Ha causado muchas y justificadas suspicacias la aparición de una novela inédita de García Márquez y cinco cuentos de Julio Ramón Ribeyro en un periodo de tiempo relativamente breve. Sin duda se trata de lanzamientos que en el encabezado dejan ver dos nombres que funcionan casi como una marca. Que el libro dejó de ser un objeto sagrado hace tiempo, no es novedad. Que la publicidad envuelva inéditos en papel brillante, tampoco. Hay su pizca de ingenuidad en pensar estos libros como una especie de Santo Grial.
Me ha conmovido, pese a todo, ver legiones de lectores abalanzarse sobre los libros inéditos de García Márquez y Julio Ramón Ribeyro. Novela y cinco cuentos, respectivamente, que tienen algo en común: sus autores no deseaban publicarlos porque estaban inacabados, en proceso, aun truncos. Por algo permanecían inéditos, ¿no? Lo bueno es que estas cosas nos hacen ver que el libro es a veces mercancía y que una buena estrategia de comunicación y propaganda puede hacer el milagro de vender gato por liebre, pasando por encima de la voluntad de dos autores que ya en el más allá no tenían ninguna posibilidad de impedir su publicación.
Leí Nos vemos en agosto con cierto desagrado, no sé si decir con tristeza. Se presiente la sombra de lo que fue, en su momento, uno de los lenguajes mas cautivantes de la narrativa latinoamericana, ese que alcanzó lo inalcanzable en textos como Cien años de soledad o El otoño del patriarca. Poco premio es percibir ese olor sin que se concrete. Nos vemos en agosto me recuerda la manera cómo Fellini imaginaba a sus personajes y los dibujaba: eran parte de un proyecto, no un trabajo culminado.
Leyendo los cuentos inéditos de Ribeyro, que vienen acompañados del prestigioso eslogan “el más vendido de la FIL”, tengo sensación parecida. En estos relatos está presente la atmósfera clásica de lo fantástico que solía trabajar el autor, aquella que se encumbró en piezas notables como “La insignia”, “Doblajes” o “Ridder y el pisapapeles”; del mismo modo, otros relatos se inclinan por ese ánimo realista que pone al fracaso como motivo central, pero solo se advierte un eco de la maestría lograda en cuentos como “Una aventura nocturna”, “Terra Incógnita” o “Los gallinazos sin plumas”.
No puedo dejar de mencionar, sin embargo, cierta nostalgia. Recordar la primera vez que leí con asombro a los dos. A Ribeyro en el colegio, revelándome la vida cotidiana de seres pequeños y grises que mi burbuja me impedía ver, víctimas de un destino aplastante y al que no era posible enfrentar. Esas batallas perdidas eran de algún modo mías también. A García Márquez en la universidad, de cachimbo, con un desvencijado ejemplar de Cien años de soledad en las manos, leyendo en una suerte de estado de gracia, con un ojo en la poesía y otro en la historia alegórica que contiene la novela. Gratitud por siempre.
Ese recuerdo sin embargo no me impide ver que acaso estos libros, cuyos autores habían desterrado al silencio, no merecerán tanta complacencia. No sé si Vivir para contarla continúe, no tengo noticias de que García Márquez hubiera continuado escribiendo sus memorias o interrumpido su escritura. Se rumorea por ahí que aparecerán nuevos volúmenes de La tentación del fracaso, el diario de Ribeyro. Dos pretextos más que ideales para que esta vez sea yo quien se abalance impunemente sobre ellos.