[Migrante al paso] A tres cuadras de mi casa de siempre, entre cuatro paredes aún desconocidas. Me acechan fantasmas, problemas muertos que pensé que ya había dejado atrás. La última vez que me mudé fue a otro país, donde no tenía amigos y los desconocidos no me daban refugio. Quería escapar, volar de mi ciudad y analizarme desde mi propia soledad. Me di cuenta tarde que eso no es posible, por lo menos para mí. Todavía soy un niño, que en este cuerpo de adulto no se puede cuidar ni a sí mismo. Ese lugar que ni después de años pude llamar hogar, viene por mí. Me quiere cazar como a un conejo indefenso. Es verdad que ni en todos los libros y carreras truncadas aprendí tanto como en esa aventura. Gané herramientas, pero ahora dudo que sean las suficientes. Quiero conquistar el mundo, pero no puedo poner mi bandera ni en un pequeño departamento. Las lágrimas que dejé estampadas en aquel país me acompañan, aunque no las desee. Aun no comprendo como convertirlas en aliadas. Felizmente, el niño encarcelado en este hombre alto y grande sigue siendo engreído. Lo quiere todo y no está acostumbrado a perder. Cuando mi mente se desbalancea, eventualmente saca las garras y colmillos para defender a este gigante descuidado.
Ahora desde mi ventana veo los árboles viejos que resguardan Pedro de Osma, los mismos que me recibían al regresar del colegio para almorzar junto a mis perros. Estos guardianes de madera viva son sólo espectadores de un molde que no aguanta mis emociones desbordadas. En esta carrera interna siempre quiero que le gane el niño valiente al adulto melancólico. Me acostumbré a superar así mis problemas con el efecto secundario de no conocer el espacio entre los dos, finalmente somos el mismo. Diez años que parecen meses. Siempre con música en los oídos, siempre con libros como barrera, siempre poniendo a los demás sobre mí mismo, ya estoy cansado. Solo es un pequeño paso que tengo que dar, uno que llevo mi vida entera sin dar. Tal vez no quiero aceptar que mis caprichos eran incorrectos. En lo más profundo no sé aceptar una derrota, pero es necesario poder hacerlo, de lo contrario el peso va a ser demasiado. Esta vez quiero que mis paredes sean amigables y pueda protegerme en ellas.
Fui a comer en la semana con mi tío. Entre carnes que ambos disfrutamos, le decía que sentía que no podía levantarme de mi cama. Que todo el día parecía de noche. Me engañaba a mí mismo haciéndome el fuerte, tontamente, porque la sabiduría con la que estaba conversando me comía de pies a cabeza. Me dijo que fui bendecido con una inteligencia que no escogí y que no tenía por qué deprimirme, después de todo, la vida es mucho más simple de lo que parece y somos nosotros los que la volvemos complicada. No sé si percibieron mi debilidad, pero sin querer, él y su pareja, a quien considero un amigo, me dieron las palabras que necesitaba en ese momento. Pude reírme a carcajadas, unas que llevaba días sin escuchar. No lo veía hace mucho, pero es de esas personas que pueden pasar años y cuando nos veamos la relación se va a mantener igual. Había envejecido ligeramente, siempre fiel a su buen estilo y con la cabeza en alto. Sus ojos mantienen el fuego para quemar el mundo, esa llama que admiraba de niño y lo sigo haciendo. Me dieron a entender que yo también la poseo, pero no existe fuego sin oxígeno. Si no me permito estos espacios y analizar mis sentimientos eventualmente me voy a apagar. No tiene nada de malo sentirse mal y no hay nada bueno en aparentar estar bien siempre. Después de tres horas y abrazos de despedida, me subí a mi carro y manejé rockeando por el camino. Resulta que mi estilo descuidado también es único y alto. Después de mucho tiempo el pequeño y el grande se dieron la mano y conversaron: juntos vamos a salir de ésta nos dijimos.
Las paredes que se estaban llenando de espinas nuevamente se alisaron. Recuperé el pulso y el hambre de más. Quiero viajar de nuevo y comerme el planeta entero. Morder del cuello a todo lo que me acecha para hacerlo mío. Digerirlo. No es un impulso frenético como me ocurre normalmente, ahora tengo que mantener la calma cuesta arriba. Sin correr, la prisa es mi enemiga y el apuro me abruma. Llegó el momento de dar ese pequeño paso. Solo tengo que poner algunos asuntos en orden antes de lanzarme al océano de oportunidades. Calmado para no ahogarme. Es hora de motivar la furia que requiero para vivir sin temblar. En estos momentos que la realidad en el mundo parece distorsionada tengo que poder sonreír mientras camino por sus callejones. Mi deseo egoísta por un mundo donde todos puedan comer hasta llenarse, solo es posible si yo también estoy dentro. Después de todo, eso soy: un soñador. Puedo vivir debajo de un puente y alimentarme de alimañas, pero no puedo vivir sin sueños. Tal vez por eso me encanta dormir, quién sabe.
No pretendo secar mis lágrimas, no soy un muerto viviente. No planeo borrar mis errores, después de todo son parte de mí. He sido herido y también he hecho daño. Sería un cobarde si no lo acepto. Le pido perdón a quienes lastimé, pero no crean ni por un momento que los perdones que no di me van a detener. Voy a avanzar, aunque eso implique arrastrarme. Tengo dos piernas fuertes para hacerlo. Caminaré, sin despedirme de nadie y sin parar. Ya logré que el pequeño y el gigante se den la mano una vez y planeo que lo vuelvan a hacer muchas veces más. Este es mi camino y no necesito el permiso de nadie para dar pasos por mi sendero. Es una nueva etapa. La única promesa que tengo es hacer de este nuevo hogar una cuna de nuevas ideas y no una cámara de torturas.