Los modelos caudillistas del presente, su elasticidad (que en algunos casos los lleva a ser vientres de alquiler) no son un síntoma de degradación que haya que enmendar, sino un signo de los nuevos tiempos políticos a los que debemos acostumbrarnos, sin tratar de amoldar la realidad mediante leyes inaparentes.

Las crisis políticas que vivimos los últimos tiempos no son producto de que tengamos esa clase de partidos, sino resultado de mediocres decisiones de los elegidos o inquilinos accidentales en Palacio (la bronca Keiko-PPK, la gestión de Vizcarra, el despropósito de Merino o el incompetente de Castillo).

La precariedad de ese modelo tradicional tiene su mejor botón de muestra en la trayectoria del partido Morado, que se pasó años formando comités, bases, asambleas, inaugurando locales, haciendo elecciones, etc., y hoy está reducido a nada por su desventura electoral. Cumplir con los ritos partidarios tradicionales no asegura un buen porvenir y no debe ser por ello el requisito necesario para proceder a resolver la crisis vigente.

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Partidos políticos

Como en todo hay excepciones como el del Bloque Parlamentario Pro Reforma Universitaria. Congresistas de distintos partidos políticos (Partido Morado, Alianza Para el Progreso, Juntos por el Perú, entre otros más) acordaron sumar esfuerzos para defender la reforma universitaria. Un bloque que aún permanece y cuyos integrantes confrontan a sus colegas cuyos intereses se contraponen a la calidad educativa superior universitaria.

Sin embargo, no fue la tónica. En cambio, los congresistas de las distintas bancadas de derechas o de izquierdas colocaron temas en la agenda legislativa que han significado un retroceso en transporte, medioambiente, educación, derechos sexuales y reproductivos, etc.  Gracias a que sus alianzas han sido efímeras y débiles la vulneración de derechos ciudadanos no escaló aún más. Si existiera una coalición parlamentaria estable, forjada a partir de acuerdos entre los partidos, con objetivos políticos claros y una estrategia definida, según el desempeño congresal visto hasta ahora, el estropicio hubiera sido mayor. Felizmente, no la hay.

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Congreso de la República

Entonces, si estamos tan cansados de no tener por quién votar, de gobiernos -incluyendo congresistas- corruptos, la falta de civismo, entre otras, y queremos cambios reales para nuestro país, debemos aprender que la gestión del cambio empieza por uno mismo: somos responsables de nuestro futuro y el de nuestra gente. 

Más importante aún, debemos liderar con el ejemplo y esto implica hacer y no pedir. Significa ser coherente y consecuente con el discurso. Esta coherencia debe ser constante y expresada en acciones concretas todos los días. Debemos estar dispuestos a hacer todo lo que le pedimos a los demás que hagan. 

¿Qué nos falta? Lo más básico, interiorizar que los derechos no se ganan, son derechos. Punto.

 

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Pedro Castillo, Presidente Castillo

No se explica de otro modo esta amenaza a un programa periodístico que no ha hecho más que cumplir su labor mínima, sin faltar a la verdad y cumpliendo los rigores que el caso ameritaba.

El presidente está mal asesorado y su amenaza al programa Panorama solo revela desesperación. El Congreso tiene que estar atento a cualquier despropósito que una persona en ese estado nervioso pueda cometer (por lo pronto, haría bien en ya no darle autorizaciones de viajes al extranjero) y, desde ya, debería dedicarse a dejar sin efecto los desmanes legislativos que recientemente este gobierno ha cometido (contra la Derrama Magisterial y los dos misiles laborales que afectan la buena marcha empresarial) y los que pueda cometer en el futuro. Un presidente desesperado, con poder incólume, es un peligro para la sociedad.

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Presidente Castillo

Los cambios estructurales en lo económico han configurado también nuevas formas de asociación, en la que los colectivos cobran singular importancia para temas concretos vinculados a lo ciudadano (léase derechos étnicos, LGBTI, de propiedad, entre otros), así como para la defensa del consumidor. Las viejas formas –por ejemplo- sindicales, que si bien existen, ya no son convocantes por su excesiva regulación de la participación. Ni qué decir de los partidos políticos que no han sabido adaptarse a estos cambios en términos organizacionales.

¿Cómo encauzamos estos cambios? Por allí pasa la nueva centralidad de la política. Pasa por reconstruir la confianza política confrontando las viejas formas de hacer política.

 

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Política
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