Derecha

Dos gobiernos sucesivos de ese talante transformarían el Perú y lo colocarían en una senda de desarrollo difícilmente reversible. Nos pondría al borde de ser un país de mediano desarrollo, con una democracia consolidada y un futuro promisorio por delante, capaz de otorgarle a las siguientes generaciones la esperanza de gozar de una calidad de vida de primer mundo. De eso se trata. El Perú tiene todas las potencialidades para lograrlo.

Va a depender de que de la crisis profunda por la que pasamos afloren las fuerzas reactivas más hondas y rescaten el país del declive destructivo en el que ha caído. Nos estamos jugando mucho. Es hora de coordinar esfuerzos, hacer concesiones, brindar sacrificios, anteponer el sentido de patria al del interés político menudo.

Posdata: esta columna se toma unas vacaciones hasta el próximo lunes.

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Derecha, Gobierno

Le haría mucho bien al Perú que sobrevenga un periodo largo de gobiernos de centroderecha o derecha, inclusive conservadora (porque ésta, al abonar en favor de las libertades económicas, a la postre genera las condiciones sociales para que, por la propia emulsión ciudadana, crezcan las demandas por las libertades civiles y los derechos democráticos).

Corresponde el turno a una derecha que rompa con el statu quo vigente desde los 90 en adelante. Que a la par de emprender la segunda ola de reformas económicas, le eche el guante a las reformas institucionales urgentes que el país requiere (salud y educación públicas, descentralización, seguridad interna, etc.).

Ojalá la tragicomedia que estamos apreciando con el gobierno de Castillo, sirva al menos, de despertador para la conciencia cívica adormilada y la centroderecha o la derecha monda y lironda, estrenen un activismo potente que desemboque en un protagonismo central en los siguientes procesos electorales.

 

 

 

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Derecha, Gobierno, Izquierda

Al paso que va la derecha peruana, va a perder las elecciones municipales y regionales, y también las del 2026. Por más que las encuestas le sean propicias (cuando se pregunta sobre autoidentificación ideológica), la derecha no marca la agenda, no jaquea programáticamente al gobierno y mucho menos renueva sus cuadros políticos.

Según reciente encuesta de Ipsos, cuando se le pregunta a la ciudadanía por los principales problemas a resolver, responde: 57% reactivar la economía y generar empleo; 38% mejorar los servicios de salud/avanzar en la vacunación; 37% combatir la corrupción; 35% combatir la delincuencia, y así sucesivamente.

¿Usted amigo lector, recuerda alguna acción política, decisión congresal (donde reina la oposición y la derecha tiene un tercio de los parlamentarios), pronunciamiento o propuesta técnica proveniente de algunos de los partidos de la derecha o de algún líder de ese sector, respecto de los problemas señalados en la encuesta?

Por lo menos en dos de los cuatro temas indicados (reactivación económica y lucha contra la inseguridad), la derecha tiene credenciales tecnocráticas y activos ideológicos que podría explotar adecuadamente e ir construyendo así una edificación de identidad política con la ciudadanía, de cara a los próximos procesos electorales. En ambos, este gobierno es un desastre (véase el desmadre del sector Interior y la estrepitosa caída de la confianza inversora).

El 2026 -o antes, si se interrumpe el mandato de Castillo (situación cada vez más improbable, a menos que el Primer Mandatario meta las manos en algún asunto turbio)-, la izquierda va a llegar muy desacreditada luego de una gestión penosa en el actual gobierno. Ninguna izquierda se salva, todas están comprometidas (salvo voces aisladas como la del excongresista Richard Arce).

El escenario se muestra, pues, propicio para el centro y la derecha, particularmente para esta última, si logra consolidar una opción partidaria y presentar una buena candidatura. Pero para ello necesita ir labrando su destino, con presencia política y densidad programática puestas de manifiesto frente a los estropicios que comete el régimen.

Posteos aislados en las redes sociales, proyectos de ley antojadizos, entrevistas beligerantes cada cierto tiempo o iniciativas bizarras y pueriles, no constituyen el ejercicio político que se necesita para consolidar una opción electoral viable.

La batalla en las urnas del 2026 va a ser dura. No hay que olvidar, además, que la crisis de la izquierda oficial, no impide que pueda volver a surgir un candidato disruptivo que aproveche el descontento que va a haber, aparición a la que contribuiría una derecha adormilada, que no es capaz de encaramarse hasta ahora sobre ese 60% de la población que desaprueba la gestión de Castillo y representarlo adecuadamente.

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Derecha, política peruana

Tremendo alboroto ha causado en un sector de la derecha peruana que el gobierno declare Patrimonio Cultural de la Nación el monumento El ojo que llora. Han salido voceros ultristas a denunciar que la ministra de Cultura, Gisela Ortiz, está, merced a ese acto, reivindicando al terrorismo e igualando al Estado con los movimientos subversivos, añadiendo que en ese monumento se rinde homenaje también a exintegrantes de los dos grupos terroristas que dieron inicio al mayor periodo de violencia interna de nuestra historia.

Se trata, claramente, de una grosera mentira. El conjunto escultórico de la artista Lika Mutal, inaugurado el 2005, busca rendir reconocimiento a las víctimas del periodo de violencia entre 1980 y el año 2000, y en esa medida forma parte del proceso de memoria que el país ha emprendido respecto de la violencia terrorista y la represiva, que ocasionó cerca de 70 mil muertos, según la Comisión de la Verdad.

No hay un solo terrorista en el Registro Nacional de Víctimas, que es en el que se ha basado la lista de nombres que aparecen en El ojo que llora. Se señala explícitamente: “No se consideran víctimas, para los efectos específicos de su inclusión en el Registro Único de Víctimas de la Violencia, a los miembros de las organizaciones subversivas”. Hubo un intenso debate hace muchos años respecto de si se debía considerar, para ser reparados, también a quienes se alzaron en armas contra el Estado de Derecho (en otros países, se ha hecho extensivo a tales el reconocimiento reparador), pero en el Perú se zanjó claramente de que dichas personas no iban a integrarse al referido registro.

Lo que, en verdad, un sector reaccionario de la derecha peruana no quiere que se recuerde, es que no solo hubo muertos ocasionados por Sendero Luminoso o el MRTA, sino que también existieron, y en demasía, por excesos militares y policiales, que merecen ser registrados por la memoria colectiva del país. De modo decreciente, el mayor número de muertos o desaparecidos ilegalmente, por obra de las fuerzas del orden, ocurrió durante los gobiernos de Belaunde, García y Fujimori, mayormente en plena democracia. Es una dolorosa realidad, pero si se quiere restañar las profundas heridas colectivas que ese periodo ha dejado en la colectividad ciudadana, no se puede soslayar ese hecho. Todo lo contrario, hay que resaltarlo como corresponde para que nunca más vuelva a suceder.

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Comisión de la Verdad, Derecha, El ojo que llora, Patrimonio Cultural de la Nación, Registro Nacional de Víctimas, Terrorismo

La única manera de que el fujimorismo superviva a las tres derrotas sucesivas que ha tenido en las segundas vueltas del 2011, 2016 y 2021 es que, primero, busque una mejor candidata que la gris Keiko Fujimori y, segundo, que claramente abandone cercanías mercantilistas y opte, definitivamente, por un liberalismo popular.

En el corto plazo, deberá abandonar la estrategia conspirativa que empezó con la negatoria de las urnas, las denuncias delusivas de fraude, los intentos de desconocer legalmente los resultados, su filiación con intentonas golpistas, y la continuidad que esa estrategia tiene con las prácticas pro vacancia express que hoy su bancada parlamentaria exhibe.

Con la conformación de la nueva agrupación parlamentaria, disidente de Perú Libre, a la que se le han sumados dos congresistas (uno de Acción Popular y otro, originalmente, de Renovación Popular), el oficialismo tiene 44 votos, los suficientes para evitar una vacancia. Tendría que ocurrir un descalabro mayúsculo -una probada denuncia de corrupción presidencial- para que alguno de esos 44 se anime a cruzar el charco y pasarse a las orillas vacadoras.

Sería bueno, en esa medida, que la derecha cambie de estrategia y actitud respecto del gobierno. Oposición férrea para evitar que transite la deriva autoritaria del socialismo del siglo XXI, sin dudarlo, pero inteligente para ir enhebrando, en paralelo, una alternativa potable de cara a las elecciones municipales/regionales de octubre de este año y las presidenciales del 2026.

Como parte de la derecha, esa es la tesitura que le correspondería al fujimorismo, bajo un liderazgo potente y renovado. Eso no se lo puede ofrecer Keiko Fujimori, quien ha demostrado, ya hasta la saciedad, sus profundas limitaciones políticas y estratégicas.

Le haría bien a la democracia peruana que el fujimorismo -como ocurrió con los remanentes partidarios del franquismo en España o del pinochetismo en Chile-, transite hacia predios más liberales, menos mercantilistas y autoritarios. El fujimorismo sigue siendo una fuerza política movilizadora y, en esa perspectiva, más que en su desaparición habría que pensar en su evolución y modernización.

Restauración del orden público, compromiso con la democracia institucional, defensa ecológica (¿alguien ha escuchado a algún líder de la derecha pronunciarse sobre el desastre de Repsol?), política de derechos civiles y shock de inversiones capitalistas, constituye una plataforma ideológica potente, capaz de generar entusiasmo popular y adhesión electoral.

¿Podrá recoger esas banderas el fujimorismo? Con otra conducción sí, pero si se aferra a sus tics conservadores, autoritarios y mercantilistas, bajo un liderazgo terco de Keiko Fujimori, la mesa está servida para que surja algún otro candidato de la derecha que haga suyas esas proclamas.

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Derecha, Keiko Fujimori

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Derecha, Keiko Fujimori, política peruana, Rafael Lopez Aliaga

La derecha peruana tiene que volver a imponer una narrativa, equivalente a la vinculada a la defensa del modelo económico, que tanto éxito político le retribuyó en los últimos 30 años. La resaca del apocalipsis económico que supuso la gestión del primer gobierno de Alan García bastó para que esa narrativa sobreviviera, potente y eficaz, a lo largo de este periodo.

Pero ese discurso claramente ya se agotó, políticamente hablando. Ya no surte efecto ni moviliza conciencias. El triunfo de Castillo demuestra fehacientemente que a las mayorías no les preocupa que ese modelo se venga abajo. Es culpa, en parte, de la propia derecha que dejó pasar, relativamente incólumes, proyectos centristas mediocres que subordinaron las prácticas procapitalistas (como fue, sobre todo, el gobierno de Humala), sin marcar una pauta crítica al respecto, pero también porque el paso de los años ha extenuado ese discurso, más aún en generaciones que no sufrieron el desastre alanista y no tienen, por ende, por qué comprarse en automático un discurso en sentido contrario.

Lo que corresponde es que la derecha, sin descuidar la defensa del modelo económico, recupere fueros en aspectos más vinculados a la democracia y la eficacia estatal. En suma, la reforma político-electoral y la ansiada reforma del Estado. La bicameralidad, la mejor representación electoral, el fortalecimiento de los partidos políticos, la descentralización, la salud y la educación públicas, la estructura del Ejecutivo, la reforma laboral y tributaria, son, por ejemplo, algunos aspectos en los que la derecha puede y debe tomar la iniciativa.

Tiene, a diferencia de la izquierda, tecnocracia mucho más calificada y expertos, en cada uno de esos campos, sobradamente más capaces que los que la izquierda puede exhibir (basta ver la orfandad programática que la coalición de izquierdas que nos gobierna, exhibe). Hay toda una generación de expertos, con estudios, inclusive, en el exterior, en las mejores universidades del mundo, que podrían aportar en esa narrativa, que rescate la lucha por construir en el Perú un capitalismo competitivo y una democracia sólida.

El problema es que la clase política de derecha es una lágrima. Nos merecemos algo mejor que la dupla Keiko Fujimori-Rafael López Aliaga. Una está involucrada en todos los entripados mercantilistas habidos y por haber (transporte informal, minería ilegal, educación trucha, etc.) y el otro solo está obsesionado por una restauración conservadora. No tienen, ni por asomo, cercanía con la modernidad de los nuevos discursos descritos sino que, además, son muy malos candidatos, ambos. La derecha merece que su nueva narrativa, si la construye, vaya acompañada de mejores portavoces.

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Derecha, Keiko Fujimori-Rafael López Aliaga, Pedro Castillo

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Derecha, elecciones regionales y distritales, ideología, política peruana

Confiada, al parecer, en los resultados de la última elección en Lima, la derecha se apresta a ir dividida en los próximos comicios ediles en la capital de la República. Rafael López Aliaga por Renovación Popular, César Combina por Fuerza Popular y Luis Molina, actual alcalde miraflorino, por Avanza País, las tres principales fuerzas de la derecha peruana.

En las últimas elecciones, para la candidatura presidencial, la derecha encabezó la jornada: los resultados en Lima Metropolitana fueron Avanza País 17.036%, Renovación Popular, 16.808%, y Fuerza Popular 13.593%, dejando en cuarto lugar a la izquierda, de Juntos por el Perú, con 8.189%.

Los comicios parlamentarios, que tal vez pudieran ser mejores indicadores de la real representación ciudadana, reflejaron en Lima, resultados parecidos: los tres primeros puestos para la derecha, encabezando Renovación Popular con 13.561%, seguido de Fuerza Popular, con 11.756% y tercero Avanza País, con 10.789%.

Lima es, claramente, una plaza derechista y, en esa medida, se esperaría que las elecciones para alcalde de Lima, a realizarse el 2 de octubre de este año, confirmen esa predisposición y, aun cuando las elecciones ediles no suelen tener mayor connotación política, es claro que en las actuales circunstancias de un gobierno nacional de izquierda, sería un gran triunfo político para la derecha asegurarse Lima y ejercer así, desde el segundo cargo político más importante del país, un contrapeso a la figura presidencial.

Los astros, sin embargo, parecen estar alineándose en contra de esa expectativa. La derecha va dividida a las elecciones municipales de Lima y le deja así abierta la puerta a cualquier candidato sorpresa que aparezca en el firmamento (Urresti, Indira Huillca, Belmont, etc.), que con un 15% podría ganar las elecciones y arruinarle a la derecha lo que debería ser una jornada política triunfal.

Corresponde que se pongan de acuerdo los tres partidos de derecha y lancen un solo candidato. Eventualmente, podría ser una excelente ocasión para que efectúen primarias abiertas y así decidan quién sería el candidato de dicha coalición. La división puede ser fatal y preanuncia un fracaso estrepitoso.

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Derecha, ideología, política peruana
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