[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] Una victoria, una sola, logró la Flotilla Global Sumud: todo el mundo vio lo que pasó, todo el mundo siguió su travesía, tanto como siguió a la flota soviética dirigirse a Cuba cargada de misiles nucleares en 1962. Al igual que hace 63 años, la tensión aumentaba conforme los navíos se acercaban al cerco trazado por John F. Kennedy. Entonces, porque los esperaba un bloqueo militar norteamericano listo para disparar si los rusos intentaban sobrepasarlo, lo que hubiese iniciado la Tercera Guerra Mundial. Ahora, porque, buena parte del trayecto, la flotilla, cargada esta vez de víveres y ayuda humanitaria, estuvo acompañada por buques de guerra italianos, españoles y turcos, y se presumía un resultado similar: la escalada de una guerra internacional.

Lo último no sucedió, Trump, ofreció, a última hora, un plan de paz en algunos de sus pasajes bastante razonable pero con un problema fundamental: primero desaparece Hamas, primero Hamas se rinde y entrega sus armas, segundo una fuerza internacional, supervisada por Estados Unidos se encarga de la seguridad de la zona y tercero: solo si se dan las condiciones, podría hablarse de un Estado Palestino soberano.

El problema está en los tiempos, todo lo señalado debe producirse en simultaneo: me rindo, entrego mis armas y tú proclamas la soberanía de Palestina sobre Gaza y para el mundo. Después comenzamos el proceso de reconstrucción, finalmente lo prometiste de buena fe ¿verdad?

La cuestión parece simple pero la propuesta viene del enemigo. En todo caso, casi todo el mundo entiende que Benjamín Netanyahu persigue la desaparición completa de la franja. A decir por el 90% de la destrucción de su infraestructura de vivienda, salud y otras ¿Ud. le creería en la intención de reconstruirla por completo, como propone Trump, para entregarla limpiamente a los palestinos? ¿los palestinos lo creerán? Es un tema de confianza, pues bien, la confianza cumple un rol fundamental en las relaciones internacionales y en los acuerdos que llevan a la paz o en los desacuerdos que llevan a la guerra.

Lo demás que quiero decir podrían parecer perogrulladas, pero es importante recordarlas justo ahora, tenerlas claras para aquellos que no las tienen claras, los análisis más detallados se los dejo a los analistas, a los internacionalistas. El pueblo de Israel fue expulsado de su Tierra Santa tras sucesivas guerras contra el Imperio Romano en los siglos I y II d.C. La del siglo I concluyó con la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.

Pero mi idea no es perderme en la historia. Si se tratase de eso, podría remontarme milenios atrás, cuando Moisés llevó a los judíos a su Tierra Santa librándolos de la esclavitud egipcia, o a cómo, por esos mismos tiempos, en las costas aledañas de esas tierras, se asentaban los llamados “pueblos del mar”, precisamente en las zonas de Gaza y Cisjordania, de donde provienen los palestinos.

Y si forzamos más las cosas, tendríamos que citar a quienes pretenden reducir la cuestión a la genética -me recuerda a ese hombre taimado y diminuto de los bigotitos- y buscan establecer cuánta relación existe en el ADN de aquellos antiguos pobladores con sus descendientes actuales. La verdad, me importa muy poco. Tal ha sido el movimiento de los pueblos en la humanidad, nuestra historia es la historia del mestizaje. Pretender similitudes biológicas con seres humanos de hace milenios es un camino tan peligroso que hace 80 años les costó la vida a 60 millones de seres humanos.

Lo que sí me queda claro es que dichos “pueblos del mar” también tuvieron sus enfrentamientos con los romanos, pero ya sea porque fueron sometidos más fácilmente o por la razón que se quiera lograron permanecer allí. Después, desde los siglos VII y VIII llegaron los musulmanes con las predicas de Mahoma con lo cual los palestinos se islamizaron y hasta el día de hoy, y ese ha sido su hogar.

Judíos quedaron muy pocos, la mayoría se desplazó a la Europa central y oriental, extramuros de lo que fueron los confines del viejo y ya fenecido Imperio Romano de Occidente. ¿Hubo judíos en Occidente a pesar de esto?, claro que los hubo: impedidos de poseer tierras por el emperador de Bizancio Justiniano (siglo VI), se dedicaron a diversas actividades, entre ellas el intercambio de monedas entre los señoríos feudales de Europa. Tan remoto como ese es el origen de la exitosa actividad que los judíos desempeñan hasta el día de hoy en las finanzas mundiales.

Vamos al punto

El siglo XIX fue el siglo del nacionalismo. Como nos lo señala Benedict Anderson, el nacionalismo no es natural. En el siglo XVI no se era francés, se era súbdito del rey de Francia, no es lo mismo. El amor por la tierra, la idea de dar la vida, dar la sangre, de “defender hasta el último centímetro del territorio” o de “quemar el último cartucho” es un producto ideológico del siglo XIX y es bien burgués. Porque las burguesías de entonces lo necesitaban para unificar a los masivos proletariados que sustentaban sus proyectos políticos y sus imponentes maquinarias económicas. El nacionalismo, en el nivel retórico, fue aggiornado con sublimes influencias como la del romanticismo literario, dar la vida por la dama amada, por el honor mancillado, o por la patria asediada, terminó formando parte del mismo repertorio poético.

Los judíos no estuvieron al margen de esta corriente ideológica y se formó el movimiento sionista, denominación que hoy se utiliza peyorativamente para designar a aquellos israelís que defienden posturas expansionistas o represivas maximalistas contra el pueblo palestino. Pero en su origen se trató de la iniciativa de dotar a Israel de un hogar nacional y esa es la base de todo nacionalismo: poseer un Estado soberano en donde la nación y sus hijos  puedan convertir en realidad su propia utopía.

Por supuesto, no eligieron nada mejor que la Tierra Santa de Moisés de hace 5 mil años bajo argumentos religiosos solo válidos para ellos. El problema: allí estaban los palestinos, y no solo eso. Allí estaba, alrededor de los palestinos, todo el mundo árabe ya bastante indispuesto con Occidente por las constantes invasiones que se produjeron como parte del neocolonialismo del último cuatro del siglo XIX en adelante. Entre tanto despropósito,  Palestina fue convertida en protectorado británico.

Barco nombrado Éxodo 1947 tripulado con refugiados judíos de la Europa de la post 2da Guerra Mundial llega a Gaza. El cartel señala lo siguiente: “Los alemanes destruyeron nuestras casas y hogares: no destruyan nuestra esperanza”

Y entonces los judíos comenzaron a migrar a Palestina de manera paulatina. A veces fueron bien recibidos y otras veces hubo roces con la población local. Tras la Segunda Guerra Mundial llegaron masivamente, desplazados de Europa y rogando ser aceptados por la sociedad de acogida, es decir, los palestinos. Pero muy poquito después, y adelantándose a la decisión de la ONU, Israel, en 1948, fundó su Estado con apoyo de Estados Unidos e Inglaterra y a los palestinos, que entonces eran el 90% de la población, los dejaron absolutamente sin nada. Y de allí en adelante comenzaron a agredirlos y reducirlos con la finalidad de que ese fuese exclusivamente un Estado judío y nunca han estado más cerca de concluir con tan poco edificante trabajo. Luego, es positivamente cierto que, desde entonces, los palestinos se han defendido y, a veces, con los peores de los métodos imaginables.

Estados Unidos, Inglaterra e Israel se mueven en función de intereses, la política es -también y principalmente- intereses. Eso puedo entenderlo porque no soy ingenuo. Resulta que leí Maquiavelo y, tras él, a muchos otros más. Pero Europa sí que me genera indignación, ver a los barcos italianos, españoles y turcos dar media vuelta y dejar desprotegida a una flota de civiles que portaba ayuda humanitaria a otros civiles que, al ver distraída a la armada Israelí, se dieron maña para pescar unos cuantos peces del mar y llevarse algo qué comer a la boca, eso sí que me conmocionó en medio de tanto sufrimiento humano.

Où es-tu, Europe ? Où es-tu, vieille France des droits de l’homme ?

Este relato parece incompleto. Está incompleto, lo que más me aterra son los finales que me imagino.

[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] La aprobación presidencial y la del congreso no pasan del 3%. Estos niveles constituyen un récord en América Latina. Sin embargo, la baja aprobación de nuestros gobernantes no se manifiesta en las calles, a través de grandes estallidos de protesta. Pero estamos en el siglo XXI: las corrientes de opinión y los centros de decisión no se generan como hace 30 años.

Bastó una mediana protesta juvenil en las calles, pero nutrida en las redes sociales, para que los partidos políticos que impulsaron la onerosa ley de Las AFPs diesen marcha atrás, quitasen el cuerpo, súbitamente pasasen a criticarla y a proponer su modificación y hasta su derogatoria. La conclusión se cae de madura: puede que las fuerzas políticas que nos gobiernan no le teman a la calle -veremos qué pasa este fin de semana- pero sí le temen a la opinión pública, sí le temen al voto, y le temerán más conforme se aproximen más las próximas justas electorales de 2026.

Desde algunos sectores políticos se ha dicho que la cuestión por resolver el próximo año no trata de derechas vs izquierdas, sino de decentes vs. indecentes. La dicotomía no podría ser más maniquea pero es muy posible -tras varias legislaturas aprobando leyes a favor del crimen, a favor de lobbies legales e ilegales y en contra del bien común -esto es del bolsillo de la gran mayoría de peruanos- que grandes masas busquen en abril del próximo año a aquel candidato o partido que finalmente defienda sus intereses.

#Porestosno es una campaña hasta ahora bastante exitosa pero que, al final de cuentas, no garantiza mucho. El problema: hay otras variables en juego. Un número importante de peruanos votará sí o sí por la agenda conservadora, que es una agenda mundial vinculada a las posturas políticas e ideológicas de Donald Trump, Javier Milei, el partido Vox y el recientemente asesinado activista Charlie Kirk. En el Perú, el apadrinado parece ser Rafael López Aliaga. Sin embargo, la también conservadora Keiko Fujimori cuenta con el voto del núcleo duro fujimorista y ante la singular dispersión generada por 39 candidatos a la presidencia es muy probable que uno de los dos pase a segunda vuelta. Tal vez ambos, lo que garantizaría la continuidad del actual orden de cosas el próximo quinquenio.

Al otro extremo, el de los llamados “decentes”, y coloco las comillas como clara advertencia de que estoy refiriendo una mirada de sentido común política y no una conclusión científica. Aunque sus enemigos tildan a Martín Vizcarra desde corrupto hasta genocida, lo cierto es que un sector importante del electorado peruano -la primera minoría- lo sigue porque entiende que enfrentó al sector que hoy gobierna en contra de los grandes intereses nacionales y populares. Martín no será candidato, al menos al estado de cosas el día de hoy, pero sí podría serlo su hermano Mario y parece claro que sí le endosará parte de su votación. ¿Le alcanzaría para la segunda vuelta? El programa de Vizcarra o de El Perú primero nunca estuvo muy claro, se sitúa en la centro derecha y su apuesta política siempre fue el populismo, la aplicación de medidas a favor de las mayorías como la obligación a las farmacéuticas a ofrecer medicamentos genéricos y su propio carisma personal.

Seguidamente tenemos a Alfonso López Chau, candidato del novel partido AHORA NACIÓN. Los ahoranacionistas representan lo contrario a los vizcarristas. Son un partido de jóvenes liderados por un hombre mayor, profesional y académico, son un partido claramente definido como de centro izquierda democrática y que viene desarrollando un programa entorno a la idea original de la socialdemocracia popular. La apuesta parece pertinente pues vivimos tiempos globales de cambios ideológicos en los que se busca alternativas más sociales, tanto a los excesos del neoliberalismo como a la polarización protagonizada por conservadores y progresistas enconados en la batalla cultural. La propuesta de AHORA NACIÓN no descarta la posibilidad de una Nueva Constitución pero se inclina más por una opción gradualista.

AHORA NACIÓN apuesta por la recuperación del Estado para ponerlo al servicio de las grandes mayorías a través de su modernización y ofrece empoderar a las regiones vinculándolas con los mercados mundiales. El partido cuenta con cuadros técnicos importantes y podría constituirse en la opción seria en medio de tanta improvisación. Distinto es que un electorado acostumbrado al populismo y el clientelismo sepa identificar una opción con estas características. Ahí radica el gran desafío.

Al extremo de la izquierda, Guillermo Bermejo se perfila como candidato de Nuevo Perú, el partido de Verónica Mendoza, al que se  suma el suyo propio: Voces del Pueblo. Bermejo tiene carisma y ductilidad ante cámaras. Es ameno y podría  revertir la imagen de izquierdista radical de la que viene precedido así como de algunas acusaciones que lo vinculan con sectores de MOVADEF. El programa de NP propone una nueva Constitución, la modificación sustancial del capítulo económico de la actual y la priorización de agendas culturales, la defensa poblaciones vulnerables y pueblos originarios.

Entre el centroizquierdista Alfonso López Chau, el centroderechista Mario Vizcarra y el izquierdista Guillermo Bermejo podría encontrarse el otro candidato que pase a segunda vuelta pero es preciso señalar que es muy distinto representar para los electores la tan anhelada alternativa de cambio y de decencia, que llegar efectivamente a serlo. El maniqueísmo derecha-malo vs izquierda-bueno representa ya muy poco en el imaginario de los peruanos y menos tras la muy cuestionada y desastrosa gestión municipal de Susana Villarán.

¿Quiénes son los indignados? Indignados podríamos ser todos o casi todos. Distinto es establecer qué bolsones electorales estarían dispuestos a votar por una opción de cambio real. En primer lugar tenemos al siempre rebelde sur peruano que sin duda abrazará una de las tres opciones antes mencionada o repartirá sus preferencias entre ellas. Luego tenemos el nada despreciable electorado del expresidente Pedro Castillo cuyo gobierno, casi patético y con visibles indicios de corrupción, no justifica una carcelería con evidentes matices políticos. Los jóvenes, sin duda alguna, serán una fuerza en sí misma, probablemente la más consciente y la del voto más reflexivo y, por último, las clases medias intelectuales -caviares que les llaman algunos- que apostarán también por una de las opciones que apunten a salir de la peripatética situación en la que nos encontramos.

Ante nosotros una carrera de obstáculos. El primero colocar en segunda vuelta a uno de los candidatos que podría representar un cambio real en la conducción del país. El segundo: que efectivamente gane la segunda vuelta.  Y el tercero: que realmente encarne un gobierno de decencia, de recuperación de las instituciones del Estado para ponerlas al servicio del país y del bienestar y desarrollo de todos los peruanos.

[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] Tuve la suerte de llevar clases con Franklin Pease en la facultad de Historia de la PUCP. Comprendo que fue una suerte y un honor ahora que han pasado 30 años y que puedo entender muchas cosas que antes no. Franklin no era fácil, podía molestarse con facilidad. Si te acercabas a pregúntale o solicitarle algo te arriesgabas a una respuesta a voz en cuello, intimidaba.

Pero era Franklin, era maestro, y del maestro debes recoger su fruto, cada maestro tiene uno en particular y él lo tenía, y no era en absoluto baladí: con Franklin constatabas que te estabas haciendo historiador. Lo tuve en primer ciclo de facultad y apenas le entendía. Eso me desmoralizó, citaba autores como quien menciona ciudades en un juego de charadas, y yo pensaba que nunca iba a alcanzar un nivel igual o parecido. Luego me matriculé a otro curso con él, ya al final de mi carrera, y entonces sí le entendía todo, me sentí muy cómodo, me di cuenta de que ese historiador talentoso y consagrado tenía sentado en un pupitre de su aula a otro historiador, uno muy joven y por graduarse, lleno de ganas de seguir su camino, o, más aún, el suyo propio.

Franklin era conservador, era conservador con la historia, con la disciplina histórica y creo que eso estaba bien. La cuidaba, defendía sus fueros como un castillo medieval asediado. No gustaba mucho de la transdisciplinariedad, es verdad, consideraba que nuestra disciplina tenía métodos y teoría propios, los que eran suficientes para volcarnos a la aventura de traer el pasado al presente, a través de la intervención del historiador.

Esta nota no persigue la intención de discutir las posturas del maestro Franklin que nos dejó temprano, en 1999, cuando tenía todavía mucho por ofrecernos. Dejó sin embargo, como legado, decenas de obras escritas y miles de historiadores formados.

Pero junto al merecido homenaje al Maestro, esta nota trae consigo una inquietud y que atañe una cuestión que siempre ha ocupado y preocupado a los historiadores: la invasión del pasado por el presente. Ahora estamos en la ola MAGA “Has Estados Unidos Grande Otra Vez”, slogan que se remonta a los tiempos de Ronald Reagan pero que ha cobrado inusitada actualidad en la primera y, aún más, en la segunda administración de Donald Trump.

De hecho, bajo una mirada de rescate de los valores tradicionales americanos, el inefable mandatario ha sometido a revisión los contenidos de 8 salas del Instituto Smithsonian de Washington por considerar que difunde una historia de los Estados Unidos demasiado crítica con la institución de la esclavitud, con la suerte de los sectores menos favorecidos y que niega los logros y la excepcionalidad del país. Independientemente de la postura de Trump, atendible como todas, queda claro la intrusión de la política en asuntos que atañen la historia y la cultura.

En realidad, está cuestión es tan antigua como la civilización misma. Los jeroglifos egipcios narran una historia oficial de la gestión de los faraones desde la perspectiva del poder, pero también debería estar claro que corren tiempos en los que la historia y la cultura constituyen áreas del conocimiento que responden a desarrollos científicos que deberían ofrecer alguna autonomía frente a gobiernos y políticos que buscan trasladar al pasado batallas ideológicas que bajo ningún concepto deberían abandonar el tiempo presente y la proyección hacia el futuro.

En todo caso, otro tiempo los políticos acudían al pasado bajo la fórmula historia magistra vitae -maestra de vida- es decir, para extraer ejemplos de lo que debe y no debe hacerle. A un historiador la fórmula no le sonará muy científica pero a nadie le molestó ni le molesta mucho ese conocimiento de sentido común que no es solo de los políticos, es cotidiano.

Lo de hoy es diferente y MAGA tiene un precedente. En una publicación que hice en mis redes sobre el tema encontré comentarios inspiradores: woke del presente vs woke del pasado; presentismo woke vs pasadismo maga. Las cosas van por ahí.

En octubre de 2021 una estatua del libertador de Estados Unidos Thomas Jefferson fue retirada del ayuntamiento de New York por haber sido propietario de esclavos. Definitivamente, el desarrollo del movimiento Black Lives Matter, tras el infausto asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd en Minneapolis, a manos de un agente policial blanco radicalizó la lucha por los derechos de los afrodescendientes. De esta manera,  fueron señalados personajes históricos -otrora prohombres de la patria- por haber poseído esclavos en tiempos en que dicha práctica se encontraba plenamente vigente y normalizada -no por ello era justa ni buena- al punto que solo se abolió tras la Guerra de Secesión en 1865, casi un siglo después de obtenida la independencia de las Trece Colonias de la Corona Británica del Rey Jorge III.

Según CNN, a noviembre de 2022, al menos 60 estatuas de Cristóbal Colón habían sido vandalizadas por quienes, siguiendo la teoría decolonial y otros desarrollos teóricos provenientes del progresismo radical, convirtieron al descubridor de América en símbolo de la expoliación, explotación y despojo de los pueblos originarios. La política fue más allá y llegó al nivel de los gobiernos. Hace poco tiempo AMLO y después Claudia Sheinbaum exigían y no con las mejores formas a la Corona Española disculparse con los pueblos originarios de México por el daño que les fue infligido en tiempos de la colonización. La Corona respondió con arrogancia colonialista: habría que estar agradecido con la civilización legada, ¡Vive Dios!, fin de la discusión.

Y bueno, me queda el debate latinoamericano: los conservas al ataque. Y no me refiero a los que quieren conservar la historia como un preciado bien, tal y como lo hacia el maestro Pease, sino a los conservadores de ahora, a los “MAGA” latinoamericanos alineados con Trump, con Milei y que han decidido iniciar la disputa del pasado en este hemisferio.

En México se han ido por el argumento, bastante básico, de que no hay que quejarse de la conquista española, porque los grupos étnicos precolombinos también se conquistaban entre sí, tan básica es la cosa que no me molestaré en responderla. En el Perú, un joven ingeniero remonta la peruanidad hasta antes de sus orígenes. Sustentándose en curiosas genealogías, sostiene que Río de la Plata y la Nueva Granada no se independizaron de España sino del Perú y de los peruanos, como si el virreinato peruano no le perteneciese entonces a España, como si dicho virreinato no hubiese estado liderado por el españolísimo y absolutamente eficaz virrey Don Fernando de Abascal. Entiende, dicho ingeniero, que los peruanos de entonces eran como los de ahora y que nos la pasábamos igual de entretenidos con el campeonato mundial del pan con Chicharrón toda vez que no iremos a la Copa del Mundo de Estados Unidos 2026.

Pero qué largo preámbulo. ¿Qué podemos sacar en concreto de todo esto? Lo primero: la batalla cultura es una pésima gestora del pasado y de la historia, y es una peor gestora de los bienes cultural y de su proyección hacia la sociedad.

Lo segundo, tenemos que recuperar el conservadurismo bien entendido del maestro Franklin Pease, que alguna vez, en una de sus brillantes sesiones, retrató a la historia como una abuelita muy delicada a la que había que tratar con mucho cuidado y no atropellarla con una guerra ideológica, por lo demás burda y obscena, como la que enfrenta a los presentistas wokes con los pasadistas magas.

Algunos sostienen la crisis del wokismo debido a la ola trumpista. La verdad, la premisa no me parece alentadora, como no me lo parece reemplazar un extremo por otro.

La semana pasada hablé de la socialdemocracia popular. Hasta ahora no es más que una idea, un camino de retorno a los valores democráticos del siglo XX pero por la ruta del siglo XXI. Nuestra sociedad amerita apreciar su historia y no sumirla en unos combates que representan la distorsión más abyecta de aquellos que una vez plantease el maestro Lucien Febvre.

Además, nuestra sociedad merece relacionarse con su legado cultural, patrimonial e histórico sin conflictuarse: comprendiendo, analizando y problematizando el daño, el dolor generado por  situaciones del pasado que no deben regresar, pero sabedora de que han terminado. Por su parte, las autoridades del presente deben preocuparse por que concluyan y terminen de aposentarse en el pretérito, si acaso no lo hubiesen hecho todavía.

Al maestro Franklin Pease García-Yrigoyen

p.d. Imagen: Estatua a Thomas Jefferson retirada del consistorio de New York por su pasado esclavista

[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] Recién Santiago Abascal, líder de VOX, movimiento político español ultraconservador, ha señalado que habría que confiscar y hundir ese barco de negreros. Se refería al OPEN ARMS, embarcación perteneciente a la organización del mismo nombre que se dedica a rescatar de las aguas del Mar Mediterráneo a miles de inmigrantes africanos que arriesgan sus vidas para llegar a Europa persiguiendo el sueño de un mejor futuro.

Las maneras de Abascal son brutales, como las de Donald Trump o Javier Milei. Desde la mirada de un historiador, las palabras del líder de VOX conectan directamente con los barcos negreros del periodo colonial que era como se denominaba a las embarcaciones que traían esclavos desde el África a América en las condiciones más inhumanas imaginables. Para los empresarios dedicados a tan cruel emprendimiento era un riesgo calculado perder alrededor del 20% de estos seres humanos reducidos a la condición de mercancías, debido al hacinamiento y las degradantes condiciones de salubridad con los que se realizaba la larga y penosa travesía transcontinental.

Pero Abascal, Trump y Milei no están solos. La moneda tiene su reverso. Agustín Muñoz, fue un adolescente argentino que debería seguir entre nosotros. Ya no lo hace porque, en 2018, su amiga Angie lo denunció en sus redes sociales por acoso sexual. Después vino el escrache, el ciberbulling, la cancelación absoluta del joven, la destrucción de su reputación, de su imagen, de su vida y, finalmente, su trágico suicidio. Angie se disculpó en las mismas redes antes de que Agustín tomase tan dramática decisión, pero la rectificación no tuvo mayor efecto: él ya estaba marcado por las redes sociales, la sentencia social ya había sido pronunciada. Poco antes de dejarnos, Agustín le confesó a su madre: me han arruinado la vida.  

¿Qué tienen que ver dos temas aparentemente ajenos y distantes? Tienen todo que ver. Expresan como nos han polarizado el mundo. Aunque los escraches, las cancelaciones y las acusaciones falsas continúan hasta el día de hoy, no es casualidad que la desgracia que refiero se haya producido en 2018 y que las declaraciones de Abascal recién hace uno o dos días. Ese es el orden de los factores.

Tras la caída del socialismo real soviético, muro de Berlín incluido en 1989, la democracia, sin oponentes a la vista, les supo a poco a diversas colectividades identitarias, universitarias, culturales y políticas, y así, sin reparar en daños, se pasaron la línea de los derechos fundamentales. Al honor, a la presunción de inocencia, a la legítima defensa.

Y luego quisieron reinventar la teoría de los derechos, toda la teoría de los derechos. Y quisieron reinventar el mundo, ya no desde la aspiración a la igualdad y a la felicidad, como en la lucha de Martin Luther King por los derechos civiles en los Estados Unidos en la década de 1960, ni tampoco desde el derecho al trabajo igualitario y la revolución sexual  de las feministas de la década siguiente. En el siglo XXI se trataba de ajustar cuentas con la historia y de encontrar a quien endilgarle la responsabilidad, en suma: hegemonismo y supremacía.

Si buscas hegemonismo y la supremacía no dialogas. Estos se imponen por la fuerza. Y entonces se advinieron los aciagos tiempos de la batalla cultural y a estas alturas, la verdad, me importa muy poco cual de los dos extremos en conflicto haya acuñado el concepto. Quien lo hizo acertó, en todo caso.

Mientras a gritos, escraches y derribo de esculturas se le impuso al mundo el nuevo orden progresista, la derecha no terminaba de reaccionar hasta que comprendió que debía reagruparse y contraatacar. Más fácil: a la guerra solo le combate con la guerra, y entonces recién Santiago Abascal ha llamado a hundir el barco negrero y solo le ha faltado decir que si está cargado de pobladores africanos que buscan una mejor vida, tanto mejor. De eso va la reacción en estos tiempos.

Voy a lo semiótico, a lo narrativo, a los términos, absolutamente extremistas en los que se presenta el debate. “Somos malas, podemos ser peores” reza una popular diatriba feminista. Y en las actuales circunstancias, la batalla se decanta por el bando conservador. Donald Trump ha barrido el año pasado a Kamala Harris en las presidenciales norteamericanas.

Quién lo diría, un hombre antipático, agresivo y arrogante, que en circunstancias normales produciría un natural rechazo resulta adorado por los sectores populares y trabajadores del hegemón del norte. Estos consideran que el inefable multimillonario cautela mejor sus intereses que la amable y progresista candidata demócrata.

¿El mundo al revés? No, lo que pasa es que las mayorías trabajadoras que realmente sufren el embate de las políticas económicas neoliberales les importa menos que dos cominos las agendas culturales de los progresismos. Por cierto, el alegato de la interseccionalidad resulta absolutamente insuficiente pues lo que buscan los sectores populares es que las agendas sociales, que suponen la elevación de la calidad de vida, se coloquen a la vanguardia de la plataforma política de la izquierda o de quien fuere, hasta el mismísimo Trump, como se ha visto.

Pero ya hay reacción. Chile siempre da la hora. Primero Gabriel Boric con su autocrítica tras la categórica derrota de la constitución de género de 2022, ahora Jeannette Jara, del Partido Comunista, nada menos, volcada a una agenda social, popular, de los pobres del país, pero en democracia. La dictadura del proletariado es historia. Hoy el debate demócrata en USA es análogo y las posturas socialdemócratas populares avanzan en diversos países de Europa, entre ellos Alemania. La ola ultraconservadora no ha concluido aún su radio de expansión pero la siguiente, la de las reformas sociales en democracia, ya comienza a elevarse.

En el Perú parece el único camino. Somos un país conservador que no elegirá ni a palos una propuesta proaborto o promatrimonio LGBTI+ y hay que decirlo: si quieres perder las elecciones de 2026 entonces flamea esas banderas durante tu campaña política.

Luego el Estado está todo corrompido y además se cae a pedazos. Hay que arrebatárselo a las mafias y ponerlo al servicio de las grandes mayorías. Nuestro Estado tiene con qué ofrecerles, a todos los peruanos, aceptables servicios de educación y de salud. Además, estos resultan imprescindibles si pretendemos el desarrollo económico en el mediano plazo. Les sigue la infraestructura, unir al país más rápido y mejor, desarrollar la capacidad de producir lo que ahora no producimos porque no tenemos ni la ciencia, ni la tecnología.

Uno de cada tres peruanos es pobre y la cifra podría resultar engañosa, algunos se esfuerzan día a día para no caer en la pobreza sin reconocer que hace tiempo se han sumergido en ella. Y tenemos la mejor macroeconomía de América Latina. No parece justo pues que cuatro piratas saqueen el erario público, ni que quienes deberían prodigar el bien común divaguen abstraídos, inmersos en agendas ultimadamente elitistas, que le hacen el juego al status quo y le ofrecen la ocasión de crecer y multiplicarse.

Socialdemocracia popular está bien. Está bien como punto de partida, como concepto por desarrollar y como lumbre.  Implicará recuperar derechos fundamentales y reivindicaciones sociales olvidadas y sumarlas a otras nuevas, tan nuevas como estos tiempos de guerra cultural, oscuridad e incertidumbre.

[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] Recién participé con una conferencia en la IV Jornadas Históricas: Tacna y Arica después de la Guerra del Pacífico, proyecto que encabeza la destacada narradora peruana Giovanna Pollaloro y que auspician el Instituto Riva Agüero de la PUCP, el Departamento Académico de Humanidades de la misma cada de estudios y la Universidad de Tarapacá. El evento abordó diferentes aspectos de la relación binacional con énfasis en la cuestión fronteriza, su historia, los periodos difíciles de asimilar en la memoria histórica, como el de la ocupación chilena, y con la perspectiva de forjar un futuro mejor y compartido. De esta manera, lo que se busca es la integración entre los pobladores de dos ciudades que son hermanas desde tiempos inmemoriales y cuya interdependencia constituye el principal motor de su desarrollo sin por ello renunciar, ni pasar por alto, el pasado doloroso. Se trata de trabajarlo juntos, resignificarlo juntos.

Como ya es habitual, me tocó reflexionar acerca de la posibilidad de llevar a cabo un proceso de reconciliación peruano-chilena, tema al que he dedicado buena parte de mi trayectoria académica y de mi producción intelectual. Al respecto, y tras el tiempo transcurrido, debo partir del escepticismo: el Estado chileno, su clase política, responde a una narrativa oficial muy bien estructurada, nacionalista sin duda, y que no está dispuesta a dar mayores pasos en lo que entiende podría significar un revisionismo histórico y, luego, alguna reivindicación de la contraparte.

Del lado peruano las cosas no pintan mejor. Nosotros no poseemos una narrativa tan estructurada como la chilena, pero sí participamos de un nacionalismo muy primario que, o considera casi una afrenta patriótica cualquier atisbo de reconciliación, o, aún con más énfasis, no tiene ni idea de lo que trata un proceso de este tipo. Es el Estado empírico del que hablaba Jorge Basadre, tan simple como eso.

Aterrizando a la cuestión de la escuela y de la enseñanza de la historia, mi diagnóstico es parecido aunque no igual al que presenté en mis libros Lo que dicen de nosotros (2010) y Lo que decimos de ellos (2019). Para el caso peruano, el otro, es decir Chile, es representado como un enemigo, y lo es más porque la historia escolar no narra otro evento entre nuestros dos países sino la Guerra del Pacífico. En tal sentido, las alusiones a la participación chilena en el proceso de la Independencia del Perú o en la guerra de la cuádruple alianza contra España, 1864-1866, son tan periféricas en la narrativa que no desplazan de su posición central a la gran conflagración que nos desangró entre 1879-1883. Y si de allí indagamos la narrativa del maestro en el aula, solo podremos colegir que seguimos formando generaciones en una rivalidad secular, debido al abandono y a la poca importancia asignada a una historia que pide a gritos ser resignificada porque sí cumple una función en el presente, sí forja las conciencias colectiva y nacional.

En Chile es y siempre fue el silencio, no el olvido, el silencio. Y sus manuales escolares más recientes (Santillana 2023) sencillamente omiten a peruanos y bolivianos de la Guerra del Pacífico. Esta es presentada prácticamente como el proceso natural de expansión del Estado que, en el camino, se topó con pueblos originarios aimaras que fueron integrados exitosamente al proyecto nacional chileno: Perú y Bolivia no están, nunca estuvieron.

De suerte que la deriva se mueve entre la enemistad y la invisibilidad, y ninguna de ambas parece ofrecer un camino para que la historia, integrada a nuestra conciencia, no le duela tanto al presente al punto de interferir en el relacionamiento entre peruanos y chilenos, menos aún en la zona de frontera.

Luego vendrán las réplicas modernizantes. ¿De qué habla este historiador? Las relaciones peruano-chilenas están en su mejor momento, sino veamos la balanza comercial, las inversiones bilaterales, el número de visitas de un país al otro, la magnífica posición de la migración peruana en Santiago. Y todo es verdad. Lo que pasa es que tendemos a comprender la realidad dicotómicamente, más aún en tiempos de tanta polarización ideológica.

Yo no, yo veo a la realidad llena de dimensiones: al mismo tiempo peruanos y chilenos somos buenos socios comerciales -¿o en realidad competimos?- y en simultáneo queda ese magma espeso de malos recuerdos de la Guerra del Pacífico que se experimentan como si acabase de suceder -Cornelius Castoriadis dixit- y desde luego que podemos vivir eternamente inmersos en una tóxica bipolaridad. La pregunta es si no sería mejor resignificar el pasado para madurar con él, y, sobre él, construir un mejor presente, más ciudadano, integrador y solidario.

 

 

[OPINIÓN] El mayor yerro de la historiografía que ha estudiado la polémica Haya-Mariátegui es establecer su análisis siguiendo la pauta establecida por el “Amauta” para  romper con Haya de la Torre y con el APRA. Las cuestiones partido-frente, denominar socialista al movimiento, o lo relativo a las simpatías de Haya por el Kuomintang  fueron los tópicos elegidos por el fundador del socialismo peruano para atacar a la novel organización fundada por su contemporáneo trujillano pero no constituyen las cuestiones de fondo que explican el enfrentamiento.

Nosotros planteamos, y lo hemos señalado en nuestro artículo LIMA NO RESPONDÍA (Parodi 2022), así como en una reciente conferencia en la Universidad del Pacífico y otros textos más, que tanto Haya como Mariátegui fueron marxistas, ambos creían en la revolución, la lucha de clases y la instauración del socialismo al final del camino. La cuestión que los separó al punto de la más abrupta colisión fue la hoja de ruta a seguir para llegar hasta él, o, en un primer momento, a la captura del poder para, paso seguido, construir el socialismo.

La formación marxista de Haya de la Torre recibe influencia directa y prioritaria de Vladimir Lenin. El líder de la revolución rusa creó un partido de cuadros y de células perfectamente coordinadas y conformadas por militantes de la más alta formación y preparación para, al presentarse el momento crítico, asaltar el poder e iniciar la construcción del socialismo. Fue precisamente lo que hizo Ulianov a partir de octubre de 1917 en la tierra de los soviets.

Víctor Raúl adaptó las ideas de Lenin a las realidades peruana y latinoamericana. A través del Esquema del Plan de México, urdió una estrategia para que, en virtud del levantamiento simultáneo de un ejército obrero que debía formarse en la norteña ciudad de Talara y de ocho células apristas desperdigadas por el país que debían insurreccionarse en simultáneo se derrocase al dictador Augusto B. Leguía y se capturase el poder.

El marxismo de Mariátegui se formó en Europa. Es sintomático que, a diferencia de Haya, el “Amauta” no llegase a la URSS. Esa puede ser la explicación de la fuerte influencia que recibió de marxistas revisionistas europeos como Antonio Gramsci, George Sorel, Antonio Labriola, entre otros. A diferencia de posturas como las de Bernstein y Masaryk, que planteaban el socialismo sin marxismo y sin revolución -ideario desde el que se construye por entonces la socialdemocracia europea- Mariátegui, como Labriola antes, sí reivindica la revolución, pero la dota de una espiritualidad que Lenin rechazó rotundamente.

Influenciado también por Gramsci y su concepto de hegemonía cultural, José Carlos llega a la conclusión de que antes de la revolución el proletariado debe elevarse a la conciencia de sí mismo y de su rol en la historia. Solo cumplida esta premisa, y  dotado de una mística cuasi religiosa, a la que aporta Sorel desde sus mitos -más específicamente el mito de la huelga general- podrá el proletariado alzarse en revolución y tomar el poder.

Un elemento adicional, pero fundamental a tomarse en cuenta, es la intervención de la Internacional Comunista en el enfrentamiento entre nuestros dos personajes. Haya había roto con ella en 1927, seguidamente los soviéticos contactaron a Mariátegui quien pasa a integrar su atmósfera al menos dos años antes de que sus postulados colisionasen con los de Victorio Codovilla -Jefe del Secretariado Sudamericano de la IC- en junio de 1929.

El resultado de los caminos y circunstancias aquí descritas fue el rechazo rupturista de Mariátegui al Plan revolucionario de Haya -Esquema del Plan de México- en epístola del primero fechada 16 de abril de 1928, en la que, inclusive, acusa de fascista a Víctor Raúl. Nosotros sostenemos que debido a la concepción marxista original del “Amauta”, este no hubiese aceptado sumarse a la revolución aprista en ciernes en 1928. Sin embargo, su cercanía con la Comintern lo llevó a adoptar posturas que fueron más allá de una polémica, discrepancia o intercambio de ideas. La consigna cominteriana era destruir al APRA y disputarle el espacio en el Perú, Mariátegui actuó en consecuencia y triunfó parcialmente en el empeño: dividió a prácticamente todas las células apristas existentes y bloqueó la insurgencia que Haya planeaba levantar en el Perú.

La <<polémica Haya-Mariátegui>>, en su manifestación historiográfica, presenta dos problemas de fondo: el primero es haberse desarrollado a partir de las acusaciones que Mariátegui levantó en contra de Haya, sin inquirir que estas podrían ubicarse en la superficie de motivaciones mucho mayores. La segunda es caer en el maniqueísmo de destacar el marxismo de uno y vilipendiar el del otro, o, lo que es más grave, romantizar la imagen de uno y, en simultáneo, denostar la del otro. De esta manera, la intencionalidad política suplantó el análisis desde las ciencias humanas y sociales.

Dentro de los límites de este artículo, nosotros proponemos que tanto Víctor Raúl Haya de la Torre -durante la fase internacional del APRA 1924-1930- y José Carlos Mariátegui, hasta su partida el 16 de abril de 1930, fueron dos marxistas brillantes que adaptaron, cada cual a su modo, las tesis marxistas soviéticas y europeas a las realidades peruana y latinoamericana. Colisionaron porque cada uno manejaba un tiempo de la revolución distinto. Pensamos que en tanto que marxistas latinoamericanos deben ser materia de estudio riguroso, así como de enseñanza y  recordación pues constituyen puntales del pensamiento político peruano y continental.

Sobre el mismo tema ver la siguiente conferencia pronunciada en la Universidad del Pacífico para el grupo de diálogo Visionarios.

https://www.youtube.com/watch?v=U4VEpPNJGok&t=79s

[OPINIÓN] Algunos políticos y analistas han señalado bien los últimos meses que las próximas elecciones, más que enfrentar derechas e izquierdas, enfrentarán a buenos contra malos. Planteada así, la proposición parece absolutamente maniquea pero contiene elementos de verdad, al menos para quienes nos encontramos del lado de los que piensan que el Estado peruano está básicamente tomado por la corrupción, o por diferentes redes de corrupción que responden a diversos lobbies como la minería ilegal, el narcotráfico y, sin tener que pasar necesariamente la frontera de la delictividad, por grandes grupos económicos.

Desde esta premisa, lo deseable es arrebatarle el control del ejecutivo y el legislativo a dichos intereses vedados y adversos al bien común. Esto es poblarlos por fuerzas políticas al menos medianamente comprometidas por la ya inaplazable profilaxis institucional que requiere el Estado. Este es el primer paso necesario para cualquier reforma política que pretenda ofrecer ribetes de seriedad y viabilidad.

Digámoslo en sencillo: mientras nuestros gobernantes respondan a lobbies ilegales no será posible poner al Estado al servicio de la población, alcanzar una oferta educativa pública competitiva, ni servicios de salud que se constituyan en la primera forma de igualdad y de justicia social en el país. Menos aún podremos pensar en grandes inversiones en infraestructura para el desarrollo que respondan a un plan nacional, que  conecten a las regiones con el mundo, y que nos haga soñar con exportar algo más que minerales y algunos vegetales procesados como nuestro máximo valor agregado.

Luego, el poder instalado en el Congreso ha hecho bien su trabajo. La idea: mantenerse y mantenerse en el poder hasta terminar de copar todas las instituciones del Estado; vamos, las pocas que aún mantienen cierta independencia. Y las elecciones generales de 2026 constituyen el siguiente paso.

De los 44 partidos inscritos, 11 han decidido aliarse al cierre de la pre-inscripción de alianzas electorales que se produjo ayer. Esto reduce las candidaturas a 39, un récord histórico, sin duda. Luego, de las 39 candidaturas, 34 responden a partidos y 5 a alianzas electorales, las primeras deben pasar una valla de 5% para obtener representación congresal, además, deben colocar 7 diputados (de 130) y 3 senadores (de 60). En el caso de las alianzas la valla a superar es de 6% y el número de parlamentarios exigido como mínimo para ingresar al Congreso es el mismo.

Aquí es donde comienza la purga, por eso Fernando Tuesta ha señalado bien, en entrevista para RPP, que el próximo congreso probablemente no cuente con más de 5 o 6 partidos representados y que muchos de estos resulten de entre los mismos que actualmente tienen bancadas en el hemiciclo. La afirmación podría parecer contradictoria. ¿Por qué una serie de partidos que no goza de la aprobación ciudadana de acuerdo con las encuestas y con la opinión pública podría favorecerse de este modo?

Las respuestas son varias, sus partidos son marcas conocidas, sus parlamentarios también, sus candidatos cuentan con recursos para financiar campañas millonarias. A esto debe sumársele el clientelismo político que los dota de un electorado fiel. Relativo a Fuerza Popular, no olvidemos al denominado “núcleo duro” del fujimorismo albertista. A FP se le hace difícil superar por mucho el 10% de las preferencias en 1era vuelta, pero también se le hace muy difícil obtener menos del 10% de dichas preferencias.

Las Alianzas electorales

Luego están las alianzas que cuentan con el empujón de haber comprendido que había que sumar fuerzas para enfrentar los duros requisitos electorales impuestos por la actual representación parlamentaria. Por el lado de la derecha, el tradicional Partido Popular Cristiano se ha unido con Unidad y Paz del congresista, y ex Comandante General del Ejército Roberto Chiabra, quien encabezará la lista desde una postura radical de derecha nacionalista. Así planteada, nos parece que esta alianza tendrá poco de distinguible con las otras derechas representadas en el Parlamento que también participarán de las justas electorales.

Por el lado de las izquierdas, llama la atención la alianza entre Nuevo Perú por el Buen Vivir, de Verónica Mendoza y Vicente Alanoca, y Voces del Pueblo de Guillermo Bermejo. Parece que la izquierda de agenda más progresista y cultural ha decidido estrechar alianza con una rama de la izquierda marxista radical que optó por no coludirse con la mayoría parlamentaria. Dentro de todo, encontramos cierta coherencia en la decisión y veremos hasta qué punto el electorado puede identificarse con una propuesta de este tipo y con Alanoca quien, aparentemente, encabezará la plancha presidencial.

Finalmente, está el caso de la alianza electoral Ahora Nación, compuesta por Ahora Nación y Salvemos al Perú, aunque recién ha sido impugnada por un sector disidente de Salvemos. Creo que es una verdad de Perogrullo que en esta alianza el socio grande es Ahora Nación, partido de centro izquierda socialdemócrata. Su proceso interno para cerrar esta alianza no fue nada fácil pues participaban de la mesa de la negociación otras agrupaciones políticas que contaban entre sus filas con militantes que cargaban con ciertos pasivos.

Las bases ahoranacionistas se opusieron a estas posibles postulaciones y, en un sano ejercicio de consulta a las bases y de democracia interna, el líder Alfonso López Chau, así como  dirigentes nacionales, provinciales y distritales se reunieron en reiteradas sesiones y acordaron que la alianza se realice solo con Salvemos al Perú. Tal vez un paso hacia atrás pero para dar dos pasos hacia adelante.

De esta manera, la dirigencia se legitima ante la militancia que se siente incluida y respaldada, y el partido se legitima hacia el electorado nacional al optar por mantener la imagen prístina que motivó su fundación en medio de las protestas de 2023. Habrá que ver si Ahora Nación puede crecer lo suficiente no solo para ingresar al Congreso sino para lograr el contrapeso necesario para comenzar la reforma política y del Estado que hemos planteado al iniciar estas líneas.

En fin, el panorama parece sombrío a estas alturas y no podemos negarlo. Sin embargo, las tendencias electorales cambian. Un mayor número de candidaturas no implica necesariamente una mayor dispersión del voto. Talvez la conciencia cívica de que se requiere un cambio logre el milagro, también cívico, de agrupar la mayoría de las preferencias en aquellas fuerzas que aspirar a colocar al Estado al servicio de la ciudadanía y del bien común. Esto es lo que todos esperamos.

Fuente de la imagen: Diario La República, edición del 3/8/2025

 

[OPINIÓN] Detesto la hipocresía, hace no mucho Nadine Heredia fugó a Brasil apañada por Lula da Silva, tras el sacrificio sumiso y voluntario de su esposo Ollanta Humala quien distrajo a la policía entregándose mientras su avispada esposa escapaba y la progresía celebraba. Si el caso hubiese sido al contrario, dicha progresía hubiese pegado el grito al cielo, pero no lo fue. El tema no termina ahí, Nadine es una sentenciada por corrupción, el propio Lula financió ilegalmente la segunda campaña hacia Palacio de Pizarro de la llamada pareja presidencial pero a nadie pareció importarle.

El tema empeora porque cuando Alan García, pesquisado por corrupción, pidió asilo a la embajada de Uruguay, levantaron la voz los indignados: el expresidente aprista no era un perseguido político, era un investigado por delitos comunes, no procedía el asilo. Tabaré Vásquez no lo concedió. Esa vez también celebraron, igual que las damas del edificio donde vivieron y murieron Mariel y el capitán1, los mismos que festejaron la fuga de Nadine Heredia.

Vámonos al año 2004, yo regresaba de hacer mi maestría en Europa y comenzaba a dictar historia del Perú. Cuando hablaba sobre Alberto Fujimori, no dictaba clases, vomitaba bilis. Todo estaba muy fresco, particularmente no me dio el cinismo para tragarme las groseras arbitrariedades que se cometieron desde 1996 en adelante, comenzado por la Ley de Interpretación Auténtica para reelegir como sea a Fujimori por tercera vez. Yo me cansé y mucho de su gobierno, de su cara, de su voz.

Pero paulatinamente comenzaron a hablar mis alumnos, y me di cuenta de que en mis secciones siempre había estudiantes provenientes de la familia militar o policial. Una vez un joven me contó que durante la época del  terrorismo en su casa contaban los días para la vuelta del padre destacado en la zona de emergencia y temían, por supuesto, que cayese en acción. ¿Qué tenía que hacer yo? ¿tenía que decirle que todos o casi todos los militares destacados en Ayacucho eran unos criminales despiadados?

Una vez invité a un colega historiador a hablarles de este tema a mis alumnos. Todo iba muy bien hasta que dijo que, para reconciliar al Perú, los militares que pelearon durante el conflicto armado o época del terrorismo tenían que hablar con los ex senderistas. A mi siempre me pareció que la reconciliación debía darse entre los militares y la sociedad. No soy negacionista, los crímenes cometidos por el Estado en los tiempos del terror desgraciadamente no fueron hechos aislados, hubo sistematismo. Pero esta narrativa debe venir acompañada con la que reconoce que las fuerzas armadas y policiales defendieron al Estado  y la sociedad de los terroristas y los vencieron, esto es, pacificaron al país. Los dos discursos, aunque aparentemente contradictorios, se produjeron en simultáneo y ambos son reales.

Volvamos a Fujimori, yo vomitaba fuego, después separé lo político de lo económico y lo separé bien. No justifico la dictadura por la lucha contra el terrorismo. Si se trata de no falsear la historia entonces no la falseemos. Desde 1989, el gobierno de Alan García, con Agustín Mantilla como ministro del Interior, cosa que es tan real como políticamente incorrecta decirla, se cambió la estrategia antisubversiva. Se creó el GEIN de Benedicto Jiménez que capturó a Abimael y la cúpula de Sendero Luminoso, y se dejó que las rondas campesinas y los comités de autodefensa encabecen la lucha antisubversiva en el campo. Ambas estrategias funcionaron. Cuando Fujimori llegó al poder era cuestión de tiempo desbaratar a Sendero Luminoso, la democracia, buena, mala o regular, no tenía que pagar el precio.

Luego, en democracia, y con Mario Vargas Llosa al frente, se hubiese aplicado, y posiblemente mejor, la exitosa política económica neoliberal de Alberto Fujimori, la única que cabía en esos momentos de quiebra del Estado peruano, incluido acabar con los subsidios y deshacerse de tanta empresa pública inservible. El tema es que Fujimori lo hizo y resultó. Y la base que sembró para el desarrollo del Perú, incluida la intangibilidad de las reservas acumuladas en el BCRP vía Constitución de 1993, hasta el día de hoy nos dotan de una macroeconomía sólida. Otra cosa es que la clase política que le siguió no haya sido capaz de cosechar los frutos y potenciar los servicios y la infraestructura del Estado a nivel nacional para promover el desarrollo y que este alcance a todos los peruanos. Difícil en el reino del latrocinio, la informalidad y la desinstitucionalización.

Bien, lo dejamos aquí de momento. Mucho se ha hablado de la diferencia entre el criterio del historiador frente al del juez, el historiador explica, interpreta; el juez emite sentencias, condena, exculpa. Creo que a esta comparación debemos añadirle la diferencia entre el análisis del historiador y el del político, del primero ya sabemos, el segundo toma partido, defiende una posición. Tan importante es saber que Alberto Fujimori fue un dictador, entre tantos del siglo XX, que impidió la maduración de nuestras instituciones democráticas, como que fue un presidente cuya política económica estabilizó los números del país y nos permitió superar una crisis fiscal de más de dos décadas. Tan importante es reconocer que las fuerzas armadas atentaron contra los derechos humanos en la lucha contra los terroristas como que los derrotaron y nos devolvieron la paz a todos los peruanos.

En tiempos de gran polarización política, resulta que en la historia resaltan los matices y el análisis antes que las posturas hegemonistas.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Tras el “Nuevo Orden Mundial” impuesto por George Bush padre, que se erigió luego de la paradigmática caída del muro de Berlín en 1989, asistimos a una década democrática que hasta Jürgen Habermas celebró en su “Más Allá del Estado Nacional”. Para el filósofo alemán, los tiempos de la nación y del nacionalismo habían pasado y recuperábamos, por fin, los del ciudadano y sus derechos.

Al final, la proyección de Habermas no resultó ser más que una ilusión, el nuevo milenio vino para tirarse abajo lo poco que quedó en pie del viejo mundo de la Guerra Fría. Más sencillo, cuando cayó el muro de Berlín no solo se acabó el socialismo real, también se acabó la democracia.

He disertado más de una vez sobre los excesos del progresismo, que comenzaron en Norte América y del que surgieron las teorías decoloniales o poscoloniales -que básicamente dividen a los seres humanos en tribus y atentan en lo fundamental contra la universalidad de los derechos humanos- así como las posturas radicales feministas, que pasaron de la búsqueda de la igualdad a la del hegemonismo a través de praxis políticas tan punibles como la cancelación y el escrache. Es evidente que existen muchas mujeres víctimas del patriarcado, tanto como es evidente que existen cada vez más varones víctimas de un contraataque irracional que, según algunos, ha iniciado ya un irreversible retroceso, ¿será? Luego está la otra cancelación, la del “pasado vergonzoso” y que felizmente encontró en el disclaimer la racionalidad que había perdido absolutamente. No se trata de vandalizar obras de arte que representan personajes que, a los ojos del presente, pudiesen resultar cuestionables, se trata de resignificar el pasado, de obtener una lección de él.

La derecha, la ultraderecha, también lo he dicho, reaccionó de manera análoga a tanta irracionalidad, al punto que he llegado a escuchar de algunos referentes conservadores retomar la teoría terraplanista que niega la redondez del planeta Tierra. Felizmente, el ridículo montaje solo se mantuvo algunos meses en pie. Pero hay más, Si el progresismo pisoteó derechos, el conservadurismo no quiso ser menos, hay que figurárselo, tras una larga tradición autoritaria. Es la guerra: contra el inmigrante, con muros que atraviesan los Estados Unidos de América, contra cualquiera que se ve diferente o habla diferente, o profesa una fe diferente, o tiene un origen diferente y mucho más si se trata de personas LGTBI+.

Es el nacionalismo europeísta encarnado de manera brillante en la cinta francesa “Je Suis Karl” (2021), que narra el drama de una joven cuya familia perece en un atentado terrorista islámico y que se ve atraída por un contemporáneo que milita en un movimiento nacionalista radical cuyas prácticas violentas son análogas y que finalmente se inmola para obtener adeptos. Mientras tanto, el fantasma de Hitler, dando vueltas por Europa, se instala en el parlamento alemán pero también en el de la Unión Europea.

Puerto a tierra, en el Perú la izquierda no se pone de acuerdo para formar una alianza a pocas semanas del cierre del plazo para hacerlo y a mí me gusta relacionar los procesos peruanos con los procesos mundiales. En realidad, han tenido relación desde que Francisco Pizarro ejecutó a Atahualpa un aciago 26 de julio de 1533 en la plaza de Cajamarca. Las izquierdas y derechas de ayer son los progresistas y conservadores de hoy, los nuevos se parecen un poco a los antiguos pero me da la impresión de que, en ambos casos, son rotundamente distintos.

Pero nuestra izquierda no se pone de acuerdo y me parece normal que no lo haga pues la encuentro dividida en tres sectores que tienen muy poco en común. Al primero le llamo “trasnochado” y admito la carga peyorativa que lleva mi definición: contiene atisbos del marxismo-leninismo clásico, al que se le suma una dosis del conservadurismo peruano y más del andino -y lo señalo con el mayor de los respetos- con lo cual adopta sin mayores problemas posturas ofensivamente misóginas y homófobas. A esto se le suma una visión clientelista tradicional de la política que no le hace ascos a la corrupción y el patrimonialismo sino todo lo contrario.

Luego tenemos a nuestra izquierda progresista, que agrupa a los sectores alineados con las agendas culturales que describimos al comienzo de esta nota. Cuando Verónica Mendoza postuló a la presidencia en 2016 ese pudo ser el discurso más moderno y reivindicador de la izquierda. ¿Pero lo será hoy? El mundo está cambiando muy rápido. Escuché recién a Carlos León Moya dirigirse a esa izquierda, de la que él mismo fue parte, y exclamar: ¡Donald Trump ha sido elegido nuevamente, viene corregido y aumentado, no podemos seguir con los mismos discursos! Yo mismo, en una pasada columna, señalé que Trump era el “engendro del progresismo”, con esto quise decir, que los excesos teóricos y de praxis política de dicho progresismo propiciaron la intensa contraofensiva conservadora a la que hoy estamos sometidos. Total, la democracia se murió. Conservadores y progresistas la asesinaron a golpes.

Recientemente se produjo en redes un contrapunto entre dos importantes representantes de nuestra izquierda. El primero, asociado a Nuevo Perú, intentó responsabilizar a Ahora Nación por la falta de unidad en la izquierda, el segundo, vocero de este novel partido, lo retrucó con una bastante sustentada reflexión sobre el actual proceso de alianzas en la izquierda, en virtud de lo que se requiere en las circunstancias presentes.

En simultáneo, el líder ahoranacionista Alfonso López Chau ha escrito recién sobre el flamante acuerdo China-Brasil para construir un ferrocarril hasta Chancay, denuncia que el Perú no haya sido consultado y reclama pensar nuestra política internacional apuntando hacia un liderazgo regional que nos permita emprender la vía del desarrollo. Me llaman la atención esta y otras declaraciones que le he escuchado a López Chau porque los líderes de la izquierda peruana no suelen hablar en estos términos. Los unos se pierden en sus devaneos congresales con sectores de la derecha y los otros siguen viendo al Perú como bandos en disputa y se manifiestan adversos a apuntar en dirección a un tema no menor en las actuales circunstancias: el electorado peruano.

No se trata de imperativos, pero sí de prioridades, y hoy la agenda del desarrollo es prioritaria porque traerá consigo la justicia social y la igualdad de oportunidades, promovidas desde el Estado, a través de sus servicios y políticas, o al menos esa es la lectura de la gran mayoría de los peruanos. Quienes hoy entienden a la izquierda así han logrado comprender lo que pide a gritos la tercera década del siglo XXI.

Cierro. Siempre pensé que la alianza Ahora Nación – Nuevo Perú era “un puente demasiado lejos”, como en la célebre película épica de Richard Attenborough estrenada en 1977 y que contó con un reparto excepcional, desde Laurence Olivier hasta un juvenil Robert Redford. En el Perú de hoy hay tres izquierdas, una trasnochada, una decantada por la agenda progresista que no alcanza a articular un discurso más contemporáneo, y una más alineada con la opción socialdemócrata, con la izquierda democrática que busca el desarrollo y la justicia social, lo que implica también progresismo, pero no a la inversa.

No es un drama que la izquierda no se una, las tres que he reseñado tienen, entre ellas, más diferencias que temas en común. No es un drama limitar tus alianzas a quienes realmente entienden el proyecto de país en el que estas pensando. Y es una absoluta falacia creer que por aliarte con voces que, como diría Phillipe Juttard, “nos vienen del pasado”, y que el país identifica perfectamente bien, se incrementan tus posibilidades de llegar a Palacio de Gobierno.

 

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