pop-rock

[Música Maestro] Los melómanos del mundo lo sabemos perfectamente. Nada más divertido, escapista y nerd que pasar horas discutiendo quién fue qué en la historia de la música popular. Esta práctica, que también se da en los universos del cómic, la literatura o el cine, nos pone delante de dicotomías que generan discusiones eternas cuya característica común es su imposibilidad de arribar a respuestas o conclusiones cerradas. Son ejercicios retóricos y comparativos que, muy a menudo, trascienden los aspectos objetivos -popularidad, influencia, éxito comercial- para sumergirse en la más descarnada subjetividad, lo cual garantiza toda clase de apasionamientos y hasta agresiones, sobre todo en los predios siempre reduccionistas, simplones y excesivamente abiertos de las redes sociales.

Por supuesto que aquí no vamos a llegar eso, sino todo lo contrario. Cada vez que se plantean esta clase de “versus” lo que debe movernos es el afán de revisar trayectorias, puntos de vista, apreciaciones, todas válidas si tienen buenos argumentos, sin caer en la desautorización o en el irrespeto a las opiniones contrarias, salvo que provengan de la desinformación, la ignorancia o el mero afán por dar la contra. Además, no siempre se trata de dicotomías antagonistas, sino que se puede llegar a consensos porque, como en otras áreas del conocimiento humano, lo que comienza como un intercambio de conceptos opuestos puede acabar en fructíferos acuerdos que nos permitan entender y disfrutar mejor a los artistas sometidos a estos debates. 

Puede parecer un tema superficial y hasta inútil -me imagino que muchos están pensando ya en aquello de que “no es bueno comparar”-, eso de andar analizando artistas, épocas o incluso periodos de un mismo grupo o solista para determinar las razones que motivaron sus títulos, desempeños comerciales, fervorosos fanatismos o permanencias en el tiempo y si son o no justificados. Pero, en lo personal, prefiero diez mil veces discutir sobre estas cuestiones que sobre las declaraciones cínicas y/o cantinflescas de políticos impresentables -presidentas, ministros, congresistas y demás-, periodistas y líderes de opinión que se venden al poder, candidatos mentirosos o cómicos de estercolero con popularidades y fortunas gruesas y mal habidas. Es más edificante, entretenido y, en esta oportunidad, me sirve para recordar algunas de las batallas más interesantemente vacías que he escuchado. Y en las que he participado, más de una vez.

Empecemos con la más conocida de todas. ¿Los Beatles o los Stones? Desde siempre, la prensa especializada instaló en el público la (falsa) idea de que existía una rivalidad entre los de Liverpool y los de Londres. Así, polarizaron a sus primeras audiencias poniendo como base el aspecto y la actitud de unos y otros. Mientras que The Rolling Stones eran “los chicos malos” -desaliñados, con sus uniformes jaloneados, con canciones que hablaban de peleas callejeras y diversos niveles de promiscuidad-, The Beatles iban siempre correctamente vestidos, peinados y cantándole al amor y la amistad. 

Después de la muerte de Brian Jones en 1969 y la separación de los Fab Four al año siguiente, la discusión se trasladó a la tenacidad de los creadores de clásicos como (I can’t get no) Satisfaction o Paint it black para mantenerse unidos, por lo menos su núcleo creativo, Mick Jagger y Keith Richards, con diversos cambios de personal -su último álbum es del año 2023-, frente a la imposibilidad de reunión de la banda de rock más influyente de la historia -así nuestro experto rollingstoniano local, Cucho Peñaloza, piense lo contrario-, algo que quedó sepultado para siempre cuando Mark David Chapman decidió asesinar a John Lennon aquel oscuro 8 de diciembre de 1980 en New York. Obviamente, nunca existió tal enemistad, pero siempre es interesante cuando conocedores de estos dos monstruos del rock intercambian sus pareceres sobre cuál de los dos es “el mejor”.

En la otra orilla del océano musical, nos acercamos a nuestras costas para recordar uno de los debates más acalorados en el ámbito de la música criolla. Me refiero al que enfrenta a Chabuca Granda (1920-1983) con Alicia Maguiña (1938-2020), para determinar el título de “la mejor compositora”. Y, en este caso, la pugna de egos sí fue real y está documentada largamente. Alicia, ocho años menor que Chabuca, escribió en una de sus primeras marineras –Dale, toma de 1961- que Granda parecía “una beata cantando en misa” para responder unas críticas según las cuales, para resumir, la autora de La flor de la canela consideraba que a la creadora de clásicos como Indio o Estampa limeña, le faltaba aprender. Ambas tienen amplios merecimientos, con creaciones e investigaciones que enriquecieron el acervo musical peruano, integrando sonidos de la costa con lo afroperuano y lo andino.

Otro ejemplo en cuanto a la música hecha en nuestro país se da cuando hablamos de pop-rock y sus derivados. ¿Comercial o subte? ¿Pedro Suárez Vértiz o Daniel F? ¿Líbido o Mar de Copas? Podría dedicarle una columna exclusivamente a este tema, porque además de las variables estrictamente artísticas o de preferencias del público, inevitablemente ingresan en este cuadro consideraciones de índole social como la procedencia de los grupos o solistas (de Lima o de provincias, del centro o de los conos, de La Noche o El Averno); o de naturaleza empresarial/política como los temores que siempre han tenido los medios ante intérpretes con mensajes incómodos o sonidos no muy amables. 

Por ejemplo, es imposible no hablar de clasismo/racismo cuando recordamos las peleas entre “pitupunks” y “misiopunks”, uno de los capítulos más ridículos de la magra historia de las vertientes extremas del rock peruano de los ochenta y que, en el fondo, encubre problemáticas más complejas que superan los intentos de autoafirmación de cada género o subgénero para decidir quién es más auténtico y establecen la oportunidad para discutir acerca de qué clase de ciudadano eres, algo que se viene haciendo desde hace tiempo en grupos y redes sociales afines al análisis y consumo de la multiforme telaraña de escenas que se desarrollan en el pop-rock nacional desde los años sesenta. Porque una cosa es preferir las canciones de Saicos, Narcosis o Dios Hastío y otra las de Río, Mar de Copas o We The Lion, ya sea durante el velasquismo, el alanato/fujimorato o en plena era de waykis y Rolex.

Si hablamos de salsa, también aparecen varias dicotomías sobre las cuales podríamos ocuparnos durante horas. ¿Qué orquesta es la mayor representante de la salsa dura? ¿El Gran Combo o La Sonora Ponceña? ¿Qué salsa es más popular, la colombiana o la portorriqueña? ¿Dónde nació el género, en Cuba o en Puerto Rico? -aquí la respuesta sería en ninguno de los dos países, porque la salsa, como tal, nació en los Estados Unidos, específicamente en New York. 

La madre de las discusiones en este terreno es la que pone frente a frente a dos antiguos amigos que hoy no pueden verse ni en pintura, Rubén Blades y Willie Colón. Entre 1977 y 1982, ambos crearon algunos de los mejores álbumes del sello Fania Records. Y, desde entonces, su relación se convirtió en una combinación de reencuentros y pleitos en juzgados. Esto dio material de primera para las tertulias acerca de quién merecía mayores reverencias, si el experto cantante y poeta urbano o el productor, arreglista y trombonista de voz esforzada y nasal. 

Pero hay otro de estos simpáticos “Celebrity Death Match” -recordando la sangrienta serie de animación cuadro-por-cuadro que la MTV transmitió entre 1998 y 2002 en que dos estrellas luchaban hasta la muerte- que involucra al panameño. Y es el que protagonizó, entre el 2014 y el 2019, con el trovador cubano Silvio Rodríguez. Por cierto, en este caso no hablamos de una discusión entre seguidores sobre quién es mejor, sino de una pugna ideológica entre ambos artistas. Silvio y Blades intercambiaron artículos desde sus blogs Segunda Cita y La Esquina, respectivamente, en los que aprovecharon la coyuntura de la crisis en Venezuela en ese momento -el chavismo, Nicolás Maduro, Guaidó, Capriles- para polemizar y filosofar, con mucho respeto y una altura digna de ellos mismos, sobre temas como la izquierda, la política, la sociedad, la revolución. De hecho, tras las últimas elecciones en el país llanero, los cantautores no se han dicho nada, aunque sus discusiones previas sí trataron de ser reactualizadas por “trolls, blogueros y call-centers del dictador Maduro”, como ha denunciado en sus redes el compositor de Pedro Navaja. Pero aquí no hay discusión que vaga. Ambos son extraordinarios.

Regresando al mundo del rock, una de las discusiones más interesantes es la que suele reactivarse cada cierto tiempo entre fanáticos del grupo británico Genesis. ¿Qué etapa fue mejor? ¿con Peter Gabriel o con Phil Collins? Este es uno de los debates especializados más longevos en la evolución del rock. Como sabemos, entre 1970 y 1975, la banda tuvo a ambos en su formación: el primero al frente, como vocalista y maestro de ceremonias; el segundo al fondo, como baterista y corista ocasional. Sin embargo, cuando el hombre de los disfraces y las personalidades múltiples decidió apartarse para iniciar su camino en solitario en 1976, Collins tomó el micrófono. Poco a poco, el sonido de Genesis se fue alejando de las complejas historias y los arreglos musicales recargados para incorporar texturas menos densas y cercanas al pop de los ochenta, aunque siempre con un nivel de destreza instrumental superior al de las bandas promedio. 

Muchos seguidores adictos al prog-rock de la primera etapa acusaron a Phil Collins de haber pervertido el sonido de Genesis, haciéndolo “más comercial”. El hecho de que Collins comenzara en paralelo su exitosísima carrera como solista, con discos inspirados tanto en el art-pop como en el soul y el R&B, no hizo más que empeorar la opinión de los más recalcitrantes. Sin embargo, los álbumes que Genesis publicó entre 1976 y 1991 contienen composiciones de un alto nivel de inventiva que se intercalan con los temas más radialmente amigables, que hicieron de Genesis la banda progresiva que mejor logró acomodarse al estilo de pop-rock masivo de la década de los ochenta. Puede que no sean como Watcher of the skies (1972) o The cinema show (1973), pero canciones como Home by the sea (1983) o Domino (1986) se erigen como testimonios de su capacidad de creatividad y adaptación.

Hablando de rock argentino, por ejemplo, ¿Charly García o Luis Alberto Spinetta? Ambos son los padres fundadores del rock gaucho, sin duda alguna. El genio del bigote bicolor se hizo extremadamente reconocible por los grandes públicos no necesariamente expertos, luego de haber atravesado por diversas etapas -folk-rock, prog-rock, pop electrónico, funky, tango, pop-rock- mientras que el otro genio, el de las letras enigmáticas y la guitarra electrizante, jamás alcanzó la ansiada popularidad a pesar de haber sido determinante en el desarrollo del rock en nuestra lengua y las fusiones con el jazz y el folklore de su país. García (72) acaba de lanzar un interesante disco, La lógica del escorpión, después de años de silencios parciales y múltiples padecimientos de salud; mientras que “El Flaco” falleció a los 62 en el 2012, con una discografía alucinantemente diversa, retadora y masivamente desconocida. 

Otras dicotomías interesantes son: ¿Pedro Infante o Jorge Negrete? Mi padre, que en paz descanse, prefería al tenor académico, pero muchos otros confieren a Infante esa naturalidad cercana al pueblo de la que carecía el encopetado charro. En el post-punk, algo similar a lo de Genesis pasó con Joy Division que, tras el lamentable suicidio de su vocalista y líder, Ian Curtis (1956-1980), cambió la oscuridad de sus ritmos catatónicos por el brillo sintetizado de New Order. Hasta ahora se encienden las redes cuando se arma el debate sobre qué etapa prefieren sus seguidores. También en los ochenta, la rivalidad entre Morrissey (The Smiths) y Robert Smith (The Cure) se hizo legendaria entre círculos de conocedores. Y en cuanto a preferencias genéricas, de cuando en cuando uno encuentra sustanciosos intercambios de opiniones ante preguntas del tipo: ¿Qué prefieres, baladas en inglés (Air Supply, Elton John) o en español (José José, Camilo Sesto)? ¿Escuchar metal o punk? ¿Música clásica o jazz? ¿Beethoven o Mozart? Más allá de las respuestas obvias relacionadas a la subjetividad en cuanto a gustos musicales, es increíble la cantidad de información sobre idiosincrasias, personalidades, prejuicios y alcances intelectuales detrás de cada respuesta.

¿Madonna o Cyndi Lauper? Es una pregunta válida para todos aquellos amantes de los membretes. Hay quienes consideran que aquello de “Reina del Pop”, además de ser un evidente rótulo de raigambre publicitaria, se trata de una exageración tratándose de una artista que dedicó más de la mitad de su vida artística a los escándalos. Ciertamente, Madonna revolucionó el mundo del pop con sus frescas canciones y su irreverente imagen, especialmente entre 1983 y 1986. Pero desde entonces más han sido las controversias que los logros artísticos y, actualmente, a los 66 años cumplidos hace apenas un mes, sus inconsistencias van de la mano con su éxito monumental, como quedó demostrado en el concierto gratuito que ofreció recientemente en Brasil, donde incluso se atrevió a exponer a menores de edad a espectáculos para adultos. Mientras tanto, Cyndi Lauper (71), su némesis en aquellos años, hoy exhibe una carrera impecable que está llegando a su final con una espectacular gira de despedida. Y la divertida Girls just want to have fun representa mejor al espíritu adolescente inocente y libre de malicias que esos himnos al materialismo y la malentendida independencia femenina de Material girl o Like a virgin.

En esa misma línea, durante años hemos aceptado que Michael Jackson (1958-2009) fue el indiscutible “Rey del Pop”, por su innegable talento como cantante y bailarín, sus dotes natas de entretenedor y una carrera exitosa y prolífica que inició muy precozmente, desde los 10 años, al frente de sus hermanos, The Jackson 5. Durante los años más potentes de su reinado (1983-1987), sin embargo, se levantó la polémica entre especialistas que empezaron a preguntarse si el verdadero genio de la música afroamericana moderna era él u otro artista, también vigente en esos años de brillo ochentero pop. 

A diferencia de Jackson, Prince (1958-2016) no inició su camino musical de niño, pero entre los 20 y 23 años lanzó cuatro discos en los que grabó absolutamente todos los instrumentos y todas las voces, a la manera de otros genios unipersonales como Mike Oldfield, Todd Rundgren o Paul McCartney. Extremadamente virtuoso en guitarra, bajo y teclados, Prince además cantaba y bailaba frenéticamente bien, lo cual lo convirtió en un artista sumamente respetado tanto en las escenas del rock, del soul y del pop. A pesar de todo eso, siempre fue eclipsado por la notoriedad de Michael Jackson y su importancia comenzó a apreciarse, en su verdadera dimensión, de manera muy tardía.

Y hablando de reyes. Es una verdad aceptada literalmente por el mundo entero, que Elvis Presley (1935-1977) es “El Rey del Rock”. Sin embargo, sin negar que tuvo mucha fama y que su imagen, sobre todo durante la primera etapa de su carrera, ayudó a posicionar el rock and roll primigenio como un género popular y exitoso, hay discusiones estimables respecto de si merece un título tan grande y rimbombante. 

Después de todo, Elvis no compuso ni uno solo de sus grandes éxitos, tocaba la guitarra acústica a un nivel bastante básico y combinó sus grabaciones musicales con una carrera paralela como actor de películas. Luego se fue al ejército y regresó convertido en una estrella de Las Vegas, un crooner de baladas jazz y country, alejado del concepto que sugiere el título nobiliario que todos reconocen como incuestionable. Por ello hay quienes se preguntan, con total validez, quién califica para hacerse de la corona rocanrolera. ¿Elvis o Chuck Berry (1926-2017)? ¿Elvis o Paul McCartney? Interesante tema de discusión, ¿o no?

  

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[Música Maestro] El anuncio del retorno a los escenarios de Oasis, la banda británica que se convirtió en un fenómeno sociocultural entre 1994 y 1996, para luego establecerse como una de las agrupaciones más importantes del britpop con cuna en Manchester, alborotó para bien y para mal al cotarro rockero que ya comenzó a comer ansias sobre las fechas que vienen programándose para julio y agosto del 2025 en diversas ciudades del Reino Unido.

De inmediato circularon notas celebrando este regreso, denominándolo el acontecimiento musical más importante de los últimos tiempos. En redes sociales, en cambio, el ingenio de los cibernautas expertos en memes también se activó con páginas que daban recomendaciones sobre cómo recuperar el dinero pagado por las entradas cuando se cancelen los conciertos y una supuesta filtración de los primeros ensayos del grupo que mostraba a dos personas liándose a puñetazos en medio de la calle.

Ocurre que, en los predios de la crítica especializada y en círculos demelómanos empedernidos, para nadie es un secreto que la relación entre Noel (57) y Liam Gallagher (52) es de todo menos cordial. Sus mediáticas peleas y agresiones verbales, muchas veces delante del público, se hicieron incluso más legendarias que sus triunfos comerciales, una sucesión de exitosos álbumes que se convirtieron en clásicos de los años noventa, gracias a su imagen de juvenil rebeldíaoptimista aunque algo cínica- y un sonido accesible, aspectos ligados al rock clásico del que se nutrían -especialmente los Beatles y sus derivados-, opuestos a la desolación depresiva y las disonancias sónicas del grunge norteamericano.  

Con motivo de ello, y aprovechando que hace unos días, para ser precisos el pasado 5 de septiembre, se celebró en algunas ciudades el Día Mundial del Hermano (¿?), me animé a hacer un recuento de aquellas bandas con presencia de dos o más integrantes de la misma familia, en distintas épocas y géneros musicales.

NOTA: Si haces click en cada artista, verás una de sus canciones

El primer caso que viene a la mente es el de los hermanos Ray (80) y Dave Davies (77), líderes de The Kinks, una de las bandas más importantes de la Invasión Británica, detrás de los Beatles y los Rolling Stones. Conocidos por pasar largas temporadas sin hablarse, incluso estando en medio de grabaciones o giras, los Davies disolvieron oficialmente la banda en 1997. Desde entonces, los intentos por reunirse se han frustrado, tanto por temas de salud -Dave tuvo un infarto en el 2004- como por los problemas y discusiones entre ambos por diferencias musicales y artísticas.

Una historia aun más explosiva fue protagonizada por Don y Phil Everly, The Everly Brothers, de enorme influencia en los primeros años del rock and roll. Conocidos por su imagen amable, cándida y unida, sorprendieron a su público en 1973 con una intensa pelea sobre el escenario que terminó con Phil lanzando su guitarra acústica al piso mientras un alcoholizado Don trató de sobrellevar el concierto, cantando solo. Aquel pleito era, sin embargo, la punta del iceberg de una serie de problemas que persiguió a los hermanos -fallecidos en 2021 y 2014, respectivamente- y que marcó sus carreras antes y después de aquel incidente.

Un caso similar es el de Chris (57) y Rich Robinson (55), voz y guitarra de The Black Crowes. El notable grupo de blues-rock tuvo una serie de altibajos que los llevó a la separación en el 2015, año en que los Robinson dejaron de dirigirse la palabra, una situación que se corrigió en el 2019 con un anunciado retorno que generó muchísima expectativa entre sus seguidores. También en esa década vimos surgir a famosas bandas con dos hermanos en su formación como por ejemplo los ingleses RadioheadJonny y Colin Greenwood (guitarra, bajo)-, los australianos The CranberriesMike y Noel Hogan (bajo, guitarra), Collective SoulEd y Dean Roland (voz, guitarras)– y Stone Temple PilotsDean y Robert DeLeo (guitarra, bajo), ambos de Estados Unidos.

El rock clásico es pródigo en esta clase de grupos, la mayoría de los cuales llevaron la fiesta bastante en paz, sin que eso signifique que estuviesen exentos de problemas. Desde Canadá conocimos a los Bachman-Turner Overdrive, con Tim, Robbie y Randy Bachman, que surgieron en 1973 tras la salida del último de The Guess Who y se separaron por discusiones económicas e intereses musicales diferentes. The Allman Brothers Band por su parte, mantuvo su nombre aun cuando uno de sus miembros, el guitarrista Duane Allman(1946-1971), falleció cuatro años después de haber fundado la banda con su hermano, el cantante y tecladista Gregg (1947-2017). A través de los años, el grupo conservó esa aura de colectivo familiar, la misma que se ha extendido a la segunda generación de sus principales integrantes, en el proyecto The Allman Betts Band. Otro ejemplo, menos conocido, es el de Edgar y Steve Broughton, guitarra y batería de la setentera The Edgar Broughton Band.

Y si se trata de colectivos familiares, tenemos a instituciones de la música de todos los tiempos como el trío australiano de Barry (78), Robin (1949-2012) y Maurice Gibb (1949-2003), los eternos Bee Gees; el dúo Carpenters, Karen (1950-1983) y Richard (77); o los también norteamericanos The Beach Boys, quinteto en el que alternaron Brian (82), Carl (1946-1998) y Dennis Wilson (1944-1983). Cada una de estas entidades artístico-familiares dejaron imborrableshuellas en el panorama de la música popular. Y se llevaron casi siempre bien, aunque ninguna estuvo 100% libre de conflictosinternos debido a adicciones, enfermedades y malos tratos entre sus integrantes.

Otro caso de hermanos rivales se dio a finales de los ochenta, en una de las bandas pioneras de lo que hoy todos conocemos como indie-rock. Me refiero a los escoceses The Jesus & Mary Chain, quinteto liderado por Jim (62) y William Reid (65), quienes podrían haber terminado presos por las incontables veces que se pelearon a gritos y golpes frente a su enfervorizado público. A pesar de las tensiones permanentes entre ambos, el grupo mantuvo una carrera medianamente estable, gracias a esa impredecible y cambiante dinámica, hasta 1998.

En las arenas de lo independiente, podemos mencionar a grupos como CocoRosie, de Sierra y Bianca Casady, lideresas del indie-popfeminista; los estridentes suecos The Hives, con Per y Niklas Almqvistcomo cabezas de serie; el dúo canadiense de música electrónica Boards Of CanadaMichael y Marcus Sandison-; el trío judío-norteamericano de pop acústico Haim integrado por las hermanas Alana, Danielle y Este Haim; y los también canadienses Arcade Fire, que estuvo durante veinte años liderado por Win y Will Butler, con este último abriéndose en el 2021 para perseguir sus propios proyectos.

Si hablamos de hard-rock, no podemos hacerlo sin mencionar a Van Halen y Ac/Dc. Eddie (guitarra, 1955-2020) y Alex Van Halen(batería, 71), nacidos en Holanda, pero llegados a los Estados Unidos durante su adolescencia, marcaron época por su increíble destreza como instrumentistas y por llevar siempre con mano férrea todos los negocios y caminos artísticos de su grupo. En cuanto a la locomotora australiana de blues-rock, las electrizantes guitarras de Angus (69) y Malcolm Young (1953-2017) fueron ejemplo de unidad fraterna cuatro décadas. En ambos casos, tras los fallecimientos de Eddie y Malcolm, siguieron adelante con sus descendientes -Wolfgang Van Halen, hijo de Eddie; Stevie Yong, sobrino de Malcolm- recordando también el caso de los británicos Led Zeppelin, que regresaron en el 2007 con el hijo de John Bonham, Jason, como baterista.

El rock de los ochenta no puede entenderse sin pensar en los Porcaro -Jeff (1954-1992), Mike (1955-2015) y Steve (67)-, de Toto, eximios músicos que nos dejaron grabaciones orientadas al público convencional sin comprometer su elegante calidad y filo rockero/jazzero. En la otra orilla, la experimental y arriesgada -no menos importante, por cierto- tenemos a los extravagantes Devo, integrado por dos parejas de hermanos, Gerald y Bob Casale (bajo, guitarra, voces), y Bob y Mark Mothersbaugh (teclados, guitarras, voces). Entre los británicos ochenteros, recordamos también a The Psychedelic Furs (Tim y Richard Butler, bajo y voz), con su onda post-punk; y los sofisticados Spandau Ballet (Gary y Martin Kemp, teclados y bajo), Otros australianos, el sexteto INXS, tuvo como base a Andrew, Jon y Tim Farriss, cuya sana relación familiar mantuvo a flote al grupo incluso después del lamentable suicidio de Michael Hutchence (1960-1997), aunque con poca suerte en el intento de reemplazar a tan carismático vocalista.

El heavy metal también ha aportado lo suyo. Desde los alemanes Scorpions, de sonido vertiginoso y accesible, que tuvo en sus filas entre 1969 y 1979 a los guitarristas Rudolph (76) y Michael Schenker(69) –“mi hermano mayor es un “bully” (abusivo). Y yo no soporto a los bullies” llegó a declarar el genial guitarrista antes de retirarse a hacer su propio camino- hasta los brasileños Max (55) e Igor Cavalera(54) de la banda de thrash Sepultura -hoy reciclados en Cavalera Conspiracy-, que se separaron por agrios desencuentros sobrederechos de autor y regalías después del influyente álbum Roots (1996), hay varios casos de hermanos que prolongaron su vida casera en la ruta del rock duro.

Por ejemplo, podemos mencionar a los iconos del metal cristiano, Stryper -Michael (61, voz y guitarra) y Robert Sweet (64, batería)-; la banda de Dimebag Darrell (1966-2004) y Vinnie Paul (1964-2018), Pantera, amos del groove metal; o dos legendarias bandas de géneros extremos como los norteamericanos Deicide, con sus guitarristas fundadores Eric y Brian Hoffman; y los polacos Decapitated, liderados por Wacław y Witold Kiełtyka (guitarra y batería). O podemos citar el caso de otros Gallagher, John y Mark, de Raven, grupo británico de culto que viene rodando desde hace más de 45 años. O los franceses Gojira, recientemente célebres por su participación en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París. El guitarrista/cantante Joe Duplantier y su hermano Mario, baterista, fundaron este quinteto de death metal melódico que publicó su álbum debut en el 2001.

Los gemelos Chuck (75) y John Panozzo (1948-1996), la sección rítmica de Styx, fueron fundamentales en el sonido de este quinteto de prog-rock en su época más exitosa, entre 1975 y 1984. No podemos pasar por alto, en este estilo, el trabajo de Gentle Giant, con los multi-instrumentistas y cantantes Derek, Phil y Ray Shulman organizando esas complejas composiciones que tenían de jazz, música barroca/celta y power-rock. Por su parte, los inclasificables Cardiacs tuvieron en los hermanos Jim y Tim Smith a los conductores de este combo londinense que pasó por todos los géneros posibles, desde el progresivo y la psicodelia hasta el post-punk, la electrónica y el jazz.

Heart, otra institución del rock clásico, con Ann (74) y Nancy Wilson (70) al frente, sigue rockeando con admirable vitalidad tras cincuenta años de trayectoria. Del mismo modo, aunque con menor difusión, las hermanas June y Jean Millington lideraron un cuarteto guitarrero femenino, Fanny, que inspiró a toda una comunidad de rockeras mujeres, desde The Runaways hasta The Bangles, banda de pop-rock revisionista de la onda Beatles/Byrds que tenía a Debbi y Vicky Peterson en guitarra y batería.

Y si seguimos explorando, encontraremos a Maggie, Terry y Suzzy Roche, de The Roches; Emily Strayer y Martie Maguire –ambas usando sus apellidos de casadas-, fundadoras de The Dixie Chicks(hoy simplemente The Chicks); o Andrea, Caroline, Sharon y JimCorr (The Corrs), agrupaciones que cultivan diferentes vertientes de la fusión del folk con el country y el pop. O a Kim y Kelley Deal, de The Breeders, interesante banda de rock alternativo, cuyas adicciones les ocasionaron más de una pelea, aunque siempre primó la química tan especial y característica que genera irrompibles conexiones, desde emocionales hasta psíquicas, cuando se trata de hermanos gemelos.

Earth Wind & Fire, reconocida agrupación de soul, R&B y funk, estuvo liderada por los medios hermanos Maurice (1941-2016) y Verdine White (73). En el mismo estilo, Sly & The Family Stone -Sylvester, Freddie y Rose Stewart-; Kool & The Gang -Ronald y Robert “Kool” Bell- y por supuesto no podemos olvidar a los colectivos de hermanos, como los Isley, los Neville, las Pointer o TheJackson 5, cantera de la que surgió un niño prodigio, Michael Jackson (1958-2009). Por su parte The Replacements -Bob y Tommy Stinson-, Bad Brains -Paul y Earl Hudson- y The Stooges -Scott y Ron Asheton- representan al punk en este listado. Y en el reggae, Ali y Robin Campbell dirigieron Ub40 hasta que las horribles tensiones entre ambos provocaron la salida del primero en el 2008 después de 30 años de exitosa carrera; mientras que Aston y Carlton Barrettfueron la sección rítmica de los Wailers de Bob Marley, inamovible entre 1970 y 1981.

La interacción entre hermanos suele dar una dinámica particular a todas estas bandas, a pesar de que en la mayoría de casos, los problemas hayan sido finalmente más fuertes que el intenso lazo sanguíneo que los une. Por ejemplo, Tom (1941-1990) y John Fogerty(79), de Creedence Clearwater Revival, terminaron enredados en fríostribunales y solo la enfermedad del primero logró acercarlos tras años de resentimiento. O como ocurre con Kings Of Leon, banda formada en 1999 por tres hermanos y un primo, Caleb, Jared, Nathan y Matthew Followill, que suelen pelearse constantemente entre ellos, en especial los dos primeros; todo lo opuesto a la armonía que reflejabanlos Osmonds, siete hermanos que surgieron como estrellas infantiles a fines de los sesenta y estuvieron vigentes hasta hace muy poco, con Donny (65) y Marie (64), haciendo largas temporadas de conciertos en Las Vegas.

Como vemos, por mucho que así lo crean sus fanáticos más fieles, los Oasis no fueron los únicos hermanos en el rock ni mucho menos. Y tampoco tienen exclusividad en aquello de llevarse pésimo. Y eso que no hemos cubierto los casos del jazz o la música en español, que darían para una columna entera. Porque, aunque también han sabido demostrarse profunda armonía, respeto y cariño fraterno, algunos hermanos realmente llegaron a extremos en eso de pelearse a cada rato, sin que les importe mucho poner en riesgo la estabilidad de susbandas.

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[Música Maestro] Desde que se anunció su fallecimiento, el domingo 7 de julio a los 74 años, no he dejado de pensar en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Ya sé que es un lugar común y que, en muchos casos, sirve como coartada para quienes nos acusan de “no dar cabida a lo nuevo”, que los encuentros generacionales siempre tienen esa característica, etc. Por lo tanto, se trata de un argumento esencialmente subjetivo y como tal, carente de peso. Sin embargo, en este asunto la frase sí tiene sentido. Y muy potente.

Las canciones para niños que grabó Yola Polastri Giribaldi durante los setenta y ochenta contenían giros idiomáticos graciosos, amplitud de vocabulario, ritmos alegres y metáforas juguetonas que funcionaban como complemento para maestros y maestras de Educación Primaria en cualquier institución educativa pública o privada, melodías y letras que tenían la invalorable capacidad de generar interesantes conversaciones entre una madre y su hija de 8 o 10 años. Hace unas semanas, en una esquina, una pequeña de aproximadamente esa edad, con uniforme escolar y mochila colgada, le contaba a su mamá, muy emocionada, que a su maestra se le había ocurrido la genial idea de pedirles representar una coreografía de un tema de Karol G. ¿Necesito explicar más mi punto?

Yola Polastri representa, más que cualquier otra figura artística de su tiempo, el verdadero espíritu del uso educativo de la televisión, sepultado por esa idiotez moderna que sentencia que hablar de valores en la pantalla chica es «anticuado», «cucufato», «poco cool». Antes, en las fiestecitas infantiles y caseras, nos ponían sus divertidos LP. Hoy, pegados a sus teléfonos, los niños juegan a ser futbolistas con tatuajes de maras salvatruchas y las niñas usan pelucas rosadas. Pero no para emular a las inocentes burbujitas sino para parecerse a las recorridísimas divas de la farándula reggaetonera que tanto admiran ellas, sus mamás y, muchas veces, hasta sus profesoras.

Como alguien ya dijo por ahí, Yola Polastri inició su primer programa infantil durante el gobierno militar del Gral. Juan Velasco Alvarado. Inclusive se han reseñado unas declaraciones suyas en las que resalta eso y hace, con cierta amargura, una comparación entre la importancia que dio a la educación aquel régimen frente al desprecio por la misma que mostró Alberto Fujimori durante los noventa, refiriéndose a su salida de la televisión, que se dio en 1994 para ser exactos. Y se justifica el contraste, aunque de manera subjetiva, ya que a primera vista no tendríamos mayor asidero para pensar que Yola haya sido peligrosa, por lo menos de manera directa, para el fujimorato y sus planes de embrutecimiento masivo. 

En realidad, la razón que hizo perder vigencia a “La Chica de la Tele” fue más ramplona. Resulta que, a sus 44 años, Yola ya no era tan “chica” y fue desplazada por los sebosos planes marketeros de los viejos dueños de Panamericana Televisión, que motivaron la creación de otros programas conducidos por jovencitas de trajes cortos y coloridos que parecían cantarles más a los padres que a los hijos. Cuando uno lo piensa por segunda vez, quizás sí sea pertinente establecer una contraposición directa y no tan subliminal entre las prioridades de los sistemas educativos estatales de los setenta y los noventa. Después de todo, a mitad de camino de la nefasta década fujimorista, la banda sonora del país la ponían las orquestas de cumbia femeninas y los noticieros de farándula digitados desde el poder que padecemos hasta hoy, cuando su oscuro reinado en el rating y los gustos populares apenas empezaba.

Cuando Yola comenzó a hacer sus primeros programas para niños, no era una novata en la televisión nacional. Entre 1967 y 1972 tuvo ocasión de participar, por sus estudios de teatro, en papeles secundarios de novelas de la época como Simplemente María, Matrimonios y algo más, entre otras. En paralelo, fue integrante del conjunto femenino de baile Las Cincodélicas, una troupé que aparecía acompañando con sus alocadas coreografías, inspiradas en los ritmos de moda (twist, a go-gó, pop-rock nuevaolero), a Los Shain’s, Pepe Cipolla, Los Steivos, entre otros artistas, en programas musicales como Ritmolandia, del Canal 5 (de ahí su nombre). Además de Yola, la otra Cincodélica que se mantuvo en la televisión fue Jenny Negri, quien hizo carrera como actriz cómica en recordados programas ochenteros como El Show de Rulito y Sonia (1981-1982) y Los Detectilocos (1983-1985).

En la década que va de 1975 a 1985 se ubica el legado discográfico más importante de Yola Polastri, lleno de canciones que en estos días han vuelto a sonar, recordándonos no solo nuestra infancia sino que, además, en esos años de convulsiones sociopolíticas -caída de Velasco, traición de Morales Bermúdez, recuperación de la democracia, inicios de Sendero- por lo menos los niños teníamos una opción agradable y divertida. Compitiendo con el vaso de leche de El Tío Johnny (Juan Salim, 1936-1997) y “El Loro Lorenzo” de Mirtha Patiño (1951-2019), de estilo aun más pedagógico, Yola se metió en los corazones de la gente con su simpatía, frescura y creatividad. 

Aunque se le asoció principalmente al mundo de la televisión, con escuela de talentos incluida de donde salieron, entre otros, el periodista deportivo Alberto Beingolea, el cómico Jorge Benavides, la cantante Roxanita Vargas o la actriz Ebelin Ortiz; y un elenco de personajes que, bajo su férrea y disciplinada dirección -algo que siempre se anotó como un rasgo negativo de su personalidad detrás de las pantallas-, protagonizaban disparatados sketches en cada capítulo, Yola Polastri complementó su trabajo ante cámaras en los estudios de grabación de los sellos Odeón del Perú/Iempsa, con más de veinte discos entre LP y 45 RPM, con todas las melodías que musicalizaron sus sintonizados programas El mundo de los niños (1972-1974), Los niños y su mundo (1975-1978) y Hola Yola (1980-1994), transmitidos siempre por la señal de América Televisión, Canal 4.

Polastri armó su repertorio adaptando las canciones de Enrique Fischer, más conocido como “Pipo El Pescador”; y del trío de payasos “Gaby, Fofó y Miliki”, conformado por los hermanos Aragón Bermúdez (Gabriel, Alfonso y Emilio), integrantes de una tradicional familia cirquera. Títulos indispensables del cancionero de Yola Polastri como El auto nuevo, Don Pepito, El eco, La gallina turuleca, entre otros, fueron compuestas por estos artistas que eran, dicho sea de paso, contemporáneos con ella y muy conocidos en Argentina y España, sus respectivos países. Las versiones grabadas por Yola Polastri en los vinilos Hola Yola (1975), Las palmaditas y La semillita (1976) respetaron siempre sus créditos. A lo largo de su discografía, estas y otras canciones aparecieron en los recordados popurrís de álbumes como La parrandita de Yola (1977) y Pa’ rondas y pa’ ronditas (1978).

Para su marco musical, Yola Polastri tuvo la colaboración de destacados arreglistas peruanos como el trompetista chiclayano Roberto “Tito” Chicoma (1936-2010), experto en salsa y boogaloo, además de haber trabajado previamente en los programas infantiles de El Tío Johnny. Chicoma fue el compositor de Las palmaditas, tema de introducción de varios de los espectáculos y programas de Polastri, en las diversas variaciones que tuvo a lo largo de los años. La versión original apareció en el LP Las palmaditas (1976). Otro de sus arreglistas fue un reconocido músico que ha trabajado con infinidad de artistas locales, tanto del género criollo como de baladas, nueva ola y música cristiana, Víctor Cuadros, en discos como Yola y sus muñecas (1982) y La banda de Hola Yola (1985). A pesar de que en todos sus álbumes e incluso en la introducción de Hola Yola, su programa televisivo más recordado, aparece escrito con y griega al final -Polastry-, el apellido real de la animadora es “Polastri”.

Sin dejar nunca lo infantil, Yola Polastri supo incorporar en sus grabaciones ritmos peruanos -huaynos, marineras, festejos-, latinos -cumbias, merengues, sambas-, siempre usando como base la psicodelia nuevaolera y las rondas españolas, conformando un estilo fresco y divertido, con coros de niños, videos de psicodélicos efectos visuales, muñecos y colores pastel por todas partes, además del sonido inconfundible de la trompeta de Tito Chicoma. Canciones como El telefonito, La feria de Cepillín (Pa’ rondas y pa’ ronditas, 1978) son buenos ejemplos de eso. 

Para la década de los ochenta, su repertorio clásico fue ampliándose con nuevos temas como La chica de la tele, que se convirtió en su sobrenombre oficial (Disco Yola, 1980) o La banda de Hola Yola, que identificó al programa en sus últimos años. La canción fue incluida en el disco del mismo nombre, editado en 1985, y llegó para reemplazar a su cortina anterior, Los niños y su mundo (Yo… Yola… Y, 1978). En esos años, fue muy común ver a Yola Polastri en shows públicos, como los que hacía anualmente en el auditorio de la desaparecida Feria del Hogar, espectáculos con los que llegó a llenar dos estadios de fútbol en Lima, el Nacional y el de Alianza Lima (Matute), los años 1981 y 1987, respectivamente. Y cómo olvidar la imitación que de ella hacía la actriz Nancy Cavagnari en el espacio cómico Risas y Salsa. 

Paralelamente, comenzó a grabar géneros más modernos, a medida que su propio elenco iba pasando de la niñez a la adolescencia. Covers de artistas como Donna Summer (Buscando, 1985), Sly & The Family Stone (Solo tú, 1985) o Sheena Easton (Canta y sé feliz, 1982), sugerían que Yola poseía un panorama musical que iba más allá de las simpáticas canciones que la hicieron conocida. Un punto aparte fue el disco Yola discoteque (1983), en el cual recrea temas de pop electrónico como Da-da-da, del conjunto alemán Trio, muy popular en ese entonces; o el exitazo de Yazoo, la banda del tecladista británico Vince Clarke, fundador de Depeche Mode y Erasure, Don’t go (con el título No, no). En ese disco, Yola incluyó un tema de la cantautora española Massiel de ese mismo año, Hello América. En todos estuvo acompañada de sus característicos coros infantiles, pero en clave de pop. 

Esta tendencia innovadora se replicó en sus dos últimos álbumes oficiales. Canciones como Sabor a miel o Dame un besito, incluidas en Yola a todo ritmo: Sabor a miel (1986), fueron compuestas por Frank Privette, cantante y bajista de la banda nuevaolera Los Steivos -que había grabado la segunda de las mencionadas en 1966– y amigo suyo desde las épocas de Las Cincodélicas. Ambas mostraban intenciones de renovación, aunque en sus programas combinaba, por supuesto, esa onda más juvenil con las clásicas canciones de siempre. 

Poco antes de finalizar los ochenta apareció el LP Yola Rocker (1989), título de un programa alterno a Hola Yola, con el que trató de subirse en la ola de pop-rock peruano. La artista reemplazó los sobrios trajes y sombreros de colores por atuendos y pelucas que tenían de Tina Turner y Nina Hagen para grabar medleys de los Beatles, los Rolling Stones y Elvis Presley. Aunque no perdía su prestigio en la televisión, estas canciones jamás alcanzaron la popularidad de su repertorio más antiguo.

La primera mitad de los noventa vio a Yola compitiendo con El Show de July y Nubeluz, una batalla que terminó perdiendo. En entrevistas posteriores, ya convertida en un recuerdo lejano y extravagante -aunque se mantuvo ofreciendo shows privados hasta muy entrado el siglo XXI-, Yola Polastri lanzó duras y acertadas críticas a la televisión nacional y la degeneración de sus contenidos. Sobre los programas infantiles que la desplazaron llegó a decir que los productores desnaturalizaban el entretenimiento infantil, al hacer que las animadoras usaran trajes “en los que se les veía hasta el alma”. A buen entendedor, pocas palabras.

El legado de Yola Polastri se sostiene en aquellas canciones que promovían la importancia de ser niños, la sana diversión, la solidaridad y el amor familiar. Entre todos sus clásicos, quizás los que mejor resuman ese anacrónico mensaje son, por un lado, El niño y el abuelo (Disco Yola, 1980) o Todos los niños del mundo (La parrandita de Yola, 1977), letras idealistas y tiernas que colisionan con lo que padecieron desde siempre los niños en extrema pobreza o aquellos que, teniéndolo todo, nunca están conformes y quieren ser adultos antes de tiempo. Y, por el otro lado, el pedagógico, los ejemplos abundan. ¿Quién, de nuestra generación, no ha aprendido a recitar los nombres de los océanos escuchando Capitán de los siete mares (Yo… Yola… Y, 1978) o las palabras sobreesdrújulas con la divertida La sin sin (Yola y sus muñecas, 1982), basada en la composición El tiempo de los apostóles del trovador uruguayo Quintín Cabrera (1944-2009).

En el contexto latinoamericano, la obra televisiva y musical de Yola Polastri es equiparable a lo que hicieron, en Argentina, María Elena Walsh (1930-2011) o, en México, Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), el recordado Cri-Cri, a quien muchos de nosotros conocimos a través de los programas de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” (1929-2014) quien, dicho sea de paso, también escribió varias inolvidables canciones para niños. La reacción que su fallecimiento ha generado en sus seguidores y amigos en el medio televisivo local, habla por sí sola. Ojalá los niños de ahora se conectaran con esas canciones y recuperaran así esa irrepetible oportunidad de vivir su niñez sin poses ni disfuerzos inapropiados para su edad.

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Música infantil, Música peruana, Nueva Ola, pop-rock, Yola Polastri

[MÚSICA MAESTRO] Si mañana, Día de la Madre, en lugar de obsequiarle el ansiado “e-qui-pa-zo” como nos machaca la publicidad de una conocida marca de celulares, le ofreces de regalo a tu mamá una canción, lo más probable es que te mire de arriba abajo como si fueras, en lugar de su hijo, un insensible bicho raro. Sin embargo, el catálogo de composiciones de grandes artistas pop-rock que usan a la madre como tema central para homenajearla -o como pretexto para creativas metáforas y cuestionamientos a su rol y concepto tradicional- es tan amplio que resulta inevitable armar una lista de reproducción que no suplantará al carísimo aparato, pero por lo menos asegura una hora y media de buena música. Para melodías más convencionales, hacer click aquí.  

THE BEATLES – JULIA (The Beatles, 1968): Cuando John Lennon perdió a su madre, atropellada por un auto en Liverpool en 1958, él tenía 18 años y ella, 44. Este tierno homenaje acústico a su recuerdo nos muestra ese lado intimista que luego explotaría mucho más. Precisamente, una de sus primeras canciones como solista también estuvo dedicada a su mamá, aunque con un tono más oscuro, de reclamo. “La perdí dos veces”, dijo alguna vez. “Primero cuando me mudé con mi tía. Después, cuando murió”. Los Fab Four tuvieron también, en Your mother should know (Magical mystery tour, 1967) y Let it be (Let it be, 1970), otras dos maneras de homenajear a mamá (ver/escuchar).

THIN LIZZY – PHILOMENA (Nightlife, 1974): Phil Lynott tuvo en su madre a una verdadera guerrera, que enfrentó la discriminación en su natal Irlanda por ser madre soltera de un pequeño niño negro. A la larga, se convirtió en casi manager del grupo –“en las giras, era la mamá de todos” recordaba el guitarrista Brian Robertson- y, tras la muerte del cantante/bajista, en 1986, cuidó su legado y hasta escribió un libro, My boy, donde cuenta la estrecha relación con su famoso hijo. El riff y solo central es de Gary Moore (ver/escuchar).

LOW – MOTHER (The invisible way, 2013): En su décima producción oficial, la prolífica banda norteamericana de dream-pop incluyó este tema en que el vocalista Alan Sparhawk reflexiona, apoyado por sutiles acordes de piano, orgánicos golpes de tambor y las melancólicas armonías vocales de su partner-in-crime, Mimi Parker, sobre el profundo lazo emocional que une a un hijo con su madre, desde el nacimiento hasta la muerte (ver/escuchar). 

ALICIA KEYS – SPEECHLESS (Monster Mondays Vol. 1, 2011): La talentosa neoyorquina compuso este tema pensando en el nacimiento de su primer hijo, Egypt Daoud, para dejar constancia del asombro que le dejó la experiencia. La canción, en típica clave de moderno R&B de pasarela, es una muestra de esa innegable sensibilidad musical que, inexplicablemente, suele contaminar como aquí, con el gutural e innecesario rapeo de una tal Eve. El tema no figura en ninguno de sus álbumes oficiales, sino en una recopilación armada por su pareja, un productor que se hace llamar “Swizz Beatz”, padre del pequeño (ver/escuchar).

U2 – MOTHERS OF THE DISAPPEARED (The Joshua tree, 1987): La letra de esta canción, escrita por Bono, recoge el impacto que le ocasionó conocer la historia de las Madres de Plaza de Mayo y sus hijos desaparecidos durante las dictadoras en Argentina y Chile, la vez que asistió a diversas actividades en El Salvador y Nicaragua. De tono intenso y oscuro, sirvió para cerrar uno de los álbumes más exitosos del cuarteto irlandés (ver/escuchar).

MADONNA – INSIDE OF ME (Bedtime stories, 1994): En su sexto álbum, la “Reina del Pop” incluyó esta pieza, inspirada en el fallecimiento de su madre y cómo la recuerda, un atisbo de sensibilidad en medio de la noción farragosa que tiene sobre el ejercicio de su propia maternidad, como demostró en su publicitadísimo último concierto en Rio de Janeiro, en que no tuvo ningún empacho en exponer a sus menores hijas adoptadas a cuestiones aptas para adultos. El sonido atmosférico es cortesía de la producción a cargo del británico Nellee Hooper, conocido colaborador de Björk, Massive Attack y Sinéad O’Connor, entre otros (ver/escuchar). 

MADNESS – OUR HOUSE (The rise & fall, 1982): Una de las canciones más conocidas de la década ochentera, describe la vida caótica en familia, resaltando la abnegación y fortaleza de la madre de clase trabajadora, columna vertebral de las casas hasta en las situaciones más alocadas. El tema pertenece al cuarto álbum de esta banda, idolatrada en Inglaterra y apenas difundida en nuestro país, a pesar de tener una combinación interesante de géneros, que van del ska y la new wave hasta el jazz, el vaudeville y la world music (ver/escuchar).

JOAN BAEZ – GABRIEL AND ME (Blessed are…, 1971): En las primeras horas del sábado 16 de agosto de 1969, la cantautora actuó en el Festival de Woodstock, visiblemente embarazada de su primer hijo, Gabriel, quien nacería en diciembre de ese mismo año. A él le dedica este poema acústico con esa inolvidable voz acariciante y tierna, que recorre el mundo entre sueños de montañas imaginarias y caballos alados. La relación de Baez con su hijo se mantuvo siempre firme, tanto que actualmente él, de 55 años, toca batería en su banda (ver/escuchar).

SLEATER-KINNEY – LIONS AND TIGERS (One beat, 2002): Este trío de rock alternativo femenino, con sus disonancias y militancias que algunos podrían llamar “progresistas”, fue uno de los más importantes exponentes de lo que los expertos denominaron movimiento “riot grrrl” con una agenda de temas muy específicos. Desde esa óptica, la inclusión de esta canción dedicada a la maternidad -un Lado B de su sexta producción discográfica- es, a la vez, inesperada e interesante (ver/escuchar). 

JONI MITCHELL – LITTLE GREEN (Blue, 1971): La desesperación de una madre joven y sin dinero la lleva a dejar a su primera hija en adopción. La madre, de tan solo 23 años, toma la decisión y después, como parte de su terapia individual para superar la tristeza, le escribe una tierna canción a aquella pequeña de quien ni siquiera sabía el nombre y la incluye en un álbum confesional que se convertiría en un clásico. Casi veinte años después, madre e hija se vieron por primera vez. La historia es real. Joni Mitchell y su hija Kilauren se reencontraron en el año 1997 (ver/escuchar). 

EARTH WIND & FIRE – MOM (Last days and times, 1972): El tema que cierra el cuarto LP de “Tierra, Viento y Fuego”, compuesto por los hermanos Maurice y Verdine White, es una suave balada con tintes de bossa nova. A la madre le deben todo, las penas y alegrías, las enseñanzas sobre el bien y el mal. Los coros y la instrumentación -arreglos de cuerdas y metales- muestran esa sofisticación que los haría conocidos pocos años después alrededor del mundo (ver/escuchar).

METALLICA – MAMA SAID (Load, 1996): La madre de James Hetfield murió de cáncer, cuando el cantante y guitarrista tenía apenas 16 años. Aunque esta balada country no tiene nada que ver con lo primero en lo que uno piensa cuando escucha la palabra “Metallica”, es un testimonio personal valioso. Sobre todo si recordamos que Am I evil?, cover de Diamond Head que el cuarteto grabara en sus primeros años, comienza diciendo que su madre era una bruja que había sido quemada viva (ver/escuchar).

PHIL COLLINS – YOU CAN’T HURRY LOVE (Hello, I must be going!, 1982): Para su segundo LP como solista, el cantante y baterista de Genesis grabó este clásico del soul en que una madre le dice a su hijo que no se apure, que tenga calma en eso de enamorarse -un tópico impensable en tiempos de Shakira y Karol G, baronesas de la promiscuidad-. El mensaje de esta composición de Lamont Dozier y los hermanos Brian y Eddie Holland cobra aún más sentido en su versión original (1966), cantada por The Supremes (ver/escuchar).

LENNY KRAVITZ – ALWAYS ON THE RUN (Mama said, 1991): La onda retro de Lenny Kravitz, anclada en el funk-rock, muestra aquí una de sus mejores facetas, con ese bajo profundo, sólida batería y guitarra cortante con la que le rinde homenaje a una madre que siempre le dice que “es bueno ser natural, que el amor es lo único que importa y mejor es no subirse a caballos salvajes”. El afilado solo es cortesía de un viejo conocido, Slash (ver/escuchar).

LYNYRD SKYNYRD – SIMPLE MAN ((Pronounced ‘Lĕh-‘nérd ‘Skin-‘nérd), 1973): ¿Cuán en cuenta tomamos, a lo largo de la vida, los consejos de una buena madre? Las palabras que escribieron Ronnie Van Zant (voz) y Gary Rossington (guitarra) reflejan la búsqueda de normalidad en medio del desenfreno, la necesidad de un cable a tierra. Esta canción es un clásico de la banda y de toda una era, poseedora de esa electrizante emoción del rock en estado puro que siente añoranza por la familia mientras recorre el mundo haciendo música (ver/escuchar).

OZZY OSBOURNE – MAMA I’M COMING HOME (No more tears, 1991): Esta power ballad, con finos arpegios de Zakk Wylde en su segunda aparición junto al “Príncipe de las Tinieblas”, llegó un poco tarde, cuando el grunge ya había desterrado este estilo. El tema ha envejecido bien, considerando que se trata de un pedido de disculpas hacia una madre que debe haber padecido mucho la destrampada juventud de Ozzy Osbourne. La letra se la escribió otro angelito, su buen amigo Lemmy (Motörhead) (ver/escuchar).

JOURNEY – MOTHER, FATHER (Escape, 1981): Más conocido por las canciones Don’t stop believin’ y Open arms, una de las mejores baladas de esa década, el séptimo álbum en estudio del quinteto norteamericano Journey esconde, entre otras joyas de rock para llenar estadios, este poderoso tema de catárticas guitarras e impresionante interpretación vocal, cuya letra combina la tragedia familiar con algo de fantasía, una narrativa algo etérea que a la vez genera identificación por sus tintes legendarios (ver/escuchar). 

PAUL SIMON – LOVES ME LIKE A ROCK (There goes rhymin’ Simon, 1973): En su segundo álbum en solitario, el compositor de The sound of silence (1966) rinde homenaje a su madre y al doo-wop y los conjuntos vocales de los años cincuenta con esta rítmica melodía. Un año antes, en su debut de 1971, publicó un cadencioso reggae, Mother and child reunion, que usa la tierna figura del reencuentro entre madre e hijo como consuelo tras el fallecimiento de su mascota (ver/escuchar).

BOB DYLAN – IT’S ALRIGHT MA, I’M ONLY BLEEDING (Bringing it all back home,1965): Como bien saben los conocedores de la obra dylanesca, esta canción no es acerca de una madre. Su mención en el título -la coloquial contracción “ma”- es la goma que une toda esta lista de amargos comentarios acerca de los eternos problemas de la sociedad norteamericana -¿o debería decir mundial?- como el consumismo, la injusticia, la discriminación, la política hipócrita, etc. Un canto de protesta airada pero también de resignación. Un poco como lo que estamos viviendo en el Perú hoy, en el 2024 (ver/escuchar).

ST. VINCENT – I PREFER YOUR LOVE (St. Vincent, 2014): En su cuarto álbum, la cantautora y guitarrista Anne Clark, más conocida como St. Vincent, hace una reinvención de las atmósferas melancólicas de Nothing compares 2 U de Sinéad O’Connor para rendir tributo a su madre que, por entonces, andaba un poco mal de salud. La guitarrista y compositora, ex integrante de The Polyphonic Spree y de los colectivos vanguardistas de Glenn Branca y Sufjan Stevens, redondea un fino regalo sonoro con esta breve y sencilla melodía (ver/escuchar).

THE ROLLING STONES – MOTHER’S LITTLE HELPER (Aftermath, 1966): Hoy que se habla de padres y madres que administran pastillas a sus pequeños para mantenerlos calmados, esta canción de Mick Jagger y Keith Richards parece la clara demostración de que el tiempo es circular. La idea de que una madre necesite tomar pastillas para “atravesar sus ocupados días” no parece tan alejada de algo que puede estar sucediendo hoy mismo en diversos estratos socioeconómicos. Y no solo son pastillas sino que puede ser cualquier otro consumo adictivo. Cafeína, alcohol, azúcar, grasas saturadas. Usted elija (ver/escuchar).

QUEEN – TIE YOUR MOTHER DOWN (A day at the races, 1976): Si la tradicional mención a la mamá en Queen se ubica en su canción más conocida, Bohemian rhapsody, donde el protagonista suplica perdón por haber cometido un asesinato, es aquí donde el tema se encuadra más en la filosofía rockera y terrenal de la banda. Escrita por Brian May, es un intenso hard-rock con frenética guitarra slide en la que Mercury exige a su novia que “amarre a su vieja” para poder divertirse un poco (ver/escuchar).

QUIET RIOT – MAMA WEER ALL CRAZEE NOW (Condition critical, 1984): Someter a los padres a la locura del rock y la fiesta interminable de guitarras, chicas y sustancias prohibidas fue, sin duda alguna, uno de los inevitables efectos de la vida de rockstar a ambos lados del Atlántico, en las turbulentas décadas de los setenta y ochenta. El cuarteto británico Slade lo anunció de manera literal en este clásico de 1972 que reactualizaran los norteamericanos Quiet Riot. El parecido vocal entre Noddy Holder y Kevin DuBrow es alucinante (ver/escuchar).

FRANK ZAPPA – YO’ MAMA (Sheik Yerbouti, 1979): Zappa usó desde siempre el tema de las madres, desde el nombre de su grupo entre 1966 y 1976 -The Mothers Of Invention-, hasta canciones como Motherly love (Freak out!, 1966), Mom and dad (We’re only in it for the money, 1967) o My guitar wants to kill your mama (Weasels ripped my flesh, 1970). Pero en este tema va un poco más allá, que mezcla grabaciones en estudio y en concierto, la dedicatoria va para los hijos engreídos, incapaces de hacer las cosas por sí mismos, “los hijitos de mamá” (ver/escuchar).

PINK FLOYD – MOTHER (The wall, 1979): Una madre castrante, sobreprotectora, abusiva emocionalmente. Un hijo que, en la adultez, le reclama todo ese mal que, probablemente sin querer, su progenitora le ocasionó por esa forma de ser represiva y dominante. Casos como estos, más comunes de lo que muchos quisieran creer, deberían abordarse más como intentos de educación socioemocional. Cuántas personalidades quebradas e insensibles, tóxicas, producto de esas situaciones, que logran acumular poder -son jefes, autoridades, alcaldes, congresistas- nos ahorraríamos (ver/escuchar).

BONUS TRACK: La siempre sorprendente Björk dedicó su décimo álbum oficial, Fossora (2022), a su mamá Hildur Rúna Hauksdóttir, que había fallecido en el 2018 en una clínica homeopática. Específicamente, las canciones Sorrowful soil y Ancestress son acerca de ella, aunque todo el disco fue concebido como una terapia para procesar su dolor. El álbum sigue la línea musical que combina lo electrónico -secuencias, efectos de estudio- con ecos orgánicos de la música de su país y el uso masivo de coros y clarinetes que le dan un tono muy particular a sus creaciones. Anteriormente, la artista islandesa de 58 años había tratado el tema de la maternidad en canciones como Mouth’s cradle (Medúlla, 2004) o Hollow (Biophilia, 2011). 

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Día de la madre, música en inglés, pop-rock
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