fútbol argentino

Pero vayamos al inicio, cuando el equipo haría su “monumental” ingreso. Como es sabido, desde hace años no hay más hinchadas visitantes debido a múltiples incidentes entre barras como muertes. Aun así ¡no cabía espacio para ni un alfiler ni un alma más! Desde un lateral un telón y desde la popular otro, una camiseta inmensa, la que llevara el equipo en el 2018, año en que ganara de la mano del “Muñeco” Gallardo la final histórica de la Libertadores a Boca en Madrid. Los bombos, las bengalas rojas y blancas como los globos y las banderas, como la albiceleste y los trapos, al son del “River, mi buen amigo”. Los jugadores miraban anonadados. Era un apoteósico recibimiento como es costumbre en cada partido. Y después de un primer tiempo donde tuvo un solo dominador, al equipo local, la gente comenzaba poco a poco a impacientarse. Como mi amigo Manuel Esponja, que no paraba de comerse las uñas. Él me diría: “ojalá que no sea uno de esos superclásicos donde River ataca y ataca y al final faltando pocos minutos, con un contrataque o un córner, Boca hace un gol”. Pero esta vez estaba predestinado que la historia fuera distinta. En el segundo tiempo, el equipo “millonario” seguiría yendo al frente, con un remate al palo y con buenas atajadas de “Chiquito” Romero. Se vislumbraba un 0-0 injusto. Pero en el tiempo adicional, una falta imprudente del lateral izquierdo de Boca, Sández, cambiaría el destino final del partido al dar un penal para River. Que con gran determinación y frialdad el colombiano Borja convertiría en ¡¡¡Gol!!! Desatando el grito sagrado y la euforia máxima entre todos los aficionados, como la de mi compañero Manuel Esponja, que entre conocidos y desconocidos se abrazaban, empapándose de lágrimas. Por primera vez River le ganaba en el último minuto al cuadro “Xeneize”, y eso desataría una celebración única. Pero en eso se armaría un barullo entre los jugadores por un festejo desmedido de Palavecino, que hizo que el partido sobrepasara el centenar de minutos y que a su vez produjera 3 expulsados para cada equipo, como viejos superclásicos. El resultado no cambiaría de resultado y se daría un triunfo histórico para los hinchas de River, que celebraban efervescentemente con Enzo Pérez y los demás jugadores, acompañado del «Tomala vos, damela a mí, el que no salta, murió en Madrid», entre otros cantos.

Posteriormente nos iríamos a festejar al Hall, donde se reúnen los hinchas para continuar con la celebración de un partido importante. Y allí estaría mi entrañable amigo y compañero de viajes, fanático como pocos de River, Bruno Raitzin, junto con los muchachos de Plaza Italia, con los que cantaríamos y saltaríamos hasta quedarnos afónicos. Para luego, como tenía que ser, la fiesta llevarla a otra parte. A un “boliche”, dando el mejor cierre posible a la estadía de Manuel Esponja en el país de la pasión, como haciéndome vivir mi momento más emotivo en el fútbol, y con la cual esta casita de cartón cierra esta memorable columna que indudablemente llevará de recuerdo hasta que tenga que dar su último suspiro y sea enterrado en un cajón, pintado rojo y blanco, como su corazón.

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UNO

Hubiera cumplido 61. Pero no pudo ser. Dentro de poco, se cumplirá un año de su deceso. Lo increíble, de ese momento, fueron las muestras de aprecio de todo el ámbito futbolístico, político y artístico. Creo que fue el primer fallecimiento que remeció las redes sociales, en su década y media de creación. Los Milleniales estaban viviendo el inicio de sus nostalgias. Dentro de 20 años recordaran, donde estaban, cuando tuitearon la noticia de su muerte.

Hubo una cantidad considerable de gente, que recordó sus excesos y adicciones. Santos, inmaculados que levitaban, esgrimiendo sus biblias y cruces para denostar al ídolo caído. 

Pues Diego, desde los 15 años, se hizo cargo de su familia, la idolatría, la hipocresía, las víboras, la parentela aprovechadora, políticos inescrupulosos, entre otros. Nadie te prepara para eso. Realmente, no hay un curso sobre como sobrellevar la fama. 

Muchos manifestaron que les importaba tres carajos su vida privada, lo que les importaba era que los hizo felices. Y Diego hizo dichosos a todos. En especial, a la gente de a pie. Pero también, es muy cierto que deseábamos que el 10 fuera feliz. Y no lo fue. Ahí la tragedia Shakesperiana.

Su esposa, le entabló una demanda de divorcio, por abandono de hogar en 2003. Luego hemos conocido las innumerables infidelidades que sufrieron ella y sus hijas, vástagos no reconocidos, amantes ocasionales. Imposible no darle la razón. Ahí se cimentó su caída.

DOS

Nunca pudo controlar sus adicciones a las drogas y alcohol. Jamás. El documental del inglés Kapadia retrata como nunca al Maradona. No es complaciente, ni condescendiente. Crudo, por momentos, y veraz. Muy diferente a otros, que parecen una hagiografía.

Vimos como el argentino era conjugación de 2 personas (Dr. Jekill y Mr. Hyde). El partido ante los ingleses del Mundial 86 lo retrata como nunca. Como el primer gol era una afrenta a su genio, inventó la jugada que no existía. Esa fue su redención. 

¿Acaso crees que no eres la conjugación de 2 personas?, no solo Maradona tenía esa dicotomía.

El doping de marzo del 91 lo convirtió en ex futbolista. Tuvo regresos fallidos. Las adicciones lo tenían aprisionado. Fernando Signorini, su preparador físico, manifestó: “Con Diego voy al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina”. Sabía lo que hablaba. 

Un aspecto, imposible de soslayar, fue su generosidad. A Diego nunca le interesó, verdaderamente, la plata. Hubiera aceptado gustoso las ofertas que tuvo después de obtener el Mundial o el Scudetto del 86/87. Cuando ganó la UEFA Cup, quiso forzar su salida, pero Ferliano no lo permitió. Dícese que ayudaba a todo aquel que se le acercaba, argentino o de otra nacionalidad. Una vez, jugó un partido de beneficencia por un niño en grave estado. El club se lo había prohibido, ya que el Lloyds no quiso cubrir el seguro, por si se lesionaba. El 10 mandó a la puta al Banco y asistió al partido: en una cancha barrosa, jugó como si fuera la final del Mundial. Y no fue la única vez.

Dicha benevolencia se extendía, ya sea con sus coetáneos o jugadores de generaciones más jóvenes o las personas que trabajan con él. Testimonios hay por doquier.

TRES

Nunca me interesó su efímera carrera como entrenador. Carlitos Fren, su ayudante, hizo saber que Maradona no podía estar en Buenos Aires, se perdía días enteros y se olvidaba del equipo, sea Mandiyú o Racing. No podía entrenar, debía tratarse su adicción. Más patético, fue cuando dirigió la selección argentina. Le colocaron más ayudantes, para darle una mano en la parte táctica. Llegó al Mundial 2010, casi por la ventana. Después, Alemania los devolvió a la realidad.

Su paso por Arabia y por el Sinaloa (donde los dueños eran narcotraficantes), es por demás olvidable.

El espectáculo que montó en el último mundial, fue la gota que rebasó el vaso para la prensa internacional. En la BBC, Drogba, fan suyo, declaró que era triste verlo así, los comentaristas ingleses coincidieron.  Sin embargo, los periodistas argentinos serios hicieron mutis. 

Todo estalló cuando apareció, en el partido celebración, el 30/10/20. Por primera vez, los periodistas, más influyentes, dieron a conocer su postura. Ya era tarde.

CUATRO

Fue junto a Pele y Messi, los mejores de la historia. Siempre considere que Pele fue más completo. Pero Maradona dio ventajas: era gordito, jugaba con una sola pierna y no cabeceaba. Sin embargo, sacó bicampeón a un inexistente Napoli, en la Liga más poderosa de ese entonces. Enfrentó a las defensas más temidas del mundo, en los tiempos que el stopper y el líbero brillaban. Época donde no existía el VAR, ni había 20 cámaras de televisión. Era el futbol violento de los ochenta y en canchas embarradas o llenas de piedras. Donde amonestaban al defensa. después del foul número diez. Y agradece, si lo hacían.

El hijo de puta de Andoni Goikoetxea lo rompió, y ni siquiera lo expulsaron. Otros tiempos.

No está al tope de las estadísticas como goleador, ni en títulos, ni premios. Pero su influencia fue total. Ha sido y es el futbolista más querido y carismático de la historia del futbol. 

Una temporada esplendorosa es llamada Maradoneana, por el 86/87. Y el gol, que él creó, se le nombra de la misma manera.

Eso no se lo quita nadie a Diego.

Te seguiremos recordando. 

Feliz 61.

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