vida

[Migrante al paso] No lo recuerdo muy bien. Tenía 8 años, pero si está en mi memoria que fue un día de conmoción mundial y el rostro del terrorista quedó marcado para siempre en casi la totalidad de mentes en el mundo. Osama Bin Laden era el nuevo monstruo de la humanidad, el nuevo generador de disturbios y alterador de la paz. Con toda razón, ese atentado generó un trauma insuperable. La imagen que tenemos todos es el de este hombre barbudo, con mirada apagada y un turbante. El mayor terrorista del siglo era musulmán y lamentablemente muchos cayeron es esa peligrosa asociación. Es una lástima porque se creó un prejuicio hacia una religión que nada tiene que ver con los actos de grupos fundamentalistas que utilizan los escritos sagrados como excusa para cometer atrocidades. Esto le afecta a un gran porcentaje de la población porque sin querer se les atribuye un carácter extremadamente negativo. Es totalmente mentira. Las barbaridades que escuchamos de medio oriente suceden en cualquier lugar del mundo donde el fundamentalismo se ha incrustado. Tampoco es necesaria esa base, basta con mirar en la Iglesia de tu barrio para encontrar pedófilos en serie. Por lo tanto, debatir entre si una religión es mejor que otra no tiene sentido. 

Era de madrugada, solo quedábamos unos cuantos guías y yo. Conversando en inglés masticado debajo de un sinfín de estrellas. Solo nos abrigaban las brasas de una fogata. Yo seguía tomando vino y ellos solo miraban. Alegre, así se llamaba uno de los jóvenes, me hacía bromas, decía que parecía de 45 años. Yo le respondía con la misma gracia. Hablaba 5 idiomas y los aprendió sin estudios. En la mayoría de los países de occidente, bastaría con eso para conseguir un muy buen trabajo. Es extraño encontrar gente con esa inteligencia, cruda y sin pulir. El joven Alegre se sentaba erguido, bromeaba y se reía a carcajadas. Cada cierto tiempo levantaba la cabeza para mirar las estrellas por unos minutos, parecía estar buscando más, intentando descifrar misterios en su cabeza. Después de tantos viajes he visto infinitas miradas, algunas mantienen su particularidad y otras ya se camuflaron con el resto. Miradas perdidas, miradas hambrientas, miradas audaces, miradas que ya no soportan más. En la mitad de la nada, en el desierto del Sahara, la luz del fuego iluminaba una mirada de ojos negros con ambición de conocimiento y mundo. Yo me preguntaba cuánta gente talentosa existe y queda en el olvido como un grano de arena en el enorme desierto en el que me encontraba. 

Les ofrecí un poco de vino y todos se negaron. Alegre no respondió. Me contaron que por religión no tomaban. Incluso, si compran alcohol pueden meterlos presos. Me dijeron que igual en Marruecos se puede solucionar con dinero por lo bajo, me acordé de Lima. Ambos son países corruptos hasta la médula y los sistemas policiales son de las primeras en caer. 

—¿Cómo nos ves?  —me preguntaron

—Bien ¿a qué te refieres?

—A los marroquís —me miraban en silencio

—La verdad que como a cualquier otra persona. No discrimino por religión o país —les dije sin profundizar.

—¿De dónde eres?

—De Lima, Perú

—¿Dónde queda eso? —me dijeron un poco avergonzados

—Sudamérica, idiotas —les respondió Alegre —¡No han escuchado Machu Picchu! 

—Con razón —asintieron

La mayoría de los europeos los ven como menos, debido a las olas migratorias. Actualmente, Europa es un caos ideológico y los que terminan perdiendo siempre son los migrantes que escapan de sus países por mayores oportunidades. Eso me dijeron. Decían que había turistas que los hacían sentir como un dromedario más, pero que no podían hacer nada porque es su trabajo. Me sorprendió que los mismos problemas ocurren en todos los países subdesarrollados. Siempre existe esta opresión tácita y permanente.  Este problema se está volviendo cada vez más serio. Hay incluso gobernantes que advierten del islam como si supusiera peligro. Ese es el caso de los Países Bajos. Al parecer ese tipejo de pelo blanco sabe tan poco de la vida como de peinarse, e igual de retrógrados son sus votantes. La política pone la idiotez a flor de piel, como el caso de inmigrantes que votaron por Trump hace pocos días en Estados Unidos.

Francisco Tafur

Después de un rato, Alegre se sirvió una copa y le dio unos sorbos. Luego sacó una botella de vidrio pequeña de entre su ropaje. Me ofreció, probé, no sabía que era, pero parecía alcohol puro. Entendí que las diferencias culturales y geopolíticas solo son características superficiales y no esenciales para ser humano. Les pregunté por la pandemia. Muchos se volvieron locos me dijeron. Uno de ellos comenzó a armar un cigarro con hachís, el ambiente había cambiado. Ya no era un cliente hablando con los guías. Todos con turbante, yo incluido, alrededor del fuego, bajo la misma noche, con los pies descalzos en la arena fría. Un ateo disfrutando entre musulmanes. Uno cree que todos siguen al pie de la letra las prácticas, pero es igual que cualquier otra religión. Existe el que es del Opus Dei y el que no cree en la iglesia.  Ahí es igual, no todos rezan 5 veces al día. 

Una respiración grave y retumbante interrumpió la conversación, no sabíamos si era un viejo roncando en su carpa o un camello se había despertado.

—Así ronca mi viejo —les digo.

—Así ronca mi esposa —dice una voz desde la oscuridad, uno ya se había dormido, pero se despertó para decir eso. 

Explotamos de risa, se burlaban de él y hasta le tiraron arena. 

Mientras rotaba el cigarro recién armado, ronda tras ronda, las risas aumentaban y las anécdotas se volvían más personales. Contaron del viejo que se volvió loco mientras estaban en cuarentena por la pandemia. Gritaba por la ventana que El Mahdi estaba en camino (es el mesías en el Islam), y que iba a matar a todos porque no eran verdaderos musulmanes. Antes era un profesor correcto. Leer muchos libros antiguos te puede enloquecer si los interpretas de manera incorrecta me dijo Alegre. Con todas las religiones pasa lo mismo, es la obsesión agregó. Me contaban que muchos compartían casa y recordé cómo un amigo mío se quedó en mi casa durante ese periodo. Se los conté, agregando que mi madre decía que donde comen 4 comen 5. Sonaron los 4 celulares al mismo tiempo. Pensaba que era su alarma, pero era una aplicación que les indicaba las horas para rezar. Todos se fueron, pero Alegre se quedó atrás. 

—Te escuché, tienes una buena familia. Mi madre nos decía lo mismo. ¿Estás agradecido? —pregunta con curiosidad.

—Si

—¿De qué?

—De que puedo viajar, caminar, que estoy saludable y fuerte. Sobre todo, que mis padres están sanos y me dan fuerza. Que tengo un hermano protector. Una abuela de 90 años que me sigue calmando y unos tíos que me empujan hacia adelante. Estoy rodeado de gente buena y nací con el beneficio de que nunca me faltará algo de comer. —yo, con el hachís en la cabeza

—¿A quién le agradeces? —se río

No supe qué responder.

—Así como eres ya eres más musulmán que varios -me dijo mientras se despedía.

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Islam, marruecos, viajes, vida

[Migrante al paso]Entre el llamado bosque de palmeras, miles de columnas, cada una distinta, con arcos que se asemejan a los típicos acueductos romanos. Como viajero estaba sediento de conocimiento, cada cuanto me alejaba de mi grupo en el tour para tomar fotos. A lo lejos, antes de la salida divisé colores familiares. Entre el lujo y la peculiaridad del lugar una tumba con la bandera peruana se situaba a un costado. El Inca Garcilaso de la Vega se encuentra ahí. En la única mezquita-catedral del mundo. No pude evitar sentirme emocionado, siempre digo no ser patriota y que el mundo sería mejor sin naciones, pero lo conmovedor de ver tu bandera entre la luz anaranjada del recinto religioso es para sentirse orgulloso. En el fondo mi antipatriotismo solo es un capricho engreído. Después de todo, soy alguien que quiere ver a su país seguir adelante. Tenemos todo y no podemos permitir que unos cuantos sinvergüenzas estropeen nuestro potencial. Obviamente, pedí que me tomen una foto. Le di mi celular a un señor un poco loco y para mi mala suerte, su habilidad de fotógrafo era pésima. Parecía la primera vez que agarraba un teléfono en su vida.

Viaja 9 mil kilómetros para la foto y se la toma un gallego dice el guía gordito y gracioso. Todos se rieron.

El escritor, cronista e historiador que nació en nuestras tierras descansa junto a otro gran escritor, Luis de Góngora. Que por coincidencia se murió en la misma calle donde yo me hospedaba. El príncipe de los escritores del nuevo mundo murió en esta ciudad y él mismo mandó a construir su capilla, lo que contradice la pobreza de la que él mismo decía padecer.


Córdoba, donde los jardines llenos de macetas coloridas te invitan a sentarte a descansar un rato del calor. Mi rutina comenzaba con un cigarro y una coca cola en una pequeña plaza bordeada por un instituto de arte y una iglesia. Un día mientras disfrutaba de la deliciosa combinación de mis vicios, con lluvia, tuve la suerte de ver la entrada de una madre con un vestido rojo espectacular, emanaba poder mientras calmaba a su hijo nervioso. Caminaban juntos hacia el altar, me uní a los gritos de algarabía. No creo que exista alguien tan antipático como para no sonreír al ver este tipo de eventos. No soy religioso ni me quiero casar. Pero celebrar el amor entre dos personas me parece hermoso. Tal vez algún día mi madre también hag
alo mismo conmigo, con su elegancia flamenca. Quién sabe.

Caminando por calles angostas, audífonos a todo volumen, miré al cielo y decidí empaparme bajo la tormenta. Me sentía vivo y ni el calor o lluvia me iban a detener.  Llegué al rio Guadalquivir y seguí mi rumbo por el malecón. Sin querer llegue a un famoso puente romano, que ya lo tenía anotado para visitar, pero no en ese momento. Aproveché que no había gente por el clima y lo crucé ida y vuelta como 4 veces. Según algunos historiadores Julio César tras la batalla de Munda tuvo que cruzar el rio con un puente improvisado creado con piedras. Se convirtió en el principal punto de acceso desde la zona sur y es probable que la vía Augusta, de Roma a Cádiz, pasara por ahí. Como casi todo en Andalucía, las estructuras se construyeron una sobre otra, por lo que actualmente parece más un puente medieval que romano, aunque se llega a observar restos del imperio que dominó el mundo. Mientras caminaba ida y vuelta las revoluciones de mi imaginación aumentaban y reconstruían el paisaje de tiempos pasados, en cada paso era un viajero de distintos tiempos. A veces con espada, a veces a caballo, a veces huyendo y unas cuantas como emperador.

Una mañana después de cumplir mi rutina, me detuvieron unas señoras gitanas, me leyeron las manos y me dijeron que lo peor ya había pasado. Sin embargo, me advirtieron que mucha gente me había hecho mal de ojo. Me pareció raro porque no me considero alguien con enemigos. Por historias de makumba en mi familia me tomo estas cosas con más seriedad que la religión. Me dieron una hoja, mentiría si supiera a que planta pertenecía, pero aun la guardo en mi billetera. Al llegar a mi casa en Lima debería quemarla para limpiarme espiritualmente.

Son 10 euros me dice la señora mística

Te dije que no tenía plata

Uy, tienes que pagar, es parte del trato espiritual.

Solo tenía 5 euros así que se los di, pero en sus ojos notaba que no era suficiente, me despedí y mire atrás para decirle que por favor no me haga algún hechizo. No creo en esas cosas, pero por si acaso. Entré un poco asustado a la mezquita, no sabía si me habían estafado o me iba a caer una maldición encima. La potencia gitana no es para tomarse a la ligera.

Lo que antiguamente fue un pequeño templo cristiano se convirtió en una de las mezquitas másimportantes. Tras la conquista musulmana de la península ibérica, con la fundación del Emirato de Córdoba, Abderramán I hizo la primera construcción de la mezquita. En los siglos posteriores se dieron innumerables extensiones para aumentar la capacidad de personas que puedan entrar. Sobre todo, cuando Abderramán III transformó el emirato en califato. La diferencia básicamente se da en que ahora no tenían que rendirle cuentas a nadie. En el siglo XIII, el territorio es reconquistado por los reinos cristianos. Por suerte mantuvieron la arquitectura anterior salvo la construcción de la capilla al centro de la edificación, pero esto se dio siglos después. La belleza de ese lugar se fundamenta en la mezcla de distintos estilos. La infinidad de secretos que se esconden debajo de Córdoba es inmensa. Como escritor, me encanta rellenar esos espacios que se mantienen desconocidos de espíritus, héroes y monstruos.

Luis de Góngora le dedica un poema a su ciudad: Este te permite entender un poco la belleza y majestuosidad de la ciudad de Córdoba.


¡Oh excelso muro, oh torres coronadas

De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

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[Migrante al paso]  Una plaza cualquiera, aunque no existe algo como tal. Ésta no tenía nombre, porque nunca lo averigüé. Me quedé sentado frente a una estatua oscura, tenía una espada y se resguardaba bajo las palmas de los árboles que la rodeaban.  Sevilla superó mis expectativas, podría vivir tranquilo entre ese laberinto de callejones angostos y en los veranos me iría. Es octubre y llega a 35 grados. Este tipo de ciudades ejercen fuerzas peculiares, se siente la presión de la historia y antigüedad mientras caminas. Estamos hablando de un lugar cuyos inicios son en el siglo VIII antes de cristo. Antiguamente Ispal, luego romana, mora y cristiana. Todo construido uno encima de otro. Por donde vayas hay túneles y secretos subterráneos que no están a la vista. 

Solo, en una banca acompañado de tres latas de cerveza y unos cuantos cigarros. Contemplaba la estatua y pensaba sobre todo lo que había visto. Me quedé en una pensión espantosa, no me encontré fantasmas porque seguramente ellos también le tenían miedo a la casa. Tomás, el dueño y abuelo de la familia que manejaba el negocio era un viejo amargado, todo lo que uno sueña en no convertirse. Pero me compartió unas cuantas historias curiosas de su casa mientras se quejaba de los cigarros que me fumaba. A veces me gusta molestar a los viejos chinchosos, así que fumé el doble. 

Llegué luego de una hora, en tren desde Madrid, dejé mis cosas y salí a caminar. En ropa de baño y camisa desaliñada, yo viajé pensando que iba a hacer frio. Me perdí y llegué a la Plaza España. Mis pupilas se dilataron de lo maravilloso que estaba viendo. Muy pocas veces me ha sucedido que un lugar me despierte tanta emoción. Un edificio gigante en forma de medialuna, llena de mosaicos que adornaban los puentes. Debajo pasaban pequeños barcos que llevaban turistas por canales de agua cristalina. La infraestructura es de este siglo y alberga un cuartel general del ejército y también un museo de la milicia. El calor era infernal y vi a unos adolescentes meterse a la pileta, las reglas no son lo mío, así que me metí también, estaba al borde de un golpe de calor. Me miraban como un loco, pero ya estoy acostumbrado, siempre les devuelvo la mirada. Al frente está el parque de María Luisa, donde puedes echarte en la sombra y refrescarte un poco, casi me quedo dormido porque estaba agotado. 

Francisco Tafur

En aquella plaza ya con dos cervezas encima, en una esquina se encendió una fogata de papeles, era un vagabundo que estaba abrigándose del frío. Lamentablemente, en casi todo el mundo se ven este tipo de cosas, me acerqué y le regalé unos cigarros, no tenía nada más para darle. Mientras el alcohol subía, el personaje de piedra oscura parecía mirarme. No quise regresar para dejar esa parte del viaje en misterio. Fue una noche mágica, me quedé hasta las 3 de la madrugada ahí. Solo pensando. Recordaba mis clases de historia, y las lecciones de mi madre durante los almuerzos. Ya conocía el lugar por libros y conversaciones, pero es distinto respirar el ambiente. En esa plaza me di cuenta de que nunca dejaré de viajar, tal vez hasta que me encuentre un dragón. Prefiero agregarles toques fantasiosos a mis experiencias, de lo contrario la realidad se me hace aburrida. 

Una mañana, después de embutirme un pan con jamón ibérico, caminé por todo el centro haciendo tiempo para un tour. Entre las sombras de los callejones y el sol calcinante de las plazas, llegué a mi destino, La Giralda y la Catedral. Es imponente. He estado parado frente a la catedral de Colonia y ésta me impresionó más. Al entrar me quedé un rato recogiendo frutos en el jardín de naranjos, jugaba haciendo dominaditas en un terreno del año 1400, al frente de la hermosa iglesia de fachada gótica. Por dentro se notan todos los periodos, desde el barroco hasta el neogótico. Es amplia y como es clásico del cristianismo, los lujos se encuentran en cada rincón. Esa es su especialidad, hacerte sentir diminuto ante estructuras monumentales. Ahí se encuentra la tumba de Cristóbal Colon, aunque dicen que solo hay algunos huesos y una parte de la mandíbula, lo demás se perdió en el traslado desde Centro América. Antes de salir, hay un acceso para subir la giralda de más de 100 metros de alto y con subida en forma de rampa, porque en la antigüedad subían hasta caballos. Llegué sudando hasta la cima pasando el campanario. Se ven todos los techos rojizos enanos por la altura. Se entiende lo titánico de los edificios ya que en tiempos pasados eran usados para demostrar poderío económico, político y militar. 

Francisco Tafur 

Visité la casa de Pilatos, pensando que tal vez era la de Poncio Pilatos, pero no era verdad. Pero es el ejemplo típico de lo que era un palacio sevillano. Repleto de mosaicos en las paredes, jardines coloridos y piletas renacentistas. El nombre es un invento, cuando el dueño hizo una peregrinación a Jerusalén, calculó que la distancia entre el pretorio de Pilatos y el Monte Clavario era la misma que su palacio en Sevilla y un pequeño templete llamado Cruz del Campo. Así que chiste, es como que le ponga a mi casa, el hogar de Eguren porque escribía entre las mismas calles. Pero igual me pareció simpático. Al final tuve un tour por el Alcázar donde filmaron la famosa serie de Juego de Tronos. Se construyó inicialmente durante la edad media y se conservan restos arquitectónicos islámicos. Está tan bien conservado que te transporta a otra época, siglos atrás. Los azulejos, los escudos tallados en las paredes, el estanque de mercurio rodeado por arcos musulmanes te deja perplejo. Por más que sea temporada alta y no se pueda caminar tranquilo, ni cuenta te das de las personas. Salí con ganas de volver a entrar, pero en el fondo sabía que no era un adiós definitivo. 

Luego de mi última lata, me paré frente al monumento del personaje desconocido y agradecí tener la oportunidad de hacer los viajes que he hecho y voy a hacer. Regresé a la pensión, satisfecho y tranquilo porque ya era mi última noche en ese lugar. En esta ciudad donde los rastros de la invasión mora que duro 900 años son notorios en casi todos lados, aprendí cómo distintas culturas se pueden mezclar y generar una nueva identidad. Algún día regresaré y lo haré con la misma emoción que sentí esta vez. 

Francisco Tafur 

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[Migrante al paso] 

¿CÓMO QUIERES MORIR?

No lo sé, pero quiero poder decidir eso. Me gustaría parado y con los ojos abiertos. Con los hombros relajados. Erguido. La cabeza en alto. Con eso me basta. Que no exista peso que me venza. El día que mi mirada pierda el fuego, es porque ya morí. Sólo los cobardes no pueden mirar a los ojos a sus propios errores y lamentos. Los valientes mueren sonriendo. Los libres le escogen a carcajadas. Un último partido. El último día de la juventud es la muerte. Tengan claro esto, estaremos solos. La mejor compañía, en el mejor de los casos. Encuéntrame sonriendo por lo sorprendente de un paisaje o mirando a los seres que amo o amaré. Como tu amigo. Un viejo conocido. Que tus palabras me acaricien hasta quedarme dormido. 

Noche de tormenta. Rayos y lluvia intensa. Piso 26. Buenos Aires. Aburrido hasta el cansancio. Insomnio diario. Uno que otro pan. Sumergía mis pies en el agua helada. La pileta, como le dicen, tenía olas por el viento. El cielo rugía. Nada me dice que no, salvo lo obvio. 28 años. 3 de la madrugada. La vista era espectacular. Sentía a la inmensidad dando martillazos contra el diminuto yunque que somos nosotros, Después de semanas de sentirme muerto, estuve más vivo que nunca. Sin polo, sumergido. Flotando. La oscuridad iluminada por grietas eléctricas. Podía caerme a mí. No importaba. Estaba vivo, más que nunca, estaba volando. 

No había sustancias de por medio, solo un poco de locura por no dormir.

Ojeras hasta el suelo.

Mojadas. 

Después de todo, igual va a morir.

No estoy preparado. 

2 veces por semana. 6 años. A distancia y en cercanía.

Se volvió mi amigo.

Ya no está. 

Ahora estaba abandonado y desatado. Un animal acorralado por la muerte de alguien que fue un desconocido. Un profesional, cuya asistencia pagaba mi familia. Mis enormes manos y brazos parecían tener la capacidad de destruirlo de un abrazo, uno que deseaba con toda mi alma dar. Intenta hacerlo sonriendo, le dije cuando me preguntó. Me temblaban las piernas. Manos sudadas. Quien metió la mano al abismo para sacarme ahora solo podía sostenerse con esfuerzo y yo no podía hacer nada. Nunca hablaré de esa última conversación. Lo que ya dije es suficiente. Poner esto en palabras me ha costado meses y aún lo siento precipitado. 

Le debo vivir plenamente.

Le debo disfrutar.

Le debo la sorpresa.

Muchos dicen que un psicoanalista es como un espejo, pero no es del todo verdad. Es otra persona, con sus propios problemas y traumas. Entre tantas conversaciones se filtra información privada que tal vez no debería recibir, pero es imposible que no suceda en una relación de dos personas. Después de una primera despedida no sabía cómo reaccionar. Recibí un mensaje. El malestar que lo agobiaba se había desacelerado, pero no detenido. Sabiendo que el final era inminente, decidí tener unos cuantos meses más de sesiones. Nunca me mostró miedo. Su preocupación por mi bienestar continuaba y la mía por la suya aumentaba.  Hace poco en un avión, como de costumbre, me pongo a revisar todas las fotos y videos de mi teléfono para entretenerme. Apareció su rostro, sano y con cachetes, hablándome. Me contaba que se había ido el internet y una sesión de hace mucho no pudo continuar. Sonreí, siempre va a ser un lindo recuerdo, pero trágico y triste. La hoz del encapuchado no discrimina entre el bueno y el malo, el que se lo merece y el que no. Me parecía injusto que le haya sucedido, pero no hay justicia en la muerte. Me salían lágrimas, imposibles de detener, las ocultaba viendo por la ventana. Aun soy un debilucho que le da vergüenza mostrar su tristeza. 

Francisco Tafur 

Después de meses por videollamada, regresé a mi ciudad y lo vi por última vez. Una semana antes de que se presencia se desvaneciera. Me abrió la puerta y tuve que contener la impresión. Los pómulos hundidos, probablemente 20 kilos menos, tuve que medir mi fuerza al darnos la mano. Nos despedimos con un abrazo incómodo, lo sentía pequeño y en esa incomodidad quería que por una vez él apoye su cabeza sobre mis hombros y se deje llevar. Algo que no ocurrió ya que nunca rompió el código de su profesión. Hasta el último día su mirada se mantuvo curiosa, con ganas de aprender más. Al salir me detuve a mirar su bien cuidado jardín por una última vez. Abrí la reja y me trepé a mi carro sin mirar atrás. Me estacioné donde pude, las manos me temblaban y no podía prestarle atención al camino. Retomé el camino escuchando soundtracks épicos, recordando a mis perros que ya no están, la infancia que ya dejé y el futuro no ocupaba espacio en mis pensamientos. Mi mente lo bloqueó. Recién después de algunas semanas sus palabras y rostro invadían mis sueños. Me despertaba en la madrugada y me prendía un cigarro en el silencio de esas horas. A veces volvía a dormir, en otras esperaba el amanecer. 

He querido contactar a su familia para agradecerle, pero no sé si sea lo correcto. Tal vez sólo es una excusa por el miedo que me da hacerlo. No sé dónde está enterrado, ni siquiera si lo está. Me gustaría visitarlo y tomarme una coca cola a su costado, pero siento que no tengo la fuerza. Solo sé que ya no puedo darme el lujo de deprimirme, se lo debo. El me enseñó a que esos bajones sean mas cortos y llevaderos. Me enseñó a pedir ayuda. Me enseñó a caminar solo. A pelear por mis sueños y defender el de los demás. Soy yo gracias a él. La diferencia entre vivir y sobrevivir la entendí con su muerte. Una crónica queda corta para escribir lo que siento, sólo me nació intentarlo. Se me cayó el traje de poeta moribundo y ahora tengo ganas de salvar al mundo. En lo que puedo. Los mil senderos que se abrieron frente a mí están ahí inmóviles, sólo falta recorrerlos. Se fue un gran amigo, mi guía, al único que puedo llamar profesor. Pero me dejó un mensaje y planeo tenerlo siempre en mente y vivir bajo esa brújula. Muchas gracias, prometo devolver el favor con mi esfuerzo poco pulido y mi ambición utópica. 

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¿CÓMO QUIERES MORIR?

No lo sé, pero quiero poder decidir eso. Me gustaría parado y con los ojos abiertos. Con los hombros relajados. Erguido. La cabeza en alto. Con eso me basta. Que no exista peso que me venza. El día que mi mirada pierda el fuego, es porque ya morí. Sólo los cobardes no pueden mirar a los ojos a sus propios errores y lamentos. Los valientes mueren sonriendo. Los libres le escogen a carcajadas. Un últimopartido. El último día de la juventud es la muerte. Tengan claro esto, estaremos solos. La mejor compañía, en el mejor de los casos. Encuéntrame sonriendo por lo sorprendente de un paisaje o mirando a los seres que amo o amaré. Como tu amigo. Un viejo conocido. Que tus palabras me acaricien hasta quedarme dormido.

Noche de tormenta. Rayos y lluvia intensa. Piso 26. Buenos Aires. Aburrido hasta el cansancio. Insomnio diario. Uno que otro pan. Sumergía mis pies en el agua helada. La pileta, como le dicen, tenía olas por el viento. El cielo rugía. Nada me dice que no, salvo lo obvio. 28 años. 3 de la madrugada. La vista era espectacular. Sentía a la inmensidad dando martillazos contra el diminuto yunque que somos nosotros, Después de semanas de sentirme muerto, estuve más vivo que nunca. Sin polo, sumergido. Flotando. La oscuridad iluminada por grietas eléctricas. Podía caerme a mí. No importaba. Estaba vivo, más que nunca, estaba volando.

No había sustancias de por medio, solo un poco de locura por no dormir.

Ojeras hasta el suelo.

Mojadas.

Después de todo, igual va a morir.

No estoy preparado.

2 veces por semana. 6 años. A distancia y en cercanía.

Se volvió mi amigo.

Ya no está.

Ahora estaba abandonado y desatado. Un animal acorralado por la muerte de alguien que fue un desconocido. Un profesional, cuya asistencia pagaba mi familia. Mis enormes manos y brazos parecían tener la capacidad de destruirlo de un abrazo, uno que deseaba con toda mi alma dar. Intenta hacerlo sonriendo, le dije cuando me preguntó. Me temblaban las piernas. Manos sudadas. Quien metió la mano al abismo para sacarme ahora solo podía sostenerse con esfuerzo y yo no podía hacer nada. Nunca hablaré de esa última conversación. Lo que ya dije es suficiente. Poner esto en palabras me ha costado meses y aún lo siento precipitado.

Le debo vivir plenamente.

Le debo disfrutar.

Le debo la sorpresa.

Muchos dicen que un psicoanalista es como un espejo, pero no es del todo verdad. Es otra persona, con sus propios problemas y traumas. Entre tantas conversaciones se filtra información privada que tal vez no debería recibir, pero es imposible que no suceda en una relación de dos personas. Después de una primera despedida no sabía cómo reaccionar. Recibí un mensaje. El malestar que lo agobiaba se había desacelerado, pero no detenido. Sabiendo que el final era inminente, decidí tener unos cuantos meses más de sesiones. Nunca me mostró miedo. Su preocupación por mi bienestar continuaba y la mía por la suya aumentaba.  Hace poco en un avión, como de costumbre, me pongo a revisar todas las fotos y videos de mi teléfono para entretenerme. Apareció su rostro, sano y con cachetes, hablándome. Me contaba que se había ido el internet y una sesión de hace mucho no pudo continuar. Sonreí, siempre va a ser un lindo recuerdo, pero trágico y triste. La hoz del encapuchado no discrimina entre el bueno y el malo, el que se lo merece y el que no. Me parecía injusto que le haya sucedido, pero no hay justicia en la muerte. Me salían lágrimas, imposibles de detener, las ocultaba viendo por la ventana. Aun soy un debilucho que le da vergüenza mostrar su tristeza.

Después de meses por videollamada, regresé a mi ciudad y lo vi por última vez. Una semana antes de que se presencia se desvaneciera. Me abrió la puerta y tuve que contener la impresión. Los pómulos hundidos, probablemente 20 kilos menos, tuve que medir mi fuerza al darnos la mano. Nos despedimos con un abrazo incómodo, lo sentía pequeño y en esa incomodidad quería que por una vez él apoye su cabeza sobre mis hombros y se deje llevar. Algo que no ocurrió ya que nunca rompió el código de su profesión. Hasta el último día su mirada se mantuvo curiosa, con ganas de aprender más. Al salir me detuve a mirar su bien cuidado jardín por una últimavez. Abrí la reja y me trepé a mi carro sin mirar atrás. Me estacioné donde pude, las manos me temblaban y no podía prestarle atención al camino. Retomé el camino escuchando soundtracks épicos, recordando a mis perros que ya no están, la infancia que ya dejé y el futuro no ocupaba espacio en mis pensamientos. Mi mente lo bloqueó. Recién después de algunas semanas sus palabras y rostro invadían mis sueños. Me despertaba en la madrugada y me prendía un cigarro en el silencio de esas horas. A veces volvía a dormir, en otras esperaba el amanecer.

He querido contactar a su familia para agradecerle, pero no sé si sea lo correcto. Tal vez sólo es una excusa por el miedo que me da hacerlo. No sé dónde está enterrado, ni siquiera si lo está. Me gustaría visitarlo y tomarme una coca cola a su costado, pero siento que no tengo la fuerza. Solo sé que ya no puedo darme el lujo de deprimirme, se lo debo. El me enseñó a que esos bajones sean mas cortos y llevaderos. Me enseñó a pedir ayuda. Me enseñó a caminar solo. A pelear por mis sueños y defender el de los demás. Soy yo gracias a él. La diferencia entre vivir y sobrevivir la entendí con su muerte. Una crónica queda corta para escribir lo que siento, sólo me nació intentarlo. Se me cayó el traje de poeta moribundo y ahora tengo ganas de salvar al mundo. En lo que puedo. Los mil senderos que se abrieron frente a mí están ahí inmóviles, sólo falta recorrerlos. Se fue un gran amigo, mi guía, al único que puedo llamar profesor. Pero me dejó un mensaje y planeo tenerlo siempre en mente y vivir bajo esa brújula. Muchas gracias, prometo devolver el favor con mi esfuerzo poco pulido y mi ambición utópica.

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[Migrante al paso] Niños saltando, riendo, todos maniacos alrededor de una cabeza de jabalí. Clavada en una estaca, ensangrentado, podrida, cada vez atrayendo más moscas. Ese libro fue el que me recibió al entrar al mundo de la lectura. Esos pequeños atrapados en una isla, sin rastro de autoridad, y su comportamiento, representaban a lo que sería un mundo sin estado o gobierno. A pesar de que se estableció uno con jerarquía de fuerza y locura.  Poniendo al pobre Piggy y Ralph como los outsiders y perseguidos en la etapa final, sin embargo, nunca enfocan la capacidad de rebeldía que se requiere para eso. Era parte del plan lector de primero de secundaria. Nunca me voy a olvidar, sin embargo, desde ese momento la interpretación del libro de William Golding ha ido mutando. Qué tan cercana es la organización de poder del libro al de la vida real, en teoría controlada y ordenada. Últimamente solo veo caos por todos lados. Tal vez más que de una lección se trataba de un reflejo. Entre el consenso en cuanto a la interpretación suele estar muy alejado de lo que la historia realmente significa. Es como una paradoja que pone al límite nuestro lenguaje y damos cuenta del límite de nuestro pensamiento actual. Algo así sucede con el mensaje de una ficción. En fin, en ese momento épico en que cerré el libro por última vez, hace muchos años, mi indagación por la rebeldía aumentó. 

El mito de Ícaro. Qué pasa si no te quieren decir que no vueles muy cerca al sol porque te vas a quemar, qué pasa si de verdad es vuela y anda cuesta arriba hasta que colapses. Hay muchos Ícaros en la historia y no todos son malos, diría que, al contrario. Sin embargo, el consenso es de fábula, te da la lección. No vueles alto. Me gusta más la otra. Vivir al límite hasta que tus alas se derritan. Un rebelde es el personaje mitológico, desafió el cielo hasta no poder más, sin seguir lo que decían las multitudes. Lo accidental, lo que se sale de la norma, lo que contrarresta a la hipótesis. Ahí se encuentra la verdadera disidencia, en no seguir a nadie. Desde ese punto de vista, una rebelión no está formada por rebeldes, son otros más del montón. Ahí nace mi creencia de que unos pocos pueden generar más cambio que masas de personas. Pero qué tanto se puede estirar este hilo antes de romperse. El extremo sería que el más rebelde es quien se retira de la sociedad y avanza por el exterior. De repente el rebelde pierde su esencia cuando tiene una causa. Si hay muchos en la misma corriente, tal vez algo estoy haciendo mal. Las tendencias te ciegan dando por seguro que te abren la mente. Son movimientos hipócritas. 

Jesús era un rebelde. Buda también. Sin embargo, probablemente sus seguidores no tanto. En Siddhartha de Hermann Hesse, quien luego llegaría a la iluminación, se negó a seguir los entrenamientos ascéticos, le dijo a Buda directamente que no lo iba a seguir, le costó separarse de su amigo, y se hundía en los lugares más oscuros de la humanidad. Qué sería de la literatura sin estos personajes contrariados. Qué aburrida la historia de alguien que sólo se deja llevar, como una piedra hundiéndose en el océano. Sin lucha ni conflicto; con un camino predeterminado, amargadamente aceptado. Prefiero tener una vida un poco más desadaptada, donde siempre está la duda sobre el límite moral. Este límite es tal vez el más grande que tiene la humanidad, si rompes una regla, sientes cómo la culpa te inunda y te trae abajo. Muchas veces innecesariamente. Porque no dar el 100 por ciento o más, quién dice que no se puede ir hasta el 120 o 150. Finalmente, quien puso las reglas acaso es un maestro divino que puede hechizar a todos dentro de un mismo flujo. Es imposible, pero la presión y el qué dirán pesan mucho en esta época. La gente tiene miedo de poner los pies sobre la mesa. Periodistas que le cedieron la tutela a su público, por todos lados. Abogados que defienden violadores porque es lo que dice la ley. El desfase está clarísimo.  La ley siempre avanza más lento. 

Todos tenemos una temporada nietzscheana, obsesionados con Así habló Zaratustra, por más de no entender casi nada. Me incluyo. Es prácticamente un manual para liberarte por completo de las ataduras mundanas basado en la no doctrina, sin embargo, si la sigues o siguen muchos, pierde su capacidad única y recae justamente en lo que niega en un inicio. Me pregunto si será posible vivir sin seguir nada, no lo creo, pero sí te puedes aproximar. No sé cómo, pero lo creo posible. Cuando estudié a los filósofos contractualistas, me preguntaba qué tan distanciado está el pacto social inicial al actual, y qué tanto se ha adaptado. En teoría, Hobbes, Rousseau, Locke y demás remontan el momento del contrato, bajo condiciones distintas, a las primeras interacciones humanas. Estado Natural le llaman, por supuesto son sacadas de la nada y muy generalizadas. Quién sabrá nuestro comportamiento natural antes de cederle parte nuestra a un estado, se lo inventaron por completo. Ya se notan las irregularidades entre la norma y lo que sucede en realidad. Toda la vida me he sentido rebelde, últimamente ya no lo sé. El concepto en sí en estos momentos me parece platónico. Inalcanzable. Pero nos encanta vivir así, por lo menos a algunos. Se vienen tiempos hostiles, pero retadores y posiblemente fructíferos. Cuándo se romperá el hilo que nosotros los supuestos rebeldes queremos romper.  

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[Migrante al paso] Casi tres años. Regresos esporádicos, navidad y esas cosas. Salvo uno que otro capricho necesario. Los aviones y trenes ya no me causan sorpresa. El goce sícontinúa. La belleza peculiar de las nubes probablemente jamás deje de encantarme, en el sentido literario. Al verlo sientes una quimera emocional entre lo diminuto del individuo y lo infinito de la humanidad. Eres un insecto en mitad del cielo, el progreso te permite volar. He sido mucho tiempo un extranjero, explorando tierras y lenguas desconocidas, planeo serlo con mayor frecuencia. Existe una connotación negativa de lo foráneo, tal vez es así en mi caso debido a ser de una nación producto de la colonización. Ahora mi asociación ha dado un vuelco. Hay algo placentero en implantarte en terreno desconocido. Como un espantapájaros en un campo de maíz. Cada cierto tiempo te encuentras a personas espantapájaros y no como algo malo. Nadie te conoce y no conoces a nadie. Tu propio ser es el único referente de identidad.

Es fácil sentirse ganador arrimándote al equipo campeón. Pero este mundo no está hecho de clubes de fútbol. En el primer recorrido de una calle sólo puedes arrimarte hacia adentro, es lógicamente imposible, pero me gusta. Después de todo, en ese momento, tus pensamientos son lo único que conoces. En tu mente tienes que sentir confianza maradoniana y la calma para sentirte natural del lugar, por más que no sepas ni que hay más allá de la esquina. Por ahí camina un espantapájaros que no quiere camuflarse, orgulloso de ser ciudadano de la nada. Todo te agarra por sorpresa; están todas las señales, solo tienes que saltar donde va a caer el rayo. Nosotros, hombres de paja, estamos hechos de material sensible. Sientes que te prendes en llamas. Todos los sentidos se encienden. Caminas con el ritmo del beat de cada estimulo. Electrizante. Todas las neuronas del sistema nervioso fluyendo a gran velocidad. Pura sinapsis.

Amsterdam. Sin año. Saliendo de un coffee shop, preparado para un paseo inmersivo entre canales y calles angostas. Cuidado con las bicicletas. Después que casi me atropellen, paré en una bodega, agitando mi casaca negra, eufórico y con audífonos. La chica tatuada me dijo: buen estilo, mientras me daba la bolsa. Ya tenía a mis acompañantes más leales, cigarros y coca cola. Un par de sonrisas y un rostro más que nunca más veré. Metro a metro la ciudad se apagó. Ya era de madrugada, pero estaba en una de mis noches de insomnio, una de las buenas. Los locales cerrados. Me senté al borde de un canal y uní la silueta del espantapájaros al reflejo de los pequeños edificios antiguos, esta vez con el pelo largo y alborotado. No tienes por qué voltear. Nadie te llama.

¡Ves esta rama rota!, me dice Jack emocionado, tratando de explicarme que por ahí había pasado un conejo. Un viejo que vive tranquilo, sólo le gusta el golf y caminar por el bosque. Tenía la paciencia en sus venas. Me quedaba en su casa, con su esposa y otro chico noruego. 2 meses en Kelowna. Un pueblo remoto en mitad de los bosques canadienses. ¿Qué hacía ahí a los 17?, pregúntenle a mi madre. Y no se preocupen, no tienen por qué saber que es Kelowna, no la conocen ni sus pobladores.

Esta vez ahí estaba el espantapájaros, supuestamente debería ser estático, pero andaba por ahí caminando entre robles, pinos y algo inesperado. Supuestamente debía ir a un instituto escolar. En una de las aburridas sesiones de golf, le propuse al viejo Jack limpiar el segundo piso de la casa a cambio de que me den la libertad de hacer lo que me la gana. Su bigote blanco parecía que se le iba a salir de la risa. Finalmente, aceptó. Es así como me vi envuelto en sus excursiones boscosas. Esas sí eran divertidas. Era un gran maestro, con una familia excelente, sabio, progresista para su edad, pero había un problema. En cuestión a excursiones era el peor. Yo le ponía toda mi confianza, pero a 30 metros, un oso marrón caminaba campante. Congelado es poco comparado a como estaba. Soy un chico Discovery Chanel, sabía que si estábamos en su territorio era mejor rendirse ante la muerte. Estaba entre escaparme o ahorcar al anciano. Fue aterrador y majestuoso, estábamos en manos de la naturaleza al cien por ciento. Conejo, me dijo, casi hace que nos mate un oso. Pobre espantapájaros.

Ya en mi ciudad, yendo a visitar mis amigos, no recuerdo el camino. Solo llegué a sus casas por instinto. Como si hubiera perdido la capacidad de pertenecer. Así estuve las primeras semanas. Ya no recordaba las calles ni las personas de siempre. Un extranjero en su propia ciudad. Poco a poco las estacas de madera se transformaban en una estructura ósea y mi interior hecho de paja se convertía en carne y órganos. El espantapájaros se transformó en humano nuevamente. Otra vez uno más del montón, no sabía cómo comportarme. Desconocía en qué trinchera acurrucarme. Sin poder distinguir si era la soledad de siempre o mi propia transformación me obligaba a estar solo. Tal vez todos los viajeros somos huérfanos de nación y territorio. Pero no es así, quiero demasiado a mi país cayéndose a pedazos. Cuando pasas mucho tiempo apreciando el exterior te olvidas de que en algún momento tienes que quererte nuevamente. Al final todos mueren solos, pero prefiero enfocarme en la vida. Recién hace unos días, mientras escribía lo recordé. Quiero vivir acompañado, rodeado de gente que quiero y admiro, no abandonado por mi propio idealismo. Quiero vivir libre como un espantapájaros ambulante, pero la libertad es poderosa y solo quiero encontrar la manera de que ésta no excluya el vivir rodeado de otras personas. A pesar de todo, vuelvo a partir en un mes y esta vez quiero que mi regreso sea acogedor sin sentirme rechazado.

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[Migrante al paso] A tres cuadras de mi casa de siempre, entre cuatro paredes aún desconocidas. Me acechan fantasmas, problemas muertos que pensé que ya había dejado atrás. La última vez que me mudé fue a otro país, donde no tenía amigos y los desconocidos no me daban refugio. Quería escapar, volar de mi ciudad y analizarme desde mi propia soledad. Me di cuenta tarde que eso no es posible, por lo menos para mí. Todavía soy un niño, que en este cuerpo de adulto no se puede cuidar ni a sí mismo. Ese lugar que ni después de años pude llamar hogar, viene por mí. Me quiere cazar como a un conejo indefenso. Es verdad que ni en todos los libros y carreras truncadas aprendí tanto como en esa aventura. Gané herramientas, pero ahora dudo que sean las suficientes. Quiero conquistar el mundo, pero no puedo poner mi bandera ni en un pequeño departamento.   Las lágrimas que dejé estampadas en aquel país me acompañan, aunque no las desee. Aun no comprendo como convertirlas en aliadas. Felizmente, el niño encarcelado en este hombre alto y grande sigue siendo engreído. Lo quiere todo y no está acostumbrado a perder. Cuando mi mente se desbalancea, eventualmente saca las garras y colmillos para defender a este gigante descuidado. 

Ahora desde mi ventana veo los árboles viejos que resguardan Pedro de Osma, los mismos que me recibían al regresar del colegio para almorzar junto a mis perros. Estos guardianes de madera viva son sólo espectadores de un molde que no aguanta mis emociones desbordadas. En esta carrera interna siempre quiero que le gane el niño valiente al adulto melancólico. Me acostumbré a superar así mis problemas con el efecto secundario de no conocer el espacio entre los dos, finalmente somos el mismo. Diez años que parecen meses. Siempre con música en los oídos, siempre con libros como barrera, siempre poniendo a los demás sobre mí mismo, ya estoy cansado. Solo es un pequeño paso que tengo que dar, uno que llevo mi vida entera sin dar. Tal vez no quiero aceptar que mis caprichos eran incorrectos. En lo más profundo no sé aceptar una derrota, pero es necesario poder hacerlo, de lo contrario el peso va a ser demasiado. Esta vez quiero que mis paredes sean amigables y pueda protegerme en ellas. 

Francisco Tafur

Fui a comer en la semana con mi tío. Entre carnes que ambos disfrutamos, le decía que sentía que no podía levantarme de mi cama. Que todo el día parecía de noche. Me engañaba a mí mismo haciéndome el fuerte, tontamente, porque la sabiduría con la que estaba conversando me comía de pies a cabeza. Me dijo que fui bendecido con una inteligencia que no escogí y que no tenía por qué deprimirme, después de todo, la vida es mucho más simple de lo que parece y somos nosotros los que la volvemos complicada. No sé si percibieron mi debilidad, pero sin querer, él y su pareja, a quien considero un amigo, me dieron las palabras que necesitaba en ese momento. Pude reírme a carcajadas, unas que llevaba días sin escuchar. No lo veía hace mucho, pero es de esas personas que pueden pasar años y cuando nos veamos la relación se va a mantener igual. Había envejecido ligeramente, siempre fiel a su buen estilo y con la cabeza en alto. Sus ojos mantienen el fuego para quemar el mundo, esa llama que admiraba de niño y lo sigo haciendo.  Me dieron a entender que yo también la poseo, pero no existe fuego sin oxígeno. Si no me permito estos espacios y analizar mis sentimientos eventualmente me voy a apagar. No tiene nada de malo sentirse mal y no hay nada bueno en aparentar estar bien siempre.  Después de tres horas y abrazos de despedida, me subí a mi carro y manejé rockeando por el camino. Resulta que mi estilo descuidado también es único y alto. Después de mucho tiempo el pequeño y el grande se dieron la mano y conversaron: juntos vamos a salir de ésta nos dijimos. 

Las paredes que se estaban llenando de espinas nuevamente se alisaron. Recuperé el pulso y el hambre de más. Quiero viajar de nuevo y comerme el planeta entero. Morder del cuello a todo lo que me acecha para hacerlo mío. Digerirlo. No es un impulso frenético como me ocurre normalmente, ahora tengo que mantener la calma cuesta arriba. Sin correr, la prisa es mi enemiga y el apuro me abruma. Llegó el momento de dar ese pequeño paso. Solo tengo que poner algunos asuntos en orden antes de lanzarme al océano de oportunidades. Calmado para no ahogarme. Es hora de motivar la furia que requiero para vivir sin temblar. En estos momentos que la realidad en el mundo parece distorsionada tengo que poder sonreír mientras camino por sus callejones. Mi deseo egoísta por un mundo donde todos puedan comer hasta llenarse, solo es posible si yo también estoy dentro. Después de todo, eso soy: un soñador. Puedo vivir debajo de un puente y alimentarme de alimañas, pero no puedo vivir sin sueños. Tal vez por eso me encanta dormir, quién sabe. 

No pretendo secar mis lágrimas, no soy un muerto viviente. No planeo borrar mis errores, después de todo son parte de mí. He sido herido y también he hecho daño. Sería un cobarde si no lo acepto. Le pido perdón a quienes lastimé, pero no crean ni por un momento que los perdones que no di me van a detener. Voy a avanzar, aunque eso implique arrastrarme. Tengo dos piernas fuertes para hacerlo. Caminaré, sin despedirme de nadie y sin parar. Ya logré que el pequeño y el gigante se den la mano una vez y planeo que lo vuelvan a hacer muchas veces más. Este es mi camino y no necesito el permiso de nadie para dar pasos por mi sendero. Es una nueva etapa. La única promesa que tengo es hacer de este nuevo hogar una cuna de nuevas ideas y no una cámara de torturas.  

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El Dr. Ali Binazir, biólogo de Harvard, hizo un cálculo de la probabilidad de que tu existas, el cual reveló que estas probabilidades son muy bajas. 

Es importante tener en cuenta que la probabilidad de que tu existas es distinta a la probabilidad de que cualquier hijo de tus padres exista. En el primer caso la persona existente eres tú mientras que en el segundo caso pueden ser todas las posibles versiones de hermanos tuyos.

Es un cálculo aproximado, pero nos da una buena idea de las magnitudes y nos permite entender todos los pasos que se debieron dar para que exactamente tú, y no otro, este aquí.

El primer paso es calcular la probabilidad de que tu padre haya conocido a tu madre (o que tu madre haya conocido a tu padre). Digamos que a través de 25 años tu padre podría haber visitado países que comprendan una población total de 200 millones de mujeres, pero que conoció alrededor de 10 mil mujeres. Por ende, la probabilidad de que tu madre estuviera en este grupo y conociera a tu padre es de 1 en 20 mil. 

El segundo paso es calcular la probabilidad de que tus padres, una vez que se conocieron, permanezcan juntos y tengan hijos. Hay una probabilidad de 1 en 10 de que hablen entre sí. Hay una probabilidad de 1 en 10 de que tengan una segunda cita. Hay una probabilidad de 1 en 20 de que después de esa segunda cita permanezcan juntos el tiempo suficiente como para tener hijos. Por lo tanto, la probabilidad de que el encuentro de tus padres resulte en hijos es de 1 en 2 mil.

Hasta ahora, las probabilidades combinadas de que estés aquí son: 1 en 40 millones.

El tercer paso es calcular la probabilidad de que el óvulo y el espermatozoide que te hicieron a ti (y no a tu hermano o hermana) se encuentren. Las mujeres tienen alrededor de 100 mil óvulos en su vida. Los hombres producen alrededor de 4 billones de espermatozoides durante los años en los que podrías haber nacido. Por ende, esta probabilidad es de 1 en 400 mil trillones (aproximadamente la cantidad de granos de arena en todas las playas del planeta).

Podríamos continuar con un cuarto paso que calcule la probabilidad de que cada uno de nuestros antepasados haya vivido hasta la edad reproductiva y se haya reproducido empezando desde el primer Homo habilis (es decir desde hace 2.5 millones de años, lo cual equivale a 100 mil generaciones). Y un quinto paso que calcule para cada generación la probabilidad de que las parejas correctas se encuentren y reproduzcan. Y un sexto paso que calcule la probabilidad de que el esperma correcto se encuentre con el óvulo adecuado para cada uno de esos antepasados. Y un séptimo paso que calcule lo mismo, desde el primer organismo unicelular hasta llegar al Homo habilis (es decir desde hace 4 mil millones de años). Y finalmente un octavo paso que calcule la probabilidad de que la vida se haya podido dar en el planeta Tierra. Pero creo que estos pasos adicionales son innecesarios. Está claro que la probabilidad de que tú, exactamente tú, existas es infinitesimal.

Me gustaría simplificar y que nos concentremos en el tercer paso. Asumamos que tus padres viven, son pareja y deciden tener hijos. La probabilidad de que nazcas tu y no un hermano tuyo es de 1 en 400 mil trillones, es decir un grano de arena entre todos los granos de arena de playa de la tierra. 

¿Cómo entender esa probabilidad? Antes de nacer no existías, naciste y existes. ¿Por qué naciste tu y no tu hermano? ¿Es que todas las personas que existieron y existen ganaron una lotería casi imposible de ganar? Había 400 mil trillones de versiones posibles de hermanos tuyos y la versión que apareció fuiste tu.

Las demás personas en este planeta pueden ser total o parcialmente distintas a ti, eso no suma ni resta a tu existencia. Lo relevante es que tu estés aquí y no una posible versión de tu hermano en vez de ti.

¿Cuáles son las implicancias de este resultado? 

La primera conclusión pareciera ser que somos increíblemente afortunados de estar vivos. Pero sin duda hay implicancias adicionales, más complejas, que no me quedan claras. 

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