“María, ¿dónde están mis medias negras?”, grita Lucho, quien ya tenía buen rato buscando las famosas medias en el cajón, donde él las guardaba habitualmente. María responde: “Lucho, están en el cajón de siempre”. Lucho más molesto le contesta: “que no están, que ya he buscado por todo el cajón y no hay nada”. “Lucho, aprende a buscar. Las medias están ahí, yo misma las dejé en ese cajón ayer”, le responde María. “Me quieres decir que yo no sé buscar, que soy un inútil”, le contestó Lucho, ya bastante molesto. Finalmente, María se acerca donde Lucho, coloca su mano sobre el cajón, y con un aire de superioridad, sin dejar de mirarlo a los ojos, dejándole claro con esa actitud y en esa mirada que no sabe buscar, que es medio inútil y muchas otras cosas más, estira la mano, toma las medias negras y se las entrega. A lo que Lucho medio balbuceando le dice: “es que ese no es su sitio, es que ahí no se colocan, es que, es que… etc, etc”. ¿Alguna vez te ha pasado o te parece conocida la escena?

Si te parece conocida esta escena, si te ha pasado a ti, personalmente, que no “encuentras” algo que está frente a ti, te invito a que sigas leyendo. Más aún si crees que de lo que te quiero hablar es de que los hombres no sabemos buscar. Con mayor razón quieres leer este artículo, porque no tiene nada que ver con eso. Realmente lo que tiene que ver es con algo que nos sucede muchas veces en diversas áreas de nuestra vida: sólo vemos lo que conocemos.

Solo vemos las cosas como nosotros sabemos que son. Solo vemos las cosas, de la manera que creemos que son o, solo vemos las cosas que creemos que existen. Y no solo se trata de las cosas materiales que no vemos, se trata de cualquier cosa que no creemos que puede ser, que no creemos que es real, o que no creemos que existe. Incluso puede tratarse de la experiencia que estamos percibiendo de nuestra vida o las cosas que están sucediendo en ella.  A esto se le llama sesgo de confirmación, que básicamente es una propensión para dar más importancia y credibilidad a los datos que encajan con nuestras creencias que a aquellos que las contradicen. En pocas palabras queremos confirmar lo que ya sabemos.

Por ejemplo, con Lucho y María. No necesariamente es que Lucho no sepa buscar, puede que sí, puede que no. Realmente, lo que sucede en este caso en particular, es que él estaba “buscando donde se supone” deben estar. Es decir, él en realidad no estaba buscando las medias en todo el cajón, lo que estaba haciendo era buscarlas solamente en el lugar donde se supone deben estar.

Su cabeza le decía: las medias están en el lado izquierdo del cajón, porque allí es donde él las deja. Entonces, lo que estaba sucediendo es que él solo miraba allí, en el lado izquierdo, no en otro lado. Y aquí viene lo importante e interesante: no es que sus ojos físicamente no veían las medias, es que su cabeza le decía que la medias “tenían” que estar en el lado izquierdo, y no en otro lado. Y esto podría pasar con otras situaciones. Como, por ejemplo, cuando tienes un problema. Si tú dices que el problema no tiene solución, lo que le estás diciendo a tu cabeza, a tu mente, es que no se puede resolver y por lo tanto tu cabeza no va a encontrar una solución, porque tú no crees que la haya. Y lo contrario también sucede. Si tú crees que existe una solución, tu mente buscará y encontrará una, porque tú estás diciendo que existe.

Vamos a ver otra forma que nuestra mente “no nos deja ver”.  Digamos que tenemos un amigo que nosotros creemos que actúa de manera “A”, “B” y “C”. Lo que nosotros creemos de esta persona es eso, ni siquiera somos conscientes de que en realidad sólo actúa de esas maneras, que es sólo un comportamiento, lo que sucede es que nosotros creemos que él es así, como una verdad absoluta. (Te recomiendo que leas el artículo Tener éxito o tener la razón de esta columna, donde hablamos de la diferencia entre ser y actuar).  Entonces, puede ser que, en algún momento, por alguna razón, esta persona decida cambiar y comience a actuar de manera “X”, “Y” y “Z”. Lo más probable es que no lo notemos, o que no nos demos cuenta, porque nuestra mente está esperando que actúe de la manera que yo ya sé (A – B – C) y no es capaz de darse cuenta de los cambios, que en algunos casos podrían ser muy grandes. Nuestra mente no quiere lo desconocido, nuestra mente quiere encajar las conductas en las conductas conocidas. Lo desconocido lo desecha.

En los siguientes artículos profundizaremos más sobre porque nuestra mente quiere apegarse a lo conocido, y desechar lo desconocido. Por ahora te dejo con esta frase:

«Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto»,

Henry Ford.

Para desarrollar todo tu potencial, debes comenzar a creer que lo tienes. Todo se crea dos veces: primero en la mente, y luego en la realidad. Así que te invito a que definas como quieres que sea tu vida y comiences a verte en tu mente de esa manera, te aseguro que cada vez estarás más cerca de “ver’” y “vivir” esa realidad.

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Creciendo entre amigos, Solo vemos lo que conocemos

Un día, mientras Lucho manejaba tranquilo, al dar una curva muy cerrada, casi se choca con otro auto que iba en sentido contrario. En ese momento, este conductor le grita a Lucho: “¡Burro!”. A lo cual, Lucho le contesta, como “es debido”, con todos los aderezos habidos y por haber, recordándole a todos sus antecesores hasta la quinta generación. Esto, por supuesto, lo dejo súper tranquilo y feliz. Él no iba a permitir que nadie lo trate de esa manera y lo haga sentir como se sintió. Todo iba bien, hasta que, en la siguiente curva -también bastante cerrada, por cierto- se chocó con un “burro”, que estaba tirado en la pista.

Lo que Lucho escuchó e interpretó, lo que lo hizo reaccionar como lo hizo, fue pensar/interpretar que lo estaban insultando, que lo estaban tratando mal. Por eso, como reacción automática, es que se sintió insultado, y por eso él dijo todo lo que dijo. Él escuchó “¡burro!”, interpretó que le estaban diciendo “burro”, le estaban insultando. Debo contestar y atacar/defenderme/devolverlo. Sin embargo, nada más lejos de lo que en realidad estaba sucediendo. El conductor lo que estaba haciendo, era avisarle de un peligro, que estaba por enfrentar.

Muchas veces en nuestra vida, sucede que las personas nos dicen cosas, nosotros escuchamos de acuerdo con nuestras interpretaciones, las cuales a su vez están basadas en nuestras creencias, nuestros paradigmas, lo que nos han enseñado, lo que hemos aprendido, básicamente, nuestro pasado. Entonces sucede que, filtramos nuestro presente por el filtro del pasado, y obtenemos obviamente en muchos casos los mismos resultados: una reacción automática.

Es decir, lo que nos molesta, lo que nos afecta, no es lo que las personas nos dicen. Lo que nos afecta en realidad, es lo que pensamos que las personas nos dicen. Y eso, ya está seteado, ya está parametrizado, ya está escrito en nuestra cabeza. Por lo que, si no estamos presentes a lo que nos dicen, vamos a reaccionar de acuerdo con nuestra interpretación ya establecida.

Quizás podrías decir “’Ok’ pero si alguien me insulta debo reaccionar, no puedo dejar las cosas así” ¿o no? La pregunta que te hago para responder a eso es: ¿Si alguien te insulta, y te molesta, será que estás dando crédito a sus palabras? Porque si no le dieras absolutamente ningún crédito, no te debería afectar. Es decir, si estás claro que lo que te están diciendo no es cierto ¿Por qué te afecta?, ¿Por qué deberías responder? Por otro lado, otra cosa que debes tomar en cuenta, algo super importante a considerar, es que, si es que te molesta, es porque le estás dando poder a la persona y a sus palabras. Lo cual obviamente es algo que no te sirve, que no te funciona.

En pocas palabras, alguien dice algo y te molestas, que es como probablemente has estado operando, versus, alguien dice algo, tú piensas algo de eso, lo interpretas y te afecta ¿o no? como podrás ver, no es lo mismo de ninguna manera. En el primer caso tú eres “efecto”, no estás en control y el otro domina tu accionar. En el segundo caso, dado que en el medio de lo que te dicen y tu respuesta está lo que interpretas, que finalmente son pensamientos, si tú decides, puedes estar en control, y ser la causa, el causante, el generador de tu respuesta, la cual puede ser la que tú decidas, y no la que ya está instalada, seteada o programada.

Si no puedes cambiar las circunstancias, lo que está pasando; entonces cambia tu punto de vista.

 Te cuento una historia. Un monje y su discípulo caminan por un pueblo. Y de la nada y sin causa aparente, la gente del pueblo los comienza a tratar mal, a insultar a decirle barbaridades. El discípulo estaba a punto de responder y gritarles todas sus verdades, pero se dio cuenta que su maestro estaba, como si no pasara nada, como si con él no fuese. Así que se aguantó la rabia, y simplemente siguió a su maestro. En el siguiente pueblo, sucedió todo lo contrario. La gente los comenzó a elogiar, a agradecer, a decirle los mejores cumplidos. Y en este caso, el monje compartió, agradeció, y les dirigió algunas enseñanzas compartiendo, con los integrantes del pueblo. Cuando ya estaban a las afueras de este segundo pueblo, el discípulo, no pudo contenerse y le preguntó a su maestro: “maestro, por qué en el primer pueblo donde la gente nos insultó y trató tan mal, no hiciste nada, no te defendiste, no les devolviste lo que nos gritaron. Pero en este segundo pueblo, donde nos trataron tan bien, si agradeciste y tomaste para ti los cumplidos”. El maestro le respondió: “En la vida, todas las personas te van a dar regalos, depende de ti cuáles quieres recibir. Si tú no recibes el regalo, es porque no es para ti”.

Así que mi invitación para ti es que decidas de quién y los regalos que vas a recibir. Te deseo una vida abundante con los regalos que te sean favorables.

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Creciendo entre amigos

Imagínate una conversación con alguien que conoces desde hace muchos años. Por lo tanto, tú “sabes” cómo es esa persona. Tú “conoces” muy bien a esa persona, tú sí “sabes” cómo es que esa persona piensa y actúa. Entonces, tomando en cuenta este contexto, que debe ser lo que muchas veces sucede en tu vida, te pido te hagas una pregunta con total honestidad: Cuándo esa persona te está hablando, ¿Realmente crees que escuchas lo que la persona te dice, o escuchas lo que tú crees que te está diciendo? Me imagino que, para muchos de ustedes podría haber aparecido una segunda pregunta: ¿De qué me está hablando? Así que antes de que te quedes atrapado por la pregunta o dejes de leer este artículo, que te puedo asegurar te permitirá abrir muchas posibilidades, voy a explicártelo de la mejor manera posible.

Todos tenemos diferentes personas en nuestras vidas. Algunas han estado por mucho tiempo y otras por un corto periodo.  Sin embargo, de todas y aseguro de todas, tenemos una idea de cómo es esa persona, cómo piensa y cómo actúa.

En algunos casos más, en otros casos menos, pero aseveramos como verdad, y en algunos casos no somos conscientes de estos pensamientos, que tal o cual persona es como nosotros nos hemos “inventado” que es.

No es el punto si tenemos razón o no (te invito a leer un artículo de esta columna ¿Tener éxito o tener la razón?). La pregunta es: si eso que nosotros creemos de la persona (lo cual genera ciertos filtros), ¿realmente es la verdad? Y si eso será, en mayor medida, lo que determina la forma y lo que escucho cuando habla. O, mejor dicho, lo que creo que está diciendo esa persona, que como ya te dije, puede ser lo que escucho pasado por los filtros de lo que creo de la persona.

Digamos que Pedro es una persona que usualmente no habla, o habla poco. Pero esas pocas veces que habla usualmente es para decir algo que no funciona o negativo sobre una persona, situación o cosa. Es bastante “lógico” suponer que lo próximo que diga va a estar alineado con su “modus operandi” y será algo destructivo más que constructivo. Más desde lo que no funciona, que de lo que sí funciona. Pero ¿Y eso es la verdad absoluta? o ¿Eso es lo que nos hemos inventado por los filtros que tenemos?, ¿Será posible que en realidad ya ni siquiera escuchamos lo que él dice, sino que escuchamos lo que nosotros creemos que va a decir?, ¿Podría ser que estamos condicionados a escuchar lo que ya sabemos o creemos que va a decir?

Cuántas veces nos puede estar pasando que nos perdemos escuchar lo que las personas a nuestro alrededor nos dicen, cuantas oportunidades no vemos, en este caso no escuchamos, porque creemos conocer lo que esa persona va a decir. ¿Cómo sería no saber?, porque en realidad, sí queremos escuchar lo que esa persona está diciéndonos. Lo primero que debemos hacer es abrirnos a la posibilidad que necesitemos dejar de “saber” para poder escuchar aquí y ahora. Es decir, debemos dejar de tener la razón que nosotros ya sabemos que es lo que va a decir.

Imagínate por un momento que Pedro te está hablando y en vez de escuchar selectivamente lo que quieres escuchar para tener la razón de lo que tú sabes de Pedro, escuches “todo” lo que Pedro tiene para decirte.  Más aún, que cuestiones si lo que hasta ahora pensabas de Pedro, es cierto o es solo un invento que has ido creando.  Que te abras a la posibilidad de estar equivocado y escuches una nueva versión de Pedro, una que te funcione de él.

Cómo sería si a cada una de las personas de tu vida, les dieras la oportunidad de escucharlos como si fueran “nuevas”.  Es decir, como si no supieras nada de ellas, como si toda la información acumulada no fuera cierta y que no quieres verificar.  Como sería dar un lienzo en blanco a cada persona en cada momento. Un lienzo en el cual se puede escribir una historia que funcione y lleve a mejorar la relación, sea cual ésta sea. Piensa en la cantidad de veces que por escuchar lo que quisiste o lo que creíste que la persona dijo, desencadenaron resultados negativos.  Ahora piensa en los nuevos resultados que podrías tener si aplicas “un lienzo en blanco” a cada persona al momento de escucharlos y los resultados que ahora son posibles. Comienza a practicar el escuchar a las personas y dejar de escuchar lo que ya sabes. ¿Qué posibilidades ves o, mejor dicho, qué nuevas posibilidades escuchas?  Éxito en tu nueva forma de escuchar.

Un día Juan fue al cine y se compró el balde de canchita más grande de todos. Era tan grande que tenía que sostenerlo con ambas manos. Desde que se sentó, y aún sin comenzar la película, comenzó a comérsela a manos llenas, sin remordimientos, sin saborearlas, sólo se las comía. Sin embargo, a medida que avanzaba el tiempo y la película, cada vez tenía menos canchita, como es obvio. Cuando él se dio cuenta, cuando vio que ya estaba a mitad del balde, recién comenzó realmente a disfrutar de la canchita, porque en ese momento tomó conciencia que cada vez tenía menos. Y mientras menos tenía más las saboreaba, porque empezaba a valorar más las que aún le quedaban.

La pregunta sería: ¿Qué les da valor o importancia a las cosas? ¿Qué hace que algo sea más valioso o importante? ¿Por qué algunas cosas cuestan más, debes pagar más por ellas? Usualmente es su cantidad, si hay muchas o pocas. Puede ser su disponibilidad, si es fácil o no conseguirlas. En algunos casos, está determinado por cuánto cuesta hacerlas u obtenerlas. También depende de cuánto, las personas, estén dispuestas a pagar por ellas. Pero básicamente, si es fácil, hay muchas y cualquiera las puede tener, es barato. Si son difíciles de conseguir, no hay muchas y hacerlas es caro, lo más probable es que sean más caras. Entonces ¿Cuánto cuesta o cuánto vale tu tiempo?

Para responder a esta pregunta, usemos el ejemplo de la canchita, porque en nuestra vida sucede algo similar: cuando nacemos, tenemos el balde de canchita -nuestra vida- lleno. Pero a diferencia de un balde de canchita, en donde podemos, si queremos, ver cuanto hemos comido/disfrutado y cuanto aún nos queda; en la vida no tenemos claro cuándo se acabará o cuando se nos terminará. Solo sabemos que ese momento llegará. Esto hace que muchas veces, cuando somos más jóvenes, no valoremos el tiempo que tenemos, porque creemos que tenemos -mucha canchita- mucha vida por disfrutar… mucha vida por vivir. Esto es un peligroso y grave error. Ni tu ni yo podemos estar seguros de cuánto queda­, sólo podemos estar seguros de cuánto hemos vivido.

También es importante tener en claro que, a diferencia de los juegos en donde puedes ganar, perder o empatar, en este juego que se llama vida, sólo existe, sólo hay un resultado posible, nos guste o no, estemos de acuerdo o no, que en algún momento se va a acabar, como la canchita. Por lo tanto, lo único que nos queda, lo único que podemos hacer es disfrutar de cada canchita, como que es LA canchita. O sea, disfrutarla plenamente, sacarle el máximo provecho, exprimir cada instante, vivir intensa y apasionadamente cada momento que tenemos, independiente de cuanto ya hemos vivido. Porque si de todas maneras va a pasar, si de todas maneras se va a acabar, no me debo enfocar en eso. No tiene sentido. Lo que debo hacer es valorar realmente el tiempo que tengo, valorar este momento. Porque este es el único momento que realmente tenemos.

En un artículo anterior que escribí en esta columna, Vivir aquí,  ahora… el presente comentaba sobre la importancia de disfrutar este momento, que realmente es el único que tenemos. Te invito a que lo leas porque estoy seguro también que te servirá.

Alguna vez escuché que lo mejor que podemos hacer, durante toda nuestra vida, es que debemos vivir cada día, como si fuera el último del que disponemos, porque uno de estos días, tarde o temprano, tendremos la razón. Lo único que podemos dar por sentado es que, sí o sí sucederá. Entonces que te parece disfrutar y abrazar el ahora, gozar cada instante, sin pensar en cuánto tiempo queda o cuánto ya vivimos.

Te invito a vivir intensa y apasionadamente cada momento, los que te gusten e incluso los que no te gusten, porque de esos también puedes sacar provecho y porque cada momento vivido, es la prueba y evidencia que estás vivo, que aún existen y tienes oportunidades y posibilidades de lograr, lo que quieras en tú vida.

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Coaching, Creciendo entre amigos

Alicia camina por el bosque y se encuentra con una encrucijada de caminos.  Entonces dice: “Veamos, aquí hay muchos caminos ¿Cuál debo tomar? ¿Por dónde debo ir?”. Entonces aparece de sorpresa un gato de colores muy risueño, cantando, y le pregunta: “¿Buscas algo?”. Y ella responde: “Quiero saber qué camino debo tomar?”. Luego el gato le repregunta: “¿A dónde te diriges?… Depende a dónde quieras ir tú”. Alicia le contesta: “Eso no importa si tú…”. Es cuando el gato la interrumpe y le dice: “Entonces realmente no importa el camino que tomes. Si no sabes a donde te diriges, ten por seguro que nunca llegarás”.

Quizás, muchas veces en nuestra vida, nos vemos haciendo de todo: Nos esforzamos al máximo, lo damos todo, sin embargo, sentimos, que no avanzamos. Es bastante probable que eso se deba a que si no sabes o no tienes realmente definido a dónde quieres ir, ten por seguro que podrás ser el más fuerte, el más rápido, el más ágil, el más inteligente, el más…, el más… Pero si no tienes claro a dónde vas, qué quieres lograr, qué quieres construir, la meta o el sueño que quieres lograr, no vas a llegar, no vas a poder, no lo vas a alcanzar. Porque todas tus habilidades, destrezas y capacidades sólo sirven si están encaminadas y dirigidas hacia algo en específico.

Por otro lado, hay personas que creen que la motivación, o que el empoderamiento, incluso que el valor o sacar la fuerza interna es lo que te hace alcanzar tus logros. Todo eso es quizás uno de los componentes más importantes del éxito. Sin embargo, si no sabes cuales son esos logros/metas, lamentablemente, sucederá todo lo que antes te comenté: sólo si sabes a dónde vas… todo eso te podrá servir y entonces llegarás.

Imagínate super empoderado, super entusiasmado, con toda tu fuerza interna disponible, pero no hay un puerto al que llegar. No hay una meta qué alcanzar. La motivación, el empoderamiento, la fuerza interna, finalmente es energía, y para que sirva, debes alinearla o encaminarla hacia algún sitio.

También debemos considerar que en ambos casos ocurre lo siguiente: si el tiempo pasa, pero no experimentamos alguna mejora, sentimos que me estoy acercando a algún sitio o que realmente estoy progresando, mi experiencia va a ser que nada de lo que hago sirva, que yo no sirvo o que hay algo que está mal en mí y por eso no mejoro. La verdad o la clave en todo esto es que quizás, nadie te dijo que debes tener esas metas y que no puedes acercarte a ningún sitio si no sabes dónde está o dónde se ubica ese sitio.

Si estudias a las personas que tienen éxito en la vida descubres que un común denominador es que todos y cada uno se plantearon metas, desarrollaron un plan, tomaron acción y alcanzaron las metas propuestas.

Si bien es cierto, las metas son muy importantes, no puedes dejar de lado o no darle la importancia que tiene el camino. Porque para alcanzar las metas que te propusiste habrás requerido tomar acciones, que aprendas cosas nuevas, incluso que cambies, quizás, algunos hábitos. Es decir, no sólo es importante la meta, sino la persona en la que requeriste convertirte para alcanzarlas.

Las metas son importantes porque te proporcionan un sentido de dirección, te permiten enfocar tus esfuerzos, guían tus planes y decisiones y te permiten evaluar tu progreso. Para que una meta realmente pueda servirte debe tener ciertas características. Las metas deben ser:

Medibles: Debes determinar cuándo la alcanzas. Deben ser cuantificables.

Específica: Debe ser concreta y no etérea. No es un carro, no es subir o bajar de peso. Es determinar con exactitud qué carro, cuántos kilos, qué o cuál será la meta.

Tiempo para cumplirlas: Cuánto para cuando, no es lo mismo lo que se requiere para cumplir una meta en un mes que en un año. Por lo tanto, debes determinar también con claridad y exactitud el tiempo para cumplirla.

Alcanzable o realizable: Muchas veces esta característica es pasada por alto y terminamos planteándonos metas inalcanzables o que requieren un tiempo mayor del que establecimos y esto termina por sabotearnos.

Significativa: Porque es importante para ti, cual es la trascendencia. Para qué la quieres lograr; qué significa; cuál es la experiencia o cómo te vas a sentir cuando la logres.

En otro artículo más adelante profundizaremos más sobre como establecer tus metas apropiadamente para que realmente te sirvan.

Define claramente tus metas y recuerda: “No importa de dónde vienes o tus circunstancias pasadas, no importa lo que fuiste. Lo realmente importante es la persona en la que momento a momento estés dispuesto a convertirte y el lugar al que te comprometas a llegar”.

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Coaching, Creciendo entre amigos

Hace un tiempo escuché a un niño decir: “Yo sé que cuando sea grande voy a ser feliz”. Su mamá le contestó: “Sí, cuando seas grande vas a ser muy feliz”. 

Mientras escuchaba el diálogo entre el niño y su mamá, pensé: “Qué tal seguridad de afirmar, que algo en su futuro -no sé exactamente qué- le iba a traer esa felicidad que anhela.” Incluso que su mamá se lo reafirmara.  Al mismo tiempo, me puse a pensar, si es que ese niño estaba esperando ser “grande” para ser feliz. Y me vino a la mente lo que les pasa a muchas personas, que se la pasan pensando en lo que va a suceder, lo cual les produce ansiedad y se olvidan de vivir el presente.

Frases como: “Cuando termine el colegio, voy a estar tranquilo”; “cuando termine la universidad, voy a sentirme realizado”; “cuando me case, voy a tener estabilidad”; “cuando tenga mi casa, voy a sentirme seguro”, “cuando tenga mi primer hijo o hija, voy a sentirme pleno”, etc.

Lo primero que debemos tomar en cuenta es que, en realidad, no podemos estar 100% seguros que todos esos eventos que nos estamos imaginando, sucederán, y menos, que si suceden van a “darme, generarme o proveerme”, de esa experiencia que yo creo, obtendré. Puedo decretarlo, declararlo, poner mi compromiso en ello. Hacer todo lo necesario para que suceda, pero no hay garantías ni de que sucedan, ni de que me sienta de tal o cual manera. Y mientras que espero que suceda, para que traiga la felicidad, estabilidad, seguridad o eso que quiero tener o ser, me estoy perdiendo vivir en el único momento del que realmente dispongo y puedo hacerlo: aquí y ahora.

También vivimos en el otro extremo. No es en el futuro, de todo lo que podría ser, donde nuestra mente o nosotros estamos, sino en el pasado.  Vivimos de lo que fue, de lo que sucedió, de lo que hicimos, fuimos o tuvimos. Jóvenes en las universidades frustrados porque eran excelentes en el colegio y en la universidad no atan una. Empresarios que lo tuvieron todo y hoy no pueden salir adelante porque siguen atados a un pasado exitoso donde tuvieron todo, y esperan en el presente que, como por arte de magia, “suceda” lo mismo; sin darse cuenta que están siendo y haciendo lo mismo que funcionó en el pasado y no viviendo el presente, enfrentando la situación actual y encontrando nuevas soluciones a los nuevos problemas y retos que enfrenta. Puedo recurrir a mi pasado como un espacio de aprendizaje, pero no funciona cuando voy a él para evadir o enfrentar lo que hoy existe, tengo o soy.

Kierkegaard decía: “El ser humano crea su propia infelicidad e insatisfacción porque permanece atrapado entre los recuerdos de los placeres y éxitos pasados o sigue esperando los nuevos por venir”.  Aquí y ahora es el único tiempo en el que puedes accionar y crear. El pasado no lo puedes cambiar y el futuro es incierto y no hay garantías. Frases como: “Merezco ser feliz porque yo he sido o hecho…” me mantienen en la inacción porque estoy esperando que, como hice o fui de ciertas maneras, entonces debo recibir “un premio”. Así es como crecemos, acción y reacción, recompensas y castigos.  Cuando en realidad lo único que sí puedo es: viviendo en el presente, crear, construir y “ganármelo”, momento a momento… aquí y ahora.

¿Quieres saber cómo es o cómo vivir en el presente?  Mira a los niños pequeños.  Cualquier cosa que les sucede se trata del “ahora”. Si algo les divierte se ríen lo que quieran reírse. Si se golpean, lloran lo que necesitan llorar. Ni un segundo más ni uno menos. No se ponen a pensar si fue justo o injusto, si esta es la última vez que le pasa. Si la mesa o la silla no deberían haber estado allí, ni quién fue el culpable. Nada de eso es trascendente para un niño. Y ¿por qué? Porque viven en el “presente”, no les importa lo que ya sucedió, tener la razón de las injusticias, o pensar en el futuro que no saben si existirá. Se gozan lo que tienen, disfrutan al máximo estar vivos, y viven plenamente el “aquí” y el “ahora”, que es el regalo más grande que tenemos, no por casualidad se llama presente.

Te has preguntado cómo sería tú vida si vivieses como los niños, aquí y ahora, momento a momento, sin estar atado a tu pasado, corriéndote el riesgo de soltarlo, sin querer tener la razón, viviendo al 100% el presente, disfrutando lo que eres y tienes sin esperar a que algo en el futuro suceda?  Te invito a que lo pienses, y como alguna vez escuche: “carpe diem…” (aprovecha el día…)

Éxitos.

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Coaching, presente

“¡Marta, pásame el destornillador!” y Marta le alcanza el martillo…

Bastante molesto e irritado José le reclama a Marta: “¿Es que tú no sabes escuchar? Yo te pedí el destornillador”. Y ella contestará: “¡No, José!, tú me pediste el martillo. ¡Clarito escuche cuando dijiste martillo!”.

“¡Qué no! Te pedí el destornillador”, insistirá José.

Entonces, la discusión se pondrá peor. Cuando cada uno, por defender su posición, traiga temas que nada tienen que ver con la situación.

¿Será posible un desenlace distinto? ¿Será posible lograr un resultado diferente? Veamos la misma historia con una actitud y enfoque nuevo. Uno en el que nuestro foco se oriente a conseguir el resultado y no en ver quién está equivocado o quién tiene la razón.

“¡Marta me pasas el destornillador!”. Y Marta trae el martillo.  Aquí es donde todo puede ser distinto.

José puede decidir tener la razón. Él dijo lo que dijo y nunca se equivoca.  Es decir, la del problema es Marta porque no escucha, porque siempre piensa en cualquier cosa y quién sabe qué más podría inventarse. Por este camino, ya sabemos el resultado y el destino.  O puede estar realmente comprometido con el resultado y la relación, de tal manera que esos objetivos sean más importantes que “tener la razón” y abrir posibilidades a obtener el resultado que se desea: Que Marta traiga el destornillador.

Entonces la situación puede ser la siguiente:

“¡Gracias Marta! Es posible que no me haya dejado entender, o me haya equivocado o quizás no lo haya dicho claramente. Pero lo que necesito es el destornillador para colocar el tornillo ¿Me podrías traer uno?”. Simple y sencillo.

Solo se necesita abrirnos a la posibilidad de que lo sucedido pudo haber sido nuestra responsabilidad.

Si depende de mí que Marta entienda, puedo volver a probar, generar claridad y lograr mi resultado. Pero si la otra persona es “el problema”, ya no tenemos posibilidades porque depende de ella o él y no podemos hacer nada al respecto. En ese caso mis resultados están supeditados a otra persona y esto en muchos casos agrava la situación porque nos genera frustración.

Cuantas veces en nuestro día a día nuestro compromiso es mayor con “tener la razón” que con los resultados que queremos (sin estar consientes).

Esto está basado en nuestras creencias o paradigmas. Muchos de los cuales ni siquiera son nuestros, porque en muchos casos, son aprendidos durante nuestro crecimiento o son asignados por la cultura o sociedad, adoptándolos como propios.

Decimos querer lograr “A” pero logramos “B”, y preferimos encontrar todas las evidencias, excusas y problemas externos por lo que no logramos “A”, en vez de enfocarnos en seguir buscando la manera de lograr “A”. Y lo más importante, no queremos hacernos cargo o aceptar que si dices querer “A” pero constantemente obtienes “B”, la realidad es que inconscientemente tu compromiso realmente es “B”. Por eso muchas veces no vemos o encontramos otras posibilidades.

Imagínate ir a algún lugar y por ‘X’ razón no se puede transitar por el camino habitual.  En ese caso, podemos molestarnos, gritar, pensar en toda la genealogía del alcalde de turno. Y sí, es cierto, tenemos todo el derecho a estar molestos, que es injusto, que pagamos nuestros impuestos, etc. Y sí, tenemos razón. Pero queremos estar claros que todo eso no hará que lleguemos a tiempo.  Que distinto sería si la actitud y el pensamiento estuviesen comprometidos con llegar a tiempo más que con tener la razón; de que eso no debería estar sucediendo, que es injusto, etc.  Simplemente buscaríamos otro camino. Porque en el fondo, no importa cuánto gritemos, nos molestemos o irritemos, la situación no va a cambiar.

Otra forma en la que muchas veces preferimos tener la razón versus tener éxito es cuando decimos: “Es que yo soy así”. En realidad, no lo eres. Actúas de una u otra manera, pero no lo eres. Es una conducta aprendida. Puedes revisar un artículo que escribí -hace una semana- que se llama “El poder de las palabras”, donde hablo un poco más profundo del tema; y próximamente publicaré un artículo en donde veremos con mayor profundidad la diferencia entre “ser” y “actuar”.

Debemos cambiar el foco de tener la razón y actuar como una “víctima” de la situación o de una persona, para pasar a verme como el autor y creador de mis resultados. Comprometerme con ellos de tal manera que lo que tenga presente es cómo los puedo obtener y no las excusas, pretextos o inventos de por qué “yo no puedo”.

¿Qué resultados podrías obtener en tú vida si momento a momento te comprometes a enfocarte en los caminos hacia tus resultados, y no en las razones por las que no los puedes tener?

Disfruta el camino al éxito.

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Empresa, éxito, Liderazgo

Estaba en un almuerzo campestre familiar hace algunos años. Era el momento esperado, la hora de la carrera de encostalados había llegado y todos los niños que iban a participar estaban felices y más que entusiasmados por participar y divertirse. “Pepito, ve a ganar la carrera para que todos en la familia estemos felices y orgullosos de ti…”. Esta frase, que aparentemente es bastante inocente y de lo más normal, se la escuche decir a uno de los padres a su hijo de 6 a 7 años.

Probablemente en este momento puedas estar pensando: “Pero es normal, no le veo nada de malo”. Incluso tú también podrías haber dicho o escuchado frases similares. Frases que no parecen tener mayor relevancia, trascendencia o importancia.  Nada más lejos de la verdad.

Zig Ziglar, uno de los más prominentes oradores sobre liderazgo, desarrollo y crecimiento personal decía: “Las palabras crean imágenes en nuestra mente”. Te lo explico así: Imagínate que te digo “bebe”, cuando tú escuchas esta palabra, no te imaginas la palabra, es decir no te imaginas una “B” una “E” otra “B” y otra “E”. Lo que te imaginas es la “foto” de la palabra, es decir te imaginas la palabra, te imaginas un bebe. Visto de otra manera, cuando escuchamos, estamos recibiendo información que la procesamos y convertimos en imágenes. Entonces, te pido por solo un instante, imaginarte las cosas que ese niño puede pensar o creer al escuchar a su padre decir: “Pepito, ve a ganar la carrera para que todos en la familia estemos felices y orgullosos de ti…”.

¿Qué se puede imaginar cuando le dicen que si gana su familia estará feliz? ¿Qué se puede imaginar cuando le dicen que si gana su familia estará orgullosa? Y aunque no se lo dicen literalmente, ¿qué puede imaginarse que pasará con su familia o que puede pensar de él o ella si pierde?  ¿Cómo se sentirá si es que no llega a ganar? Y aquí viene lo que podría ser una de las peores consecuencias de lo que el niño o niña pueden aprender o interpretar de lo que le dijeron. ¿Qué será capaz de hacer para ganar? ¿Qué estará dispuesto o dispuesta a hacer con tal de lograr su objetivo? Por otro lado ¿Qué carga emocional soporta ese niño cuando cree que la felicidad de toda su familia depende de él o ella?

Es muy probable que crezca con la idea de que su felicidad y la de los que ama o le importan está basada en ganar siempre, a toda costa, a cualquier precio y a como dé lugar, sin importar las consecuencias o los “daños colaterales” que pueda generar.  Y si todo esto puede suceder con tan solo una frase “inocente”, piensa por unos instantes a cuantas más frases similares puede estar este niño expuesto a lo largo de su vida.  Y te aseguro, que ninguna tenía esa intención.

De la misma manera, es importante que te des cuenta de que hoy por hoy, tú de adulto, experimentas un proceso similar con las frases que cotidiana y constantemente escuchas, pero sobre todo con las que te dices a ti mismo.  “Yo soy una persona impuntual”, “Yo soy una persona explosiva”, “Yo soy…”, “Yo soy…”, “Yo soy…”. ¿Cuántas de este tipo de frases, con connotación negativa, te dices al día?, ¿Cuántas veces tú mismo estas creando una imagen de ti que no te sirve o no te funciona? Lo que más debes tener presente es que quizás muchas de estas frases, las aprendiste mientras ibas creciendo y no necesariamente tiene o debe ser así.

Lo más importante, a tomar en cuenta, es tu lenguaje. No es lo mismo decir que “tú eres – yo soy”, que decir “me comporto” o “actúo” de tal o cual manera.  La sutil pero gran diferencia es que, si “lo eres”, no hay posibilidad de cambio, porque “lo eres” – pasado – presente – futuro – no hay posibilidades. Pero si es solo un comportamiento, este lo puedes modificar y conscientemente decidir actuar de la manera que se requiera, para obtener el resultado que realmente funcione para ti.

¿Qué tipo de frases puedes decirte cuando no obtienes los resultados que deseas, de tal manera que estas creen una imagen de ti que se alinee con tus expectativas?  ¿Qué o cuales son las frases que te puedes decir constantemente que te apoyen a construir la imagen de la persona que decides ser?  Piensa por un instante lo que te puedes decir a ti mismo para crear una imagen de ti que funcione… para ti.

Recuerda: “No permitas que la opinión de otros sobre ti, sean quienes ellos sean, sea más importante que la tuya. Sobre todo, si esta opinión está en contra de lograr tus resultados, metas y sueños”.

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Coaching, El poder de la palabra
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