Asamblea Constituyente

En medio de la batahola generada por su proclamación, con clara realidad en contra de la opinión pública respecto del tema y con una situación fáctica congresal adversa, Pedro Castillo lanza ayer un tuit insistiendo en la necesidad de una nueva Constitución.

Esperemos que solo sea un afán de insistir en una propuesta de campaña, pensada para aquietar las expectativas de algunos de sus votantes (los más ideologizados de izquierda), pero que pronto se soslayará por la sola fuerza de los hechos.

En el Congreso, ya se sabe que desde el centro, ni Acción Popular ni Alianza para el Progreso (los grupos mayoritarios fuera de la derecha) le darán sus votos para que pueda conseguir siquiera los 66 que le permitan dar inicio a la reforma del artículo 206 que a su vez le permita al Ejecutivo convocar a un referéndum que plantee la Constituyente.

Es una iniciativa que nace muerta. A lo más que podría aspirar Castillo, sin violentar la Constitución, es a aprobar algunas reformas puntuales, pero para ello tendría que lograr cierto consenso con el centro. Si no, no hay forma, a menos que se atreva a saltarse a la garrocha el orden constitucional y que se exponga a las consecuencias legales y fácticas se semejante dislate (lo que va desde una vacancia hasta un golpe militar restaurador del orden constitucional).

Tiene tanto por hacer en materia de reformas de políticas públicas y de hacerlo desde una perspectiva de izquierda, más allá del libre mercado, en salud y educación pública, en seguridad interna para los más pobres, inclusión digital de los sectores populares, en políticas tributarias, etc., que gastar energías en impulsar un cambio constitucional suena irracional y autodestructivo. Es un homenaje fallido a un fetiche de la izquierda.

Esperemos que Castillo entienda pronto la magnitud del desafío de lograr cambios cualitativos en las materias señaladas, el mismo que excede largamente lo que anteriores gobiernos han hecho en materia de reformas, para que abandone la terca insistencia en un proceso político que tirará por la borda su gobierno.

El día que la izquierda arrase en las elecciones presidenciales, obtenga además una mayoría congresal y encuentre al país comprometido con un momento constituyente, pues nadie le podrá negar el derecho de hacerlo. Pero ese día, claramente, no ha llegado con el triunfo ajustado de Castillo, con minoría en el Parlamento y con la ciudadanía más preocupada de la urgencia pandémica y la reactivación económica.

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Asamblea Constituyente, Congreso, Pedro Castillo

La radicalización de la ya extrema derecha peruana, al punto de transitar el camino de la violencia política (es hora de ponerle coto policial a semejante actitud), puede ser solo un preámbulo de la desaparición paulatina de este sector del espectro ideológico nacional.

Si, como todo lo hace pensar, Castillo modera su propuesta económica, perceptible por los nombres que se van conociendo de su inminente gabinete ministerial, y además acota la eventualidad de una Constituyente, le quitará por completo la alfombra a cualquier escenario de polarización futura.

Además, una opción de centroizquierda, en la actual circunstancia, cosecharía los beneficios de la situación económica internacional y al cerrar brechas groseras en materia educativa y sanitaria, podría conducir a un gobierno con altos niveles de popularidad y a una atmósfera política bastante más estable que la actual.

Hay que recordar que el propio triunfo de Castillo se debió a la confluencia simultánea de crisis económica, sanitaria, social y política. Estas elecciones fueron, en ese sentido, lo más parecido a las de los 90, cuando triunfó un outsider como Fujimori.

En las elecciones de este año iba a haber un disruptivo de todas maneras. Lo fue George Forsyth buena parte de la campaña, surgió López Aliaga, luego apareció Lescano y en el tiempo preciso electoral lo hizo Castillo (si la elección era dos semanas después, probablemente surgía otro).

Nada hace pensar que el 2026 (o antes, si se cumple el sueño húmedo de la ultraderecha de vacar a Castillo) se vaya a repetir un escenario similar. Ya la pandemia estará bajo pleno control, la economía en plan de recuperación (como ya lo está), con menor conflictividad social (propia de un régimen de izquierda) y probablemente sin crisis política.

La ultraderecha solo cosecha del caos que ella misma contribuye a crear. Probablemente marque cierta agenda, más aún si se tiene en cuenta la derechización del aparato mediático televisivo, pero el bullicio caerá en saco roto si Castillo gobierna desde la centroizquierda.

La ultraderecha merece atención, sin duda. Surgió y creció en otros países por ser soslayada ingenuamente. Pero tampoco hay que regalarle una proyección de éxito cuando, más bien, todo apunta a que felizmente para la democracia peruana, haya sido solo un hipo tóxico que terminará por irse extinguiendo.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Ultraderecha

Queda cada vez más claro que Pedro Castillo va a necesitar del apoyo político del centro congresal si quiere gobernar con tranquilidad y además no depender de los votos cerronistas dentro de la bancada de Perú Libre.

El centro suma 45 votos en el Parlamento (43 la derecha y 42 la izquierda), con la sumatoria del congresista Héctor Valer, expulsado tontamente de Renovación Popular por Rafael López Aliaga, ya que con ello rompió la capacidad de veto que tenía la derecha, con sus 44 votos, para cualquier reforma constitucional, elección de magistrados del TC o directores del BCR.

Obviamente, no se trata de que Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos, Somos Perú y los morados le otorguen sus votos a cambio de nada. El acuerdo debe pasar por la moderación económica y política de Castillo, su abandono de las banderas estatistas de la primera vuelta y de su afán de convocar a una Asamblea Constituyente a trompicones.

Esa decisión eventual de Castillo le va a costar, probablemente, una ruptura con el radicalismo cerronista, quien acaba de publicar una convocatoria a un evento para el 24 de julio donde en la práctica lo compele a Castillo a someterse a su lógica política. Castillo puede perder a doce o quince congresistas cerronistas si se aparta de la línea radical y con mayor razón va a necesitar de los votos del centro para gobernar sin sobresaltos.

Jaloneado entre la extrema izquierda cerronista y la extrema derecha lopezaliaguista, Castillo puede discurrir por los linderos de una centroizquierda legítimamente. Nadie le puede pedir que se vuelva un gobernante de derecha (lo de Humala ha marcado a sangre y fuego a la izquierda como una traición indigerible e imperdonable y sería absurdo exigirle a Castillo que se ponga el polo blanco).

La incertidumbre que existe aún respecto de cuál será la línea programática, en materia política y económica, del gobierno entrante solo se empezará a resolver luego de su proclamación y su reaparición pública concomitante, pero de antemano sería muy importante que el centro se manifieste y le haga entender a Castillo que hay posibilidad de construir puentes de gobernabilidad que no pasen por la renuncia de sus propuestas esenciales de gobierno (aumento recaudatorio, inversión potente en salud y educación, infraestructura popular, etc.). Eventualmente, inclusive, alguna reforma constitucional puntual podría ser aceptable como parte del intercambio político y el centro le daría los votos para lograr los 66 votos que luego permitirían convocar a un referéndum. Ases bajo la manga hay muchos.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Rafael Lopez Aliaga

Resulta políticamente imperativo que el presidente electo, Pedro Castillo, dé a conocer a la opinión pública su postura global sobre el proceso electoral (tan cuestionado por la derecha recalcitrante), sobre Vladimir Cerrón y Los dinámicos del centro, sobre Pedro Francke y su eventual moderación económica, sobre la peregrina tesis de la Asamblea Constituyente y sobre cómo piensa llevarla a cabo, etc.

No basta con que se reúna ordinariamente y trascienda algo de lo que en esas reuniones se discute, no basta con sus tuits esporádicos o con las declaraciones de algunos voceros, por más autorizados o calificados que sean.

El panorama económico se le muestra propicio. No solo por los precios de las materias primas sino por el boom exportador a los Estados Unidos debido al incremento arancelario que Washington ha aplicado a las importaciones chinas. Si se maneja con sensatez, puede mostrar pronto cifras positivas en recaudación fiscal, volumen de exportaciones, crecimiento del PBI, disminución de la pobreza, etc.

Su problema radica en la parte política y en la incertidumbre que existe respecto de cuáles serán sus postulados institucionales, políticos y económicos. Se enfrenta y enfrentará a una recia deslegitimación interna y externa, llevada a extremos internacionales obtusos por Mario Vargas Llosa y sus satélites.

La pasividad que viene mostrando solo contribuye a tornarlo más precario y débil. La mayoría del país que votó por él debe estar en estos momentos desconcertada, desmovilizada, incipientemente hasta desilusionada porque su líder se esconde, no da entrevistas, no da conferencias de prensa, no se somete a interrogatorios acuciosos, no se pronuncia sobre la coyuntura.

Ya sabemos que Castillo no es un líder carismático ni potente. Eso, probablemente, no va a cambiar por más influjo que ejerza sobre él el poder, pero lo que no puede permitir es que se generan vacíos políticos a su alrededor. De buena fe, hay muchos que no votamos por él que deseamos que le vaya bien, que entienda la racionalidad y pragmatismo que exige su situación congresal y social y logre consolidar una propuesta de centroizquierda viable y potable. Pero su ausencia absoluta lo único que hace es abonar en el terreno de la duda sobre sus reales capacidades gubernativas y fortalece los peores augurios.

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Asamblea Constituyente, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

Una vez superada la pataleta negacionista en la que un sector de la derecha está empeñada (incluyendo, increíblemente, a intelectuales como Mario Vargas Llosa), corresponde empezar a diseñar una estrategia de contención del proyecto izquierdista que desplegará Castillo para evitar que nos lleve al despeñadero.

Se puede entender que actualmente Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga estén librando una batalla política por capturar el protagonismo de la oposición de cara al siguiente lustro y que en esa contienda exacerben posturas y radicalicen actitudes, pero eso va a acabar pronto, apenas se instale el próximo gobierno.

Entonces corresponderá trazar escenarios alternativos. Si Castillo efectivamente se modera y cancela políticamente el proyecto de llevar a cabo una Asamblea Constituyente, pues deberá merecer un trato democrático, refractario cuando despliegue iniciativas regulatorias de la economía de mercado, pero formalmente respetuoso de la legitimidad del gobernante.

Si, en cambio, el gobierno de Perú Libre pretende meter de contrabando una iniciativa tan absurda como la de la Asamblea corporativista que propone, la lucha deberá ser recia y sin concesiones. Si lo hace dentro de los márgenes constitucionales, pues corresponderá rechazar sin ambages el proyecto de marras convocando al centro a sumarse a ese rechazo a una iniciativa polarizante y que desequilibraría el país los siguientes años.

Pero si lo pretende hacer disolviendo el Congreso, o convocando la Asamblea de marras de facto, sin pasar por la plaza Bolívar, lo que corresponderá, todo dentro de la Constitución, es vacar a un gobernante incapaz de leer con racionalidad y pragmatismo no solo la realidad política del Legislativo (donde solo tiene 42 votos y por allí algunos más) sino la dimensión social sobre el tema (todas las encuestadoras coinciden en que la mayoría está en desacuerdo con una Constituyente).

A la postre, que la democracia peruana albergue y tolere una opción de izquierda y sobrelleve el desafío sin sobresaltos, fortalecerá la institucionalidad del país, pero el principal responsable de que eso ocurra es quien ocupará la Presidencia de la República. Si, envanecido o enceguecido, quiere gobernar a trompicones, pues va a recibir el vuelto, como es natural, y lo más probable es que termine su mandato antes de lo previsto y sin ninguna gloria.

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Asamblea Constituyente, Derecha, Pedro Castillo

Pedro Castillo cometería un grave error si despliega una estrategia de acercamiento al centro en base a prebendas cuestionables. Hemos visto, felices de la vida, a los representantes de Podemos (el partido de José Luna) visitar al presidente electo y ofrecer todo su apoyo. ¿A santo de qué?
Por cierto, con ese respaldo le alcanzaría para librarse de una eventual vacancia. Tiene 37 votos propios, 5 de Juntos por el Perú y con los 5 de Podemos sumaría 47, necesitando 44 para estar a salvo.

El problema es que los apoyos que se aprecian se están cocinando entre gallos y medianoche. Sería inadmisible, por ejemplo, que a los pocos meses del nuevo gobierno una flamante Sunedu decida otorgarle permiso de funcionamiento a la clausurada universidad Telesup u otorgarle el permiso a otro grupo universitario vinculado a Alianza para el Progreso para operar en el sur (sumando otros 15 votos a la bolsa parlamentaria).

Lo que se espera es un pacto con el centro congresal, que suma en total 44 votos, que incluya varios compromisos explícitos: primero, la no convocatoria a una asamblea constituyente; segundo, respaldo a las modificaciones tributarias que Castillo quiere hacer en el sector minero; tercero, protección contra cualquier pedido de vacancia; cuarto, eventual apoyo a algunas reformas constitucionales muy puntuales (bicameralidad, acotamiento de la vacancia y las cuestiones de confianza, quizás regulación sobre los oligopolios, etc.); quinto, apoyo en la elección de los magistrados del TC y directores del BCR; sexto, alguna participación de representantes de los partidos del centro en el Ejecutivo. Y así.

De eso se trata un pacto político. Pero Castillo sabe que tiene que dar algunas concesiones y la más importante de todas es que se comprometa a no pretender disolver el Congreso en base a cuestiones de confianza y, por ende, que renuncie a la idea polarizante y confrontacional de convocar, a las buenas o a las malas, a una Asamblea Constituyente.

La polarización del país y la fragmentación del Congreso obligan a que el gobierno entrante establezca pactos políticos de primer orden para asegurar la gobernabilidad. No arreglos o enjuagues de poca monta con el solo afán de sumar votos en el Congreso que impidan su vacancia. Eso no sería alta política. Sería el despliegue de jugarretas encubiertas, de politiquería barata.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, TC

Si Castillo quiere tirar por la borda el superciclo en los precios de las materias primas y abortar el intento de su equipo económico de lograr un incremento sustantivo en la recaudación tributaria para permitir que se reconstruya el Estado en materias básicas como salud, educación e infraestructura, solo tiene que insistir en el descaminado intento de convocar a una Asamblea Constituyente.

Sea cual sea la forma que busque para lograr semejante propósito, que solo parece obedecer a una promesa descartable de campaña (lo prioritario es otro), generará un estado de zozobra e incertidumbre no solo en los agentes económicos grandes sino en todo el aparato social y productivo.

Las encuestas reflejan que la inmensa mayoría del país no está de acuerdo con una reforma total de la Constitución, Castillo además no tiene los votos en el Congreso suficientes para lograr su cometido. La única manera de llevarlo a cabo pasa por generar un movimiento de masas que atarante al Parlamento, uno, o por llevar al extremo de la cuestión de confianza su pedido de reforma y así lograr disolver el Congreso, generando en ambos casos una crisis política mayúscula que en tanto no culmine (por lo menos dos años), mantendrá al país paralizado y en ascuas.

Ojalá todo no pase de un intento político de mantener una promesa de campaña, que al ser descartada por el Congreso, lleve a Castillo a decirle al pueblo que lo intentó, pero que no pudo realizarla. Y sanseacabó, que allí quede la cosa, y se dedique a gobernar, a desplegar su plan económico y a tratar de reformar un Estado capaz, por sí solo, por su ineficacia, de sabotear cualquier intento de efectuar cambios sociales y económicos.

Que no se convierta el pedido maximalista de una Asamblea Constituyente en un pretexto para que Castillo, siguiendo el modelo de Vizcarra, se dedique a tensar políticamente las cuerdas con fuegos artificiales y así disimular lo que hasta el momento todo augura será una gestión mediocre (salvo lo de Francke, no hay nada más en concreto en ninguna materia gubernativa por parte del entorno de Castillo y ya estamos a pocos días de la transmisión de mando).

La Constituyente es una pésima idea. Ojalá Castillo tenga el valor de decirle al pueblo que votó por él que no va, que será necesaria otra coyuntura política para llevarla a cabo, y que se dedique los años que le toquen al mando de la Nación a gobernar con sensatez y templanza.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo

-Pedro Castillo: invitó al economista Julio Velarde a mantenerse como presidente del Banco Central de Reserva. Velarde, quien ha hecho una extraordinaria gestión al mando del instituto emisor, había insinuado su retiro, imaginamos que para evitar anticipadamente algún maltrato del gobierno entrante. Con este mensaje Castillo ratifica el camino de moderación que muchos vemos como altamente probable y que supondría un rompimiento con la línea radical de Vladimir Cerrón contenida en el ideario original de Perú Libre.

Castillo persiste, no obstante, en la idea de la Asamblea Constituyente (así lo dijo en reciente evento en Cusco y en un medio marxista norteamericano), pero el pragmatismo que revela con la invitación a Velarde, quizás podría conducirlo paulatinamente a darse cuenta de que bien puede desplegar una política económica de izquierda sin necesidad de cambiar la Carta Magna, haciendo los cambios tributarios que le son tan caros y construyendo un Estado inclusivo en salud y educación, que son, en verdad, los pilares fundamentales de su propuesta de gobierno. Su mensaje, en todo caso, genera gran tranquilidad en los mercados.

-Keiko Fujimori: anoche rompió con la DBA. No se sumó al mitin convocado por Erasmo Wong en el Campo de Marte y que tenía como principal propósito erigir a Rafael López Aliaga como líder de la oposición los años venideros y que se basa en el no reconocimiento, bajo ninguna circunstancia, del triunfo de Castillo.

Keiko efectuó un mitin paralelo, más concurrido, en la Plaza Bolognesi y allí anticipó que sí reconocerá el fallo del Jurado Nacional de Elecciones. La excandidata de Fuerza Popular habría tomado consciencia de que no es un cadáver político y que necesita, en consecuencia, mover con perspectiva sus fichas en el tablero de ajedrez en el que se halla inmersa. Si ecualiza la conversión del keikismo en una opción de centroderecha liberal, divergente de la línea ultraconservadora del grupo de la Coordinadora Republicana (aupada anoche en el Campo de Marte), puede aspirar a un futuro político de mejor porvenir.

Los astros parecen estar alineándose para que la crisis política por la que pasamos, se recomponga, las aguas vuelvan a su nivel, la turbamulta se encauce y nos enfrentemos a los desafíos del bicentenario en mejor pie de lo que parecía luego de las primeras turbulencias post 6 de junio.

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Asamblea Constituyente, DBA, Julio Velarde
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