[PIE DERECHO] La trágica muerte de José Miguel Castro testifica no solo una desgracia humana, sino una acusación enérgica al sistema de justicia peruano, esa maquinaria lenta, cruel e ineficaz, que convierte cada investigación criminal en un martirio que nunca termina. Castro, el hombre de confianza de Susana Villarán y figura clave en el escándalo de las contribuciones brasileñas, murió esperando para ver qué decidiría el Estado —ese cuerpo nominalmente responsable de garantizar los derechos del individuo— sobre él, si estaba encaminado hacia su ascenso o lo había condenado a la perdición.

Algo inquisitivo, algo colonial y mucho burocrático son rasgos de los tribunales peruanos. La presunción de inocencia es una entelequia: cualquiera que sea acusado es encarcelado en la imaginación pública y, peor aún, en los engranajes de un sistema que parece diseñado para castigar antes de juzgar. En esa antesala infernal, el tiempo es una condena. Años de audiencias retrasadas, expedientes perdidos, fiscales cambiantes, jueces rotativos, testigos envejecidos, un crimen de justicia permaneciendo estancado en lugar de avanzar.

Los fiscales y jueces que alargan estos procesos no son solo burócratas, son cómplices de una tortura legal. Se pavonean en conferencias de prensa, los acusadores que hacen titulares, mientras el acusado languidece —sin sentencia, sin futuro, sin paz. Esta justicia no cura, no arregla, no hace íntegro. Su crueldad radica en su extrema lentitud.

La figura del colaborador eficaz ahora es un salón de espejos: aspirantes al estatus de colaborador eficaz se arrastran por clemencia, admitiendo su culpabilidad y luego se encuentran sin nada que mostrar más que falsas promesas de indulgencia y años de la espada suspendida. Castro murió sin saber si su cooperación sería recompensada. Murió en un purgatorio que ya se siente rutinario en el Perú.

Si nuestro compromiso de ser la república moderna que decimos ser es serio, no puede haber justicia en un proceso lento, opaco e injusto. Todo el resto, crecimiento, inversión, confianza —son ilusiones, si no logramos abolir esta inquisición legal, que convierte a los sospechosos en muertos vivientes. Como fue José Miguel Castro.

 

[Música Maestro] Música popular y guerras: En español

Un punto de vista diferente

La semana pasada, pensando en el conflicto que inició Israel contra Irán el pasado 13 de junio, con ataques supuestamente “preventivos” y del rol fallido de comisario que viene cumpliendo Donald Trump, con bombardeos de sobredimensionados logros y “llamadas de cese al fuego”, hicimos un recorrido por algunas canciones del pop-rock anglosajón que, en diferentes épocas, usaron el tema de las guerras (se me quedaron algunas: Culture Club, Slayer, Bob Marley, varias de Iron Maiden, como esta o esta otra). Esta vez haremos lo propio, pero usando composiciones populares en nuestro idioma.

Comenzaremos diciendo que, al haberse producido básicamente en Europa, Estados Unidos y Oriente Medio, los grandes conflictos mundiales no solían generar reacciones directas de artistas latinoamericanos, sino más bien referencias transversales o complementarias en canciones de mensajes genéricos que convocaban a la paz y la solidaridad, aplicables a cualquier coyuntura contraria a esos valores. A contramano, en nuestra región abundan los alegatos musicales sobre revoluciones, guerrillas, problemas político-sociales y resistencias frente a distintas formas de colonización e intervencionismo.

En el caso de España, al no haber sido tampoco protagonista activo en los enfrentamientos globales, los choques medio orientales de raigambre religiosa ni las invasiones norteamericanas motivadas por intereses geopolíticos y económicos, es más común encontrar composiciones ambientadas en sus propios líos internos: la Guerra Civil Española (1936-1939), la consiguiente dictadura franquista -que duró cuatro décadas-, los afanes divisionistas de Cataluña o el País Vasco.

Géneros musicales como la nueva trova de Cuba y la canción latinoamericana desarrollada principalmente en Chile y Argentina -también en Uruguay, México y Venezuela, en menores medidas e impactos-, además del pop-rock argentino y el punk español, fueron los vehículos más usados por artistas de la música popular para expresar sus adhesiones a las luchas sociales y la búsqueda de paz. Sin embargo, también hubo estrellas icónicas de géneros caribeños que, apelando a una visión festiva, irónica, tocaron temas relacionados a la guerra, dejando testimonio de su preocupación por esos asuntos, aun cuando estaba claro que se trataba de un punto de vista absolutamente distinto, producto no solo de las distancias geográficas sino también -y principalmente- de las idiosincrasias de cada región.

“Que la guerra no me sea indiferente…”

Si hay una canción en nuestro idioma que viene a la memoria cada vez que buscamos consuelo musical frente a las atrocidades que, hasta ahora, se siguen perpetrando sobre las poblaciones torturadas y hambreadas de Gaza –Israel es el monstruo grande que pisa fuerte la pobre inocencia de la gente-, esa probablemente sea Solo le pido a Dios del cantautor santafecino León Gieco. Sus versos, inspirados por el exilio de artistas y políticos de Argentina durante la dictadura de Jorge Rafael Videla, materializan los sentimientos de indignación que aparecen ante la injusticia y el abuso.

Como ocurrió con otros himnos de la trova sudamericana -por ejemplo, El pueblo unido jamás será vencido (Quilapayún, 1973); o Gracias a la vida (Violeta Parra, 1966); ambos chilenos-, este tema, que abre la cuarta producción discográfica de Gieco, titulada sencillamente 4° LP (1978), ha sido traducido a varios idiomas e interpretado por un abanico de artistas muy diverso, desde el norteamericano Bruce Springsteen (con el título I only ask of God) hasta la pareja española de esposos Ana Belén y Víctor Manuel San José -una de las mejores versiones aparece en el concierto El gusto es nuestro, de 1996).

Y, por supuesto, está aquella inolvidable grabación de Mercedes Sosa (1935-2009) que resume la semana de recitales de “La Negra” cuando volvió del exilio, en febrero de 1982, en el Teatro Ópera de Buenos Aires. Para una ocasión tan especial como esa, la recordada cantante tucumana invitó al mismo León Gieco quien, guitarra en mano y armónica en boca, a lo Bob Dylan, subió al escenario para conmover al público con su interpretación.

Entre los héroes de la trova sudamericana destaca el poeta, escritor, educador y músico Víctor Jara, símbolo de la resistencia artística de Chile. Entre 1966 y 1973 -año en que fue secuestrado, torturado y asesinado por el recién llegado régimen de Pinochet- lanzó ocho discos con canciones que iban desde homenajes a obreros hasta relecturas del folklore de otros países de la región. En su sexto disco El derecho de vivir en paz (1971) figura el tema-título, dedicado a los caídos en la guerra de Vietnam.

“Tus muchachos barren minas de Hải Phòng…”

Esta frase ubica geográficamente a Silvio Rodríguez y su canción Madre, que compuso pensando en su propia progenitora en 1973, en los campos minados cuya desactivación arrancó la vida a más de 200 soldados del ejército de Vietnam del Norte. Este tema apareció, por primera vez, en una selección de temas inéditos en 1977, titulada Antología, a guitarra y voz. Diez años después, en otro recopilatorio de canciones de varias épocas, Memorias, lanzó una versión más rítmica, con conjunto completo.

Como sabemos, Silvio escribió prácticamente todas sus canciones pensando en las campañas de Fidel, el Che Guevara y sus barbudos, pero su sensible y creativa pluma también puede relacionarse a las guerras en general, las de antes y las de ahora. El autor de clásicos de la canción revolucionaria como Ojalá, La era está pariendo un corazón (ambas publicadas en 1978), El tiempo está a favor de los pequeños (1984) o Preludio de Girón (1970), enfoca el tema bélico desde una perspectiva particular, denunciando sus horrores pero también describiendo/ensalzando el heroísmo de quienes caen luchando por un ideal.

Por ejemplo, en La gaviota (Unicornio, 1982), el cubano narra la historia de un soldado que vuelve intacto de la guerra, después de presenciar la muerte, la desesperación. De repente, una delicada gaviota lo distrae con su vuelo calmo. En ese preciso instante, una bala lo abate. Como vemos, no hay alusión a ningún conflicto específico. Pueden ser todos y ninguno. Del mismo modo, en Canción del elegido (Al final de este viaje, 1978), donde el protagonista viene de otra galaxia a matar canallas “con su cañón de futuro” en medio de la guerra (“la paz del futuro”). Alegorías hermosas de múltiple y vigente interpretación.

En un tono más relajado y sarcástico, el español Joaquín Sabina se mofa de la Guerra Fría en su tema El muro de Berlín (Mentiras piadosas, 1990) mientras que, en De purísima y oro (19 días y 500 noches, 1999), el autor describe la pobreza que azotó a España tras la guerra civil, recordando costumbres, formas de hablar y personajes en una narración cargada de simbolismos y referencias precisas que solo historiadores expertos en ese periodo y españoles que lo hayan vivido pueden entender a la primera.

Por su parte, el trovador y activista de izquierda venezolano Alí Primera (1941-1985) -padre de los tristemente célebres Servando y Florentino-, dedicó algunas de sus canciones al tema de las guerras, desde proclamas para levantar a las poblaciones oprimidas –No basta rezar (Vol. 2, 1979)-, las luchas por hidrocarburos en su país –La guerra del petróleo (La patria es el hombre, 1975)- o el conflicto en Vietnam, con una composición en que rinde homenaje a las madres –Mujer de Vietnam (Vol. 2, 1979).

“Nos dejaron varios muertos y cientos de mutilados…”

Como casi siempre en el rock argentino, las letras antibélicas tienen como foco dos temas muy específicos: la crisis social y política provocada por la Junta Militar (1976-1981) y el conflicto armado por las Islas Malvinas. Canciones clásicas del repertorio de Charly García, como Los dinosaurios (Clics modernos, 1983) e Inconsciente colectivo (Yendo de la cama al living, 1982) -solo por mencionar dos de su etapa solista- tienen que ver con lo primero, como también hizo con sus bandas previas, Sui Generis y Serú Girán. Por su parte, la furiosa No bombardeen Buenos Aires (Yendo de la cama al living, 1982) está inspirada en aquella guerra desigual contra el ejército británico.

También sobre ese asunto, una herida aun abierta en el corazón de Argentina, el cuarteto de punk Los Violadores compuso Comunicado No. 166, incluida en su segundo larga duración Y ahora qué pasa, eh? (1985), en que lanzan fuertes críticas a su propio gobierno, a poco tiempo de recuperar la democracia pero, especialmente, a los Estados Unidos y entes internacionales como la Comunidad Europea y la OTAN. Por cierto, el líder actual de esta coalición occidental, el holandés Mark Rutte, se deshizo en vergonzosos y genuflexos halagos la semana pasada ante Donald Trump, actualizando los reclamos de la banda liderada por Stuka y Pil Trafa.

El granadino Miguel Ríos lanzó, en 1976, su sexta producción discográfica, La huerta atómica. Es un álbum conceptual, al estilo del rock progresivo inglés, que narra la historia del dueño de una casa, al lado de una estación militar, que ve cómo se convierte en un infierno debido a la explosión de una bomba atómica. Los catorce temas del disco están conectados, en una suite musical crítica hacia las potencias que, en tiempos de Guerra Fría, pugnaban por desarrollar armas nucleares, con canciones como Bienvenida Katherine, La burbuja antirreacción o Buenos días, Supermán.

El punk español tiene, en bandas como La Polla Records y su hermana, Gatillazo, ambas lideradas por el siempre controvertido y lenguaraz Evaristo Páramos; y Eskorbuto -muy activos en la década de los años ochenta-; a las puntas de lanza de la protesta antisistema. En sus letras, frontales y agresivas, estos grupos disparan a todas las instituciones y fuentes de injusticia, entre ellas la maquinaria bélica y las relaciones internacionales que pisotean derechos con impunidad.

También desde España, el legendario cuarteto de heavy metal Barón Rojo -nombre inspirado en el apodo del piloto alemán Manfred von Richthofen, caído en 1918 durante la Primera Guerra Mundial-, escribió Hiroshima, para su tercer LP, Metalmorfosis (1983). Como los ingleses Iron Maiden o los alemanes Scorpions, Barón Rojo encontró en los conflictos armados una amplia temática para sus canciones, así como otros grupos metaleros de la época como Obús (España) o V8 (Argentina).

El quinteto de hard-rock Medina Azahara -como la ciudad sureña de Córdoba que fuera enclave musulmán desde su fundación en el siglo I d.C.- incluyó en su cuarto LP, Caravana española (1987), el tema El soldado, cuestionando la vocación de aquellos que se forman para morir y matar por intereses nacionalistas o corporativos. Por su parte, El Último de la Fila, popular dúo andaluz recordado por exitazos radiales como El loco de la calle o Como un burro amarrado en la puerta del baile, contribuyó a la onda antibelicista con Querida Milagros, de su primer LP Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana (1985). La letra es el contenido de una carta de despedida encontrada en las pertenencias de un soldado muerto en el campo de batalla.

“Si lo ven que viene, palo al tiburón…”

Rubén Blades dedicó al intervencionismo norteamericano, en tiempos de la guerra civil en El Salvador, uno de sus mejores temas. Con inteligentes metáforas, efectos de sonido -radios, gaviotas, olas de mar- y una instrumentación sofisticada donde brillan las percusiones de Milton Cardona, Johnny Andrews y Jimmy Delgado; los trombones de Lewis Kahn, Reynaldo Jorge y Willie Colón; y una sensacional línea de bajo de Salvador Cuevas; Tiburón dio con tanta certeza en el blanco que la comunidad latina de Miami terminó vetando al salsero hasta 1996. La canción se estrenó en el tercer disco del dúo dinámico de la salsa dura, Canciones del solar de los aburridos (1981). Y está, junto con Patria (Antecedente, 1988) y Prohibido olvidar (Caminando, 1991), entre sus canciones más políticas. Y eso que tiene varias.

Cuatro décadas atrás, en 1941, el guarachero y bolerista portorriqueño Daniel Santos (1916-1992), “El Anacobero”, grabó una de sus canciones más populares, el bolero Despedida –“Vengo a decirle adiós a los muchachos…”- del compositor Pedro Flores, también boricua. El recordado cantante de la poderosa voz nasal fue enrolado, ese mismo año, como soldado del ejército norteamericano que participó en la Segunda Guerra Mundial.

Años más tarde, ya como vocalista de La Sonora Matancera, grabó la divertida El corneta (1953) –“… te metiste a solda’o y ahora tienes que aprendé’…”, donde se burla de la vida en la milicia. Compuesta por él mismo, la jocosa guaracha incluye, al comienzo y en el intermedio musical, los clásicos toques de trompeta militar popularizados durante la Guerra de Secesión -llamados “bugle calls” en inglés- y que, hasta hoy, son de uso común en todos los ejércitos anglosajones, como la llamada para despertarse o avanzar hacia el enemigo.

En 1972, un olvidado sonero de la salsa primigenia firmó un par de temas, en clave bailable e ingeniosa, contra las guerras. Frankie Dante (1945-1993) compuso las descargas Presidente y Atájala (Se acabó la guerra) para el segundo disco de su Orquesta Flamboyán, lanzado por el sello Cotique Records, subsidiario de Fania Records. En la primera de ellas incorpora, para darle color al intermedio instrumental, el viejo himno presidencial norteamericano Hail to the Chief, escrito en el siglo XIX. En aquel disco, que los salseros de corazón conocen muy bien, los arreglos corren por cuenta de un integrante fundamental del supergrupo Fania-All Stars, el pianista norteamericano Larry Harlow (1939-2021), a quien su patota afrolatina apodó “El Judío Maravilloso”.

Por su parte, otro sonero boricua muy popular entre los amantes de la salsa clásica, Marvin Santiago (1947-2004), utilizó la historia de una canción infantil muy popular, que llegó hasta nosotros desde la Francia revolucionaria, para una divertida canción llamada El regreso de Mambrú, incluida en su octavo LP titulado Oficial! Y ahora… con tremenda pinta! (Top Hits, 1986), el último que lanzó desde la prisión, donde estuvo confinado por posesión y tráfico de drogas. Del mismo modo, la legendaria orquesta La Selecta, con la dirección del pianista y compositor Raphy Leavitt, dedica Soldado a cuestionar el envío de jóvenes a las guerras (LP Mi barrio, 1972).

Otros nombres destacados de la música latina hicieron, de manera directa o transversal, alusiones a la violencia y sus efectos en la población. El colombiano Joe Arroyo (1955-2011) dirigió su inspiración al pueblo de Medellín, bajo fuego por culpa de la red de narcos de Pablo Escobar, en el tema-título de su cuarto álbum al frente de la Orquesta La Verdad, La guerra de los callados (Discos Fuentes, 1991). Mientras que “la universidad de la salsa”, El Gran Combo de Puerto Rico, grabó Acángana (1963) pensando en la siempre latente amenaza de una bomba atómica que acabe con todos nosotros. “Después de muerto no se puede gozar” cantan Jerry Rivas y Charlie Aponte, en la nueva versión ochentera mientras que su director, el pianista Rafael Ithier, les lanza graciosas preguntas sobre la reencarnación.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Señalar que en el Perú nunca existió una democracia es una perogrullada que pocos se atreven a enunciar. El concepto de crisis funge de comodín, de circunstancia atenuante. Entonces hablamos de la crisis de la democracia, de la crisis de los partidos políticos, de la crisis de la institucionalidad, pero no decimos que algo como la democracia nunca existió en el Perú y la verdad es que no pretendo ser crítico, ni dramático con este enunciado. Más bien, intento constatar una realidad para intentar coincidir en un punto de partida.

EL Perú nació militarizado y militarista. Sus primeros presidentes fueron los generales San Martín y Bolívar, después vinieron nuestros generales: Orbegoso, La Mar, Gamarra, San Román etc. Después el general de los generales, es decir, Ramón Castilla, manumisor de los esclavos, quien acabó con el tributo indígena, organizó el Estado y le dio forma al clientelismo más abyecto. Entonces los generales comenzaron a ser vivados. En realidad, la costumbre es antigua. ¡Viva el general! ¿cuál general? El que está en Palacio de Gobierno, quién más podría ser.

Y así construimos nuestra tradición política, nuestras instituciones y nuestra precaria división de los poderes del Estado. No es que en el siglo XIX la división de los poderes del Estado no existiese en absoluto. Existía a medias o inexistía a medias, fusionada con tradiciones más antiguas y arraigadas: el patrimonialismo, el corporativismo, el cuartelazo, la bayoneta, y un largo etc.

Pedro Planas se animó a decir lo que Alberto Flores Galindo no: la República Aristocrática, con todo lo que tuvo de aristocrática, fue el primer intento serio de instaurar en el país algo parecido a la democracia, solo que en versión minimalista (Planas dixit). Augusto B. Leguía canceló el proyecto y le impidió evolucionar.  “El Oncenio” nos trajo la dictadura que tantos aman en el fondo, que tantos esperan ver regresar en los confines más oscuros de su conciencia, que tantos sueñan angustiosamente como al recuerdo del padre represor.

Y la dictadura vino a quedarse, por lo menos en lo que le restaba de siglo al siglo XX. Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Velasco, Morales Bermúdez, Fujimori. El Perú de la pasada centuria no fue un país con intervalos autoritarios, como Chile, fue un país con intervalos democráticos, que observamos muy lejos de la posibilidad de echar raíces, de establecer alguna tradición.

El siglo XXI es astuto en el país de “Pepe el vivo”. Como me lo dijo un día el director de un colegio muy bueno pero muy conservador: “al final de cuentas, lo que importa es el billete”. Las formas de la democracia podrían resultar en un mecanismo aún más plausible del robo más descarado en agravio del Estado, y de la promoción de las actividades ilícitas más infames y creativas. Entonces tuvimos la democracia de cartón, o mejor de papel para no malograrle el descanso a Martín Adán. La democracia le es funcional a las mafias que gobiernan, la democracia no es el sistema, es el cascarón en el que ha anidado otro sistema, otro organismo que siempre estuvo presente en el Perú, pero que desde 2016 en adelante ha experimentado una vertiginosa y espeluznante metástasis.

Es difícil describir este organismo, más difícil es darle forma, es imposible decir lo que es, pero es la bestia con la que tenemos que acabar si queremos que en esta tierra de tantas noches oscuras, como decía Jorge Basadre, un rayo de esperanza democrático e institucional alumbre el próximo amanecer.

[MIGRANTE DE PASO] No más poder al poder

Podrás imaginarte desde afuera

Ser un mexicano cruzando la frontera

Pensando en tu familia mientras que pasas

Dejando todo lo que tú conoces atrás

Si tuvieras tú que esquivar las balas

De unos cuantos gringos rancheros

¿Les seguirás diciendo “good for nothing wetback”?

Si tuvieras tú que empezar de cero

Now why don’t you look down to where your feet is planted

That U.S. soil that makes you take shit for granted

If not for Santa Ana, just to let you know

That where your feet are planted would be México

¡Correcto!

—Molotov, Frijolero

Otro himno de esta banda disruptiva de los noventa. Este grupo mexicano encarnó en su música política y estridente un sentir popular y extremadamente real de toda Latinoamérica. Una banda genial. No muchos pueden romper las fronteras de su propia nación y ser la voz de todo un continente a través de canciones combativas y sinceras.

En un Daewoo, en algún momento de los noventa tardíos, dos niños iban con chofer a una escuela privada. Uno de ellos, más blanco que la leche, inocente y con esa ignorancia sin dolo que todo niño tiene: ese era yo. Mi hermano solía quedarse dormido hasta en la ducha, y el carro no era una excepción. Pero en cada viaje me enriquecía con buena música. Cambiaba de CDs en una radio instalada; dentro de su colección no podían faltar los primeros álbumes de Molotov. Insertaba el disco, reclinaba el asiento de copiloto y cerraba los ojos. Yo, sentado en el medio, atrás, con la cabeza apoyada en la ventana empañada.

Mi colegio quedaba en Monterrico y yo vivía en Barranco. Tomábamos un atajo y pasábamos por los callejones de Barranco y cruzábamos por Surco Viejo. Solo era un pequeño tramo del viaje. En ese momento, esa zona estaba mucho menos modernizada. Por favor, no olviden que estoy contando lo que veía un niño que aún no sabía lo privilegiado que fui por la injusta realidad de nacer donde nací.

Como ya he repetido muchas veces: quien ha nacido en mis circunstancias y no se da cuenta de que la igualdad de oportunidades es algo que lamentablemente no existe, cometería una falta de respeto.


Mirando por la ventana, cruzando por esas calles, notaba una diferencia abismal con respecto a cómo vivía yo. No lograba entenderlo. La diferencia era clara, pero como niño no entendía qué era lo que no estaba funcionando. Las calles eran más sucias, niños trabajaban vendiendo entre el caos del tráfico. Niños de la misma edad que tenía yo. Con nuestra querida banda latinoamericana de soundtrack:

Nos quieren pegar, pegar

Y nos la van a pagar.

Y aunque quieras quejarte con papá gobierno,

Les pides ayuda y te mandan al infierno.

Porque tendríamos que tirar buen pedo

Gente que vive en la pobreza,

Nadie hace nada porque a nadie le interesa.

Si nos pintan como unos huevones, no lo somos…

¡Viva México, cabrones!”

Esa experiencia se repitió incontables veces durante años de infancia. Y, como es bien sabido, el arte transmite lo que las palabras no pueden. A veces una canción es más clara que un discurso.

Hace unas semanas. En Los Ángeles, agentes del ICE entraban sin avisar. Casas, talleres, iglesias. Se llevaban a padres frente a sus hijos. Nadie entendía nada. Gente que vivía ahí desde hacía veinte años, con trabajos, sin delitos. Igual se los llevaban. Hijos ciudadanos, padres deportados. Lo legal no bastaba. Ni lo humano importaba. Las redadas se volvieron rutina. El miedo, constante.

Las denuncias no paraban: insultos racistas, golpes, encierros en cuartos congelados sin camas ni comida decente. Nadie sabía cuánto tiempo estaría ahí. El sistema dejó de proteger para cazar. Y muchos lo celebraban. “Que se vayan los ilegales”. Pero nadie preguntaba por qué alguien huye. Por qué se juega la vida cruzando un desierto. Mientras tanto, ICE crecía. Más fondos, más agentes, más poder. Más esposas. Más silencio. Así se defiende una frontera: sembrando miedo y llamándolo justicia.

Todos los domingos por la mañana, nos despertaban para ir a hacer un paseo sociocultural. Una idea genial como padres. Íbamos a los distritos más pobres de Lima y aprendíamos historias de cómo surgieron y más. Ahí aprendí sobre una mujer admirable como lo fue María Elena Moyano, en Villa El Salvador. Estuvimos en el lugar donde fue asesinada brutalmente por Sendero Luminoso. Fue en estos recorridos que entendí que la igualdad y la libertad no son más que ilusiones, y nadie se libra de esa maldición. Estaba impactado. Pensaba por días lo que veía. Sentía tristeza, imaginaba sueños heroicos y altruistas. Todo eso me permitió darme cuenta del contraste, y de qué está hecho el ser humano. Solo se necesitaba empatía. Fue años después que entendí que esta facultad humana está adormecida y profundamente.

Últimamente me pregunto hacia dónde nos dirigimos. El sufrimiento es tan intenso en el mundo que se puede sentir, lo mismo pasa con el odio, y con la resignación. Vivimos en un lugar donde la mayoría lucha diariamente para sobrevivir, donde tienen que abandonar sus hogares para migrar, sufrir humillaciones, y poder alimentar a sus familias. A veces siento que pedir conciencia es demasiado, pero abandonar ese deseo sería aportar más a las atrocidades que están sucediendo. Simplemente sucumbir en el derrotismo ya es darle más poder al poder, y uno muy opresor.

[PIE DERECHO] En ningún país verdaderamente democrático se entendería que su presidenta lleve más de 240 días sin dirigir una sola palabra a la prensa. No estamos hablando de una monarquía encerrada en su palacio de invierno, ni de un régimen autoritario que teme al escrutinio. Hablamos del Perú, esa república maltrecha que, entre golpes de Estado y sobres con billetes, aún pretende llamarse democracia. Y Dina Boluarte, su jefa de Estado, ha optado por el silencio como forma de gobierno.

Lo grave es que no es mutismo por prudencia, ni por sabiduría. Es cálculo, es miedo. El silencio como coartada. Porque hablar sería enfrentar preguntas incómodas: sobre los muertos que dejó su asunción al poder, sobre los lujos inexplicables, sobre su mediocre gestión, sobre la soledad cada vez más rotunda de su presidencia. Hablar sería responder, y responder implica responsabilidad.

Y, sin embargo, en un acto que solo puede describirse como tragicómico, ahora pretende tener un programa en el canal del Estado. ¿Para qué? ¿Para monologar? ¿Para repetir eslóganes escritos por algún asesor áulico que la imagina una Eva Perón nativa? ¿Para imponer una versión oficial sin réplicas, sin contradictores, sin periodistas?

Es, en el fondo, una fórmula profundamente antidemocrática: gobernar desde la imposición, no desde la deliberación. No escuchar, sino transmitir. No dialogar, sino ordenar. Como en los viejos tiempos del autoritarismo criollo, cuando el poder se expresaba a través de edictos y no de consensos.

Pero lo más patético de todo es que esta estrategia no solo erosiona la frágil institucionalidad del país. La perjudica a ella misma. Las encuestas son implacables: la ciudadanía no le cree, no la respeta, no la siente suya. El silencio ha cavado su fosa política.

Y ahora, quiere hablar. Pero ya es tarde. Porque cuando un gobernante desprecia a la prensa, lo que en verdad está despreciando es al pueblo mismo.

La del estribo: muy recomendable la lectura de un libro extraordinario, Jauría, de la colega y amiga Patricia del Río. Una necesaria voz, que nos narra los entresijos del conflicto armado interno que sufrimos como país y que aún el mundo cultural -literatura, cine, teatro, artes plásticas- se halla en proceso de elaboración.

En el panteón de la memoria animada de nuestra infancia, Porky Pig ocupa un lugar entrañable. Tímido, tartamudo, ingenuo, con una pajarita sin pantalones y un corazón noble que brillaba frente a los desplantes del Pato Lucas. Porky era la encarnación de la dulzura cómica, el amigo bonachón al que todo le salía mal pero que siempre lo intentaba de nuevo. Su famosa frase “Eso es to… eso es to… eso es todo, amigos” nos hacía sonreír incluso antes de saber deletrear.

Compararlo con Rafael López Aliaga no es una broma: es una afrenta. Un insulto gratuito a nuestra infancia y a la inocencia que representaban aquellos dibujos animados.

Porky no gritaba. No insultaba. No buscaba pleito con la prensa ni menospreciaba a nadie por no tener fortuna personal. López Aliaga, en cambio, ha hecho del maltrato su estilo: llamó “perros sinvergüenzas” a los periodistas críticos, tildó de “delincuentes” a políticos opositores y llegó a decir que a las pequeñas empresas que no pagan sus deudas “hay que cerrarlas como sea”, sin mediar diálogo ni escuchar razones. Agresividad no como error, sino como método.

Su paso por la alcaldía de Lima no deja precisamente un legado de progreso. A los problemas reales ha respondido con discursos, no con soluciones. La ciudad sigue atrapada en el tráfico, la inseguridad  y la falta de planificación, pero él ya prepara las maletas. Al parecer, dejará el cargo para postular a la presidencia. No sin antes, claro, repetir su famosa retirada: “Eso es todo, amigos”… solo que esta vez, se lo dice a Lima. Se va dejándola en crisis, con demandas y sin planes ni rumbo claro, porque ya puso la mira en otra latitud donde pueda seguir causando estropicios,  pero a nivel nacional.

Comparar a Porky con López Aliaga es como comparar a Bambi con un cazador furtivo. Es confundir la ternura con la prepotencia. La torpeza entrañable con la soberbia ofensiva. Es, en resumen, una falta de respeto.

Quizás eso sea todo por el momento, pero lo de «amigos» no se lo cree ni el verdadero Porky.

[INFORMES] El 30 de mayo de 2025, el Ministerio de Cultura publicó la Resolución Ministerial N.º 000207-2025-MC, mediante la cual se modificaba el área de protección de la Reserva Arqueológica de las Líneas y Geoglifos de Nasca y Palpa. La medida implicaba una reducción de más del 42 %: el área protegida pasaba de aproximadamente 5 600 km² a 3 200 km². Para muchos, esa cifra fue más que un dato técnico: se convirtió en un símbolo del retroceso en la política de protección del patrimonio cultural.

El titular de Cultura, Fabricio Valencia, defendió la decisión como una “adecuación necesaria” basada en más de dos décadas de estudios técnicos, topográficos y arqueológicos. Según el ministro, la resolución buscaba establecer “límites más precisos” y concentrar la protección en zonas efectivamente validadas como patrimonio. Sin embargo, las explicaciones del Ejecutivo no resistieron el escrutinio público.

Organizaciones como el Colegio de Arqueólogos del Perú, especialistas independientes y colectivos de defensa del patrimonio advirtieron que, lejos de ser una decisión técnica, la resolución respondía a intereses ajenos a la protección cultural. Varios medios de comunicación revelaron que las áreas excluidas coincidían con más de 300 concesiones mineras registradas, muchas de ellas ligadas a minería informal, justamente una de las principales amenazas en la zona.

La amenaza minera y la falta de consulta

La reducción del área protegida no solo implicaba una pérdida de cobertura legal: liberaba territorio aún no estudiado completamente y lo dejaba vulnerable al avance de actividades extractivas. La región de Nazca ha sido señalada durante años por la presencia de minería ilegal o informal, que opera sin supervisión ambiental ni respeto por el valor arqueológico del suelo.

Diversas investigaciones demostraron que dentro de las zonas retiradas de protección ya existían operaciones mineras, algunas activas, otras en proceso de formalización. La eliminación de su condición como zona intangible facilitaba que estas actividades se expandieran, sin necesidad de evaluaciones patrimoniales o ambientales adicionales.

El impacto no sería menor: los geoglifos de Nazca y Palpa, Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 1994, no se limitan a las figuras más famosas —como el colibrí o el mono— visibles desde el aire. El desierto alberga cientos de trazos, líneas, caminos ceremoniales y vestigios aún por estudiar. Los arqueólogos advirtieron que dejar fuera de protección zonas no exploradas equivalía a condenarlas a desaparecer antes de siquiera ser comprendidas.

Además, el procedimiento con que se tomó la decisión levantó serias dudas. No se consultó a los actores locales, a las organizaciones técnicas, ni a la comunidad científica. La resolución fue emitida sin pasar por un debate amplio ni transparente. Según reportes de Perú21, desde las primeras semanas de su gestión el ministro Valencia ya venía coordinando internamente la reducción, incluso antes de revisar o culminar los estudios que alegaba como sustento.

La reacción nacional e internacional

La respuesta no se hizo esperar. Desde el Congreso, se presentó una moción de interpelación contra el ministro Valencia. Los legisladores acusaron al titular de Cultura de actuar con opacidad, de omitir a los sectores técnicos y de tomar una decisión que comprometía gravemente el legado histórico del país.

En paralelo, organismos internacionales como UNESCO expresaron su preocupación por la medida, y especialistas en patrimonio cultural y ambiental de diversas universidades peruanas se pronunciaron en contra. La indignación también se sintió en Nazca, donde colectivos ciudadanos y defensores del patrimonio salieron a protestar frente a la oficina del Ministerio.

El tema escaló a nivel mediático. El País, Infobae y The Guardian publicaron informes detallados sobre el caso, haciendo énfasis en cómo esta decisión ponía en riesgo no solo el patrimonio arqueológico, sino también la imagen internacional del Perú como custodio de una de las expresiones culturales más enigmáticas de la humanidad.

El retroceso del gobierno: anulación y promesas

Presionado desde múltiples frentes, el Ministerio de Cultura anunció el 8 de junio la anulación de la resolución. La medida, informada mediante un comunicado oficial, restituía los límites originales de 5 600 km² a la reserva arqueológica y reconocía la necesidad de una “gestión más consensuada y técnica” del patrimonio.

El ministro Valencia, aunque mantuvo sus argumentos técnicos, aceptó que la decisión fue precipitada y que no consideró el impacto político ni simbólico que implicaba reducir la protección del área. Como parte de la rectificación, el gobierno anunció tres medidas:

La conformación de una Unidad Ejecutora especializada, con sede en Ica, que se encargará de gestionar, vigilar y conservar la zona protegida.

La creación de un comité técnico asesor, integrado por representantes del Ministerio, arqueólogos, universidades, sociedad civil y observadores de UNESCO.

La promesa de revisar los estudios topográficos y patrimoniales bajo estándares internacionales y con participación de actores locales.

Aunque el retroceso fue bien recibido por parte de los especialistas, varios advirtieron que la anulación de la resolución no resuelve el problema de fondo: la falta de planificación, transparencia y voluntad política sostenida para proteger el patrimonio en contextos de presión extractiva.

Un conflicto que no termina: patrimonio vs. intereses extractivos

Lo ocurrido en Nazca es un síntoma de un problema estructural en la política patrimonial del Perú. La tensión entre conservación y explotación económica sigue latente en todo el país: desde Cusco y Kuelap hasta el mismo Valle del Colca. La minería, la agroindustria, las obras viales y la expansión urbana chocan constantemente con la existencia de sitios arqueológicos no inventariados, débiles institucionalmente y sin presupuesto suficiente.

En el caso de Nazca, la amenaza sigue presente. La minería informal continúa operando en zonas cercanas, muchas veces sin sanciones ni seguimiento. Las fiscalías especializadas en patrimonio no dan abasto, y los gobiernos locales carecen de recursos y personal técnico.

El mensaje que deja este episodio es claro: la protección del patrimonio no puede depender de decisiones aisladas ni de reacciones frente a la presión pública. Requiere una política cultural de Estado, sostenida, informada y participativa. Una política que entienda que cada línea en el desierto de Nazca es más que un trazo: es una herencia de miles de años que, una vez destruida, no podrá recuperarse.

El Perú es ese país donde los bribones más hábiles, los actores de la impostura, terminan cosechando impunidad mientras otros, menos hábiles o con peor suerte, pagan las consecuencias con su pellejo o su vida.

Martín Vizcarra, aquel presidente que se encaramó en el poder disfrazado de moralista y adalid anticorrupción, ha vuelto a salir bien librado de un pedido de prisión preventiva. Una vez más, la justicia, esa señora bizca, lo ha dejado pasar sin más que una palmada y una advertencia tibia.

No se trata aquí de venganza ni de linchamiento mediático, sino de simple coherencia. En general, somos enemigos de las prisiones preventivas, pero no deja de llamar la atención la celeridad con que a algunos se les aplica y su inviabilidad cuando de alguien ideológicamente afín a la mayoría que controla el Ministerio Público y el Poder Judicial, se trata.

¿Cómo es que a Alan García, con acusaciones mucho menos documentadas que las que pesan sobre Vizcarra, se le persiguió con tal saña que acabó en tragedia? ¿Por qué razón otros exfuncionarios, ministros, empresarios y alcaldes están tras las rejas mientras Vizcarra desfila por los canales de televisión como si fuera un perseguido político y no el responsable directo de actos de corrupción probados?

Durante su presidencia, Vizcarra no solo manipuló el aparato judicial y el Congreso con astucia maquiavélica, sino que se sirvió del drama de la pandemia para consolidar su imagen de salvador. Pero los hospitales colapsados, los cadáveres en las calles, la falta de oxígeno y los contratos turbios hablan más claro que cualquier discurso. Hoy, con serios indicios de corrupción en su contra —vacunagate incluido—, continúa libre, como si nada hubiera pasado.

¿Es Vizcarra más hábil que los demás, o simplemente ha tenido la suerte de una justicia controlada, asustada o simplemente cómplice? El caso es una muestra más del doble rasero nacional, de ese país en el que la ley se aplica no al que delinque, sino al que pierde poder.

Vizcarra podrá caminar libre, pero políticamente, si el país tuviera memoria digna, estaría muerto. La historia lo recordará no como un redentor, sino como un taimado que burló al país mientras este lloraba a sus muertos.

El gobierno ha hecho esta semana un anuncio catastrófico para la minería formal. Acaba de ampliar el REINFO, postergando el debate de la nueva ley MAPE.

El debate se realizará en plena campaña electoral y ningún partido se va a atrever a enfrentar y perder el bolsón electoral de los mineros informales en todo el país.

El resultado será una nueva ley totalmente favorable a la ilegalidad y la criminalidad. El principio del fín de la gran minería en el Perú.

Esta nueva ampliación nefasta del REINFO ha sido promovida por un ministro de Energía y Minas que como demostraremos en este reportaje es EL MEJOR AMIGO DE LOS ILEGALES.

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