Cuando se anunció su llegada a nuestra capital, en el 2019, los amantes del jazz se sintieron ampliamente reivindicados. En una cartelera poblada de conciertos desechables, ligeros, de artistas con mucha fama y poca substancia, la sola mención del genial e innovador músico norteamericano corrigió, de un solo golpe, el eterno abandono del público jazzero limeño que espera meses -a veces, años- para escuchar, en vivo y en directo, a los grandes nombres del género de su preferencia, mientras que todos los demás estilos están representados de manera constante con una programación nutrida y, muchas veces, hasta repetitiva de sus cantantes y bandas favoritas.
Pero desde marzo del 2020 el COVID-19 puso, por supuesto, en suspensión perfecta toda la agenda de espectáculos a nivel mundial. Tras un intento fallido en abril del 2021, las cosas se volvieron a enfriar. Finalmente, dos años y medio después, se concretó este encuentro entre Pat Metheny (68) y sus seguidores en Lima, el pasado 12 de octubre. El brillante compositor y guitarrista con casi cinco décadas de trayectoria, más de cincuenta producciones discográficas y una impresionante lista de premios y distinciones a su trabajo musical, ofreció un recital inolvidable en el Gran Teatro Nacional de San Borja.
Quizás fue por esa larga espera que la emoción se sentía en los pasillos del elegante local, un oasis en medio del esperpéntico caos de Lima. Uno podía escuchar a pequeños grupos de tres o cuatro personas, reunidos en torno a las puertas de acceso a las diferentes zonas del teatro, intercambiando sus opiniones sobre qué periodo prefieren de Pat: si la etapa inicial -entre 1974 y 1976- junto al virtuoso bajista Jaco Pastorius; la discografía clásica del Pat Metheny Group -de 1977 a 1997-; o sus permanentes lanzamientos en dúos, tríos y cuartetos, colaborando con otros importantes músicos de jazz (Ornette Coleman, Gary Burton, Michael Brecker) y pop-rock (Joni Mitchell, David Bowie y, más recientemente, Dave Matthews), que realiza en paralelo a su propia producción individual. Punto en contra para el Gran Teatro Nacional: no contar con un área donde disfrutar de una buena copa de vino en la previa.
Entre el público, algunos asistentes, señores que fácilmente bordeaban los sesenta años y más, se animaron a ir usando poleras de mangas largas, cuello cerrado y franjas horizontales blanquinegras, prenda característica del guitarrista. Para cuando los parlantes comenzaron a anunciar el inicio del show -con un pertinente pedido para que todos apaguen sus celulares y eviten grabar o tomar fotografías-, el ambiente era de algarabía contenida. Pero cuando las luces se apagaron y apareció Metheny, sentado con su alucinante guitarra Pikasso -un extraño aparato de 42 cuerdas cruzadas, que es a la vez guitarra, bajo, cítara y arpa, diseñado para él por una luthier canadiense, Linda Manzer- el teatro se deshizo en aplausos. Siguieron casi dos horas y media de sobrecogedora destreza, improvisaciones apasionadas y clásicos de una discografía copiosa y creativa.
Acompañado -como es su costumbre- de una banda multinacional, Pat Metheny deleitó a las graderías con un recorrido por algunos de los mejores momentos de su catálogo, intercalando impresionantes desarrollos solistas con diversos espacios en que permitió brillar a sus tres músicos, una generación menor que él, provistos de un talento sobrenatural en sus respectivos instrumentos.
Cuando Pat Metheny irrumpió en la escena musical norteamericana, a mediados de los años setenta, se unió a una larga tradición de guitarristas de jazz expertos en solos líquidos, fraseos inspirados y melodías vertiginosas: Wes Montgomery (1923-1968), Grant Green (1935-1979), Joe Pass (1929-1994), Barney Kessel (1923-2004), George Benson (1994). Metheny condensó esas influencias para crear su propio sonido, combinando toques en octavas y ataques impredecibles con sus propias innovaciones de afinación, incorporación de sonidos electrónicos -como el uso del Synclavier o la tecnología MIDI- y la combinación de espectros electroacústicos para dar forma a sus composiciones, fuertemente influenciadas por la música latina, especialmente del Brasil.
El concierto tuvo de todo, como era de esperarse. Aun así, un músico como Pat Metheny siempre será capaz de superar cualquier expectativa. Uno de los primeros puntos altos de la velada fue cuando soltó la línea melódica de Bright size life, tema que da título a su primer álbum oficial, lanzado en 1976 bajo la escudería del prestigioso sello alemán ECM Records, con el cual trabajó hasta 1984. Aunque en la versión original no hay piano -la grabó solo con Jaco en bajo y Bob Moses en batería- sirvió para que el galés Gwilym Simcock (41), nos brinde una primera muestra de sus capacidades, con un iluminado solo. Previamente, la banda se presentó con una precisa interpretación de So may it secretly begin, del álbum Still life (Talking), de 1987.
Linda May Han Oh (38) destacó en la primera parte del show con creativos solos, tocando desde la parte baja de su instrumento durante la romántica Always and forever (Secret story, 1992) y Unity village, también de aquel iniciático LP de 1976. La menuda contrabajista es de nacionalidad australiana pero nacida en Malasia, país del sudeste asiático más asociado a los templos budistas y los milagros económicos que al jazz. Su fuerza y sensibilidad fueron de lo mejor de la noche. Para un músico como Pat Metheny, que ha trabajado con algunos de los mejores bajistas del mundo -Jaco Pastorius, Mark Egan, Steve Rodby, Charlie Haden, Christian McBride o el camerunés Richard Bona- esta nueva compañera de viaje debe haber sido muy estimulante para su inagotable carrera.
Por su parte, el mexicano Antonio Sánchez (50) ratificó la profunda química que lo une al guitarrista, con quien trabaja desde hace ya dos décadas. Poseedor de un ritmo de metrónomo y, por momentos, con ataques sumamente agresivos que contrastan con la aparente suavidad que envuelve las composiciones de Pat, el baterista sacudió al teatro con su primera intervención solista en Third wind -también del álbum Still life (Talking) de 1987-, una melodía en la que Pat había soltado una impresionante cascada de notas a velocidades incomprensibles para el humano común y corriente. Luego hizo lo propio en Question and answer, del disco epónimo de 1990, en la que apareció por primera vez la famosa guitarra Roland GR-300 que, por ratos, suena como un teclado Fender Rhodes o un violín eléctrico. Después de poco más de una hora de concierto, Pat Metheny se dirigió al público con un sonoro “¡Muchas gracias!” antes de presentar a sus músicos.
Sin mucho preámbulo, el cuarteto prosiguió con Farmer’s trust (Travels, 1983), otro clásico en que el público brindó una de las más sostenidas olas de aplausos al guitarrista, que se lució en una acústica con cuerdas de nylon, acercamiento minimalista que sirve para apreciar mejor su orgánico virtuosismo. Luego llegó un tema más moderno, Everything explained, del único disco que Metheny ha grabado en estudio con esta alineación, From this place (2020).
En el tema, Simcock volvió a destacar arrancando hurras del teatro lleno, algo que debe ser muy especial para él ya que sobre sus hombros recae la enorme responsabilidad de ocupar la silla que fuera de Lyle Mays, lugarteniente de Pat Metheny entre 1977 y 2015, fallecido hace un par de años, a los 66. Mays fue tecladista y arreglista de The Pat Metheny Group durante toda la existencia del conjunto. Juntos, Pat y Lyle, compusieron temas fundamentales para entender el jazz contemporáneo, en álbumes fantásticos como Watercolors (1977), As falls Wichita, so falls Wichita Falls (1981), First circle (1984) o Letter from home (1989) -estos dos últimos con la participación del multi-instrumentista y vocalista argentino Pedro Aznar (bajista de Serú Girán)-, entre otros.
El público, absolutamente enganchado, pedía más música. Y lo que siguió fue sencillamente alucinante. Metheny comenzó a lanzar disonantes riffs rockeros desde su Ibanez modelo redondo, como las Gretsch antiguas que han usado otros grandes guitarristas como Chet Atkins, Malcolm Young o Brian Setzer, acompañado por un rotundo Antonio Sánchez en batería. Fueron casi siete minutos de improvisación en que, otra vez, afloró esa conexión entre ambos músicos. En medio del jazz académico que representa Metheny esto sonó como una muestra de eclecticismo y versatilidad. Recordemos que en 1994 sorprendió a sus seguidores con Zero tolerance for silence, un disco atípico en el que el guitarrista realiza descargas ruidistas. O en el 2010 con Orchestrion, proyecto unipersonal en que opera, a partir de una máquina, más de diez instrumentos. En ese contexto, el divertimento rockero, a dúo con Sánchez, fue un juego de niños.
Para el dúo con Gwilym Simcock, Metheny escogió Phase dance, una de sus composiciones más celebradas que formó parte del primer álbum oficial de The Pat Metheny Group, publicado en 1978. Melodías como estas superan el paso de los años por su naturaleza fresca y atemporal. El piano de Simcock sonó inspirado y profundo. Luego fue el turno de Linda May Han Oh de lucirse junto a su líder, con un medley del disco Beyond the Missouri sky (Short stories), que Pat grabara en 1997 con el contrabajista Charlie Haden (1937-2014). Dos temas de Haden –Waltz for Ruth y Our Spanish love song- y una relectura del clásico tema de amor de la recordada película italiana Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), que fuera escrita por Ennio Morricone y su hijo Andrea, quien firma esta pequeña e intensa viñeta acústica en que Linda decora el ambiente con el uso del arco sobre las cuerdas de su contrabajo. La respuesta del público fue puro agradecimiento ante esta exhibición de sutileza interpretativa.
El concierto se iba acercando a su final y Pat Metheny parecía no querer irse. Tras un escueto pero emocionado “Thank you for coming, is great to be in Peru!” llegaron los bises, tres en total. Luego de Are you going with me? (álbum Offramp, 1982), una de las más esperadas del recital, y un exquisito popurrí de temas acústicos, tocado a solas con guitarra barítono, el grupo en pleno regresó, por última vez, para cerrar con Song for Bilbao, tema que fuera estrenado en Travels (1983). Aunque faltaron algunas piezas como Have you heard, The first circle o la sensacional September fifteenth (homenaje al pianista Bill Evans), fue un concierto redondo, de los mejores en este retorno de los espectáculos masivos tras dos años de silencio y cuarentenas.