Francisco Tafur

De noche. Una plaza sevillana

"Una plaza cualquiera, aunque no existe algo como tal. Ésta no tenía nombre, porque nunca lo averigüé. Me quedé sentado frente a una estatua oscura, tenía una espada y se resguardaba bajo las palmas de los árboles que la rodeaban. "

[Migrante al paso]  Una plaza cualquiera, aunque no existe algo como tal. Ésta no tenía nombre, porque nunca lo averigüé. Me quedé sentado frente a una estatua oscura, tenía una espada y se resguardaba bajo las palmas de los árboles que la rodeaban.  Sevilla superó mis expectativas, podría vivir tranquilo entre ese laberinto de callejones angostos y en los veranos me iría. Es octubre y llega a 35 grados. Este tipo de ciudades ejercen fuerzas peculiares, se siente la presión de la historia y antigüedad mientras caminas. Estamos hablando de un lugar cuyos inicios son en el siglo VIII antes de cristo. Antiguamente Ispal, luego romana, mora y cristiana. Todo construido uno encima de otro. Por donde vayas hay túneles y secretos subterráneos que no están a la vista. 

Solo, en una banca acompañado de tres latas de cerveza y unos cuantos cigarros. Contemplaba la estatua y pensaba sobre todo lo que había visto. Me quedé en una pensión espantosa, no me encontré fantasmas porque seguramente ellos también le tenían miedo a la casa. Tomás, el dueño y abuelo de la familia que manejaba el negocio era un viejo amargado, todo lo que uno sueña en no convertirse. Pero me compartió unas cuantas historias curiosas de su casa mientras se quejaba de los cigarros que me fumaba. A veces me gusta molestar a los viejos chinchosos, así que fumé el doble. 

Llegué luego de una hora, en tren desde Madrid, dejé mis cosas y salí a caminar. En ropa de baño y camisa desaliñada, yo viajé pensando que iba a hacer frio. Me perdí y llegué a la Plaza España. Mis pupilas se dilataron de lo maravilloso que estaba viendo. Muy pocas veces me ha sucedido que un lugar me despierte tanta emoción. Un edificio gigante en forma de medialuna, llena de mosaicos que adornaban los puentes. Debajo pasaban pequeños barcos que llevaban turistas por canales de agua cristalina. La infraestructura es de este siglo y alberga un cuartel general del ejército y también un museo de la milicia. El calor era infernal y vi a unos adolescentes meterse a la pileta, las reglas no son lo mío, así que me metí también, estaba al borde de un golpe de calor. Me miraban como un loco, pero ya estoy acostumbrado, siempre les devuelvo la mirada. Al frente está el parque de María Luisa, donde puedes echarte en la sombra y refrescarte un poco, casi me quedo dormido porque estaba agotado. 

Francisco Tafur

En aquella plaza ya con dos cervezas encima, en una esquina se encendió una fogata de papeles, era un vagabundo que estaba abrigándose del frío. Lamentablemente, en casi todo el mundo se ven este tipo de cosas, me acerqué y le regalé unos cigarros, no tenía nada más para darle. Mientras el alcohol subía, el personaje de piedra oscura parecía mirarme. No quise regresar para dejar esa parte del viaje en misterio. Fue una noche mágica, me quedé hasta las 3 de la madrugada ahí. Solo pensando. Recordaba mis clases de historia, y las lecciones de mi madre durante los almuerzos. Ya conocía el lugar por libros y conversaciones, pero es distinto respirar el ambiente. En esa plaza me di cuenta de que nunca dejaré de viajar, tal vez hasta que me encuentre un dragón. Prefiero agregarles toques fantasiosos a mis experiencias, de lo contrario la realidad se me hace aburrida. 

Una mañana, después de embutirme un pan con jamón ibérico, caminé por todo el centro haciendo tiempo para un tour. Entre las sombras de los callejones y el sol calcinante de las plazas, llegué a mi destino, La Giralda y la Catedral. Es imponente. He estado parado frente a la catedral de Colonia y ésta me impresionó más. Al entrar me quedé un rato recogiendo frutos en el jardín de naranjos, jugaba haciendo dominaditas en un terreno del año 1400, al frente de la hermosa iglesia de fachada gótica. Por dentro se notan todos los periodos, desde el barroco hasta el neogótico. Es amplia y como es clásico del cristianismo, los lujos se encuentran en cada rincón. Esa es su especialidad, hacerte sentir diminuto ante estructuras monumentales. Ahí se encuentra la tumba de Cristóbal Colon, aunque dicen que solo hay algunos huesos y una parte de la mandíbula, lo demás se perdió en el traslado desde Centro América. Antes de salir, hay un acceso para subir la giralda de más de 100 metros de alto y con subida en forma de rampa, porque en la antigüedad subían hasta caballos. Llegué sudando hasta la cima pasando el campanario. Se ven todos los techos rojizos enanos por la altura. Se entiende lo titánico de los edificios ya que en tiempos pasados eran usados para demostrar poderío económico, político y militar. 

Francisco Tafur 

Visité la casa de Pilatos, pensando que tal vez era la de Poncio Pilatos, pero no era verdad. Pero es el ejemplo típico de lo que era un palacio sevillano. Repleto de mosaicos en las paredes, jardines coloridos y piletas renacentistas. El nombre es un invento, cuando el dueño hizo una peregrinación a Jerusalén, calculó que la distancia entre el pretorio de Pilatos y el Monte Clavario era la misma que su palacio en Sevilla y un pequeño templete llamado Cruz del Campo. Así que chiste, es como que le ponga a mi casa, el hogar de Eguren porque escribía entre las mismas calles. Pero igual me pareció simpático. Al final tuve un tour por el Alcázar donde filmaron la famosa serie de Juego de Tronos. Se construyó inicialmente durante la edad media y se conservan restos arquitectónicos islámicos. Está tan bien conservado que te transporta a otra época, siglos atrás. Los azulejos, los escudos tallados en las paredes, el estanque de mercurio rodeado por arcos musulmanes te deja perplejo. Por más que sea temporada alta y no se pueda caminar tranquilo, ni cuenta te das de las personas. Salí con ganas de volver a entrar, pero en el fondo sabía que no era un adiós definitivo. 

Luego de mi última lata, me paré frente al monumento del personaje desconocido y agradecí tener la oportunidad de hacer los viajes que he hecho y voy a hacer. Regresé a la pensión, satisfecho y tranquilo porque ya era mi última noche en ese lugar. En esta ciudad donde los rastros de la invasión mora que duro 900 años son notorios en casi todos lados, aprendí cómo distintas culturas se pueden mezclar y generar una nueva identidad. Algún día regresaré y lo haré con la misma emoción que sentí esta vez. 

Francisco Tafur 

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