Jorge Luis Tineo

Marinera: Romance y elegancia

“Todos los años, desde 1960, se realiza el Concurso Nacional de Marinera, en el que cientos de parejas de distintas edades compiten para demostrar sus habilidades frente a jurados especializados. Aunque comenzó con mucho apoyo, en la actualidad el concurso tiene serios detractores que cuestionan la rigurosidad de los criterios de evaluación, algunos estilos de baile e incluso los resultados. Existen también denuncias de favoritismos, premios amañados y hasta boicots entre participantes. Por tercer año consecutivo, a raíz de diversos problemas de permisos no concedidos por un alcalde de Trujillo hoy vacado, el certamen se realizará en el Callao y no en la emblemática capital de La Libertad, hoy tomada por la delincuencia. No es que en el Callao o en Lima las cosas sean más seguras pero bueno, es lo que hay…”

[Música Maestro] De todas las danzas peruanas, la marinera es quizás la que mayor admiración despierta en el mundo, por su vistoso vestuario, su romántica simbología y su sonido señorial. Los pañuelos en el aire lanzan, como acertadamente dice la letra de un antiguo vals criollo (Embrujo, 1956, de Luis Abelardo Núñez Takahashi), hechizos que hipnotizan y conquistan a quienes tienen la suerte de ver una marinera bien bailada. Sea norteña o limeña –las variantes más conocidas, aunque también hay en otras regiones- la marinera ha conservado, en líneas generales, su personalidad y constituye, junto con sus primas hermanas el tondero y la zamacueca, un motivo de orgullo para todos los peruanos.

Como el pisco, el cebiche y el suspiro a la limeña, la marinera también fue, en algún momento, motivo de controversia entre peruanos y chilenos. Y, como en estos tres casos contemporáneos, el veredicto de la historia inclinó la balanza a nuestro favor: el romántico y elegante baile de pañuelos blancos, vestidos de encaje y enérgicos zapateos es peruano por sus cuatro costados. 

La marinera como tal, se conoce con ese nombre desde 1879, año en que se inició la Guerra del Pacífico, y fue bautizada así por el cronista Abelardo Gamarra Rondó (1852-1924), más conocido en los círculos literarios y periodísticos de ese entonces como “El Tunante”. Gamarra recuperó para nuestro país este espectacular baile de pareja que había comenzado a ser llamado “chilena” por los vecinos del sur, poco antes del infausto conflicto bélico que tanto daño nos ocasionó.

De forma similar a tantas otras manifestaciones culturales del Perú, el origen de la marinera no está del todo establecido ni correctamente registrado, aunque queda claro que se trata de una más de las pruebas del intenso mestizaje que ha marcado nuestra vida como nación. Con todas las fallas que tenemos como país, parafraseando al entrañable humorista y escritor Nicolás Yerovi (1951-2025), fallecido hace unos días, uno se sorprende de que, a pesar de todas nuestras desdichas, con gestiones políticas desastrosas que desprecian la cultura y la decencia, aun haya personas que aprecien la intrínseca belleza de la marinera. 

Desde España, el fandango; los ritmos negros del África; y el folklore de raigambre andina fueron fusionándose y, en el caso de la marinera, refinándose con la práctica, hasta alcanzar el formato que hoy muchos conocen y admiran. Y, a pesar de no contar con registros fidedignos acerca de cómo se bailaba la marinera a finales del siglo XIX, no hace falta ser un experto en el tema para imaginar que no se vería como las coreografías grupales y disforzadas que vemos, desde hace algunos años, en las últimas ediciones del famoso Concurso Nacional de Marinera o en espectáculos diseñados para turistas que se presentan en locales como el restaurante y asociación cultural Brisas del Titicaca o su clon barranquino, La Candelaria.

La marinera está relacionada, por supuesto, al tondero piurano, un baile de campo, más rústico que la sofisticada danza que hoy nos ocupa. También hace uso de pañuelos y sombreros de paja, pero la vestimenta es mucho más sencilla, pueblerina, y tanto el hombre como la mujer bailan descalzos. Cecilia Barraza, una de las artistas de música criolla más conocidas, hizo suya la interpretación de tonderos clásicos como La apañadora (Alicia Maguiña), El forastero (Rafael Otero López), entre otros.

De lo que no cabe duda es que la marinera es una evolución de la zamacueca, baile de la costa de Lima que comenzó a practicarse en tiempos coloniales y que también es la base de otros géneros de música y danza sudamericanos como la cueca chilena y la zamba -así, con “z”, no como la samba brasileña, con “s”- argentina, con muchas similitudes en estructura rítmica entre ellas. 

El extraño nombre –zamacueca- es la unión de dos términos, “zamba” y “clueca” o “culeca”, porque en sus primeras formas, la bailarina simulaba los andares de las gallinas después de poner un huevo, sosteniendo la falda con ambas manos, movimiento que se mantiene en la marinera actual. La zamacueca se sigue bailando hoy, identificada con el acervo folklórico afroperuano, mientras que la marinera resultante se bifurcó en diversas vertientes, de las cuales dos se han mantenido como las más populares tanto nacional como internacionalmente: la limeña y la norteña. 

“Guitarra llama a cajón / cajón a la voz primera / escuchen con atención… / ¡Aquí está marinera!” proclamaba el folclorista afroperuano Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) en la primera cuarteta de su décima de pie forzado Aquí está la marinera, escrita entre 1968 y 1970. En esta ingeniosa poesía, el recordado don Nico nos enseña la secuencia que debe seguir una pareja para bailar la marinera de manera correcta. Pero no se refiere a la norteña, la más conocida, sino a la “peruana… de Lima”, como aclara el prolífico compositor y musicólogo negro, a manera de introducción a la magistral interpretación de un tradicional canto de jarana, junto al guitarrista Vicente Vásquez, en la tercera edición de su famoso LP Cumanana (1974). 

Nicomedes Santa Cruz es, probablemente, el artista que dejó más grabaciones de marinera limeña respetando su tradición y estructura originales, como podemos apreciar en temas como Mándame quitar la vida, Soy la redondez del mundo o los estudios de marineras limeñas en notas mayores y menores que figuran en otro de sus álbumes emblemáticos, Socabón (1970).

La marinera limeña se caracteriza por su cadencia acompasada, su porte sobrio e instrumentación –guitarras, cajones y palmas- que remite a la forma en que se tocaba la zamacueca, con las guitarras, laúdes y palmas españolas del fandango. El coqueteo entre los bailarines es sutil y señorial, con el hombre generalmente vestido de frac negro y la mujer con elegantes vestidos blancos, azules, verdes o granates. Ambos usan zapatos y alzan sus pañuelos al aire en cada evolución, giro y contoneo. 

Hay muchas marineras limeñas, con coplas que se repiten indistintamente en canciones diferentes –estrofas, cantos de jarana y fórmulas o palabras claves, conocidas también como “llamadas”, que sirven para identificarlas. Un buen ejemplo de marinera limeña lo encontramos en la fuga de la clásica composición de Chabuca Granda, José Antonio, escrita en 1957 y dedicada a don José Antonio de Lavalle y García, un criador de caballos peruanos de paso que era amigo personal de la recordada cantautora. 

Alicia Maguiña fue la otra gran investigadora de este género nacional, con recopilaciones de cantos de jarana que le aprendió a artistas populares como el legendario cantor Manuel “Canario Negro” Quintana (1880-1959), a quien inclusive protegió hasta su muerte. Asimismo, era común verla en medio de los hermanos Elías y Augusto Ascuez (1895-1967 y 1892-1985, respectivamente), o bailando marineras limeñas, pañuelo blanco en alto, al lado de personalidades del criollismo más auténtico como Bartola Sancho Dávila (1883-1967) o Valentina Barrionuevo, “La Valentina de Oro” (1908-1984) en aquellas históricas jaranas “de padre y señor mío” realizadas en la cuadra 3 del Jr. Luna Pizarro, en La Victoria, el famoso “Callejón del Buque”.

A pesar de que la marinera llegó al norte desde Lima, es esta modalidad la que ha dado la vuelta al mundo por ser más visual y vertiginosa que la limeña. La marinera norteña destaca por su naturaleza más enérgica, aunque sin perder la elegancia y el garbo en su ejecución. Los bailarines pasan del cortejo sutil y elegante al zapateo frenético y ágil, siguiendo una estructura fija –que también rige para la limeña- de dos estrofas (“no hay primera sin segunda”) y la fuga o resbalosa, en la que el ritmo se aligera hasta llegar a un estado climático en que la pareja termina en perfecta sincronización con la música.

Las regiones de La Libertad, Lambayeque y Piura son el epicentro de la práctica de la marinera norteña, en especial las capitales de las dos primeras, Trujillo y Chiclayo, con un cancionero amplio de marineras dedicadas a estas ciudades del norte peruano, antes conocidas por su amabilidad y lamentablemente tomadas hoy por la corrupción política y la delincuencia. Así baila mi trujillana, del compositor trujillano Juan Benites Reyes, es probablemente la melodía más representativa, infaltable en todas las ediciones del Concurso Nacional de Marinera, un tradicional evento anual que se celebrará este año del 27 de enero al 2 de febrero, en su edición número 65. 

El bailarín de marinera se caracteriza por su traje de chalán –camisa y pantalón de lino blanco, sombrero de paja de ala ancha, cinturón grueso, zapatos negros- y su pareja, por sus hermosos vestidos de encaje en la parte alta y enormes faldas que ella levanta y despliega con elegancia y mucho arte. El pelo recogido con finas peinetas y tembleques, el maquillaje, los aretes de filigrana conocidos como “dormilonas” y otros accesorios -los escapularios y detentes, las flores-, completan un atuendo femenino que cautiva al público. Los rostros siempre sonrientes y las expresiones de fina coquetería abundan, así como los desplazamientos circulares y zapateos que simulan al caballo peruano de paso. Un detalle adicional: en la marinera norteña ella baila, a veces, sin zapatos. Como en el tondero.

La instrumentación tradicional de la marinera incluye voces, guitarras, cajones y palmas pero, desde hace ya varias décadas, se ha impuesto la interpretación de marineras norteñas con banda de música, ensambles a los que generalmente vemos tocando himnos y marchas de guerra. El repique de tarolas marca siempre el inicio de cada tema y la resonancia profunda de trombones, trompetas y tubas realza cada una de las canciones, definiendo la línea melódica y reemplazando a la voz humana. En las décadas de los setenta y ochenta se grabaron emblemáticos discos de marineras instrumentales. Los de la Banda de la Guardia Republicana, la Banda Santa Lucía de Moche y la Banda San Miguel de Piura son los más conocidos, grabados durante la década de los años setenta, en pleno auge nacionalista.

Una de las variantes más espectaculares de la marinera es aquella en la que el bailarín es reemplazado por un chalán quien, montado en un caballo peruano de paso, lo hace bailar con la mujer que gira y zapatea frente al hermoso animal, adornado con cintas y escarapelas con los colores de nuestra bandera. En la inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019, que pasó de ser el evento más comentado como orgullo de la peruanidad frente al mundo a ser intencionalmente desaparecido de la memoria colectiva local por haberse realizado durante la gestión presidencial de Martín Vizcarra, se incluyó un segmento en que se lució esta forma de presentar la marinera. 

Otra versión, más moderna, es la que se baila en grupo, una modificación que los más puristas no aceptan del todo, ya que la marinera es esencialmente un baile de pareja. Se trata de unas coreografías planificadas con extremado cálculo y disfuerzo, ideales para restaurantes turísticos y para acercarlas a públicos de gustos homogéneos, que siguen la estética de los musicales de Broadway o las puestas en escena de música irlandesa, muy de moda en el mundo globalizado, pero que tiende a desnaturalizar las estampas auténticas de la romántica interacción individual que caracterizan a la marinera.

Todos los años, desde 1960, se realiza el Concurso Nacional de Marinera, en el que cientos de parejas de distintas edades compiten frente a jurados especializados. Aunque comenzó con mucho apoyo, en la actualidad el concurso tiene serios detractores que cuestionan la rigurosidad de los criterios de evaluación, algunos estilos de baile e incluso los resultados. Existen también denuncias de favoritismos, premios amañados y hasta boicots entre participantes. Por tercer año consecutivo, a raíz de diversos problemas de permisos no concedidos por un alcalde de Trujillo hoy vacado, el certamen se realizará en el Callao y no en la emblemática capital de La Libertad, hoy tomada por la delincuencia. No es que en el Callao o en Lima las cosas sean mejores o más seguras pero bueno, es lo que hay.

El concurso dura toda una semana, pero la atención se concentra en la gran final. Durante ocho horas, las parejas finalistas compiten para obtener los preciados primeros lugares, en una actividad que une a la comunidad de la marinera -familias, academias, personajes notables, profesores, campeones de ediciones pasadas- y también al público en general que interactúa con sus pancartas y matracas mientras disfrutan de conocidas melodías como La concheperla (Abelardo Gamarra/José Alvarado “Alvaradito”, 1892), El turrón (Juan Requena Castro), Así baila mi trujillana (Juan Benites Reyes, 1981), Que viva Chiclayo (Luis Abelardo Núñez, 1947), Sacachispas (Luis Abelardo Núñez, 1955), San Miguel de Piura (Artidoro Obando García, 1911), El sueño de Pochi (José Escajadillo), y muchas otras, no tan conocidas.

Las categorías regulares del Concurso Nacional de Marinera son: Preinfantes, Infantes, Infantiles, Noveles, Junior, Juveniles, Adultos, Master. Y las categorías especiales: De la Unidad, de Oro, Campeón de Campeones. Las parejas se preparan durante todo el año ensayando, mandando a hacer sus trajes y cuadrando sus coreografías para dar lo mejor de sí en cada etapa del concurso. Cada año, miles de personas se congregan para ver a los mejores. Algunos de ellos llegan de otras ciudades del mundo. 

La marinera ha llegado al siglo XXI como uno de los más importantes símbolos de identidad nacional. En toda la zona del norte peruano, la marinera sigue cultivándose entre niños y niñas, quienes la aprenden a bailar desde el colegio: “Yo bailo marinera desde los 9 años. Todos mis compañeros de clase bailan marinera. No todos han estado en clases de academia, pero el colegio incluía dos horas de baile en la semana”, nos cuenta una joven trujillana de la generación millenial, pero que ha desarrollado amor, identificación y respeto por esta linda danza nacional. “¡Bailar marinera me encanta!”, nos dice.

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Marinera, Música peruana, Música popular, Perú, Tondero, Zamacueca

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