Reconciliación

[EN EL PUNTO DE MIRA] Después de 23 años, ¿qué podemos decir de aquella narrativa y de dichas instituciones? Que si bien se avanzó en dar un entramado institucional al país, no se llegó a darle el reimpulso necesario para su fortalecimiento, como sí vimos en países como España y Chile. Con aciertos y errores, lograron dar reimpulsos significativos a las instituciones que encierran conflicto de intereses.

La descentralización. Si bien llevamos seis elecciones a nivel subnacional, no se ha llegado a fortalecer los mecanismos de fiscalización. Allí tenemos a César Álvarez, encarcelado por formar una mafia desde el gobierno regional en Áncash. También tenemos a Félix Moreno del Callao y Jorge Acurio de Cusco, ambos encarcelados. Debe darse una lucha frontal contra la corrupción e incentivos para una gestión transparente.

La ley de partidos. Si bien por primera vez en nuestra historia política contábamos con una ley que regule la actividad partidaria, esta necesita pensarse a raíz de los límites que ha tenido la participación de los candidatos independientes en las cuatro elecciones que han pasado. Financiamiento es una de ellos, transparencia en los mecanismos de democracia interna es otro, dejar los legalismos es un tercero, para saber si existe una real vida política de los partidos. Hay que dar paso protagónico a los órganos de control y fiscalización, como el Jurado Nacional de Elecciones y la ONPE, con participación del Reniec.

El Acuerdo Nacional y el Plan Bicentenario. Estos dos órganos, que son las principales directrices de la descentralización, no han dado impulsos para repensar la formación de funcionarios y servidores públicos permanentes. Asimismo, no se ha pensado aún en una articulación macrorregional. Las mancomunidades son un buen avance porque se articulan proyectos macrorregionales, pero son apenas una pieza dentro del entramado mayor del rompecabezas de la descentralización. Vale decir, debe dejarse de ver como una secretaría para ser un órgano autónomo.

Por otro lado, desde la transición a la democracia, hay un tema aún no superado, aún no resuelto: el sentimiento del “anti”. Si en el siglo XX teníamos el antiaprismo como una especie de identidad política que unía tanto a la oligarquía como a los comunistas, militares e Iglesia para enfrentar al Apra; post-noventa tenemos (sumado al antiaprismo) al antifujimorismo, el cual aglutina a cierta parte de la derecha, a organizaciones socialdemócratas y a la izquierda.

¿Eso está bien? Claro que no lo está; en democracia debería prevalecer la tolerancia. Pero seamos realistas. Para poner dos ejemplos, ni en España postdictadura franquista, ni en Chile postdictadura pinochetista, el “anti” ha sido superado. De cuando en cuando, y generalmente en el marco de elecciones, este suele aparecer.

Dicho esto, ¿habrá reconciliación? Con los actores políticos que fueron afectados por el gobierno autoritario fujimorista, no lo creo. Muy difícil. Podrá haber acuerdos (o coincidencias) parlamentarias, pero seguirá prevaleciendo el antifujimorismo. Es más rentable políticamente, dado que la democracia también es competencia.

¿De dónde partimos, entonces, para la reconciliación? Mínimamente, del reconocimiento de la participación en elecciones. Desde el encuentro electoral (aunque hostil) con el fujimorismo, podría a largo plazo irse apaciguando el anti y el fujimorismo irse adecuando aún más a los marcos democráticos.

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Parece sensata la preocupación de la presidenta Boluarte por recomponer presencialmente la figura del país a través de la diplomacia presidencial (sin soslayar los cuestionamientos constitucionales que existen respecto de sus anunciados viajes al exterior), pero pareciera que el orden de prioridades palaciegas anda un poco de cabeza.

Antes que ir a Brasil, Europa o Estados Unidos, Dina Boluarte debe poder ir a Cusco, Ayacucho o Puno, entre otras regiones, donde en estos momentos su presencia es inadmisible. No es aceptable que haya localidades del país a las cuales la primera mandataria no pueda siquiera acudir.

El sur andino es el más refractario a la presencia presidencial. Razones de sobra existen. Y no se ve del lado del régimen un proyecto de recomposición política al respecto. Se ha hablado de una suerte de plan Marshall. Nada de nada. Vinculación política directa con las autoridades locales. Tampoco nada. Políticas de reparación a los deudos de las víctimas. Menos.

Es clave, en términos políticos, que el gobierno logre esa reconciliación. Si se mantiene la situación como está, el sur andino va a votar en bloque por una opción radical de izquierda, con lo cual aquella tiene asegurado su pase a la segunda vuelta. Y conocido el ánimo antiestablishment de gruesos sectores de la ciudadanía, es probable que se repita el fenómeno Castillo. Y esta vez, con mayor presencia o mayoría congresal, asegurando así que se pierda el país democrático y el régimen económico en menos de un lustro.

A la propia Boluarte debería interesarle que eso no ocurra. Si le sucede un gobierno de esas características, conocida la ineludible influencia de Palacio en el Ministerio Público y el Poder Judicial, lo más probable es que la dupla Boluarte-Otárola termine en prisión.

Si es auténtico el giro a la derecha del gobierno, a una derecha mediocre y sin luces, pero derechista, con mayor razón debería tener en claro que no es posible dejar el sur andino librado a esta suerte de emulsión radical creciente que se aprecia. Se necesita de un gran operativo sociopolítico y económico para remediar ese problema. Y ello debería ser prioridad política número uno, muy por encima de los arrellanados viajes al exterior.

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