Mientras la vida seguía en un país azotado por tantas problemáticas, la luz de una estrella se apagaba. Yola Polastri falleció a los 74 años, llevándose consigo no solo sus creaciones y la esencia que la hizo un ícono a nivel nacional e internacional, sino también la infancia de nuestros padres, hermanos, abuelos y de todos aquellos que tuvieron la suerte de vivir en la época de la televisión en blanco y negro y conectar con «la chica de la tele»
Un poco irónico estar sentado escribiendo esta columna y que muchos de nuestros lectores se pregunten, ¿qué puede escribir este chico de 22 años si no ha vivido la época de Yola Polastri? Sinceramente, no puedo contradecirlos; es más, les doy la razón a muchos de ustedes. Sin embargo, no haber estado presente en esa hermosa época que muchos de ustedes, tal vez, sí vivieron, no me hace mezquino al sentimiento, emoción y algarabía que Polastri cautivaba en los adultos que aún tenían su niño interior guardado en lo más profundo de sus almas.
Recuerdo cuando se acercaba el Día del Niño y vimos una publicidad en el Parque Zonal Lloque Yupanqui que anunciaba la llegada de Yola Polastri. De manera ingenua, uno podría pensar que los padres llevarían a sus hijos a los típicos juegos mecánicos también anunciados en el evento. Sin embargo, ese día, todos esperaban a la tan anhelada «chica de la tele». Mientras las emblemáticas canciones como «Mi Rancho Bonito», «Eco» y otras creaciones de Yola se escuchaban en el evento, la gente estaba entusiasmada por su llegada. Todos se preguntaban: «¿A qué hora llegará Yola?», «¿Cantará El Teléfono?», «¿Vendrán las burbujitas?».
A las seis de la tarde, el estrado donde se iba a presentar Yola comenzó a iluminarse, y la música se escuchaba más fuerte. La gente empezó a gritar y a corear su nombre. Los más pequeños no entendían. No entendían por qué adultos y adultos mayores parecían haber retrocedido varios años y empezaban a saltar y a comportarse como esos niños que parecían haber desaparecido con el pasar de los años.
Mientras la algarabía se encendía en el ambiente, las famosas «burbujitas» salieron al escenario, y todos empezaron a gritar y cantar al ritmo de la música. Pasaron solo unos segundos cuando se escuchó la famosa canción «Vamos a ver a la chica de la tele», y detrás de las burbujitas apareció Yolanda Piedad Polastri Giribaldi, la famosa Yola Polastri.
El ambiente se llenó de emoción. Adultos llorando y saltando, mientras los niños los miraban con asombro. Las pelotas comenzaron a volar por toda la zona del evento, y las personas, emocionadas, esperaban que llegaran a su lado para lanzarlas hasta el otro extremo. Estoy seguro de que muchos de los presentes en el evento no se conocían, y a pesar de ello, se abrazaban y saltaban para corear las canciones de Yola.
El impacto que Polastri ha generado en la sociedad peruana es inminente, no solo porque fue parte de la infancia de nuestros padres, sino también porque llegó en un momento en el que nuestro país vivía los momentos más difíciles de su historia. Sin embargo, eso no fue excusa para que la esencia, los colores y la luz de la «chica de la tele» encendieran en tantos adultos el niño interior que llevaban dentro.
Hoy, la tan querida Yola Polastri ha regresado a su rancho bonito, donde brillará para muchos, y cuyo legado no será reemplazado por nadie. Desde este espacio, un joven de 22 años le agradece por haber iluminado la infancia de mis padres y haber hecho sus vidas mucho mejor.
¡Gracias, Yola!