Son solo 2 meses y pocos días del Gobierno de Pedro Castillo, pero parecen más. Un tiempo político acelerado, donde pasamos sin tregua ni pausa, de una segunda vuelta con el fraude de las denuncias de fraude, el asedio a las instituciones electorales y una transferencia al límite, a un nuevo periodo de gobierno con sobresaltos y crisis constantes (y hay que decirlo, porque no es un dato irrelevante, una crisis dentro de la crisis permanente, múltiple, estructural, profundizada además por la pandemia).
La danza inmóvil
Desde el inicio los principales actores mostraron rápidamente sus cartas -marcadas- definiendo las condiciones del juego. De un lado, la derecha dura, en modo “tercera vuelta”, que no se resigna a ser gobernada por sectores subalternos, con el plan de vacancia (plan V) como objetivo estratégico y que no deja de agitarlo cada vez que puede –como en la reciente coyuntura-, exhibiendo además una oposición hiperideologizada, propio de la guerra fría. Del otro, también un gobierno que decidió formar un gabinete que limitaba su base política de apoyo y con una creciente imagen de debilidad, habitualmente errático, a la defensiva y con poca claridad estratégica.
Ambos, la coalición vacadora, y la coalición de gobierno, especialmente los sectores más dinámicos y a la iniciativa al interior de estos dos bloques, comparten una tendencia hacia el aislamiento y el despropósito constante, una suerte de vocación antihegemónica, que los lleva a la permanente autoafirmación y a convocar solo a –sus- convencidos, pero que son incapaces de hablarles –y movilizar- a sectores más amplios del país. Es verdad que este aparente empate –catastrófico-, a cada uno le sirve para objetivos mínimos de corto plazo: a unos, para estar a la iniciativa, y consolidar un relato macartista y terruqueador en sectores medios y altos, mientras espera la oportunidad para dar el golpe definitivo; a otros para mantenerse y avanzar con algunas políticas en medio del fuego cruzado –y el fuego amigo-.
El problema aquí es que, al que menos favorece dicho escenario es a un gobierno cuyo proyecto de cambio, para sostenerse y avanzar, requiere fortalecer su legitimidad, alinear a sus propias fuerzas y tener más claridad en el corto y mediano plazo. El nudo problemático aquí, en la coalición de gobierno, es que sus actuales componentes son necesarios (por razones de principios y prácticas: mandato electoral, correlación congresal) pero la relación y disposición de estos tienden al entrampamiento y el inmovilismo.
No todo lo que brilla es rojo.
Uno de los factores principales de entrampamiento y crisis en el gobierno es que el socio principal Perú Libre -o su conducción-, ha ejercido una permanente presión sobre el gobierno desde un relato de sí mismo como vanguardia imprescindible, de garante izquierdista, cuando en la mayoría de casos -a contrapelo de lo que agitan los medios y la oposición de derecha -, las diferencias no han sido planteadas sobre aspectos programáticos de fondo, de políticas u orientaciones, como se puede comprobar en las actas del consejo de ministros, o la omisión de la asamblea constituyente en presentación del plan de trabajo del primer ministro Bellido en el congreso. Más allá del exhibicionismo radical, de cierta arrogancia doctrinaria, e incontinencia y decisionismo tuitero, las disputas de PL y sus lideres se han dirigido principalmente a defender o alcanzar espacios de poder, un típico juego de la silla, pero con música de protesta y frases de manual de marxismo soviético de los 70.
Desde Maquiavelo se sabe que la política es una compleja proyección de apariencias o, más cerca, desde juego de tronos, que el poder está donde se cree que está el poder. Así, el radicalismo vacío de Vladimir Cerrón le ha dado cuerda a una política performativa –irónicamente posmoderna- alimentando la histeria anticomunista de la derecha, lo que le permitió a su vez un posicionamiento central en el objetivo –legitimo por cierto- de colocarse como la principal fuerza de izquierda para las elecciones regionales y municipales del próximo año. Mientras tanto las otras fuerzas de la coalición, buscan retomar la iniciativa construyendo un perfil propio desde el soporte programático al gobierno, mientras justifican ante un sector de su electores y la opinión pública sus actuales compromisos que vienen de la segunda vuelta.
En ese marco, hay distorsiones adicionales que alimentan la crisis. Tenemos un primer ministro que, lejos de blindar al presidente, tiene que ser blindado, en vez de apagar incendios los provoca, en vez de avanzar en la políticas de gobierno genera condiciones de inviabilidad e inestabilidad para estas. Pasa lo mismo con el ministro Maraví, al margen de las verdades y mentiras en su interpelación –cargado de miedos y hechos que no guardan relación con la realidad política actual- lo que se espera es que se pondere es el objetivo político de avanzar en un proyecto de cambio sostenido.
Ponte el sombrero
En ese sentido, el gobierno que en sus primeros días se orientó a atender con urgencia a los eslabones más vulnerables de la sociedad vía bono Yanapay, o la aceleración de la vacunación, entre otras medidas, sino cierra sus flancos más evidentes y no resuelve sus contradicciones, alineando a su coalición alrededor de objetivos tácticos y estratégicos claros, tendrá aun más dificultades para implementar reformas de mayor envergadura como la reforma tributaria, o la segunda reforma agraria, la renegociación del gas del Camisea o, más aun, la posibilidad de una asamblea constituyente
De continuar la tormenta política, derivando cada vez más en enfrentamiento abierto de poderes, el riesgo ya no sería caer en una normalización mediocre, sino en la posibilidad –bombardeo mediático de por medio- que avance la sensación de estancamiento e ingobernabilidad, lo que puede transformar una expectativa positiva de amplios sectores de la sociedad en malestar y desaprobación en el mediano plazo, abonando así a la emergencia de un proyecto de carácter conservador o, peor aun, reaccionario.
Por ello, se espera del Presidente que, manteniendo la base de su coalición y su programa de gobierno, tome decisiones urgentes, convoque a más fuerzas sociales y ciudadanas, poniendo por delante el viabilizar política, técnica y comunicacionalmente los cambios que ha prometido y por el que votaron una mayoría de peruanos.
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