[CASITA DE CARTON] Esta casita de cartón abre sus puertas releyendo las columnas que me acompañaran de niño, cuando era tan pobre pero a la vez tan feliz. Y esas palabras lleno de ingenio, sabiduría y arte eran escritas por un padre que me dio la vida, que por entonces no lo conociera en persona, y del que ahora siempre rememoro con tristeza, pero a la vez felicidad por haberlo conocido y haber vivido con él ‘mil y un’ aventuras. Hablo de Víctor Patiño, quien fuera conocido en el mundo periodístico como el ‘Búho del Trome’. Y a puertas de un cumpleaños más, donde ya no escucharé de su parte ‘¡un año menos!’, como anunciaba con entusiasmo cuando entraba por la “Tiendita del horror» en mi onomástico, y esto en honor a su ‘Charly’ querido, que siempre nos acompañaba de soundtrack en nuestras innumerables caminatas y conversaciones por las calles bohemias de Lima o las playas perlinas del sur.
Pero no solo nos acompañaba Charly García, en sus distintas etapas como con Sui Generis, Serú Girán, Los Enfermeros, entre otros. Sino también a exponentes en habla inglesa del rock, como David Bowie, quien repetíamos una y otra vez el memorable concierto que diera en 1983 en Sydney, en la gira Serious Moonlight. Y cantábamos a vivas voces temas pegajosos como Let’s Dance o ‘sensualones’ como China Girl, pero del que más emocionados desplegábamos nuestras voces era en el final, con el eterno Modern Love, sobre todo cuando llegaba a la parte: ‘But I never wave bye, bye’. Disfrutábamos todas las veces que viéramos como si hubiésemos tenido la suerte de estar presente en aquel concierto. Pero además nuestros gustos musicales nos llevaban de la misma forma a aquellos años donde se buscaba cambiar el mundo, como con la Nueva Trova cubana. Recuerdo la anécdota en uno de los últimos conciertos que diera otro grande como fue Pablo Milanés y que diera en nuestra capital, donde tocaría gran parte de todas sus canciones conocidas, pero faltaría un himno de aquellos años de lucha, y esa era la inefable Yo pisaré las calles nuevamente. Al bajar las persianas dejaron a muchos asistentes atónitos, dado que no había tocado aquella canción como tampoco El Breve Espacio en que no estás, pero ante los silbidos, repentinamente las levantaron para tocar ésta última. Y después de eso, cerraron definitivamente la ‘tienda’, a pesar del ensordecer reclamo, en eso del tío Víctor, ‘levantando’ la bandera (ya más por un gusto personal que por algo político) por aquella poesía musical que retrata aquellos momentos álgidos y sangrientos de la dictadura chilena, y que no cesó en protesta hasta que se fueron todos. También quedan esos días en que íbamos a la vieja ‘Posada del ángel’ (ahora ya con otro nombre) acompañados de mi pequeño hermano. En ese periodo, mi espíritu revolucionario estaba en pleno fulgor, pero a su vez me seducía aparte del rock y del jazz, un viejo maestro letrista de la noche, Joaquín Sabina, y con sus historias de mi tío y los versos de Joaquín, se alimentaban e hilaban la sabiduría que habría de corresponder al comenzar mi historia de vida con la noche. Era el albor de mi juventud y sin querer queriendo, comenzaba una etapa de grandes victorias como también de fracasos en torno al amor, sobre todo con aquellos que se escribían en historias súbitas de una noche. Del trovador español, recuerdo que su álbum favorito era Mentirosas piadosas, y Eclipse de mar su canción predilecta que le recordaba a su Anita querida, el amor de su juventud y de vida. Una vez me dejó una frase que aún tengo grabado en el templo de mi memoria: ‘hay mentirosas piadosas que acompañan y hacen llevaderos el amor, hasta le dan emoción. Pero no solamente eso, sino hasta la vida. Deja de mucho cabecear con la filosofía y escribe tus historias que tienes mucho por vivir’. Y es que tenía razón y con los años lo entiendo. Entiendo, de por sí, ahora que acaricio con tristeza el paso del tiempo y siento plenamente la ausencia de él. Ya no está ese guía que comprendía mis locuras imprevistas, pero no de amores. Sabía que era una persona muy endeble y que fácilmente resquebrajaban mi corazón. Si ahora viera quién soy, no sé si sentiría orgulloso, pero le agradecería tanto. Porque esta persona ha madurado, ya no se ilusiona por una alondra de paso y que cada día busca su tranquilidad, que cada vez se hace más hombre, duro y tosco como Bukowski aunque a sabiendas que siempre tendrá un corazón vallejiano. Y es en gran parte por él, del que ahora escriba, del que sepa tanto y de que haya hecho de la noche el aposento de mis alegrías y victorias, pero también de mis penas y mi soledad. Del que ahora con una lágrima en los ojos pueda decir, que más allá de todo, he honrado la vida, he vivido y como él moriré en mi ley: la de un artista de la noche.
Y ahora estoy sentado acá, en el mismo lugar donde escribía sus columnas durante años, donde me dictaba su columna, donde hablábamos de literatura, cine o veíamos películas, porque debo decir que también mi gusto por el cine se descubrió por sus recomendaciones. Ha llegado la noche, hace un año se fue mi tío y maestro. Pongo en el reproductor una canción que alguna vez me la presentara: ‘Sobrino, esta es la mejor canción de un minuto y medio hecha en la historia, y la escucharás ahora’. Y comparto totalmente. Recuerdo ese momento, fue el día que lo conocí. Esa es Estación de Sui Generis, porque todo fue un verano descalzo y rubio/ que arrastraba entre los pies/ gotas claras del mar oscuro.
Esta casita de cartón cierra sus puertas abrazando a la noche y con esto sus entrañables recuerdos con el Búho, porque solo es la noche la que sabe la tristeza de este escritor como la profunda soledad que ahora lo acompaña. Gracias eternas por el prólogo de mi libro y por toda esa bohemia llena de locura y magia que viví, tío Víctor. Gracias por acompañar mi crecimiento con tus domingos de literatura, gracias por haber sido mi maestro de vida y padre para mí. Apago el televisor.