una religión dominada por el miedo y la represión, la formación clásica de este trío proveniente de la ciudad meridional de Gelsenkirchen , Tom «Angelripper» Such (61, voz, bajo), Frank «Blackfire» Gosdzik (58, guitarra) y Chris «Witchhunter» Dudek (1965-2008, batería) atropella a los oyentes con una potencia instrumental basada en el talento de Blackfire, que llegó para remozar el estilo de Sodom, más orientado al black metal en su primer disco Obssessed by cruelty (1984).
La agresividad de la voz de Angelripper, oculta bajo los efectos de eco y cierta distorsión, no llega a ser 100% gutural, colocándose en un punto intermedio entre lo gritante de Tom Araya (Slayer) y lo discursivo, casi a media voz, entre dientes, de Dave Mustaine (Megadeth). De hecho, sorprende que las letras sean tan articuladas y densas, al no ser el inglés su lengua natural.
La explosión de temas como Nuclear winter y Electrocution, que abren el disco, no dejan lugar a dudas: estamos frente a uno de los mejores álbumes de thrash en sus años dorados. El cover de Iron fist, clásico tema del quinto álbum de Motörhead (1982), es directo y contundente, un verdadero puñetazo de acero. En la sección intermedia instrumental de Electrocution hay una referencia directa a Seek and destroy de Metallica (Kill’em all, 1983), muy breve pero reconocible de inmediato.
La carátula refleja con exactitud los dos temas centrales del disco: la guerra y la religión: además de las mencionadas, tenemos el tema-título, una canción extremadamente rápida y violenta, de mensajes paranoicos y ráfagas de riffs guitarreros y tarolazos que desafían el aguante de cualquier baterista. Por su parte, Bombenhagel finaliza el disco con una versión en guitarras del himno nacional teutón, ideal para darle carisma bélico a este poderoso bombazo.
Sodom reta a los creyentes católicos con canciones como Enchanted land, Conjuration y Christ passion, expresando un desprecio hacia la religión que se basa en la naturaleza inicua de muchos de sus principales representantes, que han dejado clara su realidad en casos deplorables de abusos de toda índole. Esta última, cuya letra contiene el título de su recordado álbum doble en vivo Mortal way of life (Steamhammer Records, 1988), un clásico del thrash de todos los tiempos, viene precedida de un alucinante instrumental de dos minutos y medio, Procession to Golgatha, pesado y ominoso, que estremece por su sonido influenciado por Black Sabbath.
En las versiones digitalizadas de Persecution mania se incluyen cuatro bonus tracks: una nueva versión de Outbreak of evil (incluido originalmente en el EP de 1984 In the sign of evil) y las tres canciones de otro EP, lanzado unos meses antes que este disco, titulado Expurse of sodomy: Sodomy & lust, The conqueror y My atonement, que inicia la pesadilla con suaves arpegios de guitarra y gongs al fondo. Para no escuchar con las luces apagadas.
VENOM – BLACK METAL (Neat Records, 1982)
La carátula muestra una ilustración de trazo amateur, en blanco sobre fondo absolutamente negro, del macho cabrío, con pequeños ojos que infunden temor y una estrella de cinco puntas en medio de la frente –una de las tantas representaciones clásicas del demonio- y en la parte inferior, letras góticas, también blancas, con el título del álbum mientras que en la cabecera (sobre los cuernos del diabólico chivo) el logo clásico de la banda corona el segundo álbum de este trío británico, formado en Newcastle, que sentó las bases del thrash metal con su sonido agresivo, desprolijo y amenazante.
Esta estética de fanzine, con tipografía y calidad de impresión casi facsimilar, domina también el crudo sonido del disco, que fue considerado casi desde su lanzamiento en 1982 como una de las obras fundacionales del género que, un par de años más tarde, sería dominado por bandas norteamericanas. Venom quizás es, junto a Mötorhead, una de las bandas que estableció la rudeza del heavy metal en una de sus vertientes extremas, y se declaró abiertamente satánica, en una época en que se suponía que los rockeros escondían sus mensajes oscuros detrás de sofisticadas técnicas de grabación que les permitían lanzar frases de subliminal contenido que solo se entendían escuchando el disco al revés.
Acá no hay trucos. Canciones como To hell and back, Leave me in hell o Buried alive no necesitan esconder sus intenciones, mientras que otros temas como Black metal –la primera vez que se hace esta combinación de palabras, que dieron posteriormente el nombre a todo un subgénero de la música metálica, caracterizada por las voces guturales y las letras demoníacas y/o escatológicas; o Don’t burn the witch, prefieren temáticas ocultistas y misteriosas, siempre con una base musical más orientada al thrash en formación, otra de las características en las que coinciden con el grupo liderado por Lemmy (1945-2015).
Esta es la formación clásica de Venom, con Conrad “Cronos” Lant (61, bajo, voz), Jeff “Mantas” Dunn (63, guitarra) y Anthony “Abbadon” Brain (67, batería). Cronos posee una de las presencias escénicas más atemorizantes de la historia del metal, con sus collares de cuero ceñidos al cuello, rodeados de púas, su bajo modelo Bulldozer, negro como su vestuario y esa voz potente, que por momentos parece estar reproduciendo los ladridos de un perro rabioso.
Aun cuando el título del álbum remite al género subterráneo que surgió pocos años del después, la música de este disco está más asociada al thrash de Mötorhead, Diamond Head y los primeros álbumes de Metallica, con riffs veloces de guitarra, baterías con doble bombo y un nivel de producción de regular para abajo. Las letras abiertamente infernales y violentas generaron en torno a Venom mucha controversia, con su respectiva cuota de publicidad gratuita, aunque poco después esa influencia quedó rezagada por el surgimiento de toda una generación de nuevos músicos que, inspirados en ellos, hicieron cosas aun más fuertes.
Sin embargo este disco, además de sus méritos intrínsecos en el universo metalero, posee un par de sorpresas: At war with Satan (preview), un adelanto de sus coqueteos con la composición más elaborada de su siguiente disco, titulado precisamente A war with Satan (1984); y la sección intermedia de Teacher’s pet, en que Mantas, Abbadon y Cronos se meten de cabeza en un alucinante e inesperado jam bluesero que contrasta con la furia desatada del resto de canciones.
Discos como estos pueden servir como vía de escape de una realidad atosigante como la que vivimos actualmente. Pero no solo eso. También ofrecen una oportunidad para colocar en palabras de otros todo aquello que no podemos gritarles a la cara a los políticos que se ríen a diario en nuestras caras de los dolores y temores de la ciudadanía. Ministros y periodistas, congresistas y autoridades a quienes (casi) nadie aprueba, son la representación de esa farandulería barata y ese reggaetón horroroso que tanto gusta a extorsionadores y ladrones. Venom, Carcass, Sodom y muchos otros son lo que viene a mi mente cuando pienso en ellos, en sus declaraciones absurdas, en sus pretextos, en sus cinismos.