Estrategia Política

La derecha se está dejando arrebatar tontamente las banderas vinculadas a la seguridad ciudadana, que, en principio, le son connaturales, al ser el orden parte de los activos de este sector del espectro ideológico.

No es la primera vez que algo semejante ocurre. Hasta los 80, la democracia y los derechos humanos eran banderas caras a la derecha. El comunismo real hacía tabla rasa de ambos principios y la derecha los enarbolaba con relativo éxito.

Luego de la caída del muro de Berlín, algo pasó, la derecha se durmió o se volvió autoritaria (vinieron las dictaduras militares derechistas) y ello fue aprovechado por la izquierda para despercudirse del lastre del comunismo y capturar banderías sobre las que no podía ejercer ninguna autoridad moral. Pero la derecha dejó que eso ocurriera y hoy por hoy, se han vuelto lemas caros a la izquierda, por más que, a nivel regional, las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua nuevamente vuelvan a poner al desnudo que son principios falsos de la izquierda.

Lo mismo ha pasado con el tema de la seguridad ciudadana. La izquierda ha fundado ONGs especializadas en el tema; no solo eso, ha ocupado buena cantidad de años los cargos mayores vinculados al asunto (desde el Ministerio del Interior hasta buena parte de los viceministerios) y los resultados nulos saltan a la vista. Hemos retrocedido irreversiblemente. La narrativa de la seguridad ciudadana ha sido capturada por la izquierda a pesar, sin embargo, de haber fracasado rotundamente cuando ha tenido la oportunidad de demostrar en los hechos la validez de sus diagnósticos.

Hoy, que según todas las encuestas es la principal preocupación ciudadana, debería ser ocasión propicia para que la derecha haga del tema su lema central de campaña, pero no, no ocurre eso. Y hasta vemos cómo un candidato antiestablishment de izquierda como Antauro Humala se permite prometer la “bukelización” del país para combatir la delincuencia y la corrupción (por el lado de la derecha, el único que parece tenerla clara es Carlos Álvarez).

Si a ello le sumamos el fracaso del actual gobierno sobre la materia y se considera que para la mayoría de la ciudadanía, es éste un régimen de derecha coludido con un Congreso mayoritariamente derechista, se entiende que si la derecha no hace una campaña inteligente y perspicaz sobre la materia perderá también en ese campo (como antes perdió los de la democracia y los derechos humanos) el dominio de la narrativa política.

 

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Ha sido políticamente muy significativa la merecida censura al ministro del Interior, Vicente Romero. Que Fuerza Popular haya aportado su contingente de votos parlamentarios a esa causa merece un análisis político, anteponiendo la atingencia de que es una lástima que no se hayan sumado a ella las otras dos bancadas de derecha, Renovación Popular y Avanza País.

Resulta imperativo que la derecha marque distancia de este fallido y mediocre gobierno, que tenía en el tema de la inseguridad ciudadana una cima de incompetencia, con un ministro que no tenía la menor idea de qué hacer al respecto.

Lamentablemente, la opinión ciudadana identifica a este gobierno y a su tácito pacto con el Congreso como una gran coalición de derecha, y esa circunstancia, aderezada por la inmensa desaprobación al régimen, generaba un estado de cosas atentatorio de las posibilidades políticas futuras de este sector del espectro ideológico.

En aras de su duración hasta el 2026, el Legislativo se había aconchavado con el Ejecutivo, dándole argumentos a la percepción popular de un pacto vergonzoso entre ambos poderes del Estado.

Con decisiones radicales como la de ayer, se puede empezar a romper esa percepción, el Congreso empezar a recuperar un rol fiscalizador necesario frente a un gobierno tan inoperante en materias urgentes, como la inseguridad ciudadana, la crisis económica y la prevención del Niño (los siguientes interpelados deberían ser el titular del MEF y la ministra de Vivienda).

Y de paso, la derecha empezar a tomar distancia de la debacle institucional, social, económica y política en la que el país está sumido, en gran medida por la funesta gestión del izquierdista Pedro Castillo, cuya salida intempestiva le ha permitido, paradójicamente, a la izquierda, presentarse ahora como auroral y virginal oposición, asomándose como alternativa para el 2026, dado el creciente ánimo antiestablishment que dicha debacle produce.

La censura al ministro del Interior puede ser el inicio de una gran recolocación política de la derecha y permitirle así mejores posibilidades en las elecciones presidenciales venideras. Ojalá siga ese camino y en la próxima ocasión no sea solo el fujimorismo el abanderado de ese giro político estratégico.

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Existe el mito político en el Perú de que las campañas deben ser cortísimas, que no se necesitan sino pocos meses para tentar suerte, y que hacer una campaña larga es exponerse al zarandeo y concomitante perjuicio que dicha exposición conllevaría.

Ni siquiera en circunstancias normales eso es cierto. Keiko Fujimori tuvo que hacer dos o tres años de campaña, con “escuelas naranja”, visitas a provincias y demás, durante buena cantidad de tiempo, para poder compensar el enorme daño que le había producido el comportamiento de su bancada con Pedro Pablo Kuczynski. Y así, logró obtener el 13.4% que le permitió pasar, contra todos los pronósticos, a la segunda vuelta el 2021 y disputarla con el nefasto Pedro Castillo (por cierto, otro sería el país si ella hubiera ganado).

Hoy la situación exige algo similar o de mayor intensidad, porque la cancha está inclinada a favor de la izquierda radical. El 80% de los que desaprueban a Dina Boluarte identifica a su gobierno como uno de derecha y hay, además, regiones enteras (el sur andino) con un ánimo antiestablishment que, salvo un milagro político, no se inclinarán por un candidato de la derecha identificado con el statu quo.

Si en circunstancias normales, es necesario que los candidatos hagan política de largo aliento, en las circunstancias actuales es imperativo. Y eso pasa, obviamente, no por limitarse a escribir tuits o a dar entrevistas en los canales de televisión o radios nacionales, que en provincias no ve ni escucha nadie. Lima no es el objetivo principal sino las otras regiones nacionales.

Y hay que visitarlas, a costa de sufrir eventuales desplantes o manifestaciones contrarias, lo que ocurrirá con mayor intensidad al inicio, pero que luego irá bajando. La presencia física es vital si candidatos como Roberto Chiabra, Carlos Anderson, Rafael Belaunde, Carlos Espá, entre otros, quieren llegar al 2026 (o eventualmente antes, al paso que va este gobierno) con posibilidad de disputarle el terreno a los radicales disruptivos (Antauro, Bellido, etc.) que ya parten con ventaja.

Los candidatos de la centroderecha que no forman parte del establishment tienen que hacer política en serio desde ya. Inclusive, es hasta tarde para que no hayan empezado a hacerla. Tienen que recorrer el Perú palmo a palmo, soplarse amanecidas y desaliento, pero tolerar ello mirando el país con la promesa manifiesta de transformarlo y transmitir ese mensaje a los pueblos olvidados que hoy abjuran de un Estado que no les ha dado atención durante las mejores décadas de crecimiento del país en siglos. Contra eso deben luchar, pero si no lo hacen, mejor que abandonen la contienda y no le resten puntos a la centroderecha, que los va a necesitar a gritos para que siquiera uno de los suyos pueda pasar a la segunda vuelta venidera.

 

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