La experimentación, uso de samplers y cruce de estilos continuó en el siguiente disco, Ill communication (1994), del que destacan piezas como Sure shot, Get it together, Root down y, especialmente, Sabotage, tema en que nuevamente se introducen en el hard-rock y un video en que recrean la atmósfera de las series policiales de los años setenta. En paralelo, siguieron explorando con fusiones orientadas hacia el jazz, con canciones como Sabrosa y Eugene’s lament, que luego recogieron en el recopilatorio The in sound from way out! (1995). En paralelo, siguieron dándole al punk en Tough guy y Heart attack man, para luego reunir sus incursiones en este género de música extrema en los EP Same old bullshit (1994) y Aglio e olio (1995), que recogen grabaciones muy antiguas –Egg raid on mojo y nuevos temas como I want some y Soba violence. La trilogía noventera se cierra con el disco Hello nasty (1998), en el que se incorpora el DJ Master Mike, desde entonces una pieza angular del sonido del grupo. De este disco salieron clásicos como Three MC’s and one DJ, Remote control, Intergalactic, Body movin y dos instrumentales, Song for the man y Song for Junior, influenciados por  la música surf y el rock latino de los años sesenta.

Lo que hizo especiales a los Beastie Boys, en una década de reformulación de géneros y gustos musicales, fue su capacidad para dos cosas. Por un lado, para madurar y pasar de ser un trío irrespetuoso y hedonista, a lanzar rimas contra la discriminación y la homofobia, como en Alive, uno de los estrenos incluidos en un amplio recopilatorio, The sounds of science (1999). Y, por el otro, para reinventarse musicalmente todo el tiempo, pasando del hip hop más elemental a la compleja elaboración de sus propios fondos musicales, del funk al hardcore punk, del hard-rock guitarrero a las mezclas electrónicas, sin perder la originalidad, el sarcasmo y actitud relajada de sus inicios. Yauch, practicante del budismo, introdujo al grupo a actividades benéficas como la organización del primer concierto por la liberación del Tibet, en 1996, actividad que se realizó hasta el 2012, año de su muerte. Luego de un retorno al rap con el álbum To the 5 boroughs (2004), la banda volvió a sorprender con The mix-up, un nuevo disco de funk y soul-jazz, que incluso recibió un Grammy en la categoría de Mejor Álbum Pop Instrumental.

The Beastie Boys Story permite reconectarnos con este grupo y sus peripecias para subsistir a las presiones de ser una estrella de rock, en sus propias palabras, superando excesos, traiciones y errores poniendo por encima de todo la amistad, la necesidad de crecer como seres humanos y el amor por la música.

En una época en que el hard-rock producido en los Estados Unidos y sus derivados se imponían en las preferencias del público -Van Halen, Kiss, Ted Nugent, Aerosmith, Montrose, brillaban y llenaban estadios en el mundo entero-, el quinteto decidió cerrar los setenta con dos discos en los que comenzaron a mostrar intenciones más melódicas y electroacústicas, un camino que ya habían iniciado con el álbum previo (R.E.O. de 1976): You can tune a piano, but you can’t tuna fish (1978) y Nine lives (1979). Canciones como Roll with the changes, Only the strong survive o la balada Time for me to fly seguían mostrando el músculo rockero que habían ganado recorriendo el país con interminables giras, pero dejaba intuir las nuevas rutas que abordarían, con extraordinario éxito, durante la década siguiente. Con su formación más reconocible -Kevin Cronin (voz, guitarra, piano), Gary Richrath (guitarra, voz), Bruce Hall (bajo, voz), Neal Doughty (teclados, pianos) y Alan Gratzer (batería, voz)- R.E.O. Speedwagon, con una década de trabajo a cuestas, decidió conquistar el mundo usando su inteligente mixtura de rock para salir a bailar y romanticismo para cantarle al amor.

Entre 1980 y 1987 R.E.O. Speedwagon fue una de las bandas con mayor presencia en las radios y programas de televisión dedicados a la transmisión de videoclips. Su energía y carisma sobre el escenario se mantenía intacta y cada vez mejor, mientras que sus nuevos discos les aseguraban el éxito con composiciones de brillo melódico e innegable destreza instrumental como, por ejemplo, Take it on the run, Keep on loving you o Don’t let him go, todas incluidas en su noveno disco Hi infidelity (1980), uno de los más vendidos ese año. El álbum siguiente, Good trouble (1982), produjo otros singles de intensa rotación: Girl with the heart of gold, The key y, particularmente, Keep the fire burnin’, una letra perfecta para personas o parejas que, superando problemas y/o errores, buscan reencontrarse con su esencia. En todas ellas, la inspirada guitarra de Richrath, el alto registro vocal de Cronin, las armonías vocales de Hall y Gratzer y los omnipresentes teclados de Doughty se hicieron altamente reconocibles con producciones que conmovían, emocionaban, gustaban y elevaban el espíritu.

Pero, si hay una canción que define al grupo como efectivo creador de melodías románticas, esa es Can’t fight this feeling, single principal del álbum Wheels are turnin’ (1984). El video, una hermosa alegoría de lo que significa amar a alguien toda la vida, está grabado en la memoria colectiva de una generación -la nuestra- que escuchó música por televisión y que no tenía ningún reparo en expresar sentimientos de manera elegante y, hasta cierto punto, inocente. Es natural que en una época como la actual, en que decenas de miles de personas, hombres y mujeres de todas las edades, acampan y se desvelan para oír balbuceos sexistas, sea considerado anacrónico que un hombre quiera enamorar y conquistar a una mujer cantándole cosas como “es hora de llevar este barco a la orilla y lanzar las anclas para siempre”. ¿Para qué hacer eso si hoy las cosas pueden ser más prácticas y expeditivas, según el predicamento de mamarrachos como Maluma, Daddy Yankee o Bad Bunny? El 13 de julio de 1985, R.E.O. Speedwagon interpretó este tema ante más de 80,000 personas que la corearon en el estadio JFK de Filadelfia, como parte del Live Aid. Ese mismo día, en el estadio de Wembley en Londres, Queen hacía lo propio.

Tras algunos ingresos más a los rankings mundiales con canciones como One lonely night (Wheels are turnin’, 1984), In my dreams (Life as we know it, 1987) o Here with me (The Hits, 1988), la banda sufrió la salida de dos de sus miembros históricos, Alan Gratzer y Gary Richrath, quienes fueron reemplazados por Bryan Hitt y Dave Amato, respectivamente, para seguir de gira por el mundo tocando sus grandes éxitos y editando, esporádicamente, álbumes con material nuevo como Building the bridge (1996), Find your own way home (2007) y hasta un disco navideño, Not so silent night (2009). En el año 2000 realizaron una gira en conjunto con sus paisanos Styx, registrada en el CD doble y DVD, Arch Allies: Live at Riverport. En el 2013, para un concierto de apoyo a las poblaciones de Illinois devastadas por una ola de tornados, Gary Richrath se unió a sus compañeros en el escenario para tocar Ridin’ the storm out, una de las tantas composiciones que sirvieron para establecer la fama de la banda. Lamentablemente, dos años después, Richrath falleció a los 65 años.

Entre mayo y agosto de este año, R.E.O. Speedwagon celebró sus 50 años de carrera con la gira Live & Unzoomed, nuevamente con sus compadres de Styx y un aliado más, los canadienses Loverboy, otra icónica banda ochentera. Cronin (71), Doughty (76), Hall (69), Amato (69) y Hitt (68) están más vivos que nunca, tocando canciones que nunca deberían pasar de moda, si las modas estuvieran definidas por el buen gusto.

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Desde la segunda mitad de los ochenta, Pablo Milanés modernizó su sonido con álbumes como Buenos días, América (1987) -donde destacaron los temas Sábado corto y Ámame como soy-, Proposiciones (1988), Canto de la abuela (1991) o Evolución (1992), que le permitieron incorporar elementos de salsa, pop-rock y latin-jazz, algo que ya había hecho previamente en el disco El guerrero (1983), en el que participaron dos miembros fundadores de Irakere, el saxofonista Carlos Averhoff (405 de menos) y el trompetista Arturo Sandoval (Vuelve a sacudirse el continente).

La salsa de finales de los ochenta e inicios de los noventa se nutrió mucho de la inspiración de Pablo Milanés. Por ejemplo, podemos mencionar a Gilberto Santa Rosa que popularizó la hermosa composición Comienzo y final de una verde mañana, conocida entre los salseros como Déjame sentirte. O el sonero boricua Tony Vega que grabó Yo me quedo, su primer éxito como solista tras su paso por las orquestas de Willie Rosario y Eddie Palmieri. O La Sonora Ponceña que, gracias al genio arreglista de Papo Lucca, convirtió en suyas canciones como Ya ves, El tiempo, el implacable, el que pasó o la popular Canción (De qué callada manera). En 1995, un disco titulado Pablo Milanés: Además… La Salsa recopiló estas y otras grabaciones de salseros de Cuba y Puerto Rico como Isaac Delgado, Roberto Roena, El Gran Combo y otros. Ese mismo año salió el CD En blanco y negro, resumen de una gira con el cantautor español Víctor Manuel.

Pero si una relación marcó la historia artística de Pablo Milanés fue la que tuvo con Silvio Rodríguez. Desde que juntos crearon la Nueva Trova Cubana, ambos parecían inseparables. Pablo y Silvio fueron como dos caras de una misma moneda, la punta de lanza artística de lo que simbolizaban Fidel y el Che, hasta que la revolución se vino abajo, parafraseando aquel tema del gran guitarrista y cantante, El necio (1992). Finalmente, las mezquinas rencillas políticas terminaron separándolos de manera irreconciliable. Pablo, desde su exilio en Madrid y Silvio, desde La Habana, no paraban de recriminarse sus posturas divergentes sobre el régimen. Hace relativamente poco tiempo, Silvio intentó acercarse pero Pablo lo rechazó. Tras su muerte, Silvio fue uno de los primeros en reaccionar, posteando la letra de una canción que había escrito para él, allá por 1969: “Te conocí rasgando el pecho de la muerte un día. Tú no sabías nada y eras tú quien la llevaba de la mano. Y así tú seguirás, sin reparar en tu ventaja: que eres tú quien la lleva, quien la doma y la amortaja, caminando…” Para el recuerdo quedan temas como el son El vagabundo (del álbum Tríptico, 1984, de Silvio) o sus entrañables conciertos juntos.

Los últimos 25 años, Pablo Milanés se enfocó mucho más en su vertiente introspectiva y solitaria, con álbumes como Despertar (1997), Vengo naciendo (1998), Días de gloria (2000) o Como un campo de maíz (2005), con reflexiones acerca de su propia vida cargadas de sentido y sencillez que, paradójicamente, lo acercaron más a un público despolitizado y convencional, que comenzó a identificarlo con cuestiones más asépticas y hasta superficiales como la industria mexicana de novelas televisivas. En paralelo, una agenda llena de conciertos y colaboraciones, entre las que destacan la segunda parte del disco de dúos, titulado Pablo Querido (2001) -con Fito Páez, Joaquín Sabina, Caetano Veloso, entre otros-, o participaciones en los álbumes tributo a sus colegas Luis Eduardo Aute (2001), Pablo Neruda (2004) y Joaquín Sabina (2011). 

Posteriormente grabó Líneas paralelas (2006), un disco de antología a dúo con el salsero portorriqueño Andy Montañez, cantando clásicos como Son de la loma o Juramento; Más allá de todo (2009), junto al piano de Chucho Valdés; y Canción de otoño (2015), con José María Vitier, otro reconocido pianista y director de orquesta cubano. Su última producción oficial, titulada Amor (2018), es una selección de varios de sus éxitos, a dúo con su hija Haydée (42). El pasado sábado 12 de noviembre, sus redes sociales anunciaron la cancelación de varias fechas de la gira Días de luz, pues estaba “hospitalizado pero estable”. Diez días después, la enfermedad finalmente lo arrancó de este mundo, dejando tras de sí un legado de integridad artística, don de gentes y talento superlativo, como podemos apreciar en este concierto, grabado en La Habana, en el Teatro Karl Marx, el 7 de septiembre del 2018. 

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Dentro de esa paleta multiforme de asuntos que cubre con su superdotada inspiración, Serrat tiene también de esas canciones que elevan el espíritu, más valiosas que cientos de páginas mentirosas de autoayuda o ese engendro de la modernidad llamado “coaching ontológico”. Hoy puede ser un gran día -del LP En tránsito, de 1981- es quizás la más potente de ese estilo de narración que, en solo dos minutos, tiene la capacidad para levantarte de la cama por muy mal que te sientas. De ese mismo disco, la balada No hago otra cosa que pensar en ti -a la cual también le agregó versos nuevos- formaron parte de esta despedida que intenta, sin éxito, comprimir una carrera tan amplia y llena de momentos cumbre.

De nuevo Serrat, el demiurgo de la palabra bien dicha, da en el clavo con una versión diferente, de aires venezolanos de Tu nombre me sabe a hierba, la única canción que, cuando yo era niño, sonaba en las radios románticas por su onda nuevaolera. “Porque te quiero a ti, porque te quiero, aunque estés lejos yo te siento a flor de piel”. El cierre llegó con la muy esperada Cantares -1969, del disco que dedicó al poeta sevillano Antonio Machado (1875-1939)-; Esos locos bajitos -En tránsito, 1981, capaz de emocionar hasta a quienes no han tenido ni tendrán nunca hijos-, Penélope -single de 1969 que figura entre las favoritas del público- y Fiesta -Mi niñez, 1970, esa saltarina melodía para la tradicional festividad de San Juan en que la añoranza por la armonía social se combina con la inevitable comprobación de que, por más que nos esforcemos en pensar lo contrario, el ser humano siempre es atraído por su lado oscuro y prefiere “regresar a las divisas” que llevarse bien con el prójimo sin esperar nada a cambio.

La banda que acompaña a Joan Manuel Serrat no puede ser mejor. En pianos y teclados, dos históricos, los extraordinarios Ricard Miralles (78) y Josep “Kitflus” Mas (68), amigos y colaboradores eternos del cantautor. El primero fue su arreglista y director musical entre 1967 y 1987 y luego desde el 2002 en adelante -periodo que se inicia con el álbum Versos en la boca; y el segundo tomó la posta de Miralles en la década de los noventa, para discos como Utopía (1992), Nadie es perfecto (1994) o Sombras de la China (1998). Completan este brillante acompañamiento, músicos más jóvenes: David Palau (guitarras), Raui Ferrer (bajo, contrabajo), Vicent Climent (batería), José Miguel Sagaste (vientos, acordeón) y Úrsula Amargós (violín, voz), hija de otro ex arreglista de Serrat, ya fallecido, el compositor y pianista Joan Albert Amargós. Un grupo de lujo para una despedida inolvidable.

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Durante el último tercio de los setenta es que esta enigmática y multidimensional intérprete comienza a desarrollar la imagen y estilo que la hicieron reconocida internacionalmente. Con sus álbumes Caras e bocas (1977) y Agua viva (1978) aparecen los primeros signos de sofisticación en producciones como Meu doce amor, Vida de artista o Negro amor, cover en portugués de un clásico de Bob Dylan, It’s all over now, baby blue (1965). Fiel a sus raíces y a sus amistades, otros temas firmados por Caetano Veloso como A mulher o Força estranha pasaron a ser partes fijas de su repertorio. En medio, siempre hubo espacio para la samba, uno de sus fuertes, con nuevos clásicos como Samba rasgado o Balancê, ambos presentes en Gal tropical (1979), en el que también incluyó nuevas versiones de canciones antiguas como India o Meu nome é Gal compuesta para ella por otros grandes de la música del Brasil, Erasmo y Roberto Carlos.

Los ochenta llegaron con el boom de las novelas brasileñas -títulos setenteros como Isaura, la esclava (1976) o Dancing days (1978) habían abierto el camino para estas historias- y su voz se hizo aun más reconocida en nuestro país, con temas como Meu bem, meu mal, de la novela del mismo nombre o Brasil, rock-samba que servía de introducción para Vale tudo, una de las novelas más sintonizadas de 1985. A este periodo pertenecen álbumes como Fantasia (1981) que, además de las mencionadas Festa do interior o Me bem, meu mal, incluye una preciosista composición de Djavan, uno de los cantautores más inspirados de la generación posterior de la MPB, titulada Açaí. En 1983 editó Baby Gal, otro elegante disco de baladas románticas y bossa nova, con temas originales como Mil perdões -escrita por Chico Buarque- o De flor em flor -de Djavan-, así como una renovada versión de uno de sus primeros y más conocidos temas, Baby (escrita, también, por Caetano Veloso), con un sonido adaptado a las exigencias del gusto ochentero. La original apareció en su tercer álbum de 1969.

Gal Costa ha interpretado a todos los grandes compositores de su país. Además de los ya mencionados Caetano Veloso, Gilberto Gil, Milton Nascimento, Roberto Carlos y Chico Buarque, también han sido tocados por su voz autores fundamentales como Ary Barroso, Jorge Ben, Dorival Caymmi y, especialmente, Antonio Carlos Jobim. En 1987 publicó su primer álbum de temas exclusivos de este famoso artista, Rio revisited, entonando clásicos como Águas de Março, Corcovado, One note samba, Chega de saudade, entre otros, acompañada al piano y voz por el maestro Jobim en persona. Años más tarde, en 1999, lanzaría un disco doble en vivo llamado Gal Costa canta Tom Jobim ao vivo, para conmemorar el quinto aniversario del fallecimiento del autor de Garota de Ipanema, himno moderno de Brasil. En 1995 lanzó Mina d’água do meu canto, con temas inéditos de Veloso y Buarque.

Convertida en icono cultural de su país, Gal Costa pasó a ese exclusivo listado de artistas atemporales, que no requieren de éxitos masivos para conservar su vigencia y prestigio. La cadena MTV organizó un concierto acústico con ella, un disco de antología que sirve de resumen pero también de puerta de ingreso a su universo sonoro. Aunque siguió produciendo discos de estimable calidad, Gal Costa ya no necesitaba demostrarle nada a nadie y prosiguió con sus exploraciones estilísticas, pero siempre anclada al sonido de la MPB, la samba y el bossa nova, su lenguaje natural. Así, sus últimas producciones en estudio -Recanto (2011), Estratosferica (2015) y A pele do futuro (2018)-, combinan sus inagotables raíces con géneros como la electrónica, el rock y la música disco. Cada uno tiene su equivalente en vivo, una práctica que popularizó Caetano Veloso.

Y, a todo esto, ¿qué fue lo que dijo Lula? Pues lo siguiente: “Gal Costa fue una de las más grandes cantantes del mundo, una de nuestras principales artistas pues llevó el nombre y los sonidos de Brasil a todo el planeta”. Pocas semanas antes del miércoles 9, la cantante había expresado su abierto apoyo al regreso de Lula. Había nacido como Maria da Graça Costa Penna Burgos, pero su nombre era Gal.

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En aquel álbum debut, Costello ofreció sus credenciales con una selección de composiciones que mostraban de un plumazo sus principales influencias: la energía del rockabilly, el brillo de los Beatles, el punk de The Clash y Paul Weller y hasta algo de country-jazz, en la balada Alison. Detrás de él, como banda de apoyo, estuvo Clover, un grupo norteamericano en el cual tocaban John McFee (guitarra) y Sean Hopper (teclados), futuros miembros de los Doobie Brothers y Huey Lewis & The News, respectivamente, mientras que en la producción, un viejo conocido de la escena underground de la Rubia Albión, el multi-instrumentista Nick Lowe, colaborador de Costello hasta mediados de los ochenta. El single Watching the detectives, un reggae con predominio de teclados, se incluyó en el prensado del disco para los Estados Unidos.

Entre 1978 y 1988, Elvis Costello lanzó un total de diez álbumes -uno por año, en promedio- acompañado por su banda oficial, The Attractions. Costello sintió que el atildamiento de Clover no encajaba con sus intenciones artísticas, por lo que convocó a Steve Nieve (teclados), Bruce Thomas (bajo) y Pete Thomas (batería) para redondear una propuesta más británica, orientada a lo que venían haciendo bandas coterráneas como The Jam o solistas como Joe Jackson, entre el punk y la naciente new wave de sonido prístino, ritmos alocados y letras inteligentes. Canciones como Radio radio (This year’s model, 1978), (What’s so funny ‘bout) Peace, love and understanding (Armed forces, 1979), I can’t stand up for falling down (Get happy!, 1980) o Man out of time (Imperial bedroom, 1982) son algunas muestras de ese estilo, entre lo agreste y lo sofisticado. 

Lo segundo fue imponiéndose a lo primero, al acercarse la primera mitad de esa década, con temas como Everyday I write the book (Punch the clock, 1983), I wanna be loved (Goodbye cruel world, 1984) o I want you (Blood & chocolate, 1986), que ya comienzan a dar muestras de esa búsqueda por integrar estilos y liberarse del rótulo “college rock” que le había endilgado la prensa especializada. Esa sofisticación en letras y melodías lo iban acercando, cada vez más, al jazz, el country y las románticas tonalidades del pop sinfónico pero sin dejar ese filo rockero propio, desgarrado y eléctrico, que practica hasta ahora.  

Para las décadas de los ochenta y noventa, la influencia de Elvis Costello se podía sentir en una diversidad de artistas, desde los pioneros del indie rock Pixies -Kim Deal, bajista y cantante del cuarteto bostoniano, se declaró siempre una fanática- hasta el argentino Fito Páez, como puede notarse claramente en canciones como Mariposa tecknicolor, Lo que el viento nunca se llevó (Circo Beat, 1994) o La vida moderna (Enemigos íntimos, 1998) -escuchen temas como Accidents will happen, Pony St. o Veronica para entender la referencia- o de forma menos evidente en She’s mine, que remite de inmediato a London brilliant’s parade (ambas lanzadas el mismo año). Incluso un grupo esencialmente intrascendente, llamado Escape Club, le debe su ingreso a la célebre lista de one-hit wonders a la pegajosa melodía de Pump it up (This year’s model, 1978), que replican casi al milímetro en su recordado éxito radial Wild, wild West, una década después.

La evolución estilística de Elvis Costello conforma un cuerpo de trabajo auténtico, creíble, tributario de aquellos referentes que lo motivaron, desde el inicio, a expresar a través de una guitarra su rebeldía e idiosincrasia. Allí están, desde el principio, los Beatles, Burt Bacharach y T-Bone Burnett, leyendas del pop, el rock y el country con quienes colaboraría muchos años después. Y, en discos notables como Brutal youth, de 1994, asoman las influencias de The Byrds y los Heartbreakers de Tom Petty, en temas como Just about glad o la enigmática Sulky girl, así como tintes de rock alternativo en Kindred murder. O el ciclo de canciones que compuso con Paul McCartney, entre 1987 y 1989, que quedaron repartidas entre álbumes de ambos. Por ejemplo, el mencionado single de 1989 Veronica (LP Spike) o My brave face, que Macca incluyera en Flowers in the dirt, del mismo año.

Pero Elvis Costello, como decíamos al principio, es un artista muy prolífico. Y en los últimos treinta años ha hecho, literalmente, de todo: música acústica, en clave de folk, bluegrass y gospel -lo que medios especializados angloparlantes denominan “Americana”-, un par de álbumes de música orquestal, un disco de baladas -el notable North (2003)-, un talk-show llamado Spectacle: Elvis Costello with… (transmitido entre 2008 y 2010 en CTV, una televisora canadiense), decenas de trabajos conjuntos con un variado menú -Squeeze, Daryl Hall, The Pogues, Tony Bennett, Allen Toussaint, Bill Frisell, Green Day, The Metropole Orkest. Una de las más celebradas fue Painted from memory (1998), a dúo con el legendario compositor, arreglista y director de orquesta Burt Bacharach, del cual salieron preciosistas composiciones como Toledo, This house is empty now o In the darkest place. Al año siguiente llegaría el mencionado megaéxito con She, en el que vimos a Costello convertido en todo un crooner de voz única y elegante. 

Otras colaboraciones de primer nivel fueron el álbum Secret, profane & sugarcane (2009), con estrellas de Nashville como Emmylou Harris y T-Bone Burnett; o Wise up ghost (2013), con The Roots -aquí una excelente versión de su clásico I want you con esta versátil banda, conocida por su trabajo en el excelente programa The Tonight Show, del comediante Jimmy Fallon (NBC Studios, New York). Y, como si fuera poco, pasó de las páginas musicales a las sociales y del corazón cuando se anunció su tercer matrimonio, en el 2003, con una famosa cantante y pianista de jazz, la canadiense Diana Krall, una década menor, tras divorciarse de la bajista de The Pogues, Cati O’Riordan.

En el medio, notables discos de rock como The delivery man (2004), Momofuku (2008, el extraño nombre es un homenaje al creador de las sopas instantáneas, el japonés Momofuku Ando) o el más reciente de su catálogo, The boy named If (2022). Aunque comúnmente se le ubica como solista, Elvis Costello ha grabado el 80% de su discografía con The Attractions -Pete Thomas, Steve Nieve y Bruce Thomas-, aunque el grupo no estuvo libre de conflictos. En 1986 fue su primera separación y, luego de reunirse a mediados de los noventa, volvieron a separarse para regresar en el siglo 21, con nuevo bajista, Davey Faragher y nuevo nombre, The Imposters. En noviembre del 2007, se reunió por única vez con Clover, para el aniversario 30 de My aim is true, su álbum debut, el cual tocaron de principio a fin en un concierto a casa llena en San Francisco. Aquí un extracto.

Elvis Costello, el otro Elvis, acostumbrado a interpretar covers -los álbumes Almost blue (1981) y Kojak variety (1995) contienen clásicos de rockabilly, jazz, pop y country- es ahora quien inspira a otros artistas. En el 2021 apareció Spanish model, un proyecto ideado por el mismo Costello y su productor desde el 2018, el argentino Sebastián Krys. Dieciséis artistas latinoamericanos fueron invitados a adaptar al español las letras de las canciones de This year’s model, el segundo álbum, para montar sus voces sobre las bases instrumentales grabadas originalmente por The Attractions en 1978. Este detalle hace que sea un disco parejo, a pesar de que el elenco de vocalistas es muy desigual, con pesos pesados del pop-rock como Fito Páez (Radio radio), Juanes (Pump it up) y Jorge Drexler (Night rally) junto a superficiales ídolos pop como Jesse & Joy (Living in paradise), Morat (Lipstick vogue), Luis Fonsi (You belong to me) o Sebastián Yatra (Big tears). Como declaró Krys, encargado de escoger a los cantantes, en entrevista a CNN: «Elvis siempre ha hecho lo inesperado. Y no necesariamente era lo que la gente quería, o lo que la gente pensaba que él debería hacer». De eso se trata Spanish model.

De aquella ola de compositores destacó marcadamente María Isabel Granda Larco (1920-1983), más conocida como Chabuca Granda, a quien dedicamos amplio espacio en esta nota. Sus canciones se distinguían de aquellas del “nuevo criollismo” de los cincuenta por ser sumamente sofisticadas en letra y música. Valses como José Antonio, Bello durmiente o Fina estampa se hicieron rápidamente populares. Pero fue La flor de la canela, la que convirtió a Chabuca en una artista reconocida, incluso a nivel internacional.

En la misma línea poética, apareció también en esos años Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), inventor de complejas armonías, que escribió canciones como Madre y Cariño, entre otras. Acosta Ojeda destacó, además, como investigador y difusor de nuestra música, de línea crítica a las nuevas tendencias, con diversos artículos y programas de radio donde hacia docencia sobre la forma correcta de cantar y escuchar folklore criollo y andino. Alicia Maguiña (1938-2020) fue otra gran compositora y recopiladora que cruzó los caminos de Costa y Sierra con su inigualable búsqueda de integración musical.

Otro compositor notable de este periodo fue Mario Cavagnaro (1926-1998), quien se dio a conocer primero con valses festivos de corte pícaro y replanero como Yo la quería patita oCarretas aquí es el tono popularizadas por Los Troveros Criollos- y que, posteriormente, explotó un estilo mucho más romántico, con versos de profunda emoción como en El rosario de mi madre, La noche de tu ausencia o El regreso, dedicada a Arequipa, su tierra natal. Y tenemos, por supuesto, que mencionar a Augusto Polo Campos (1932-2018).

Aunque sus primeras canciones corresponden también a los años cincuenta, su inspiración sirvió a los intérpretes de la época –Los Morochucos, Lucía de la Cruz, Los Kipus, Lucha Reyes, entre otros- con títulos como Regresa, Cariño malo, Hombre con H o Romance en La Parada, para convertirse enlos favoritos del público peruano. Dos canciones suyas, esencialmente románticas, Cada domingo a las doce y Cuando llora mi guitarra, se hicieron inmortales en las grabaciones de artistas como Arturo “Zambo” Cavero y Eva Ayllón.

La personalidad de Polo Campos –jaranista, enamoradizo y de vocación por el escándalo mediático- contrastaba con la profunda sensibilidad de sus letras, al punto de que muchas personas dudaban de que él fuese autor de sus canciones. Polo Campos destacó escribiendo valses dedicados al país, como Y se llama Perú (1974) y Contigo Perú (1977), ambas compuestas a pedido de los gobiernos militares de turno –Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, respectivamente-, odas a la Patria hechas por encargo, que lo convirtieron en uno de los artistas mejor pagados y criticados de su tiempo.

Su largo catálogo de éxitos hizo de Augusto Polo Campos uno de los nombres fundamentales para entender a la tercera generación del criollismo, e incluso marcó un antes y un después de la canción criolla con su composición La Guardia Nueva –en contraposición directa a la casi mitológica Guardia Vieja- popularizada por Iraida Valdivia en 1981. Posteriormente, la producción de Polo Campos se estancó, pero su perfil mantuvo vigencia gracias a sus viejos logros, fijos en programas de radio, peñas y discotecas orientadas a públicos más jóvenes.

Por su parte, el compositor chiclayano José Escajadillo Farro, nacido en 1942, puede ser considerado el último gran compositor de música criolla. Poseedor de una vena innegablemente romántica, muchos puristas lo critican por ser el responsable de “baladizar” el vals criollo. Lo cierto es que esta tendencia ya se había iniciado algunos años atrás con algunas composiciones de Augusto Polo Campos, que contenían versos muy románticos en marcos musicales contoque de guitarra picado y alegre. Los valses de Escajadillo se hicieron muy famosos en las voces de Lucha Reyes, Manuel Donayre, Edith Barr, Los Hermanos Zañartu, Cecilia Barraza, Cecilia Bracamonte, Eva Ayllón y un largo etcétera, surgidasen los años setenta y ochenta, en lo que podríamos denominar la última generación de intérpretes criollos antes del declive actual, con muy pocos artistas nuevos cuyos repertorios están conformados por canciones escritas hace treinta años o más.Títulos como Jamás impedirás, Tal vez, Que somos amantes o Yo perdí el corazón comenzaron a difundirse tras la recuperación de la democracia, como símbolos de la nueva canción criolla luego de un periodo de gobiernos militares que, durante década y media, saturaron a las emisoras de radio y televisión con géneros nacionales.

Además de los mencionados, hay gran cantidad de compositores que han pasado a la historia con solo una o dos canciones, extremadamente populares, a pesar de que sus nombres pasen de largo sin ser reconocidos por el público en general. Por ejemplo, tenemos el caso de Adrián Flores Albán, de Sullana, quien escribió Alma, corazón y vida, en el año 1949, aquí cantada por el español Dyango. Don Adrián tiene, actualmente, 96 años. Otro ejemplo es el cantante y compositor criollo Félix Pasache (La Victoria, 1940-New York, 1999) que dejó su nombre inscrito en el cancionero criollo con Déjalos y Nuestro secreto. Del mismo modo, Andrés Soto compuso en 1981 dos emblemáticas canciones de nuestra música negra: El tamalito y Negra presuntuosa, uno de los primeros éxitos que grabara Susana Baca.Finalmente, podemos mencionar a Alberto Haro (Hilda), Eduardo Márquez Talledo (Nube gris), César Miró (Todos vuelven), Manuel Raygada Ballesteros (Mi Perú), Salvador Oda (Una carta al cielo) o el rumano nacionalizado peruano Boris Ackerman, autor de Soy peruano, reflejo del agradecimiento que siente por el país que acogió a su familia tras la Segunda Guerra Mundial. Y podríamos seguir…

Sobre el Día de la Canción Criolla, la fecha se instauró en 1944, durante el primer gobierno de Manuel Prado Ugarteche.Inicialmente fue el 18 de octubre, pero se trasladó al 31 para que no coincidiera con el día central de la masiva Procesión del Señor de los Milagros. Años después, en 1973, la cantante Lucha Reyes –en ese momento la intérprete más famosa de música criolla- falleció ese mismo día, a los 37 años.

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Para el dúo con Gwilym Simcock, Metheny escogió Phase dance, una de sus composiciones más celebradas que formó parte del primer álbum oficial de The Pat Metheny Group, publicado en 1978. Melodías como estas superan el paso de los años por su naturaleza fresca y atemporal. El piano de Simcock sonó inspirado y profundo. Luego fue el turno de Linda May Han Oh de lucirse junto a su líder, con un medley del disco Beyond the Missouri sky (Short stories), que Pat grabara en 1997 con el contrabajista Charlie Haden (1937-2014). Dos temas de Haden –Waltz for Ruth y Our Spanish love song- y una relectura del clásico tema de amor de la recordada película italiana Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), que fuera escrita por Ennio Morricone y su hijo Andrea, quien firma esta pequeña e intensa viñeta acústica en que Linda decora el ambiente con el uso del arco sobre las cuerdas de su contrabajo. La respuesta del público fue puro agradecimiento ante esta exhibición de sutileza interpretativa.

El concierto se iba acercando a su final y Pat Metheny parecía no querer irse. Tras un escueto pero emocionado “Thank you for coming, is great to be in Peru!” llegaron los bises, tres en total. Luego de Are you going with me? (álbum Offramp, 1982), una de las más esperadas del recital, y un exquisito popurrí de temas acústicos, tocado a solas con guitarra barítono, el grupo en pleno regresó, por última vez, para cerrar con Song for Bilbao, tema que fuera estrenado en Travels (1983). Aunque faltaron algunas piezas como Have you heard, The first circle o la sensacional September fifteenth (homenaje al pianista Bill Evans), fue un concierto redondo, de los mejores en este retorno de los espectáculos masivos tras dos años de silencio y cuarentenas.

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Gran Teatro Nacional, Jazz, musica maestro, Pat Metheny en Lima

Duff McKagan (bajo), Slash (guitarras) y W. Axl Rose (voz), reunidos desde el 2016, grabaron estas canciones junto a sus cómplices Steven Adler (batería) e Izzy Stradlin (guitarras), cuando todos tenían entre 23 y 25 años y querían comerse el mundo con su hard-rock intoxicado y promiscuo. Hoy, bordeando los sesenta y con muchos de sus vicios convenientemente superados, lo que queda es un conjunto de contundentes composiciones acerca de una juventud destrampada y libertina, vivida al filo de la cornisa, pero a la vez cargada de entusiasmo, reacción ante lo social y políticamente correcto y auténtica pasión por la música que hacían en oscuros sótanos y clubes nocturnos, entrenando sus habilidades hasta alcanzar la excelencia.    

Para nadie es novedad que Axl Rose ya no es aquel flaco y arrebatado cantante que daba alaridos similares, por momentos, a los de Brian Johnson de Ac/Dc, en perfecta afinación (como en este legendario concierto en el Ritz, 1988). Sin embargo, desde hace varios años es lo único que se comenta respecto de sus actuaciones. Que si su voz, que si su aspecto, que si su estado físico. Prefiero concentrarme en dos puntos notables de su desempeño el sábado pasado: por un lado, la energía desplegada en la justa medida de sus posibilidades le permitió hacer, de vez en cuando, sus característicos pasos de baile, un rezago de aquel estilo reptiliano que todos recordamos. Y por otro, su decisión de no bajar ni medio tono a las canciones, aunque hubiera sido una salida fácil para evitar fallas.  Continue reading «Guns N’ Roses en Lima: Reavivando el apetito»

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