El paso de Bertie por el cine tuvo otros logros. Ahí están las dos películas históricas de Augusto Tamayo como demostración. Y me lleva a pensar que el cine es donde encontró más espacio para su talento, si se presta atención a todas las prácticas artísticas que exploró. Quizás no marcó un hito para su popularidad alcanzada como luego de Amantes De Luna Llena, ni se volvió una megaestrella tras los años de Al Fondo Hay Sitio o la más reciente De Vuelta Al Barrio. Pero al revisar su obra actoral en el cine se confirma con cuánto talento y pericia se ganó un inmenso pedestal en el arte peruano a forma de legado.
El mismo día que Diego Bertie dejó la vida, se inauguró en Lima el Festival de Cine. Como si fuera un mensaje del destino, la conexión fantasiosa clama una necesidad importante. Quizás sea un excelente momento para entender al Festival y al cine peruano como una exposición necesaria de cultura. Así como pasó con Sin Compasión, en las películas festivaleras se ponen en demostración, con el poder visual del cine, las historias más auténticas y profundas de la vida en latinoamerica.
En el Festival de este año, como siempre, se habla de sexualidad, de lucha de clases, de espiritualidad. De los más desposeídos enfrentados en la rutina diaria a los solemnes. Sobre los que hablan desde el púlpito y el trono, y más bien los perdidos, los parias, los solitarios. También se habla y mucho sobre depresión y otras enfermedades mentales. Sobre abusos y demostraciones de poder. Hay violencia, desconsuelo y también caminos hacia la felicidad.
En pocos espacios limeños como el Festival de Cine se habla de América Latina en carne viva, y es una forma excelente de conectarnos con lo que somos. En una sociedad tan necesitada de entenderse entre diversidades, el cine puede ser una herramienta muy útil para mirarnos en el espejo con facilidad. Como la obra fílmica de Diego Bertie, un ejemplo de una rápida y subvalorada brillantez, que apena no haber visto en mayor extensión, porque pudo volverse de talla mundial.
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