[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] No solo la derecha terruquea, y el tema no es exclusivamente peruano. El terruqueo deviene del escrache, de la cancelación, de silenciar a alguien en tiempos de redes sociales, atacándolo brutalmente y negándole la posibilidad de defenderse. Estas prácticas, que son políticas, tienen un objetivo claro: condenar moral o socialmente a alguien y, de esta manera, anularlo, aniquilarlo.
Se trata, pues, de un tema contemporáneo, global, que atañe la batalla cultural, las derechas conservadoras enfrentando a izquierdas progresistas cuyas agendas se imponen con métodos igual de nefastos. El tema es que ninguno dialoga, y menos en las redes sociales.
El problema con el artículo de Alfonso López Chau acerca de Víctor Polay es que proviene del pasado, de la década de los ochenta, de un tiempo en el cual sí se dialogaba y se debatía ideológicamente. Cuando un artículo escrito desde aquellas coordenadas temporales se filtra al presente la derecha gritará: ¡terruco! pero la propia derecha no lo haría en el tiempo en el que dicho artículo fue escrito, de hecho, no lo hizo.
Por eso surgieron de inmediato las contradicciones que derribaron esta narrativa. Una de ellas resultó demoledora: nada menos que en la foto del artículo que López Chau publicó en 1989 figura Fernando Rospigliosi en una reunión junto a Víctor Polay y entonces la campaña de desprestigio estalló: si el candidato de Ahora Nación fuese terruco por deslindar de Víctor Polay sin señalarlo como terrorista -que es lo que finalmente le reclaman sus detractores- entonces ¿cómo habría que considerar al hoy conservador Fernando Rospigliosi?
En fin, seré breve esta vez. Que este tropiezo de la derecha nos sirva a todos para recuperar la política, la buena política. Hasta los años ochenta en el Congreso Nacional había marxistaleninistas, pues estaba normalizada su participación electoral en el Perú de entonces, situado en el mundo de la Guerra Fría. Y vaya como polemizaban los marxistas, los apristas y la derecha de entonces; era para quedarse escuchándolos.
Algunos dicen que Alfonso López Chau es “aburrido”, a mi me gusta precisamente porque es doctrinario, porque es ideólogo, porque le gusta confrontar planteamientos como los confrontó contra Polay en su articulo de 1989. Ojalá aparezcan en nuestra variopinta escena electoral otros más como él. Así, durante la campaña, podremos discutir proyectos de país, en medio del griterío ensordecedor de un tiempo en el que los argumentos y las ideas han sido desplazados por la descalificación ramplona y el insulto más soez.
Imagen: Alfonso López Chau, recuerda a los políticos doctrinarios de antes.
[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] El 23 de agosto de 1960 al canciller Raúl Porras Barrenechea casi se le acababa la vida pero ello no le impidió hacer uso de la palabra en la VII Reunión de Cancilleres de la OEA que se llevó a cabo en Costa Rica, bajo auspicio de Estados Unidos y con la deliberada intención de expulsar a Cuba de la organización, luego del triunfo de su revolución y su acercamiento al régimen socialista de Moscú.
La presión y hegemonía norteamericanas surtieron efecto en la sesión: todas las delegaciones votaron a favor de la expulsión de Cuba o se abstuvieron con excepción de dos, la peruana y la cubana, directamente perjudicada con la medida. Esta historia trae más que esto, Porras actuó desobedeciendo la orden de su gobierno, el de Manuel Prado. Fue el acto principista de un hombre que se moría y que antepuso su dignidad por sobre cualquiera otra consideración. Y Porras no era socialista, por algo era canciller del conservador Prado, sencillamente creía en el americanismo y en la libre determinación de los pueblos.
Aquél día, en su célebre y recordado discurso señaló que la <<base del sistema democrático debía ser la promoción del desarrollo económico de nuestros pueblos, la elevación del nivel de vida de los trabajadores latinoamericanos continuamente acechada por la agresión económica que significa la política de cuotas y subsidios, y la instauración de un nuevo interamericanismo contrario a todas las formas de explotación, que promueva el mayor adelanto industrial y el amplio disfrute, por parte de nuestros pueblos, de sus riquezas naturales>>.
De esta manera, desde premisas desarrollistas que clamaban por la mejora material de la condición humana en nuestro continente, a través del integracionismo, Porras planteó alcanzar el bienestar compartido, para, al final de su alocución, abogar por una solución pacífica a las divergencias surgidas entre Cuba y Estados Unidos.
He querido rescatar la proactividad de Porras, su capacidad de iniciativa y de enfrentar con propuestas los grandes desafíos regionales porque cobran relevancia en tiempos en los que Donald Trump amenaza abiertamente a la región con repotenciar la vieja doctrina Monroe para defender los intereses de Estados Unidos, aparentemente amenazados por China y eventualmente los BRICS. El viejo y conservador líder tiene motivos por los cuales preocuparse: los chinos son el mayor socio comercial de la mitad de nuestros países y acaban de inaugurar el mega puerto de Chancay con lo cual ya cuentan con una cabecera de puente en la región para sus operaciones comerciales.
Pero también recordaba a Porras debido al tenor quejumbroso de ciertos sectores respecto de las políticas trumpistas que no son novedad, y no lo son, como el mismo señala, desde que en 1823 su lejano antecesor James Monroe plantease la doctrina a la que hoy se recuerda por su nombre. A primera vista, la intención de esa antigua geopolítica era defender el continente de la agresión de potencias europeas pero, a reglón seguido, quedó claro que la idea, más que altruista, buscaba reservar América Latina como zona de influencia de Estados Unidos, allí donde filibusteros como William Walker pudiesen hacer realidad sus sueños imperialistas más excéntricos.
Después vinieron los demás. A inicios del siglo XX, Theodore Rooselvelt comprendió que el imperio americano no podía estar en manos de aventureros e instituyó el Big Stick para intervenir donde quisiese cada vez que fuese necesario solo que con marines y ya no con corsarios desvariados. Ocho décadas después, las cosas habían cambiado poco. En 1989, George H. W. Bush invadió Panamá con 27.000 marines y logró que el dictador Manuel Noriega se entregue a las fuerzas de ocupación americanas luego de buscar asilo en la sede episcopal del istmo.
Ahora es el turno de Donald Trump: entre supuestos narco-botes hundidos con misiles teledirigidos, reiteradas amenazas a la soberanía venezolana, aranceles por las nubes y la evocación a James Monroe para expulsar a los chinos de la región, el inefable líder mundial cavila una nueva y gran aventura imperialista sobre América Latina.
Pero a mí lo que me molestan son las lamentaciones. Los Estados Unidos no son el malo del cuento, mucho menos el bueno: es un hegemón que actúa como tal. A pesar de algunos periodos de acercamiento con la región como la Buena Vecindad de F.D. Roosevelt o la Alianza para el Progreso de J.F.Kennedy, el hegemón seguirá siendo tal -léase un imperio- que velará por sus intereses y por los de nadie más. China hace los mismo, pero es más sutil, la diplomacia de Xi Jinping hacia el Tercer Mundo es la mano extendida, pero es hegemón al fin y al cabo, salvo que los orientales, en virtud de su cosmovisión del mundo, le den una vuelta de tuercas a las teorías sobre el poder y la razón de Estado que manejamos desde los tiempos de Nicolás Maquiavelo y Tomas Hobbes. Pero la historia dice otra cosa.
La verdadera pregunta, en medio de tantas lamentaciones, es qué estamos dispuestos a hacer para cambiar la historia de América Latina y obtener nuestro lugar en el mundo, porque el hegemón no va a cambiar, así como en la naturaleza de un depredador estará siempre serlo
Y no me refiero a revoluciones trasnochadas, ni a bloques regionales endebles y temporales que se sostuvieron en los altos precios del petróleo en los mercados internacionales. Me refiero a cómo integrar mercados, a cómo integrar economías, a cómo integrar tecnologías, con quién hacerlo y hasta qué punto, pensando en la funcionalidad del proyecto. Estoy pensando en llevar la Alianza del Pacífico, tan golpeada recién por los conflictos con México, al plano del desarrollo de la industria y la tecnología, estoy pensando en la propia China y en Corea del Sur hace setenta años, cuando eran países tan tercermundistas cómo nosotros. Algo hicieron al respecto ¿verdad? Y lo hicieron solos, por iniciativa propia, y lograron que el mundo juegue a su favor.
Pero nosotros ni siquiera nos detenemos a pensar en ello, ¿es que no hay en América Latina cuatro o cinco líderes capaces de idear un camino desarrollista de mediano plazo? El triunfo de la patria chica tiene el rostro del fracaso colectivo mientras que el hegemón lo seguirá siendo, y no hace falta llorarlo ante nadie.
Imagen: Recordado diplomático Raúl Porras Barrenechea, defendió el interamericanismo, como camino hacia el desarrollo y bienestar compartidos
[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Acabo de ver la película Megalópolis, última entrega del reconocido director Francis Ford Coppola estrenada en 2024. El estreno resultó en un rotundo fracaso, la cinta vino acompañada de innumerables críticas y la asistencia a las salas de cine fue exigua. Luego, siempre han existido libros, obras de arte, autores, pintores que no fueron comprendidos en su tiempo pero sí después como es el caso de Vincent Van Gogh y como creo que lo será esta obra de Coppola. Lo digo porque me ha dado la impresión de asistir a la presentación de una utopía en tiempo distópicos, en tiempos en donde el gran público y la gran producción se han volcado hacia la distopía.
La actual predilección por la distopía puede deberse a los tiempos de incertidumbre que vivimos. Por una parte, con las redes sociales hemos transgredido todos los límites y parámetros morales que antes limitaban nuestras acciones y orientaban nuestra convivencia. Solían existir ciertas líneas que jamás se cruzaban y que hoy se cruzan con absoluta normalidad. Hemos caído en una decadencia cultural en la que se han normalizado las peores bajezas y las descalificaciones más innombrables. Antes se decía que la guerra era la continuación de la política por otros medios hoy podría decirse que las redes sociales constituyen la continuación de la política por otros medios y que estos pueden ser tan o más obscenos que los de la guerra. En pocas palabras, nos hemos quedado sin paradigmas, acertaron los posmodernos en 1989.
Vivimos entonces en una sociedad sin referentes morales. De una parte, un líder como Donald Trump puede abiertamente humillar a cualquiera otro, ya sea que hablemos de un individuo o de un colectivo, y admitir abiertamente que lo hace porque tiene el poder para hacerlo pero, del otro lado, el wokismo no ha querido quedarse atrás y las cancelaciones y cacería de brujas sobre seres humanos, muchas veces inocentes, escrachados por la turba cibernética a base de acusaciones falsas, han transgredido flagrantemente una serie de derechos que antes se consideraban inalienables. Lo más paradójico es que quienes así proceden dicen obrar en defensa de dichos derechos.
Podría continuar largo con esta reflexión que abarca muchos otros temas globales y sociales. Recién hemos asistido, y probablemente sigamos asistiendo, a una redición del holocausto nazi paradójicamente protagonizada por Israel en Gaza. Por otro lado, vivimos en un mundo obsesionado por reducir a la especie humana a la simple condición de consumidor en el mercado. La distopía ya está aquí y lo que nos ofrecen las grandes productoras hollywoodenses son proyecciones perversas y retorcidas de una realidad que ya vivimos, lo cual ha convertido a la utopía en la última y más incierta víctima de la cultura de la cancelación.
Hoy el hombre debe dejar de serlo para transformarse en mero consumidor, debe convertirse en masa, debe ser pobre, apretujarse en barrios marginales y enfrentarse a otros hombres para subsistir sin plantearse ninguna cuestión existencial. Pensemos en las sagas sobre zombis, ¿no son los zombis la proyección de nosotros mismos? ¿qué son los zombis al fin y al cabo sino una apretujada y acrítica masa de consumidores de carne humana?
De tal modo que la película de Coppola sorprende porque trae un mensaje concreto, un mensaje claro, casi una moraleja, y desde esa premisa, que parece obsoleta, se plantea cuestiones fundamentales. La cinta presenta dos características contradictorias pero sinérgicas: la complejidad y la simpleza. La puesta en escena es básicamente enrevesada, se fusionan en el escenario la New York contemporánea y la antigua Roma, tanto en la arquitectura como en los diálogos y las filosofías políticas. El resultado no siempre es armónico, la idea central es evidente.
No voy a comentar el desarrollo de la trama pero sí voy a decir algo, y lo advierto, acerca del final de la cinta. Entre la Antigua Roma y el Mundo Contemporáneo, en el desenlace de Megalópolis resplandece El Renacimiento. Coppola coloca de nuevo al hombre en el centro del universo, al ser humano en el centro de la gravedad newtoniana. Y le dice a la sociedad presente que cuenta con suficientes recursos como para hacernos felices a todos, como para construir un mundo rememorando la Utopía de Tomás Moro. En Utopía, o en Megalópolis, el ser humano será valorado por lo que es, por esa materia y espíritu capaces de soñar y de crear lo que nadie más ha creado. Finalmente no utilizar la genialidad y el talento para vivir mejor, para vivir más armónicamente, para procurar la felicidad, no es más que una mala decisión política.
[OPINION] “De lo que hablamos aquí es de la responsabilidad del país asilante, de adecuarse a las disposiciones de la Convención de Caracas, en lugar de violarlas y contravenirlas para favorecer a sus aliados político o ideológicos”
Todos recordamos las desgarradoras escenas de Quasimodo, el jorobado de Notredame, cargando en sus brazos a la bella gitana Esmeralda, luego de salvarla de su ejecución para introducirla a la celebérrima catedral gótica parisina, clamando porque el archidiácono le otorgue asilo. Esmeralda le había dado agua de beber al desafortunado jorobado cuando fue expuesto encadenado en la plaza pública. Ese solo hecho, despertó en él un amor devoto hacia la gitana en un universo urbano marginal, recreado magistralmente por Víctor Hugo, que jamás le había mostrado piedad.
La institución del asilo es muy antigua. Otrora, los perseguidos por diversas causas podían refugiarse en cualquier Iglesia y solicitarlo. Entonces el Estado no podía intervenir en lo que se consideraba una sede pontificia y era el Vaticano el responsable de decidir la suerte del desdichado que solicitaba protección.
En 1949, de manera azarosa y casi espectacular, Víctor Raúl Haya de la Torre logró ingresar a la sede diplomática de Colombia, burlando la vigilancia de la policía secreta de la dictadura de Manuel A. Odría. Colombia concedió el asilo pero el Perú no otorgó el salvoconducto. Esta situación de punto muerto motivó el confinamiento del fundador del APRA durante 5 años en la referida embajada. En octubre de 1954, la presión internacional y el deterioro de la situación interna del Perú, así como la notable merma en la popularidad de su represivo Presidente obligaron a la dictadura a otorgarle el salvoconducto a Haya de la Torre para que pudiese finalmente abandonar el país.
En 1950, Perú y Colombia decidieron llevar este caso a la CIJ de la Haya, sin embargo esta falló ambiguamente: de una parte señaló que el asilo no había sido concedido en forma, pero de la otra indicó que Bogotá no tenía la obligación de entregarle a su protegido a las autoridades de Lima. Por aquellos tiempos, a Haya de la Torre se le conoció bajo el pseudónimo de Señor Asilo.
En virtud de esta situación, en marzo de 1954 se reunió en Caracas la Convención Sobre Asilo Diplomático, la que en su artículo I le otorgó al estado asilante la potestad de decidir la procedencia o no del asilo al sujeto que lo demanda. En tal sentido, el otro Estado, el que persigue al asilado o demandante del asilo, tiene la obligación de acatar dicha decisión.
El referido artículo de la Convención de Caracas ha salvado muchas vidas. En las décadas de 1970 y 1980, decenas sino cientos de perseguidos políticos por implacables dictaduras de izquierda y derecha pudieron salvar sus vidas en virtud de esta salvaguarda. Sin embargo, la Convención de Caracas no es, como se está señalado, un cheque en blanco para el país asilante, o una potestad que pueda ser utilizada indiscriminadamente.
La misma Convención sostiene en su artículo III que los procesados o los sentenciados por delitos comunes que no hubiesen cumplido con sus sentencias no pueden beneficiarse con el asilo político. En otras palabras, esta institución jurídica fue instituida con la finalidad de preservar la seguridad de personas perseguidas en virtud de su actividad o ideas políticas y no con la intención de que puedan acogerse aquellos cuyos casos no revisten dichas características.
Por ello, llamó mucho la atención el asilo diplomático concedido por Brasil a la expareja presidencial Nadine Heredia, sobre quien no existe ninguna persecución política y fue condenada a 15 años de prisión por lavado de activos. Algunos cuestionan la sentencia en su contra, pero si eso bastase para solicitar asilos habríamos pervertido en absoluto el sentido de la institución.
Recién la periodista Rosa María Palacios se pronunció sobre el tema, refiriendo para ello el artículo 36 de la Constitución Política del Perú que señala que “el Estado reconoce el asilo político. Acepta la calificación de asilado que otorga el gobierno asilante”. Y es verdad, y es positivamente cierto que el Perú debía otorgar el salvoconducto a Nadine Heredia y también debe otorgárselo a Betssy Chávez.
Pero de lo que hablamos aquí es de la responsabilidad del país asilante de adecuarse a las disposiciones de la Convención de Caracas, en lugar de violarlas y contravenirlas para favorecer a sus aliados políticos o ideológicos. Este ha sido el caso del indebido asilo otorgado por el presidente de Brasil Ignacio Lula da Silva a Nadie Heredia.
Luego está el caso del ex presidente Alan García Pérez y hay que señalarlo. Su caso guarda similitud con el de Heredia. La diferencia es que García no había sido sentenciado, la expareja presidencial sí. En todo caso, el motivo de Uruguay para no conceder el asilo se sostuvo precisamente en virtud del artículo III de la Convención de Caracas y los seguidores de García tienen derecho a preguntarse ¿por qué no ha sucedido lo mismo con Nadine Heredia?
Si se tratase solamente de los principios y contenidos de la Convención de Caracas, solo podemos colegir que el asilo político otorgado a la expareja presidencial lastima la esencia de la institución del asilo, la desvirtúa y pervierte. Luego, es mejor que el Perú no actúe como Brasil y que conceda los salvoconductos; que manifieste respeto al derecho internacional, que no deje la mala imagen que dejó hace 75 años al confinar a Haya de la Torre en la embajada de Colombia en tiempos de la dictadura de Manuel Odría.
Sobre Betssy Chávez el caso es fronterizo. No existe en sentido estricto una dictadura persiguiéndola pero sí un gobierno que se devanea entre el autoritarismo y un orden constitucional languideciente. En tal sentido, parecen escasas las garantías de obtener un proceso judicial sin injerencias políticas.
Sobre México, mi preocupación es otra, su respaldo a Pedro Castillo, desde que este intentase perpetrar un golpe de Estado en contra del ordenamiento constitucional en el Perú, más parece responder a la teoría progresista de la colonialidad del poder y a posturas ideológicas identitarias que a los motivos que, según la Convención de Caracas, justifican otorgar un asilo político. Y por esta razón me parece que estamos sometiendo la institución del Asilo Político al gusto de quien quiera utilizarlo por cualquier motivación particular, menos por los principios que la Convención defiende.
Si algo extraño del periodo de la Guerra Fría, es que, con todo y todo, había ciertas reglas, ciertos consensos, ciertas columnas a las cuales aferrarse, aunque no siempre se mantuviesen en pie. Desde la brutalidad de Donald Trump, los excesos del wokismo y la libre interpretación del derecho internacional estamos manifestando la abierta intención de hacer tabla rasa con l´Ancien régime de la Guerra Fría. Me pregunto cómo será el nuevo.
[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Hace unos días, el destacado internacionalista Francisco Tudela van Breugel-Douglas señaló que el Perú debía otorgar el salvoconducto a la Sra. Betssy Chávez para que pudiese acogerse al asilo diplomático que le ha otorgado México y desplazarse a dicho país. Está bien claro que Tudela no es, ni de lejos, simpatizante de las causas políticas e ideológicas que Chávez defiende. Sin embargo, recordó que, debido al confinamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia (1949-1954) en virtud a la negativa del gobierno dictatorial de Manuel Odría a otorgarle el salvoconducto, la Convención Sobre Asilo Diplomático de Caracas de 1954 estableció en su artículo I que: el asilo otorgado en legaciones, navíos de guerra y campamentos o aeronaves militares, a personas perseguidas por motivos o delitos políticos, será respetado por el Estado territorial de acuerdo con las disposiciones de la presente Convención.
Este fue el caso del líder indígena Alberto Pizango quien ingresó a la embajada de Nicaragua en 2009 y pidió asilo diplomático a este gobierno luego de la que justicia peruana dictase una orden de detención contra él por su participación en los luctuosos sucesos de Bagua. En aquella oportunidad, alrededor de 20 policías y 10 pobladores indígenas amazónicos murieron en un enfrentamiento que tuvo como colofón la posible privatización de las tierras de las comunidades locales.
El entonces presidente del Perú, Alan García Pérez, no dudó en otorgar el salvoconducto a Pizango tan pronto Nicaragua le concedió el asilo y, de este modo, el líder indígena partió hacia Managua bajo la protección del gobierno autoritario de Daniel Ortega. El motivo de García fue el mismo que ha esgrimido recién Francisco Tudela: desde que Nicaragua concedió el asilo ya la cuestión pasa a ser de absoluta responsabilidad de Nicaragua según la Convención de Caracas de 1954. Al gobierno peruano le correspondía otorgar el salvoconducto.
La prevalencia del referido artículo nos parece pertinente: cientos de personas han logrado salvar sus vidas de la represión de implacables dictaduras en las décadas de 1970 y 1980, pidiendo asilo en diversas embajadas cuando América Latina se vio asolada por una ola de temibles dictaduras.
Sin embargo, hoy nos encontramos en una era de cambios paradigmáticos en los que comenzamos a perder de vista algunos consensos básicos. A nosotros no deja de preocuparnos la nula repercusión nacional y regional que tuvo el asilo diplomático concedido por el presidente de Brasil Lula de Silva a la ex pareja presidencial Nadine Heredia cuando lesiona esencialmente la institución de la que hablamos. Sobre Heredia no había persecución política alguna, lo que existe es una condena por lavado de activos, en virtud de ingentes sumas de dinero que recibió para financiar las campañas electorales del Partido nacionalista en 2006 y 2011.
En el segundo de los casos, de acuerdo con el testimonio de Marcelo Odebrecht, se otorgó a la pareja Humala-Heredia la suma de 3 millones de dólares, a solicitud del Partido de los Trabajadores, precisamente el de Lula de Silva. Al respecto, también la Convención de Caracas de 1954 señala en su artículo III que: No es lícito conceder asilo a personas que al tiempo de solicitarlo se encuentren inculpadas o procesadas en forma ante tribunales ordinarios competentes y por delitos comunes, o estén condenadas por tales delitos y por dichos tribunales, sin haber cumplido las penas respectivas, ni a los desertores de fuerzas de tierra, mar y aire, salvo que los hechos que motivan la solicitud de asilo, cualquiera que sea el caso, revistan claramente carácter político.
Sé perfectamente que existen voces críticas de la condena en contra de los Humala-Heredia. Sin embargo, si el desacuerdo con una sentencia del Poder Judicial fuese suficiente para obtener asilos políticos, tendríamos colas de ciudadanos disconformes con los fallos dictados en su contra alrededor de las sedes diplomáticas del mundo entero.
Sucintamente, la institución del asilo diplomático o político no se puede politizar, ni se le debe ideologizar, no se le puede otorgar a los amigos o a los cómplices, a los partidarios o seguidores: sólo aplica cuando los derechos de una persona peligran ante la represión política sistemática de un régimen autoritario o que no ofrece las debidas garantías constitucionales.
En tal sentido, el caso de Betssy Chávez está al límite: es presunta responsable de un quiebre del orden democrático pero es discutible si existen en el Perú las garantías procesales mínimas para obtener un juicio justo. El caso de Nadine Heredia es de escándalo y lesiona la esencia de la institución del asilo: no es una perseguida política, es una condenada por un delito común.
Tal vez deberíamos pensar en recuperar aquellos consensos de antes, de lo contrario nuestro orden internacional se sumergirá cada vez más en la tierra de nadie.
[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] En los años ochenta o noventa, una obra del grupo teatral Pataclaun popularizó la expresión “el criollismo nunca muere, ni seguirá muriendo”. La frase, acertada, daba para todas las interpretaciones posibles pero predominaba la idea de una resistencia cultural desdeñada desde una intelectualidad rendida ante el Perú migrante, brillantemente recreado por José Matos Mar en su Desborde Popular y Crisis del Estado.
En realidad, la rivalidad o confrontación criollo-andina en el plano musical no fue más que un artificio intelectual, aunque izquierdistas de la vieja escuela aún se llenen la boca con un discurso tan obsoleto como alejado de la realidad. Lo que debimos plantear, desde un principio, es que la deriva del Perú oficial, de la republiqueta criolla como alguna vez la llamó González Prada, desbordada por el mar humano que venía desde los Andes a reclamar lo que se le ofreció y jamás se le brindó desde los tiempos de San Martín y Bolívar, poco o nada tenía que ver con las expresiones folclóricas, también populares, que se desarrollaron en la costa del Perú y que solo están para sumarse a la riqueza pluricultural del país.
Pero este artículo trata de reminiscencias, las de un hombre de cincuenta y ocho años a quien la tormenta del criollismo lo pilló en medio de un enorme y árido desierto. Quiero decir, no había manera de escapar, el criollismo me empapó, me atravesó las venas, no existe otro género musical en el planeta, ni otro pulsar de la guitarra, ni otro lenguaje cultural que me genere las mismas emociones que el criollismo, y ya no las habrá, no hay nada que hacer al respecto.
El universo criollo lo descubrí de niño, cuando me despertaba la “viva voz” de las jaranas caseras de papá Ezio, mamá Laura y sus amigos chosicanos. Algunas canciones las entonaban como himnos, eufóricos, con muchas copas de más, bien entrada la madrugada. En particular me impresionó Luis Pardo, “La Andarita”:
Por eso yo quiero al niño, amo y respeto al anciano,
al indio que es como mi hermano, le doy todo mi cariño” /
Si han de matarme ¡en buena hora!, pero mátenme de frente.
Yo soy señores LUIS PARDO, el famoso bandolero.1
Después vino mi aventura adolescente en la Peña afroperuana Valentina del distrito de La Victoria, donde clasifiqué un festejo dedicado al Alianza Lima en 1984, cuando tenía 15 años y cursaba cuarto de secundaria en el colegio Franco Peruano de Monterrico. El choque cultural, resuelto favorablemente, no fue solo mío, sino de las decenas de mis compañeros de colegio que asistían por primera vez a La Victoria, a las diferentes fechas del concurso musical.
Podría seguir y seguir, pero no me he planteado aquí una autobiografía de mi relación con el criollismo, aunque algo de eso tienen estas reminiscencias. Últimamente estuve pensando que de ese mundo criollo feliz, en crisis, moribundo pero sin morir nunca que me tocó vivir, ya no queda nadie o prácticamente nadie.
No existe ya el café, ni el criollo restaurant,
ni el italiano está donde era su vender,
Ha muerto doña Cruz que juntito al solar se solía poner
a realizar su venta al atardecer de picantes y té,
no hay ya los picarones de la buena Isabel,
todo, todo se ha ido, los años al correr.
(Vals De vuelta al Barrio. Felipe Pinglo Alva)
Felipe Pinglo Alva, el bardo inmortal de los Barrios Altos
La constatación me hace pensar en mi mismo, me hace pensar en mi vida y me hace pensar si acaso llegué tarde a ese criollismo que se muere sin morirse, o si llegué justo a tiempo para disfrutarlo. Tuve el privilegio de conocer y saludar a Eloísa Angulo y María de Jesús Vásquez, de escuchar declamar a Serafina Quinteras, de conocer y conversar con Don Oscar Avilés, de bailar el vals Olga cantado por el “zambo” Arturo Cavero en vivo. Me recordó los tonos del cole cuando sonaban las primeras notas de Satisfaction de los Rolling y saltábamos disparados a la pista de baile, pues lo mismo.
Eloísa Angulo, la soberana de la canción criolla
Don Feliz Pasache, autor de Nuestro Secreto, compositor de moda en los ochenta, me trataba con gran cariño cuando llegaba a la Peña Valentina, pensar que competía con él en el concurso. Me ganó, menos mal. También conocí a Augusto Polo Campos, más distante, y a la señora Lucila Campos. La anfitriona, la Señora Norma Arteaga Barrionuevo, la hija de Valentina Barrionuevo, cuantas veladas, pero también cuantas visitas informales, charlas interminables, y cuanta amistad. Y en el primer lugar debo mencionar a don Adolfo Zelada Arteaga, eximio guitarrista y compositor, que este año hubiese cumplido 100 y nos acompañó hasta pasados los 95. Amigo de mi padre, amigo mío, la enjundia criolla de principios del siglo XX, los códigos criollos de una Lima que definitivamente sí se ha ido, sabiduría popular purita, que ya no hay.
Hay unos que saben mucho
Otros que están aprendiendo
Conforme vayan entrando
Ahí los iré conociendo
Eximio guitarrista, cantante y compositor Adolfo Zelada Arteaga, pura enjundia criolla
No quisiera, sin embargo, ser injusto con mi nostalgia. Hay una nueva generación que se caracteriza además por ser muy cultora, por poseer una actitud de rescate de las obras más escondidas y recónditas -y más bellas también- de los más antiguos. Hay una nueva generación guardiana y también hay otra nueva generación de las peñas y los programas radiales y televisivos. Y prefiero sinceramente disculparme por no mencionarlos en estas líneas, he querido evitar olvidar a alguno pero fundamentalmente no he pretendido elaborar un catálogo, sino sugerir una vigencia.
Jóvenes criollos continúan la labor
Recién adquirí una compilación de artículos del “taita” José María Arguedas sobre la cultura, que principia con un ensayo sobre lo andino y lo mestizo. José María, sabedor de los abismos socioculturales de nuestra nación en construcción supo no discriminar, y al decir no discriminar, digo no discriminar a nadie. El proyecto de la nación peruana del futuro, principalmente si queremos construirla pluricultural, no puede discriminar a nadie, tampoco al folclore de la costa.
Pataclaun se equivocó: el criollismo no siguió muriendo, siguió viviendo y vive cambiando y permaneciendo al mismo tiempo, como suelen hacerlo las manifestaciones folclórico-culturales del mundo entero. Por eso celebro mi cultura, mi acervo, en el Día de la Canción Criolla.
Tu nombre es una canción
Cuya excelsa melodía
Nos convoca noche y día
En criolla comunión
Eres ser hecho canción
Eres humana y divina
No hay jarana que no enciendas
Valentina, Valentina
(Rezaba un slogan en la puerta del Centro Social Folclórico Valentina, hace tantos años)
Concurso La Valentina de Oro, en la Peña Valentina, La Victoria, 1982
1.- Fragmentos del poema Canto a Luis Pardo de Abelardo Gamarra. Algunas partes del poema fueron musicalizados y dieron lugar al vals La Andarita.
2.- En la foto de la portada de este artículo aparecen el eximio guitarrista Willy Terry y el destacado cantante y percusionista Eduardo “papeo” Albán.
[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] En 1823, el presidente de los Estados Unidos de América Joe Monroe lanzó la Doctrina Monroe, que contiene la proposición América para los americanos. De esta manera, el joven país, que apuntaba a convertirse en potencia económica en un futuro no tan lejano, les decía a los países europeos que no permitiría más intervenciones suyas en el continente, como las había tenido poco tiempo atrás. Recordemos que la Independencia de los Estados Unidos se declaró en 1776 y que, para entonces, ni siquiera se había librado la batalla de Ayacucho, del 9 de diciembre de 1824.
Sin embargo, la semántica de la proposición América para los americanos pronto se transformó en el señalamiento del “coloso del norte” al resto de América Latina como a su área exclusiva de influencia. De hecho, apenas dos décadas después, tras la gran Guerra mexicano-estadounidense, el aspirante a hegemón se anexó la mitad de México y, en 1898, invadió Cuba, con la finalidad de colonizarla.
El imperialismo yanqui se había echado a andar pero su narrativa, su conciencia de sí y sus consecuentes acciones se multiplicaron desde que, en 1901, el presidente Theodore Roosevelt lanzase la política del Big Stick o Gran Garrote, inspirada en una frase africana, “habla siempre suavemente pero con un gran garrote en la mano, así obtendrás grandes cosas”. De esta manera la política norteamericana hacia el resto de la región consistió desde entonces en negociar y velar por los intereses de sus ciudadanos, inversiones y empresas en los países de América Latina, pero bajo la amenaza de una futura invasión en caso no se acepten sus condiciones. Un caso tristemente recordado es la célebre United Fruit Company, que llenó de enclaves bananeros y otras frutas prácticamente a toda Centroamérica con la complicidad de sumisas oligarquías locales que se beneficiaban con los residuos de estas asimétricas relaciones comerciales.
Si por alguna razón las cosas se complicaban, entonces aparecía el Gran Garrote, es decir los Marines, la invasión militar, esto sucedió en países como la ya mencionada Cuba, Nicaragua y Haití. A esto hay que sumarse la intervención norteamericana en la independización de Panamá, con cuya independencia de Colombia contribuye firme y resueltamente hasta obtenerla en 1911. Solo tres años después, en 1914, los norteamericanos inauguran el Canal de Panamá, trasvase fundamental que une los océanos Pacífico y Atlántico, bajo su absoluto control.
Desde esos tiempos, el antimperialismo se convirtió en bandera de lucha para las viejas y nuevas generaciones políticas latinoamericanas. De la primera se destacaron José Martí, José Rodó, José Vasconcelos, Manuel Ugarte, de la segunda los peruanos José Carlos Mariátegui y nítidamente Víctor Raúl Haya de la Torre quien levantó, un siglo después de Bolívar, la bandera de la unión continental para combatir el imperialismo. Entre ambas se sitúa el recordado revolucionario nicaragüense Augusto Sandino.
Lo cierto es que tampoco está vez el sueño de la unidad se hizo realidad, como no pudo concretarse durante el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, convocado con esa motivación, y con esa utopía, por el propio libertador Simón Bolívar. Las patrias chicas, como nos lo advirtieron, habían calado en la región, tanto como sus oligarquías prestas a utilizar los aparatos represivos de sus estados para mantener posiciones y, al mismo tiempo, defender los intereses de Estados Unidos en tanto que gran beneficiario de las materias primas regionales, dejando muy poco a cambio. El desarrollo no incluía a quienes se encontraban por debajo del Río Bravo.
Desde 1933, Otro Roosevelt, Franklin D. cambió la política del Gran Garrote por la del Buen Vecino, que se extendió hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Esta política se trazó por meta no intervenir militarmente en los países de la región y, durante la Guerra, promover el apoyo a la causa de USA en la gran conflagración, como fue el caso del Perú quien le declaró la guerra al EJE en 1944.
Tras el conflicto bélico, una leve brisa democratizadora refrescó la región pero duró muy poco: los rigores de la Guerra Fría y el triunfo de una revolución socialista en Cuba, el año nuevo de 1959, acabó con los sueños de libertad. Entonces la represión política y la dictadura acallaron los diversos movimientos que querían imitar a los revolucionarios cubanos en diferentes países de la región y América Latina vivió una de sus épocas de peor recordación en material de violación a los Derechos Humanos.
Podría continuar escribiendo sobre las relaciones entre los Estados Unidos y los países situados al sur del Río Bravo pero no hace falta. He dicho lo esencial. Estados Unidos es una potencia, es un hegemón. Eventualmente templará su actuación pero finalmente actuará como tal cuando estime necesario o si un mandatario adulto-mayor, pero que responde absolutamente a las claves ideológicas del siglo XXI, llega al poder, como es el caso de Donald Trump.
A mi no se me da criticar a Estados Unidos o a Donald Trump, porque está dado en la naturaleza de un Imperio serlo y proceder como tal. Seguramente muchos colonos o esclavos del Imperio Romano se quejaban de lo mismo pero no por ello el Imperio cambiaría sus políticas. Pensemos mejor en América Latina y en cómo puede situarse ante el mundo contemporáneo, ante el siglo XXI, y ante el flagrante nuevo Big Stick arancelario -con amenaza de invasión militar incluida- que hoy se yergue contra Brasil y Colombia.
Ignacio Lula da Silva ha convocado a los BRICS para discutir la situación de su país, “castigado por Trump” con 50% de aranceles en todos sus productos. Las economías de los BRICS son las más emergentes del planeta, las que más han crecido los últimos veinte años y las que más pueden nivelar las economías de los países víctimas del Imperialismo Yanqui del Tercer Milenio. Pero quizá sea llegada la hora de volver a Simón Bolívar cuando planteó la unión de América Latina, que se traduce como la necesidad de asistir en bloque al mundo globalizado.
He evitado hasta ahora definir la naturaleza de este eventual pacto futuro. ¿Alianza política o económica? definitivamente debe comenzar siendo económica, son las economías las que deben integrarse para tener peso en el nivel internacional. Pero también se requiere voz política, influenciar en lo que pasa, poder hablarle directo a Donald Trump o a Xi Jinping, en tanto que bloque geopolítico y económico, que adopta postura y que toma decisiones.
Y también debemos aprender de la fallida experiencia bolivariana. No basta una potencia petrolera con el precio del crudo por las nubes para fabricar una integración duradera. La integración se sostiene sobre bases económicas sólidas, estructurales, y las primeras preguntas para construirla deben indagar por la sinergia comercial y las posibilidades de desarrollo industrial y tecnológico compartido. Cualquier otro intento resultará fatuo y artificial. Entendámoslo, no es cuestión de derechas e izquierdas, el antimperialismo del siglo XXI debe concordar una postura a favor del desarrollo comercial, tecnológico y económico regional de América Latina.
En suma, el hegemón del norte no lo será para siempre, Roma duró más de mil años pero al final se cayó. De todas maneras, a falta de un hegemón vendrá otro. La pregunta es si en América Latina estamos en la capacidad de constituirnos en algo más que una pequeña alberca llena de peces pequeñitos que borbotean esperando un destino cíclico e inevitable.