[Migrante al paso]
¿CÓMO QUIERES MORIR?
No lo sé, pero quiero poder decidir eso. Me gustaría parado y con los ojos abiertos. Con los hombros relajados. Erguido. La cabeza en alto. Con eso me basta. Que no exista peso que me venza. El día que mi mirada pierda el fuego, es porque ya morí. Sólo los cobardes no pueden mirar a los ojos a sus propios errores y lamentos. Los valientes mueren sonriendo. Los libres le escogen a carcajadas. Un últimopartido. El último día de la juventud es la muerte. Tengan claro esto, estaremos solos. La mejor compañía, en el mejor de los casos. Encuéntrame sonriendo por lo sorprendente de un paisaje o mirando a los seres que amo o amaré. Como tu amigo. Un viejo conocido. Que tus palabras me acaricien hasta quedarme dormido.
Noche de tormenta. Rayos y lluvia intensa. Piso 26. Buenos Aires. Aburrido hasta el cansancio. Insomnio diario. Uno que otro pan. Sumergía mis pies en el agua helada. La pileta, como le dicen, tenía olas por el viento. El cielo rugía. Nada me dice que no, salvo lo obvio. 28 años. 3 de la madrugada. La vista era espectacular. Sentía a la inmensidad dando martillazos contra el diminuto yunque que somos nosotros, Después de semanas de sentirme muerto, estuve más vivo que nunca. Sin polo, sumergido. Flotando. La oscuridad iluminada por grietas eléctricas. Podía caerme a mí. No importaba. Estaba vivo, más que nunca, estaba volando.
No había sustancias de por medio, solo un poco de locura por no dormir.
Ojeras hasta el suelo.
Mojadas.
Después de todo, igual va a morir.
No estoy preparado.
2 veces por semana. 6 años. A distancia y en cercanía.
Se volvió mi amigo.
Ya no está.
Ahora estaba abandonado y desatado. Un animal acorralado por la muerte de alguien que fue un desconocido. Un profesional, cuya asistencia pagaba mi familia. Mis enormes manos y brazos parecían tener la capacidad de destruirlo de un abrazo, uno que deseaba con toda mi alma dar. Intenta hacerlo sonriendo, le dije cuando me preguntó. Me temblaban las piernas. Manos sudadas. Quien metió la mano al abismo para sacarme ahora solo podía sostenerse con esfuerzo y yo no podía hacer nada. Nunca hablaré de esa última conversación. Lo que ya dije es suficiente. Poner esto en palabras me ha costado meses y aún lo siento precipitado.
Le debo vivir plenamente.
Le debo disfrutar.
Le debo la sorpresa.
Muchos dicen que un psicoanalista es como un espejo, pero no es del todo verdad. Es otra persona, con sus propios problemas y traumas. Entre tantas conversaciones se filtra información privada que tal vez no debería recibir, pero es imposible que no suceda en una relación de dos personas. Después de una primera despedida no sabía cómo reaccionar. Recibí un mensaje. El malestar que lo agobiaba se había desacelerado, pero no detenido. Sabiendo que el final era inminente, decidí tener unos cuantos meses más de sesiones. Nunca me mostró miedo. Su preocupación por mi bienestar continuaba y la mía por la suya aumentaba. Hace poco en un avión, como de costumbre, me pongo a revisar todas las fotos y videos de mi teléfono para entretenerme. Apareció su rostro, sano y con cachetes, hablándome. Me contaba que se había ido el internet y una sesión de hace mucho no pudo continuar. Sonreí, siempre va a ser un lindo recuerdo, pero trágico y triste. La hoz del encapuchado no discrimina entre el bueno y el malo, el que se lo merece y el que no. Me parecía injusto que le haya sucedido, pero no hay justicia en la muerte. Me salían lágrimas, imposibles de detener, las ocultaba viendo por la ventana. Aun soy un debilucho que le da vergüenza mostrar su tristeza.
Después de meses por videollamada, regresé a mi ciudad y lo vi por última vez. Una semana antes de que se presencia se desvaneciera. Me abrió la puerta y tuve que contener la impresión. Los pómulos hundidos, probablemente 20 kilos menos, tuve que medir mi fuerza al darnos la mano. Nos despedimos con un abrazo incómodo, lo sentía pequeño y en esa incomodidad quería que por una vez él apoye su cabeza sobre mis hombros y se deje llevar. Algo que no ocurrió ya que nunca rompió el código de su profesión. Hasta el último día su mirada se mantuvo curiosa, con ganas de aprender más. Al salir me detuve a mirar su bien cuidado jardín por una últimavez. Abrí la reja y me trepé a mi carro sin mirar atrás. Me estacioné donde pude, las manos me temblaban y no podía prestarle atención al camino. Retomé el camino escuchando soundtracks épicos, recordando a mis perros que ya no están, la infancia que ya dejé y el futuro no ocupaba espacio en mis pensamientos. Mi mente lo bloqueó. Recién después de algunas semanas sus palabras y rostro invadían mis sueños. Me despertaba en la madrugada y me prendía un cigarro en el silencio de esas horas. A veces volvía a dormir, en otras esperaba el amanecer.
He querido contactar a su familia para agradecerle, pero no sé si sea lo correcto. Tal vez sólo es una excusa por el miedo que me da hacerlo. No sé dónde está enterrado, ni siquiera si lo está. Me gustaría visitarlo y tomarme una coca cola a su costado, pero siento que no tengo la fuerza. Solo sé que ya no puedo darme el lujo de deprimirme, se lo debo. El me enseñó a que esos bajones sean mas cortos y llevaderos. Me enseñó a pedir ayuda. Me enseñó a caminar solo. A pelear por mis sueños y defender el de los demás. Soy yo gracias a él. La diferencia entre vivir y sobrevivir la entendí con su muerte. Una crónica queda corta para escribir lo que siento, sólo me nació intentarlo. Se me cayó el traje de poeta moribundo y ahora tengo ganas de salvar al mundo. En lo que puedo. Los mil senderos que se abrieron frente a mí están ahí inmóviles, sólo falta recorrerlos. Se fue un gran amigo, mi guía, al único que puedo llamar profesor. Pero me dejó un mensaje y planeo tenerlo siempre en mente y vivir bajo esa brújula. Muchas gracias, prometo devolver el favor con mi esfuerzo poco pulido y mi ambición utópica.