Música popular

[Música Maestro] De todas las danzas peruanas, la marinera es quizás la que mayor admiración despierta en el mundo, por su vistoso vestuario, su romántica simbología y su sonido señorial. Los pañuelos en el aire lanzan, como acertadamente dice la letra de un antiguo vals criollo (Embrujo, 1956, de Luis Abelardo Núñez Takahashi), hechizos que hipnotizan y conquistan a quienes tienen la suerte de ver una marinera bien bailada. Sea norteña o limeña –las variantes más conocidas, aunque también hay en otras regiones- la marinera ha conservado, en líneas generales, su personalidad y constituye, junto con sus primas hermanas el tondero y la zamacueca, un motivo de orgullo para todos los peruanos.

Como el pisco, el cebiche y el suspiro a la limeña, la marinera también fue, en algún momento, motivo de controversia entre peruanos y chilenos. Y, como en estos tres casos contemporáneos, el veredicto de la historia inclinó la balanza a nuestro favor: el romántico y elegante baile de pañuelos blancos, vestidos de encaje y enérgicos zapateos es peruano por sus cuatro costados. 

La marinera como tal, se conoce con ese nombre desde 1879, año en que se inició la Guerra del Pacífico, y fue bautizada así por el cronista Abelardo Gamarra Rondó (1852-1924), más conocido en los círculos literarios y periodísticos de ese entonces como “El Tunante”. Gamarra recuperó para nuestro país este espectacular baile de pareja que había comenzado a ser llamado “chilena” por los vecinos del sur, poco antes del infausto conflicto bélico que tanto daño nos ocasionó.

De forma similar a tantas otras manifestaciones culturales del Perú, el origen de la marinera no está del todo establecido ni correctamente registrado, aunque queda claro que se trata de una más de las pruebas del intenso mestizaje que ha marcado nuestra vida como nación. Con todas las fallas que tenemos como país, parafraseando al entrañable humorista y escritor Nicolás Yerovi (1951-2025), fallecido hace unos días, uno se sorprende de que, a pesar de todas nuestras desdichas, con gestiones políticas desastrosas que desprecian la cultura y la decencia, aun haya personas que aprecien la intrínseca belleza de la marinera. 

Desde España, el fandango; los ritmos negros del África; y el folklore de raigambre andina fueron fusionándose y, en el caso de la marinera, refinándose con la práctica, hasta alcanzar el formato que hoy muchos conocen y admiran. Y, a pesar de no contar con registros fidedignos acerca de cómo se bailaba la marinera a finales del siglo XIX, no hace falta ser un experto en el tema para imaginar que no se vería como las coreografías grupales y disforzadas que vemos, desde hace algunos años, en las últimas ediciones del famoso Concurso Nacional de Marinera o en espectáculos diseñados para turistas que se presentan en locales como el restaurante y asociación cultural Brisas del Titicaca o su clon barranquino, La Candelaria.

La marinera está relacionada, por supuesto, al tondero piurano, un baile de campo, más rústico que la sofisticada danza que hoy nos ocupa. También hace uso de pañuelos y sombreros de paja, pero la vestimenta es mucho más sencilla, pueblerina, y tanto el hombre como la mujer bailan descalzos. Cecilia Barraza, una de las artistas de música criolla más conocidas, hizo suya la interpretación de tonderos clásicos como La apañadora (Alicia Maguiña), El forastero (Rafael Otero López), entre otros.

De lo que no cabe duda es que la marinera es una evolución de la zamacueca, baile de la costa de Lima que comenzó a practicarse en tiempos coloniales y que también es la base de otros géneros de música y danza sudamericanos como la cueca chilena y la zamba -así, con “z”, no como la samba brasileña, con “s”- argentina, con muchas similitudes en estructura rítmica entre ellas. 

El extraño nombre –zamacueca- es la unión de dos términos, “zamba” y “clueca” o “culeca”, porque en sus primeras formas, la bailarina simulaba los andares de las gallinas después de poner un huevo, sosteniendo la falda con ambas manos, movimiento que se mantiene en la marinera actual. La zamacueca se sigue bailando hoy, identificada con el acervo folklórico afroperuano, mientras que la marinera resultante se bifurcó en diversas vertientes, de las cuales dos se han mantenido como las más populares tanto nacional como internacionalmente: la limeña y la norteña. 

“Guitarra llama a cajón / cajón a la voz primera / escuchen con atención… / ¡Aquí está marinera!” proclamaba el folclorista afroperuano Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) en la primera cuarteta de su décima de pie forzado Aquí está la marinera, escrita entre 1968 y 1970. En esta ingeniosa poesía, el recordado don Nico nos enseña la secuencia que debe seguir una pareja para bailar la marinera de manera correcta. Pero no se refiere a la norteña, la más conocida, sino a la “peruana… de Lima”, como aclara el prolífico compositor y musicólogo negro, a manera de introducción a la magistral interpretación de un tradicional canto de jarana, junto al guitarrista Vicente Vásquez, en la tercera edición de su famoso LP Cumanana (1974). 

Nicomedes Santa Cruz es, probablemente, el artista que dejó más grabaciones de marinera limeña respetando su tradición y estructura originales, como podemos apreciar en temas como Mándame quitar la vida, Soy la redondez del mundo o los estudios de marineras limeñas en notas mayores y menores que figuran en otro de sus álbumes emblemáticos, Socabón (1970).

La marinera limeña se caracteriza por su cadencia acompasada, su porte sobrio e instrumentación –guitarras, cajones y palmas- que remite a la forma en que se tocaba la zamacueca, con las guitarras, laúdes y palmas españolas del fandango. El coqueteo entre los bailarines es sutil y señorial, con el hombre generalmente vestido de frac negro y la mujer con elegantes vestidos blancos, azules, verdes o granates. Ambos usan zapatos y alzan sus pañuelos al aire en cada evolución, giro y contoneo. 

Hay muchas marineras limeñas, con coplas que se repiten indistintamente en canciones diferentes –estrofas, cantos de jarana y fórmulas o palabras claves, conocidas también como “llamadas”, que sirven para identificarlas. Un buen ejemplo de marinera limeña lo encontramos en la fuga de la clásica composición de Chabuca Granda, José Antonio, escrita en 1957 y dedicada a don José Antonio de Lavalle y García, un criador de caballos peruanos de paso que era amigo personal de la recordada cantautora. 

Alicia Maguiña fue la otra gran investigadora de este género nacional, con recopilaciones de cantos de jarana que le aprendió a artistas populares como el legendario cantor Manuel “Canario Negro” Quintana (1880-1959), a quien inclusive protegió hasta su muerte. Asimismo, era común verla en medio de los hermanos Elías y Augusto Ascuez (1895-1967 y 1892-1985, respectivamente), o bailando marineras limeñas, pañuelo blanco en alto, al lado de personalidades del criollismo más auténtico como Bartola Sancho Dávila (1883-1967) o Valentina Barrionuevo, “La Valentina de Oro” (1908-1984) en aquellas históricas jaranas “de padre y señor mío” realizadas en la cuadra 3 del Jr. Luna Pizarro, en La Victoria, el famoso “Callejón del Buque”.

A pesar de que la marinera llegó al norte desde Lima, es esta modalidad la que ha dado la vuelta al mundo por ser más visual y vertiginosa que la limeña. La marinera norteña destaca por su naturaleza más enérgica, aunque sin perder la elegancia y el garbo en su ejecución. Los bailarines pasan del cortejo sutil y elegante al zapateo frenético y ágil, siguiendo una estructura fija –que también rige para la limeña- de dos estrofas (“no hay primera sin segunda”) y la fuga o resbalosa, en la que el ritmo se aligera hasta llegar a un estado climático en que la pareja termina en perfecta sincronización con la música.

Las regiones de La Libertad, Lambayeque y Piura son el epicentro de la práctica de la marinera norteña, en especial las capitales de las dos primeras, Trujillo y Chiclayo, con un cancionero amplio de marineras dedicadas a estas ciudades del norte peruano, antes conocidas por su amabilidad y lamentablemente tomadas hoy por la corrupción política y la delincuencia. Así baila mi trujillana, del compositor trujillano Juan Benites Reyes, es probablemente la melodía más representativa, infaltable en todas las ediciones del Concurso Nacional de Marinera, un tradicional evento anual que se celebrará este año del 27 de enero al 2 de febrero, en su edición número 65. 

El bailarín de marinera se caracteriza por su traje de chalán –camisa y pantalón de lino blanco, sombrero de paja de ala ancha, cinturón grueso, zapatos negros- y su pareja, por sus hermosos vestidos de encaje en la parte alta y enormes faldas que ella levanta y despliega con elegancia y mucho arte. El pelo recogido con finas peinetas y tembleques, el maquillaje, los aretes de filigrana conocidos como “dormilonas” y otros accesorios -los escapularios y detentes, las flores-, completan un atuendo femenino que cautiva al público. Los rostros siempre sonrientes y las expresiones de fina coquetería abundan, así como los desplazamientos circulares y zapateos que simulan al caballo peruano de paso. Un detalle adicional: en la marinera norteña ella baila, a veces, sin zapatos. Como en el tondero.

La instrumentación tradicional de la marinera incluye voces, guitarras, cajones y palmas pero, desde hace ya varias décadas, se ha impuesto la interpretación de marineras norteñas con banda de música, ensambles a los que generalmente vemos tocando himnos y marchas de guerra. El repique de tarolas marca siempre el inicio de cada tema y la resonancia profunda de trombones, trompetas y tubas realza cada una de las canciones, definiendo la línea melódica y reemplazando a la voz humana. En las décadas de los setenta y ochenta se grabaron emblemáticos discos de marineras instrumentales. Los de la Banda de la Guardia Republicana, la Banda Santa Lucía de Moche y la Banda San Miguel de Piura son los más conocidos, grabados durante la década de los años setenta, en pleno auge nacionalista.

Una de las variantes más espectaculares de la marinera es aquella en la que el bailarín es reemplazado por un chalán quien, montado en un caballo peruano de paso, lo hace bailar con la mujer que gira y zapatea frente al hermoso animal, adornado con cintas y escarapelas con los colores de nuestra bandera. En la inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019, que pasó de ser el evento más comentado como orgullo de la peruanidad frente al mundo a ser intencionalmente desaparecido de la memoria colectiva local por haberse realizado durante la gestión presidencial de Martín Vizcarra, se incluyó un segmento en que se lució esta forma de presentar la marinera. 

Otra versión, más moderna, es la que se baila en grupo, una modificación que los más puristas no aceptan del todo, ya que la marinera es esencialmente un baile de pareja. Se trata de unas coreografías planificadas con extremado cálculo y disfuerzo, ideales para restaurantes turísticos y para acercarlas a públicos de gustos homogéneos, que siguen la estética de los musicales de Broadway o las puestas en escena de música irlandesa, muy de moda en el mundo globalizado, pero que tiende a desnaturalizar las estampas auténticas de la romántica interacción individual que caracterizan a la marinera.

Todos los años, desde 1960, se realiza el Concurso Nacional de Marinera, en el que cientos de parejas de distintas edades compiten frente a jurados especializados. Aunque comenzó con mucho apoyo, en la actualidad el concurso tiene serios detractores que cuestionan la rigurosidad de los criterios de evaluación, algunos estilos de baile e incluso los resultados. Existen también denuncias de favoritismos, premios amañados y hasta boicots entre participantes. Por tercer año consecutivo, a raíz de diversos problemas de permisos no concedidos por un alcalde de Trujillo hoy vacado, el certamen se realizará en el Callao y no en la emblemática capital de La Libertad, hoy tomada por la delincuencia. No es que en el Callao o en Lima las cosas sean mejores o más seguras pero bueno, es lo que hay.

El concurso dura toda una semana, pero la atención se concentra en la gran final. Durante ocho horas, las parejas finalistas compiten para obtener los preciados primeros lugares, en una actividad que une a la comunidad de la marinera -familias, academias, personajes notables, profesores, campeones de ediciones pasadas- y también al público en general que interactúa con sus pancartas y matracas mientras disfrutan de conocidas melodías como La concheperla (Abelardo Gamarra/José Alvarado “Alvaradito”, 1892), El turrón (Juan Requena Castro), Así baila mi trujillana (Juan Benites Reyes, 1981), Que viva Chiclayo (Luis Abelardo Núñez, 1947), Sacachispas (Luis Abelardo Núñez, 1955), San Miguel de Piura (Artidoro Obando García, 1911), El sueño de Pochi (José Escajadillo), y muchas otras, no tan conocidas.

Las categorías regulares del Concurso Nacional de Marinera son: Preinfantes, Infantes, Infantiles, Noveles, Junior, Juveniles, Adultos, Master. Y las categorías especiales: De la Unidad, de Oro, Campeón de Campeones. Las parejas se preparan durante todo el año ensayando, mandando a hacer sus trajes y cuadrando sus coreografías para dar lo mejor de sí en cada etapa del concurso. Cada año, miles de personas se congregan para ver a los mejores. Algunos de ellos llegan de otras ciudades del mundo. 

La marinera ha llegado al siglo XXI como uno de los más importantes símbolos de identidad nacional. En toda la zona del norte peruano, la marinera sigue cultivándose entre niños y niñas, quienes la aprenden a bailar desde el colegio: “Yo bailo marinera desde los 9 años. Todos mis compañeros de clase bailan marinera. No todos han estado en clases de academia, pero el colegio incluía dos horas de baile en la semana”, nos cuenta una joven trujillana de la generación millenial, pero que ha desarrollado amor, identificación y respeto por esta linda danza nacional. “¡Bailar marinera me encanta!”, nos dice.

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[Música Maestro] El anuncio del retorno a los escenarios de Oasis, la banda británica que se convirtió en un fenómeno sociocultural entre 1994 y 1996, para luego establecerse como una de las agrupaciones más importantes del britpop con cuna en Manchester, alborotó para bien y para mal al cotarro rockero que ya comenzó a comer ansias sobre las fechas que vienen programándose para julio y agosto del 2025 en diversas ciudades del Reino Unido.

De inmediato circularon notas celebrando este regreso, denominándolo el acontecimiento musical más importante de los últimos tiempos. En redes sociales, en cambio, el ingenio de los cibernautas expertos en memes también se activó con páginas que daban recomendaciones sobre cómo recuperar el dinero pagado por las entradas cuando se cancelen los conciertos y una supuesta filtración de los primeros ensayos del grupo que mostraba a dos personas liándose a puñetazos en medio de la calle.

Ocurre que, en los predios de la crítica especializada y en círculos demelómanos empedernidos, para nadie es un secreto que la relación entre Noel (57) y Liam Gallagher (52) es de todo menos cordial. Sus mediáticas peleas y agresiones verbales, muchas veces delante del público, se hicieron incluso más legendarias que sus triunfos comerciales, una sucesión de exitosos álbumes que se convirtieron en clásicos de los años noventa, gracias a su imagen de juvenil rebeldíaoptimista aunque algo cínica- y un sonido accesible, aspectos ligados al rock clásico del que se nutrían -especialmente los Beatles y sus derivados-, opuestos a la desolación depresiva y las disonancias sónicas del grunge norteamericano.  

Con motivo de ello, y aprovechando que hace unos días, para ser precisos el pasado 5 de septiembre, se celebró en algunas ciudades el Día Mundial del Hermano (¿?), me animé a hacer un recuento de aquellas bandas con presencia de dos o más integrantes de la misma familia, en distintas épocas y géneros musicales.

NOTA: Si haces click en cada artista, verás una de sus canciones

El primer caso que viene a la mente es el de los hermanos Ray (80) y Dave Davies (77), líderes de The Kinks, una de las bandas más importantes de la Invasión Británica, detrás de los Beatles y los Rolling Stones. Conocidos por pasar largas temporadas sin hablarse, incluso estando en medio de grabaciones o giras, los Davies disolvieron oficialmente la banda en 1997. Desde entonces, los intentos por reunirse se han frustrado, tanto por temas de salud -Dave tuvo un infarto en el 2004- como por los problemas y discusiones entre ambos por diferencias musicales y artísticas.

Una historia aun más explosiva fue protagonizada por Don y Phil Everly, The Everly Brothers, de enorme influencia en los primeros años del rock and roll. Conocidos por su imagen amable, cándida y unida, sorprendieron a su público en 1973 con una intensa pelea sobre el escenario que terminó con Phil lanzando su guitarra acústica al piso mientras un alcoholizado Don trató de sobrellevar el concierto, cantando solo. Aquel pleito era, sin embargo, la punta del iceberg de una serie de problemas que persiguió a los hermanos -fallecidos en 2021 y 2014, respectivamente- y que marcó sus carreras antes y después de aquel incidente.

Un caso similar es el de Chris (57) y Rich Robinson (55), voz y guitarra de The Black Crowes. El notable grupo de blues-rock tuvo una serie de altibajos que los llevó a la separación en el 2015, año en que los Robinson dejaron de dirigirse la palabra, una situación que se corrigió en el 2019 con un anunciado retorno que generó muchísima expectativa entre sus seguidores. También en esa década vimos surgir a famosas bandas con dos hermanos en su formación como por ejemplo los ingleses RadioheadJonny y Colin Greenwood (guitarra, bajo)-, los australianos The CranberriesMike y Noel Hogan (bajo, guitarra), Collective SoulEd y Dean Roland (voz, guitarras)– y Stone Temple PilotsDean y Robert DeLeo (guitarra, bajo), ambos de Estados Unidos.

El rock clásico es pródigo en esta clase de grupos, la mayoría de los cuales llevaron la fiesta bastante en paz, sin que eso signifique que estuviesen exentos de problemas. Desde Canadá conocimos a los Bachman-Turner Overdrive, con Tim, Robbie y Randy Bachman, que surgieron en 1973 tras la salida del último de The Guess Who y se separaron por discusiones económicas e intereses musicales diferentes. The Allman Brothers Band por su parte, mantuvo su nombre aun cuando uno de sus miembros, el guitarrista Duane Allman(1946-1971), falleció cuatro años después de haber fundado la banda con su hermano, el cantante y tecladista Gregg (1947-2017). A través de los años, el grupo conservó esa aura de colectivo familiar, la misma que se ha extendido a la segunda generación de sus principales integrantes, en el proyecto The Allman Betts Band. Otro ejemplo, menos conocido, es el de Edgar y Steve Broughton, guitarra y batería de la setentera The Edgar Broughton Band.

Y si se trata de colectivos familiares, tenemos a instituciones de la música de todos los tiempos como el trío australiano de Barry (78), Robin (1949-2012) y Maurice Gibb (1949-2003), los eternos Bee Gees; el dúo Carpenters, Karen (1950-1983) y Richard (77); o los también norteamericanos The Beach Boys, quinteto en el que alternaron Brian (82), Carl (1946-1998) y Dennis Wilson (1944-1983). Cada una de estas entidades artístico-familiares dejaron imborrableshuellas en el panorama de la música popular. Y se llevaron casi siempre bien, aunque ninguna estuvo 100% libre de conflictosinternos debido a adicciones, enfermedades y malos tratos entre sus integrantes.

Otro caso de hermanos rivales se dio a finales de los ochenta, en una de las bandas pioneras de lo que hoy todos conocemos como indie-rock. Me refiero a los escoceses The Jesus & Mary Chain, quinteto liderado por Jim (62) y William Reid (65), quienes podrían haber terminado presos por las incontables veces que se pelearon a gritos y golpes frente a su enfervorizado público. A pesar de las tensiones permanentes entre ambos, el grupo mantuvo una carrera medianamente estable, gracias a esa impredecible y cambiante dinámica, hasta 1998.

En las arenas de lo independiente, podemos mencionar a grupos como CocoRosie, de Sierra y Bianca Casady, lideresas del indie-popfeminista; los estridentes suecos The Hives, con Per y Niklas Almqvistcomo cabezas de serie; el dúo canadiense de música electrónica Boards Of CanadaMichael y Marcus Sandison-; el trío judío-norteamericano de pop acústico Haim integrado por las hermanas Alana, Danielle y Este Haim; y los también canadienses Arcade Fire, que estuvo durante veinte años liderado por Win y Will Butler, con este último abriéndose en el 2021 para perseguir sus propios proyectos.

Si hablamos de hard-rock, no podemos hacerlo sin mencionar a Van Halen y Ac/Dc. Eddie (guitarra, 1955-2020) y Alex Van Halen(batería, 71), nacidos en Holanda, pero llegados a los Estados Unidos durante su adolescencia, marcaron época por su increíble destreza como instrumentistas y por llevar siempre con mano férrea todos los negocios y caminos artísticos de su grupo. En cuanto a la locomotora australiana de blues-rock, las electrizantes guitarras de Angus (69) y Malcolm Young (1953-2017) fueron ejemplo de unidad fraterna cuatro décadas. En ambos casos, tras los fallecimientos de Eddie y Malcolm, siguieron adelante con sus descendientes -Wolfgang Van Halen, hijo de Eddie; Stevie Yong, sobrino de Malcolm- recordando también el caso de los británicos Led Zeppelin, que regresaron en el 2007 con el hijo de John Bonham, Jason, como baterista.

El rock de los ochenta no puede entenderse sin pensar en los Porcaro -Jeff (1954-1992), Mike (1955-2015) y Steve (67)-, de Toto, eximios músicos que nos dejaron grabaciones orientadas al público convencional sin comprometer su elegante calidad y filo rockero/jazzero. En la otra orilla, la experimental y arriesgada -no menos importante, por cierto- tenemos a los extravagantes Devo, integrado por dos parejas de hermanos, Gerald y Bob Casale (bajo, guitarra, voces), y Bob y Mark Mothersbaugh (teclados, guitarras, voces). Entre los británicos ochenteros, recordamos también a The Psychedelic Furs (Tim y Richard Butler, bajo y voz), con su onda post-punk; y los sofisticados Spandau Ballet (Gary y Martin Kemp, teclados y bajo), Otros australianos, el sexteto INXS, tuvo como base a Andrew, Jon y Tim Farriss, cuya sana relación familiar mantuvo a flote al grupo incluso después del lamentable suicidio de Michael Hutchence (1960-1997), aunque con poca suerte en el intento de reemplazar a tan carismático vocalista.

El heavy metal también ha aportado lo suyo. Desde los alemanes Scorpions, de sonido vertiginoso y accesible, que tuvo en sus filas entre 1969 y 1979 a los guitarristas Rudolph (76) y Michael Schenker(69) –“mi hermano mayor es un “bully” (abusivo). Y yo no soporto a los bullies” llegó a declarar el genial guitarrista antes de retirarse a hacer su propio camino- hasta los brasileños Max (55) e Igor Cavalera(54) de la banda de thrash Sepultura -hoy reciclados en Cavalera Conspiracy-, que se separaron por agrios desencuentros sobrederechos de autor y regalías después del influyente álbum Roots (1996), hay varios casos de hermanos que prolongaron su vida casera en la ruta del rock duro.

Por ejemplo, podemos mencionar a los iconos del metal cristiano, Stryper -Michael (61, voz y guitarra) y Robert Sweet (64, batería)-; la banda de Dimebag Darrell (1966-2004) y Vinnie Paul (1964-2018), Pantera, amos del groove metal; o dos legendarias bandas de géneros extremos como los norteamericanos Deicide, con sus guitarristas fundadores Eric y Brian Hoffman; y los polacos Decapitated, liderados por Wacław y Witold Kiełtyka (guitarra y batería). O podemos citar el caso de otros Gallagher, John y Mark, de Raven, grupo británico de culto que viene rodando desde hace más de 45 años. O los franceses Gojira, recientemente célebres por su participación en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París. El guitarrista/cantante Joe Duplantier y su hermano Mario, baterista, fundaron este quinteto de death metal melódico que publicó su álbum debut en el 2001.

Los gemelos Chuck (75) y John Panozzo (1948-1996), la sección rítmica de Styx, fueron fundamentales en el sonido de este quinteto de prog-rock en su época más exitosa, entre 1975 y 1984. No podemos pasar por alto, en este estilo, el trabajo de Gentle Giant, con los multi-instrumentistas y cantantes Derek, Phil y Ray Shulman organizando esas complejas composiciones que tenían de jazz, música barroca/celta y power-rock. Por su parte, los inclasificables Cardiacs tuvieron en los hermanos Jim y Tim Smith a los conductores de este combo londinense que pasó por todos los géneros posibles, desde el progresivo y la psicodelia hasta el post-punk, la electrónica y el jazz.

Heart, otra institución del rock clásico, con Ann (74) y Nancy Wilson (70) al frente, sigue rockeando con admirable vitalidad tras cincuenta años de trayectoria. Del mismo modo, aunque con menor difusión, las hermanas June y Jean Millington lideraron un cuarteto guitarrero femenino, Fanny, que inspiró a toda una comunidad de rockeras mujeres, desde The Runaways hasta The Bangles, banda de pop-rock revisionista de la onda Beatles/Byrds que tenía a Debbi y Vicky Peterson en guitarra y batería.

Y si seguimos explorando, encontraremos a Maggie, Terry y Suzzy Roche, de The Roches; Emily Strayer y Martie Maguire –ambas usando sus apellidos de casadas-, fundadoras de The Dixie Chicks(hoy simplemente The Chicks); o Andrea, Caroline, Sharon y JimCorr (The Corrs), agrupaciones que cultivan diferentes vertientes de la fusión del folk con el country y el pop. O a Kim y Kelley Deal, de The Breeders, interesante banda de rock alternativo, cuyas adicciones les ocasionaron más de una pelea, aunque siempre primó la química tan especial y característica que genera irrompibles conexiones, desde emocionales hasta psíquicas, cuando se trata de hermanos gemelos.

Earth Wind & Fire, reconocida agrupación de soul, R&B y funk, estuvo liderada por los medios hermanos Maurice (1941-2016) y Verdine White (73). En el mismo estilo, Sly & The Family Stone -Sylvester, Freddie y Rose Stewart-; Kool & The Gang -Ronald y Robert “Kool” Bell- y por supuesto no podemos olvidar a los colectivos de hermanos, como los Isley, los Neville, las Pointer o TheJackson 5, cantera de la que surgió un niño prodigio, Michael Jackson (1958-2009). Por su parte The Replacements -Bob y Tommy Stinson-, Bad Brains -Paul y Earl Hudson- y The Stooges -Scott y Ron Asheton- representan al punk en este listado. Y en el reggae, Ali y Robin Campbell dirigieron Ub40 hasta que las horribles tensiones entre ambos provocaron la salida del primero en el 2008 después de 30 años de exitosa carrera; mientras que Aston y Carlton Barrettfueron la sección rítmica de los Wailers de Bob Marley, inamovible entre 1970 y 1981.

La interacción entre hermanos suele dar una dinámica particular a todas estas bandas, a pesar de que en la mayoría de casos, los problemas hayan sido finalmente más fuertes que el intenso lazo sanguíneo que los une. Por ejemplo, Tom (1941-1990) y John Fogerty(79), de Creedence Clearwater Revival, terminaron enredados en fríostribunales y solo la enfermedad del primero logró acercarlos tras años de resentimiento. O como ocurre con Kings Of Leon, banda formada en 1999 por tres hermanos y un primo, Caleb, Jared, Nathan y Matthew Followill, que suelen pelearse constantemente entre ellos, en especial los dos primeros; todo lo opuesto a la armonía que reflejabanlos Osmonds, siete hermanos que surgieron como estrellas infantiles a fines de los sesenta y estuvieron vigentes hasta hace muy poco, con Donny (65) y Marie (64), haciendo largas temporadas de conciertos en Las Vegas.

Como vemos, por mucho que así lo crean sus fanáticos más fieles, los Oasis no fueron los únicos hermanos en el rock ni mucho menos. Y tampoco tienen exclusividad en aquello de llevarse pésimo. Y eso que no hemos cubierto los casos del jazz o la música en español, que darían para una columna entera. Porque, aunque también han sabido demostrarse profunda armonía, respeto y cariño fraterno, algunos hermanos realmente llegaron a extremos en eso de pelearse a cada rato, sin que les importe mucho poner en riesgo la estabilidad de susbandas.

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